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    -Ahí estaba nuestra querida Jinx, balanceando su larga trenza, comenzando a bailar al ritmo de la música, moviendo sus caderas de un lado a otro.

    Mientras bailaba, Jinx señalaba con la mano derecha al pobre tiburón. El animal la miraba confuso, sin entender por qué ella le cantaba de esa manera. Pero Jinx seguía, repitiendo una y otra vez-

    ¡Ahí está, el tiburón!
    Se la llevó el tiburón, el tiburón
    ¡Ahí está, el tiburón!

    (Posdata: Quién no conozca el tema del tiburón, le pegó un tiro. AHAHAHA!)
    -Ahí estaba nuestra querida Jinx, balanceando su larga trenza, comenzando a bailar al ritmo de la música, moviendo sus caderas de un lado a otro. Mientras bailaba, Jinx señalaba con la mano derecha al pobre tiburón. El animal la miraba confuso, sin entender por qué ella le cantaba de esa manera. Pero Jinx seguía, repitiendo una y otra vez- ¡Ahí está, el tiburón! Se la llevó el tiburón, el tiburón ¡Ahí está, el tiburón! 🎶 (Posdata: Quién no conozca el tema del tiburón, le pegó un tiro. AHAHAHA!)
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  • La música es mi debilidad , por eso la practico a todo momento
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    Buenas Tardes gente
    aqui trabajando como buen adulto jaja
    peor mientras pongo música de fondo

    https://youtu.be/ho1RzYneMtM?si=IBVTmtYUYdSo_xJy
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  • Se desploma en el sillón que tiene detrás y sin hacer ningún gesto prende la pantalla de su Televisor en el frente, para distraerse luego de un largo día evitando ser visto por esos desgraciados agentes en cubierto.

    Cierra los ojos dejando un canal de música de fondo, un Jazz un género que no existe en su línea pero le agradaba a su devorador de mentes.
    Se desploma en el sillón que tiene detrás y sin hacer ningún gesto prende la pantalla de su Televisor en el frente, para distraerse luego de un largo día evitando ser visto por esos desgraciados agentes en cubierto. Cierra los ojos dejando un canal de música de fondo, un Jazz un género que no existe en su línea pero le agradaba a su devorador de mentes.
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  • — Se ha puesto la música a todo volumen y esta practicando su air guitar, por que es una habilidad que tampoco se puede descuidar. —

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • .
    La noche era perfecta, al menos en apariencia. El Teatro de Bronce vibraba con el murmullo de una multitud ansiosa. Charlotte "Lottie" Sinclair aguardaba entre bastidores, ajustando las correas de su traje mecánico. Los engranajes de su corsé brillaban bajo la tenue luz del camerino, mientras Eloise le daba los últimos toques al diseño.

    —Es una obra maestra, como siempre —dijo Eloise con una sonrisa confiada.

    Lottie asintió, aunque su mirada estaba fija en el arnés suspendido sobre ella. Esa noche, "El Vuelo de la Alondra" incluiría un nuevo mecanismo diseñado por Gideon, una serie de alas mecánicas que debían desplegarse en pleno vuelo, iluminadas con un intrincado sistema de luces de vapor.

    —Todo saldrá bien, Lottie —dijo Gideon, ajustando el micrófono de relojería en su cuello. Su tono era calmado, pero el leve temblor de sus manos traicionaba su nerviosismo.

    —Más te vale, Thorne —respondió ella con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente—. Si algo falla, improvisaré. Como siempre.

    Momentos después, las luces del teatro se apagaron, y un silencio reverente llenó la sala. Cuando el telón se alzó, una tenue niebla de vapor envolvió el escenario. La música comenzó, y Lottie emergió entre la bruma, suspendida en el aire por cables apenas visibles.

    El espectáculo avanzaba sin problemas hasta el clímax, cuando las alas mecánicas debían desplegarse en todo su esplendor. Lottie cantaba una nota alta, su voz resonando con fuerza, mientras giraba en el aire con movimientos calculados. Pero en el momento crucial, un chasquido metálico resonó por encima de la música.

    Las alas no se desplegaron.

