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    Las Enseñanzas de Oz

    El Hombre que Susurra**

    El susurro se desliza entre los árboles como un viento que no pertenece a este mundo.

    A mi lado, junto al poste,
    se materializa un hombre.

    No es un monstruo.
    No es un dios.
    No es humano.
    Es algo distinto.

    Hermoso de una forma antigua,
    como una estatua que respira.
    Sus ojos…
    ocultan un secreto que nadie podría leer,
    un enigma eterno.

    Oz:
    —Así no vas a conseguir nada más que lastimarte…

    Me quedo inmóvil.
    Congelada.
    El miedo se me enreda en los huesos.
    Mis madres están lejos,
    demasiado lejos para escuchar mi respiración acelerada.

    El hombre se agacha un poco
    y posa una mano cálida en mi cabecita.
    Al instante, mi torso se cubre con una sudadera preciosa,
    de estampados imposibles:
    formas que no encajan,
    símbolos sin sentido,
    como si hubieran aparecido ahí por voluntad propia.
    Caos puro.

    Oz:
    —Estás sudando… y ya está oscureciendo.
    No querrás resfriarte, ¿verdad?
    Ven. Acércate. Mira bien el poste.

    Se acerca al metal negro,
    levanta un dedo
    y lo posa en el centro.

    El poste se quiebra en mil pedazos
    como si se deshiciera de forma obediente,
    silenciosa, perfecta.
    No estalla.
    No ruge.
    No se rompe:
    se rinde.

    Y de los fragmentos surge una sola pieza intacta:
    una flor de mineral,
    tallada con una precisión imposible.

    Me quedo boquiabierta un segundo.
    Pero solo un segundo.

    Luego me enfado.

    Lili:
    —¿Cómo has hecho eso? ¡Tramposo!
    Enséñame a hacerlo…

    Lo digo con pucheritos,
    las manos ensangrentadas escondidas en las mangas nuevas,
    la dignidad por los suelos.

    El hombre sonríe.
    Una sonrisa peligrosa,
    pero dulce de una forma que no entiendo.

    Oz:
    —Pero tú ya sabes hacerlo, Lili.
    Tú tienes el poder del Caos latiendo en tu corazón,
    en tu sangre…
    Eres como este poste:
    una linda florecilla indestructible.

    Se inclina un poco más,
    y con un gesto elegante, casi teatral, añade:

    Oz:
    —Déjame presentarme.
    Soy Oz.
    Tu abuelo…
    el padre de Jennifer.

    El aire se me corta.

    Él continúa:

    Oz:
    —Tu madre estará preocupada.
    Deberías volver a casa.
    Tranquila…
    todo es nuevo para ti.
    Descansa.
    Yo te enseñaré lo que tu legado significa.

    Y antes de que pueda decir nada,
    con un simple movimiento de su mano derecha
    me envuelve una onda suave,
    como un parpadeo del universo.

    Cuando abro los ojos
    estoy frente a casa.

    Ayane está preparando la cena.
    Huele delicioso…
    pero sólo hay dos platos en la mesa esta vez.

    Ella me ve.
    No dice nada.
    Me abraza, me besa la frente
    y con un tono suave, como temiendo romper algo, dice:

    Ayane:
    —Ve a lavarte las manos antes de cenar, mi amor.

    Y obedezco,
    ocultando mis nudillos heridos,
    la sangre seca…
    y el recuerdo del hombre
    que me llamó florecilla indestructible.
    Relato en Post y comentarios de la imagen 🩷 Las Enseñanzas de Oz El Hombre que Susurra** El susurro se desliza entre los árboles como un viento que no pertenece a este mundo. A mi lado, junto al poste, se materializa un hombre. No es un monstruo. No es un dios. No es humano. Es algo distinto. Hermoso de una forma antigua, como una estatua que respira. Sus ojos… ocultan un secreto que nadie podría leer, un enigma eterno. Oz: —Así no vas a conseguir nada más que lastimarte… Me quedo inmóvil. Congelada. El miedo se me enreda en los huesos. Mis madres están lejos, demasiado lejos para escuchar mi respiración acelerada. El hombre se agacha un poco y posa una mano cálida en mi cabecita. Al instante, mi torso se cubre con una sudadera preciosa, de estampados imposibles: formas que no encajan, símbolos sin sentido, como si hubieran aparecido ahí por voluntad propia. Caos puro. Oz: —Estás sudando… y ya está oscureciendo. No querrás resfriarte, ¿verdad? Ven. Acércate. Mira bien el poste. Se acerca al metal negro, levanta un dedo y lo posa en el centro. El poste se quiebra en mil pedazos como si se deshiciera de forma obediente, silenciosa, perfecta. No estalla. No ruge. No se rompe: se rinde. Y de los fragmentos surge una sola pieza intacta: una flor de mineral, tallada con una precisión imposible. Me quedo boquiabierta un segundo. Pero solo un segundo. Luego me enfado. Lili: —¿Cómo has hecho eso? ¡Tramposo! Enséñame a hacerlo… Lo digo con pucheritos, las manos ensangrentadas escondidas en las mangas nuevas, la dignidad por los suelos. El hombre sonríe. Una sonrisa peligrosa, pero dulce de una forma que no entiendo. Oz: —Pero tú ya sabes hacerlo, Lili. Tú tienes el poder del Caos latiendo en tu corazón, en tu sangre… Eres como este poste: una linda florecilla indestructible. Se inclina un poco más, y con un gesto elegante, casi teatral, añade: Oz: —Déjame presentarme. Soy Oz. Tu abuelo… el padre de Jennifer. El aire se me corta. Él continúa: Oz: —Tu madre estará preocupada. Deberías volver a casa. Tranquila… todo es nuevo para ti. Descansa. Yo te enseñaré lo que tu legado significa. Y antes de que pueda decir nada, con un simple movimiento de su mano derecha me envuelve una onda suave, como un parpadeo del universo. Cuando abro los ojos estoy frente a casa. Ayane está preparando la cena. Huele delicioso… pero sólo hay dos platos en la mesa esta vez. Ella me ve. No dice nada. Me abraza, me besa la frente y con un tono suave, como temiendo romper algo, dice: Ayane: —Ve a lavarte las manos antes de cenar, mi amor. Y obedezco, ocultando mis nudillos heridos, la sangre seca… y el recuerdo del hombre que me llamó florecilla indestructible.
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    Las Enseñanzas de Oz

    El Hombre que Susurra**

    El susurro se desliza entre los árboles como un viento que no pertenece a este mundo.

    A mi lado, junto al poste,
    se materializa un hombre.

    No es un monstruo.
    No es un dios.
    No es humano.
    Es algo distinto.

    Hermoso de una forma antigua,
    como una estatua que respira.
    Sus ojos…
    ocultan un secreto que nadie podría leer,
    un enigma eterno.

    Oz:
    —Así no vas a conseguir nada más que lastimarte…

    Me quedo inmóvil.
    Congelada.
    El miedo se me enreda en los huesos.
    Mis madres están lejos,
    demasiado lejos para escuchar mi respiración acelerada.

    El hombre se agacha un poco
    y posa una mano cálida en mi cabecita.
    Al instante, mi torso se cubre con una sudadera preciosa,
    de estampados imposibles:
    formas que no encajan,
    símbolos sin sentido,
    como si hubieran aparecido ahí por voluntad propia.
    Caos puro.

    Oz:
    —Estás sudando… y ya está oscureciendo.
    No querrás resfriarte, ¿verdad?
    Ven. Acércate. Mira bien el poste.

    Se acerca al metal negro,
    levanta un dedo
    y lo posa en el centro.

    El poste se quiebra en mil pedazos
    como si se deshiciera de forma obediente,
    silenciosa, perfecta.
    No estalla.
    No ruge.
    No se rompe:
    se rinde.

    Y de los fragmentos surge una sola pieza intacta:
    una flor de mineral,
    tallada con una precisión imposible.

    Me quedo boquiabierta un segundo.
    Pero solo un segundo.

    Luego me enfado.

    Lili:
    —¿Cómo has hecho eso? ¡Tramposo!
    Enséñame a hacerlo…

    Lo digo con pucheritos,
    las manos ensangrentadas escondidas en las mangas nuevas,
    la dignidad por los suelos.

    El hombre sonríe.
    Una sonrisa peligrosa,
    pero dulce de una forma que no entiendo.

    Oz:
    —Pero tú ya sabes hacerlo, Lili.
    Tú tienes el poder del Caos latiendo en tu corazón,
    en tu sangre…
    Eres como este poste:
    una linda florecilla indestructible.

    Se inclina un poco más,
    y con un gesto elegante, casi teatral, añade:

    Oz:
    —Déjame presentarme.
    Soy Oz.
    Tu abuelo…
    el padre de Jennifer.

    El aire se me corta.

    Él continúa:

    Oz:
    —Tu madre estará preocupada.
    Deberías volver a casa.
    Tranquila…
    todo es nuevo para ti.
    Descansa.
    Yo te enseñaré lo que tu legado significa.

    Y antes de que pueda decir nada,
    con un simple movimiento de su mano derecha
    me envuelve una onda suave,
    como un parpadeo del universo.

    Cuando abro los ojos
    estoy frente a casa.

    Ayane está preparando la cena.
    Huele delicioso…
    pero sólo hay dos platos en la mesa esta vez.

    Ella me ve.
    No dice nada.
    Me abraza, me besa la frente
    y con un tono suave, como temiendo romper algo, dice:

    Ayane:
    —Ve a lavarte las manos antes de cenar, mi amor.

    Y obedezco,
    ocultando mis nudillos heridos,
    la sangre seca…
    y el recuerdo del hombre
    que me llamó florecilla indestructible.

    Ozma
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    El Hombre que Susurra**

    El susurro se desliza entre los árboles como un viento que no pertenece a este mundo.

    A mi lado, junto al poste,
    se materializa un hombre.

    No es un monstruo.
    No es un dios.
    No es humano.
    Es algo distinto.

    Hermoso de una forma antigua,
    como una estatua que respira.
    Sus ojos…
    ocultan un secreto que nadie podría leer,
    un enigma eterno.

    Oz:
    —Así no vas a conseguir nada más que lastimarte…

    Me quedo inmóvil.
    Congelada.
    El miedo se me enreda en los huesos.
    Mis madres están lejos,
    demasiado lejos para escuchar mi respiración acelerada.

    El hombre se agacha un poco
    y posa una mano cálida en mi cabecita.
    Al instante, mi torso se cubre con una sudadera preciosa,
    de estampados imposibles:
    formas que no encajan,
    símbolos sin sentido,
    como si hubieran aparecido ahí por voluntad propia.
    Caos puro.

    Oz:
    —Estás sudando… y ya está oscureciendo.
    No querrás resfriarte, ¿verdad?
    Ven. Acércate. Mira bien el poste.

    Se acerca al metal negro,
    levanta un dedo
    y lo posa en el centro.

    El poste se quiebra en mil pedazos
    como si se deshiciera de forma obediente,
    silenciosa, perfecta.
    No estalla.
    No ruge.
    No se rompe:
    se rinde.

    Y de los fragmentos surge una sola pieza intacta:
    una flor de mineral,
    tallada con una precisión imposible.

    Me quedo boquiabierta un segundo.
    Pero solo un segundo.

    Luego me enfado.

    Lili:
    —¿Cómo has hecho eso? ¡Tramposo!
    Enséñame a hacerlo…

    Lo digo con pucheritos,
    las manos ensangrentadas escondidas en las mangas nuevas,
    la dignidad por los suelos.

    El hombre sonríe.
    Una sonrisa peligrosa,
    pero dulce de una forma que no entiendo.

    Oz:
    —Pero tú ya sabes hacerlo, Lili.
    Tú tienes el poder del Caos latiendo en tu corazón,
    en tu sangre…
    Eres como este poste:
    una linda florecilla indestructible.

    Se inclina un poco más,
    y con un gesto elegante, casi teatral, añade:

    Oz:
    —Déjame presentarme.
    Soy Oz.
    Tu abuelo…
    el padre de Jennifer.

    El aire se me corta.

    Él continúa:

    Oz:
    —Tu madre estará preocupada.
    Deberías volver a casa.
    Tranquila…
    todo es nuevo para ti.
    Descansa.
    Yo te enseñaré lo que tu legado significa.

    Y antes de que pueda decir nada,
    con un simple movimiento de su mano derecha
    me envuelve una onda suave,
    como un parpadeo del universo.

    Cuando abro los ojos
    estoy frente a casa.

    Ayane está preparando la cena.
    Huele delicioso…
    pero sólo hay dos platos en la mesa esta vez.

    Ella me ve.
    No dice nada.
    Me abraza, me besa la frente
    y con un tono suave, como temiendo romper algo, dice:

    Ayane:
    —Ve a lavarte las manos antes de cenar, mi amor.

    Y obedezco,
    ocultando mis nudillos heridos,
    la sangre seca…
    y el recuerdo del hombre
    que me llamó florecilla indestructible.

    Ozma
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  • MÓNACO: Un Verano Sin Ti.
    Fandom OC
    Categoría Slice of Life
    ⤷ ゛𝙲𝚑𝚒𝚌𝚊𝚐𝚘 – 𝙻𝚘𝚞𝚒𝚜 𝚃𝚘𝚖𝚕𝚒𝚗𝚜𝚘𝚗 ˎˊ˗

    ᴜꜱꜱᴇʀ ʀᴏʟ:
    ╰─ ─╮
    ˚₊ ˚ ‧₊ .:・˚₊ ˚ ‧╰┈➤ [nova_navy_mouse_914]

    𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ

    ℰ𝓃𝓉𝓇𝒶𝒹𝒶 𝒹ℯ𝓁 𝒹𝒾𝒶𝓇𝒾ℴ | ᪐ƽ 𝒹ℯ 𝒜ℊℴ𝓈𝓉ℴ

    Si hay algo que extraño de mi niñez, sin duda alguna serían los veranos en Mónaco.

    Había algo casi irreal en esos días —el sol siempre parecía brillar distinto sobre el mar, el aire olía a sal, y el mundo entero se reducía a una sucesión de risas, chapuzones y promesas de que todo sería eterno. Recuerdo las playas, doradas y ruidosas, las caminatas descalza sobre la arena caliente, el sonido de las gaviotas mezclándose con la música que salía desde la terraza de la mansión.

    La casa… Era más que un hogar temporal. Era un escenario de lujo y caos donde cuatro familias se fundían en una sola. Adultos con copas en la mano riendo entre conversaciones interminables, y nosotros, los niños, corriendo entre pasillos que parecían no tener fin. Nos escabullíamos a los cuartos para hacer pijamadas improvisadas, nos escondíamos debajo de las mesas del comedor, inventábamos historias de fantasmas y hacíamos pactos que jurábamos cumplir incluso de adultos.

    No dudaba ni por un segundo que aquellos veranos habían sido los mejores de mi vida.

    O al menos así fueron… Hasta que Deran dejó de ir.

    (…)

    𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ



    ╭┈ • ┈┈┈ 𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ┈┈• ┈╮

    El vuelo privado descendía suavemente entre las nubes, y el murmullo constante de los motores era casi un arrullo más que un ruido. Katherine observaba por la ventanilla, viendo cómo el azul del cielo se deshacía en el horizonte y el mar de Niza se extendía debajo como una seda brillante. Frente a ella, Olivia dormía con la cabeza recostada sobre su hombro, un mechón rebelde pegado a su mejilla. Ezra, en cambio, permanecía al otro lado del pasillo, con un libro abierto.

    Para la joven rubia, aquello no tenía nada de extraordinario. Era lo de siempre: el vuelo privado, los asientos de cuero marfil, las cortinas de lino beige, la bandeja de plata con jugo recién exprimido y los croissants aún tibios. El piloto ya había anunciado que aterrizarían en cuestión de minutos, y ella ni siquiera levantó la vista. Estaba acostumbrada. Ese era el ritmo natural de los Hamilton —una familia para la que el lujo no era un privilegio, sino una costumbre.

    Cuando el avión tocó tierra, el movimiento fue tan suave que apenas se notó. Nini, la niñera, se apresuró a despertar a su hermana menor con una sonrisa, mientras Clara, su madre, revisaba distraídamente su teléfono y Nicolas, su padre, hablaba con uno de los asistentes de vuelo, organizando el siguiente tramo del viaje.

    Apenas descendieron por la escalerilla, el aire cálido del mediodía los envolvió. En la pista privada los esperaba un helicóptero negro con los emblemas dorados de la familia grabados en los costados. Las hélices giraban lentamente, haciendo que los cabellos, castaño claro, de Olivia se levantaran como una corona desordenada.

    El intercambio fue rápido, casi coreográfico. Un asistente tomó las maletas, otro ofreció a Clara su sombrero, y Katherine, con la naturalidad de quien lo ha hecho mil veces, subió al helicóptero sin esperar indicaciones. Ezra la siguió, ajustando su reloj inteligente, el último en el mercado, y detrás de ellos subieron Nini y la pequeña, que aún sostenía un pequeño peluche entre los brazos.

    En cuestión de minutos, las hélices rugieron con más fuerza, y el helicóptero se elevó, dejando atrás el aeropuerto de Niza. Bajo ellos, la costa se desplegaba como un sueño familiar. Katherine apoyó la frente contra el vidrio y vio, a lo lejos, el punto blanco de la mansión, rodeado de jardines y con el mar respirando a pocos metros.

    Otro verano en Mónaco.

    ╰┈ • ┈ 𝙁𝙞𝙣 𝙙𝙚𝙡 𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ┈• ┈╯


    ·༻𝗣𝗥𝗘𝗦𝗘𝗡𝗧𝗘༺·


    Katherine estaba en su despacho, con las mangas de la blusa arremangadas hasta los codos y un mechón suelto cayéndole sobre el rostro. Había pasado la última hora ordenando expedientes y archivando casos viejos en cajas de cartón que ya casi no cabían en la repisa. El sonido del papel y el roce de las carpetas la mantenían concentrada, o al menos lo intentaban.

    La puerta, que permanecía entreabierta, se golpeó suavemente desde el otro lado. La joven abogada alzó la vista justo cuando la figura de Rachel apareció en el marco, recostada con naturalidad, como si el umbral de esa habitación fuese su hábitat natural.

    —¿Vas a invitar a tu hermano? —preguntó con una sonrisa apenas perceptible.

    Katherine suspiró, apoyando el último expediente sobre la mesa. Sabía exactamente a qué se refería.

    —No lo creo. La cena de presentación con papá está bien. —Su voz fue firme, aunque un dejo de duda se coló entre las palabras—. Hace tiempo que no veo a Ezra, sobre todo desde que se fue a Londres. Tal vez deberíamos dejarlo para otra ocasión.

    Rachel asintió despacio, comprendiendo. La pelinegra se acercó un par de pasos, con esa calma suya que contrastaba con la tensión que siempre flotaba en el aire cuando el apellido Hamilton estaba de por medio.

    —¿Tienes algún menú planeado? —preguntó, arqueando una ceja con un tono casi juguetón.

    Katherine la miró, incrédula, como si acabara de escuchar la pregunta más absurda del día.

    —Definitivamente tengo un menú planeado —respondió, dejando el archivo con un golpe seco dentro de la caja—. También tengo los outfits planeados, la decoración de la mesa planeada, y no quiero que ni un puto cubierto esté fuera de su lugar.

    El tono de su voz se endureció al final, cargado de ese perfeccionismo que a veces era su refugio, y otras, su condena.

    Rachel no dijo nada. Solo se acercó hasta quedar frente a ella, tomó su rostro con ambas manos y le dio un beso lento, el tipo de beso que desarma cualquier estructura cuidadosamente construida.

    —Entonces —susurró contra sus labios, con una media sonrisa—, vamos a dar una cena perfecta este sábado.
    ⤷ ゛𝙲𝚑𝚒𝚌𝚊𝚐𝚘 – 𝙻𝚘𝚞𝚒𝚜 𝚃𝚘𝚖𝚕𝚒𝚗𝚜𝚘𝚗 ˎˊ˗ ᴜꜱꜱᴇʀ ʀᴏʟ: ╰─ 👤 ─╮ ˚₊ ˚ ‧₊ .:・˚₊ ˚ ‧╰┈➤ [nova_navy_mouse_914] 𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆🌷͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆🌷͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ ℰ𝓃𝓉𝓇𝒶𝒹𝒶 𝒹ℯ𝓁 𝒹𝒾𝒶𝓇𝒾ℴ | ᪐ƽ 𝒹ℯ 𝒜ℊℴ𝓈𝓉ℴ Si hay algo que extraño de mi niñez, sin duda alguna serían los veranos en Mónaco. Había algo casi irreal en esos días —el sol siempre parecía brillar distinto sobre el mar, el aire olía a sal, y el mundo entero se reducía a una sucesión de risas, chapuzones y promesas de que todo sería eterno. Recuerdo las playas, doradas y ruidosas, las caminatas descalza sobre la arena caliente, el sonido de las gaviotas mezclándose con la música que salía desde la terraza de la mansión. La casa… Era más que un hogar temporal. Era un escenario de lujo y caos donde cuatro familias se fundían en una sola. Adultos con copas en la mano riendo entre conversaciones interminables, y nosotros, los niños, corriendo entre pasillos que parecían no tener fin. Nos escabullíamos a los cuartos para hacer pijamadas improvisadas, nos escondíamos debajo de las mesas del comedor, inventábamos historias de fantasmas y hacíamos pactos que jurábamos cumplir incluso de adultos. No dudaba ni por un segundo que aquellos veranos habían sido los mejores de mi vida. O al menos así fueron… Hasta que Deran dejó de ir. (…) 𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆🌷͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ𓂃˖˳·˖ ִֶָ ⋆🌷͙⋆ ִֶָ˖·˳˖𓂃 ִֶָ ╭┈ • ┈┈┈ 𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ┈┈• ┈╮ El vuelo privado descendía suavemente entre las nubes, y el murmullo constante de los motores era casi un arrullo más que un ruido. Katherine observaba por la ventanilla, viendo cómo el azul del cielo se deshacía en el horizonte y el mar de Niza se extendía debajo como una seda brillante. Frente a ella, Olivia dormía con la cabeza recostada sobre su hombro, un mechón rebelde pegado a su mejilla. Ezra, en cambio, permanecía al otro lado del pasillo, con un libro abierto. Para la joven rubia, aquello no tenía nada de extraordinario. Era lo de siempre: el vuelo privado, los asientos de cuero marfil, las cortinas de lino beige, la bandeja de plata con jugo recién exprimido y los croissants aún tibios. El piloto ya había anunciado que aterrizarían en cuestión de minutos, y ella ni siquiera levantó la vista. Estaba acostumbrada. Ese era el ritmo natural de los Hamilton —una familia para la que el lujo no era un privilegio, sino una costumbre. Cuando el avión tocó tierra, el movimiento fue tan suave que apenas se notó. Nini, la niñera, se apresuró a despertar a su hermana menor con una sonrisa, mientras Clara, su madre, revisaba distraídamente su teléfono y Nicolas, su padre, hablaba con uno de los asistentes de vuelo, organizando el siguiente tramo del viaje. Apenas descendieron por la escalerilla, el aire cálido del mediodía los envolvió. En la pista privada los esperaba un helicóptero negro con los emblemas dorados de la familia grabados en los costados. Las hélices giraban lentamente, haciendo que los cabellos, castaño claro, de Olivia se levantaran como una corona desordenada. El intercambio fue rápido, casi coreográfico. Un asistente tomó las maletas, otro ofreció a Clara su sombrero, y Katherine, con la naturalidad de quien lo ha hecho mil veces, subió al helicóptero sin esperar indicaciones. Ezra la siguió, ajustando su reloj inteligente, el último en el mercado, y detrás de ellos subieron Nini y la pequeña, que aún sostenía un pequeño peluche entre los brazos. En cuestión de minutos, las hélices rugieron con más fuerza, y el helicóptero se elevó, dejando atrás el aeropuerto de Niza. Bajo ellos, la costa se desplegaba como un sueño familiar. Katherine apoyó la frente contra el vidrio y vio, a lo lejos, el punto blanco de la mansión, rodeado de jardines y con el mar respirando a pocos metros. Otro verano en Mónaco. ╰┈ • ┈ 𝙁𝙞𝙣 𝙙𝙚𝙡 𝙁𝙡𝙖𝙨𝙝𝙗𝙖𝙘𝙠 ┈• ┈╯ ·༻𝗣𝗥𝗘𝗦𝗘𝗡𝗧𝗘༺· Katherine estaba en su despacho, con las mangas de la blusa arremangadas hasta los codos y un mechón suelto cayéndole sobre el rostro. Había pasado la última hora ordenando expedientes y archivando casos viejos en cajas de cartón que ya casi no cabían en la repisa. El sonido del papel y el roce de las carpetas la mantenían concentrada, o al menos lo intentaban. La puerta, que permanecía entreabierta, se golpeó suavemente desde el otro lado. La joven abogada alzó la vista justo cuando la figura de Rachel apareció en el marco, recostada con naturalidad, como si el umbral de esa habitación fuese su hábitat natural. —¿Vas a invitar a tu hermano? —preguntó con una sonrisa apenas perceptible. Katherine suspiró, apoyando el último expediente sobre la mesa. Sabía exactamente a qué se refería. —No lo creo. La cena de presentación con papá está bien. —Su voz fue firme, aunque un dejo de duda se coló entre las palabras—. Hace tiempo que no veo a Ezra, sobre todo desde que se fue a Londres. Tal vez deberíamos dejarlo para otra ocasión. Rachel asintió despacio, comprendiendo. La pelinegra se acercó un par de pasos, con esa calma suya que contrastaba con la tensión que siempre flotaba en el aire cuando el apellido Hamilton estaba de por medio. —¿Tienes algún menú planeado? —preguntó, arqueando una ceja con un tono casi juguetón. Katherine la miró, incrédula, como si acabara de escuchar la pregunta más absurda del día. —Definitivamente tengo un menú planeado —respondió, dejando el archivo con un golpe seco dentro de la caja—. También tengo los outfits planeados, la decoración de la mesa planeada, y no quiero que ni un puto cubierto esté fuera de su lugar. El tono de su voz se endureció al final, cargado de ese perfeccionismo que a veces era su refugio, y otras, su condena. Rachel no dijo nada. Solo se acercó hasta quedar frente a ella, tomó su rostro con ambas manos y le dio un beso lento, el tipo de beso que desarma cualquier estructura cuidadosamente construida. —Entonces —susurró contra sus labios, con una media sonrisa—, vamos a dar una cena perfecta este sábado.
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  • Donde el hambre y la sed se encuentran.
    Fandom OC
    Categoría Suspenso
    Rol con: Lyra Velvetthorn

    El interior de la casa tenía una fragancia floral, la madera crujía ligeramente al caminar.
    La entrada era un pasillo de paredes amarillas adornadas con lineas verticales de color negro. Un pequeño mueble de madera oscura con detalles en dorado tenía un par de cosas encima, entre ellas un libro de portada gastada, una foto de un hombre rubio y una pequeña rosa de papel.
    En las paredes habían cuadros varios, uno de una chica de cabello rojo y ojos esmeralda, otro de una chica rubia de ojos carmesí que parecía llevar un vestido algo anticuado y un cuadro simple del cielo estrellado.
    El pasillo era extenso, pero Elías dirigió a la chica hacia la sala a la izquierda, sala que la chica había visto anteriormente a través de la ventana.
    Una chimenea de mármol encendida con un broche en la parte superior, estanterías llenas de libros, algunos con portadas cuidadas y otros desgastados por el tiempo.
    Un sillón individual, el asiento habitual de Elías y un sofá donde normalmente se sentaban las visitas.
    En el centro de la sala, cerca de los asientos, una pequeña mesa de madera clara, un par de ligeras manchas por los años de uso, pero en perfecto estado, sobre la misma, un pequeño jarrón con dos rosas rojas espinadas.
    La luz del techo alumbraba casi toda la sala, a excepción de las esquinas donde se acumulaba levemente la oscuridad.
    No había más sonido que el de las brasas de la chimenea, hasta que Elías señaló el sofá.
    Su voz resonó baja, cálida, sin curiosidad ni prisa — Siéntate. Te prepararé algo caliente. — Pensó que era lo mejor, después de todo, fuera hacia frío.

    El vapor del té comenzó a llenar la estancia, disolviendo poco a poco el frío del exterior.

    Elías colocó un juego de té en la mesa y rellenó ambas tazas antes de tomar asiento. Su mirada se posó sobre la chica, apoyó la cabeza en su mano y con voz calmada respondió a la pregunta que le habían hecho. — Si, vivo solo. — Aunque no fue siempre el caso, no valía la pena contar sobre los anteriores acompañantes del demonio.

    Era misterioso, un demonio con craneo de lobo, cuernos de cabra y proporciones exageradas, cualquiera hubiera salido corriendo. La ropa de Elías, una túnica negra con detalles grises que cubría completamente su forma, de mangas grandes y caídas, un chaleco de cuero en el hueco visible de la túnica, un jean totalmente negro y zapatos de vestir, guantes cubrían sus manos pero lo más curioso era la tela roja que unía sus cuernos por la parte trasera de su cráneo , la cual dejaba caer unos hilos dorados por su cuello, siendo este la única parte donde su piel era visible, de un color morado, casi enfermizo de cierta forma.
    Rol con: [legend_onyx_bull_636] El interior de la casa tenía una fragancia floral, la madera crujía ligeramente al caminar. La entrada era un pasillo de paredes amarillas adornadas con lineas verticales de color negro. Un pequeño mueble de madera oscura con detalles en dorado tenía un par de cosas encima, entre ellas un libro de portada gastada, una foto de un hombre rubio y una pequeña rosa de papel. En las paredes habían cuadros varios, uno de una chica de cabello rojo y ojos esmeralda, otro de una chica rubia de ojos carmesí que parecía llevar un vestido algo anticuado y un cuadro simple del cielo estrellado. El pasillo era extenso, pero Elías dirigió a la chica hacia la sala a la izquierda, sala que la chica había visto anteriormente a través de la ventana. Una chimenea de mármol encendida con un broche en la parte superior, estanterías llenas de libros, algunos con portadas cuidadas y otros desgastados por el tiempo. Un sillón individual, el asiento habitual de Elías y un sofá donde normalmente se sentaban las visitas. En el centro de la sala, cerca de los asientos, una pequeña mesa de madera clara, un par de ligeras manchas por los años de uso, pero en perfecto estado, sobre la misma, un pequeño jarrón con dos rosas rojas espinadas. La luz del techo alumbraba casi toda la sala, a excepción de las esquinas donde se acumulaba levemente la oscuridad. No había más sonido que el de las brasas de la chimenea, hasta que Elías señaló el sofá. Su voz resonó baja, cálida, sin curiosidad ni prisa — Siéntate. Te prepararé algo caliente. — Pensó que era lo mejor, después de todo, fuera hacia frío. El vapor del té comenzó a llenar la estancia, disolviendo poco a poco el frío del exterior. Elías colocó un juego de té en la mesa y rellenó ambas tazas antes de tomar asiento. Su mirada se posó sobre la chica, apoyó la cabeza en su mano y con voz calmada respondió a la pregunta que le habían hecho. — Si, vivo solo. — Aunque no fue siempre el caso, no valía la pena contar sobre los anteriores acompañantes del demonio. Era misterioso, un demonio con craneo de lobo, cuernos de cabra y proporciones exageradas, cualquiera hubiera salido corriendo. La ropa de Elías, una túnica negra con detalles grises que cubría completamente su forma, de mangas grandes y caídas, un chaleco de cuero en el hueco visible de la túnica, un jean totalmente negro y zapatos de vestir, guantes cubrían sus manos pero lo más curioso era la tela roja que unía sus cuernos por la parte trasera de su cráneo , la cual dejaba caer unos hilos dorados por su cuello, siendo este la única parte donde su piel era visible, de un color morado, casi enfermizo de cierta forma.
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  • Tengo mil trucos , bajo mi mangas bueno más bien trucos ~
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  • 𝕂𝕆𝕂𝕌𝕊ℍ𝕀𝔹𝕆 上弦の壱
    Daki

    *Luego de haber reclutado a una peculiar demonio y escuchar su historia, se habia mostrado extremadamente historia en su relato de poderosos demonios como parte de un grupo. Y intrigada por esto deseaba conocer al numero uno. Por lo que pidio a su nueva acompañante que le guiara al lugar. Caminando a un lado de esta la pequeña figura de no mas de 1.40 de alto, grandes cuernos y mangas largas que cubren sus manos volteaba a ver a la demonio* Y este demonio Luna Superior 1 realmente es el mas fuerte de todos cierto? Ya quiero ver que es capaz de hacer

    *Lo decia con una sonrisa emocionada en el rostro ansiosa por verlo en combate, y ver con sus propios ojos que era capaz de hacer en una pelea* Es ahi? *Señalo un santuario de apariencia tradicional a la distancia. Con luces en las ventanas probablemente por alguna vela encendida*
    [Upper1] [daki_demon6] *Luego de haber reclutado a una peculiar demonio y escuchar su historia, se habia mostrado extremadamente historia en su relato de poderosos demonios como parte de un grupo. Y intrigada por esto deseaba conocer al numero uno. Por lo que pidio a su nueva acompañante que le guiara al lugar. Caminando a un lado de esta la pequeña figura de no mas de 1.40 de alto, grandes cuernos y mangas largas que cubren sus manos volteaba a ver a la demonio* Y este demonio Luna Superior 1 realmente es el mas fuerte de todos cierto? Ya quiero ver que es capaz de hacer *Lo decia con una sonrisa emocionada en el rostro ansiosa por verlo en combate, y ver con sus propios ojos que era capaz de hacer en una pelea* Es ahi? *Señalo un santuario de apariencia tradicional a la distancia. Con luces en las ventanas probablemente por alguna vela encendida*
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  • Soy El dios del engaño , tengo más de miles trucos bajo de mi mangas .
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  • -¡Tadaa~! ¿Qué te parece? ¡El universo entero dentro de un solo atuendo!

    *Gira sobre sí misma dejando que las mangas llenas de estrellas ondeen como un firmamento viviente, su alegría siempre desbordante se veía al mostrárselo a todos.*

    -He estado ajustando un poco el tejido del espacio-tiempo para hacerlo más a la... Moda. ¡Y mira estas esferas! Son cúmulos de energía estelar comprimidos, perfectos para iluminar cualquier dimensión~

    -¿Sabías que cada punto brillante aquí representa un pequeño sistema solar? Así puedo llevar conmigo a todos mis pequeñas creaciones, sin importar a dónde vaya.

    *Ríe suavemente mientras su halo gira como una órbita dorada.*

    -Ehehe~ No todo tiene que ser tan serio en el cosmos. A veces, el universo también necesita un poco de estilo, ¿no crees?
    -¡Tadaa~! ¿Qué te parece? ¡El universo entero dentro de un solo atuendo! *Gira sobre sí misma dejando que las mangas llenas de estrellas ondeen como un firmamento viviente, su alegría siempre desbordante se veía al mostrárselo a todos.* -He estado ajustando un poco el tejido del espacio-tiempo para hacerlo más a la... Moda. ¡Y mira estas esferas! Son cúmulos de energía estelar comprimidos, perfectos para iluminar cualquier dimensión~ -¿Sabías que cada punto brillante aquí representa un pequeño sistema solar? Así puedo llevar conmigo a todos mis pequeñas creaciones, sin importar a dónde vaya. *Ríe suavemente mientras su halo gira como una órbita dorada.* -Ehehe~ No todo tiene que ser tan serio en el cosmos. A veces, el universo también necesita un poco de estilo, ¿no crees?
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  • Chopin: Piano Concerto No. 1 e-minor

    Siempre que tocaba una presentación con sus alumnos de la orquesta estaba bastante relajado, confiaba mucho en sus estudiantes como para sentirse preocupado como director. Además, tener el control dirigiendo la orquesta le daba la suficiente calma para abordar el recital. Tenía una rutina, hacia un ensayo general dos días antes para pulir los pequeños errores, el día siguiente escoge una prenda que usaría si el mismo estuviera en la orquesta como músico y no como director, y luego la noche antes les manda muchos mensajes alentadores a los participantes, como la persona nerviosa que era, no quería permitirse que alguno de los que estaba guiando se sintieran como él durante su camino por la academia de música.

    Era lamentable que esta vez las cosas fueran por completo distintas, una colega en la academia le aviso con tres días de anticipación que su pianista estaba dispuesto para su orquesta, le pidió con tanta urgencia que por favor fuera él quien tocara el piano que se sintió algo mal de rechazar, no le gustaban los contratiempos, o las sorpresas que rompieran con su tranquilidad, estuvo los siguientes días practicando de forma casi obsesiva las piezas que recordaba a medias de la universidad, y para cuando llegó el momento en el que quería escoger una prenda de ropa que le hiciera sentir tranquilo, también se vio limitado por el código de vestimenta de la directora de esta ocasión, camisa con mangas oscura y pantalón de vestir oscuro. No quería hablar de lo incómodo que estaba, pero sabía que parecía un enfermo de tuberculosis de la época victoriana, esos colores lo hacían ver más pálido y con las ojeras más pronunciadas de lo que esperaba, mínimo el pantalón le quedaba lo suficientemente bien como para no parecer que usaba ropa demasiado ancha.

    Quería salir de eso lo antes posible, pues pareciera que todo el mundo esperaba que fuera su pianista para hacer arreglos y ensayos generales de obras de ópera y ballet esa semana, si de por sí ya no dormía bien, todo por aquella época del año enloquecía un poco. Llegó al auditorio temprano, habló con algunos de los estudiantes de la orquesta, que parecían tener el mismo aburrido traje (más parecido a un uniforme que a cualquier cosa) pero los ojos llenos de alegría y esperanza, Yuiichi solo pudo sonreírles después de presentarse, una sonrisa incómoda que le hacía sonrojarse ante la vergüenza de ser observado por tantas personas, era divertido, siempre después de la presentaciones la gente la hacía notar que estaba tan rojo que no sabían si hacía calor o el aire acondicionado del auditorio estaba dañado.

    Antes de empezar habló con la directora, siempre manteniendo su cara amable, y escuchando con atención las instrucciones de la mujer de mediana edad, que por alguna razón, criticaba mucho su cabello largo y despeinado a lo largo de la conversación, haciéndolo sentir un poco más fatigado desde que había aceptado aquel favor. Recordaba la sensación de las teclas que estuvo tocando durante sus largas prácticas en la yema de los dedos mientras estaba frente a la entrada de la orquesta, mentiría si dijera que no se sentía algo mal, solo haría lo que le gustaba, frente a varias personas que desconocía, una directora prepotente y unos músicos que no apenas había conocido. Solo iba a respirar toda la presentación y se centraría en el piano. Después de todo, no se quedaría para la celebración, ya lo había hablado con todo el mundo que estaba muy ocupado las siguientes dos semanas, y el tiempo que había invertido en este recital en realidad debería haberlo usado para aprenderse completo El Cascanueces, pues todavía no podía con algunos de los arpegios de Sugar Plum Fairy.

    Cuando entró solo miró a un punto fijo en la cara de nadie en particular en la presentación, se inclinó y decidió empezar su presentación para la que había practicado de forma insana.

    Y debía decir, que a pesar de todos sus miedos, la presentación había salido bastante bien, hubo uno que otro momento donde uno de los violinistas ¿o eran dos distintos? Se confundió en varias notas, pero nada del otro mundo, hasta a los mejores les pasa, Yuiichi solo mantuvo la serenidad, se despidió del público y una vez en la sala de los músicos hizo lo mismo con cada uno de ellos, incluyendo de la directora de la orquesta, luego solo fue a cambiarse la camisa que tanto odiaba el color por una más clara, con mangas anchas y cuello un poco alto que se cerraba con unos lazos a los costados, debía salir casi corriendo si quería llegar al metro que salía en unos diez minutos para llegar al espacio donde se llevaría a cabo el ensayo general de El Cascanueces.
    Chopin: Piano Concerto No. 1 e-minor Siempre que tocaba una presentación con sus alumnos de la orquesta estaba bastante relajado, confiaba mucho en sus estudiantes como para sentirse preocupado como director. Además, tener el control dirigiendo la orquesta le daba la suficiente calma para abordar el recital. Tenía una rutina, hacia un ensayo general dos días antes para pulir los pequeños errores, el día siguiente escoge una prenda que usaría si el mismo estuviera en la orquesta como músico y no como director, y luego la noche antes les manda muchos mensajes alentadores a los participantes, como la persona nerviosa que era, no quería permitirse que alguno de los que estaba guiando se sintieran como él durante su camino por la academia de música. Era lamentable que esta vez las cosas fueran por completo distintas, una colega en la academia le aviso con tres días de anticipación que su pianista estaba dispuesto para su orquesta, le pidió con tanta urgencia que por favor fuera él quien tocara el piano que se sintió algo mal de rechazar, no le gustaban los contratiempos, o las sorpresas que rompieran con su tranquilidad, estuvo los siguientes días practicando de forma casi obsesiva las piezas que recordaba a medias de la universidad, y para cuando llegó el momento en el que quería escoger una prenda de ropa que le hiciera sentir tranquilo, también se vio limitado por el código de vestimenta de la directora de esta ocasión, camisa con mangas oscura y pantalón de vestir oscuro. No quería hablar de lo incómodo que estaba, pero sabía que parecía un enfermo de tuberculosis de la época victoriana, esos colores lo hacían ver más pálido y con las ojeras más pronunciadas de lo que esperaba, mínimo el pantalón le quedaba lo suficientemente bien como para no parecer que usaba ropa demasiado ancha. Quería salir de eso lo antes posible, pues pareciera que todo el mundo esperaba que fuera su pianista para hacer arreglos y ensayos generales de obras de ópera y ballet esa semana, si de por sí ya no dormía bien, todo por aquella época del año enloquecía un poco. Llegó al auditorio temprano, habló con algunos de los estudiantes de la orquesta, que parecían tener el mismo aburrido traje (más parecido a un uniforme que a cualquier cosa) pero los ojos llenos de alegría y esperanza, Yuiichi solo pudo sonreírles después de presentarse, una sonrisa incómoda que le hacía sonrojarse ante la vergüenza de ser observado por tantas personas, era divertido, siempre después de la presentaciones la gente la hacía notar que estaba tan rojo que no sabían si hacía calor o el aire acondicionado del auditorio estaba dañado. Antes de empezar habló con la directora, siempre manteniendo su cara amable, y escuchando con atención las instrucciones de la mujer de mediana edad, que por alguna razón, criticaba mucho su cabello largo y despeinado a lo largo de la conversación, haciéndolo sentir un poco más fatigado desde que había aceptado aquel favor. Recordaba la sensación de las teclas que estuvo tocando durante sus largas prácticas en la yema de los dedos mientras estaba frente a la entrada de la orquesta, mentiría si dijera que no se sentía algo mal, solo haría lo que le gustaba, frente a varias personas que desconocía, una directora prepotente y unos músicos que no apenas había conocido. Solo iba a respirar toda la presentación y se centraría en el piano. Después de todo, no se quedaría para la celebración, ya lo había hablado con todo el mundo que estaba muy ocupado las siguientes dos semanas, y el tiempo que había invertido en este recital en realidad debería haberlo usado para aprenderse completo El Cascanueces, pues todavía no podía con algunos de los arpegios de Sugar Plum Fairy. Cuando entró solo miró a un punto fijo en la cara de nadie en particular en la presentación, se inclinó y decidió empezar su presentación para la que había practicado de forma insana. Y debía decir, que a pesar de todos sus miedos, la presentación había salido bastante bien, hubo uno que otro momento donde uno de los violinistas ¿o eran dos distintos? Se confundió en varias notas, pero nada del otro mundo, hasta a los mejores les pasa, Yuiichi solo mantuvo la serenidad, se despidió del público y una vez en la sala de los músicos hizo lo mismo con cada uno de ellos, incluyendo de la directora de la orquesta, luego solo fue a cambiarse la camisa que tanto odiaba el color por una más clara, con mangas anchas y cuello un poco alto que se cerraba con unos lazos a los costados, debía salir casi corriendo si quería llegar al metro que salía en unos diez minutos para llegar al espacio donde se llevaría a cabo el ensayo general de El Cascanueces.
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  • Vuelvo a borrar el cuello y las mangas de la chaqueta que sigo dibujando, desde ayer estuve diseñando y rediseñando los vestidos de novia.
    Nunca había creado mi propia línea para vestidos de novia.

    Ahora intento crear nuevos diseños para Otoño-Invierno.
    Rezo cada día para que no me abandone la inspiración.
    Vuelvo a borrar el cuello y las mangas de la chaqueta que sigo dibujando, desde ayer estuve diseñando y rediseñando los vestidos de novia. Nunca había creado mi propia línea para vestidos de novia. Ahora intento crear nuevos diseños para Otoño-Invierno. Rezo cada día para que no me abandone la inspiración.
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