    Un murmullo recorrió al público, pero Lottie no titubeó. Su experiencia y talento tomaron el control. A medida que descendía en un elegante giro, comenzó a usar su cuerpo y el movimiento de los cables para simular el aleteo que las alas habrían realizado. Sus manos se alzaron en movimientos fluidos, como si estuviera guiando la luz misma que la rodeaba.

    La audiencia, ajena al fallo técnico, quedó cautivada. La música siguió su curso, y Lottie cantó con una intensidad renovada, llenando el teatro con una energía tan abrumadora que nadie notó la ausencia del mecanismo. Cuando terminó la última nota, un estruendoso aplauso llenó el lugar.

    El telón cayó, y Lottie se dejó caer en el arnés con un suspiro profundo. Sus piernas temblaban por el esfuerzo, y el sudor perlaba su frente.

    —¡Lottie! —La voz de Gideon se escuchó antes de que él apareciera corriendo desde los bastidores.

    Él trepó rápidamente a la plataforma donde ella estaba suspendida y, sin dudarlo, comenzó a soltar los mecanismos que la mantenían en el aire.

    —¡Dime que estás bien! —dijo, revisando cada hebilla y engranaje mientras su rostro reflejaba una mezcla de pánico y culpa.

    Lottie dejó escapar una risa cansada.

    —Estoy bien, Gideon. Solo fue... un poco más intenso de lo esperado.

    —El sistema falló. Las alas... No sé cómo no se dieron cuenta.

    —Porque improvisé. —Ella le dedicó una sonrisa ladeada mientras él la ayudaba a bajar al suelo—. Eso es lo que hago.

    Él la miró por un momento, sus manos todavía apoyadas en su cintura para estabilizarla.

    —Siempre dices eso, pero no debería ser así. No debería depender de ti salvarlo todo.

    Lottie tocó su hombro con suavidad.

    —Confío en ti, Gideon. Esta vez no salió como planeamos, pero lo lograremos. Siempre lo hacemos.

    Gideon asintió, aunque su expresión seguía tensa. Mientras ella se alejaba hacia su camerino, acompañada de aplausos que aún resonaban desde el otro lado del telón, él se quedó allí, prometiéndose a sí mismo que jamás volvería a fallar.

    Y aunque la noche no fue perfecta, para Lottie, el espectáculo había cumplido su propósito: conmover al público y recordarles la belleza de lo inesperado.

    . La noche era perfecta, al menos en apariencia. El Teatro de Bronce vibraba con el murmullo de una multitud ansiosa. Charlotte "Lottie" Sinclair aguardaba entre bastidores, ajustando las correas de su traje mecánico. Los engranajes de su corsé brillaban bajo la tenue luz del camerino, mientras Eloise le daba los últimos toques al diseño. —Es una obra maestra, como siempre —dijo Eloise con una sonrisa confiada. Lottie asintió, aunque su mirada estaba fija en el arnés suspendido sobre ella. Esa noche, "El Vuelo de la Alondra" incluiría un nuevo mecanismo diseñado por Gideon, una serie de alas mecánicas que debían desplegarse en pleno vuelo, iluminadas con un intrincado sistema de luces de vapor. —Todo saldrá bien, Lottie —dijo Gideon, ajustando el micrófono de relojería en su cuello. Su tono era calmado, pero el leve temblor de sus manos traicionaba su nerviosismo. —Más te vale, Thorne —respondió ella con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente—. Si algo falla, improvisaré. Como siempre. Momentos después, las luces del teatro se apagaron, y un silencio reverente llenó la sala. Cuando el telón se alzó, una tenue niebla de vapor envolvió el escenario. La música comenzó, y Lottie emergió entre la bruma, suspendida en el aire por cables apenas visibles. El espectáculo avanzaba sin problemas hasta el clímax, cuando las alas mecánicas debían desplegarse en todo su esplendor. Lottie cantaba una nota alta, su voz resonando con fuerza, mientras giraba en el aire con movimientos calculados. Pero en el momento crucial, un chasquido metálico resonó por encima de la música. Las alas no se desplegaron. Un murmullo recorrió al público, pero Lottie no titubeó. Su experiencia y talento tomaron el control. A medida que descendía en un elegante giro, comenzó a usar su cuerpo y el movimiento de los cables para simular el aleteo que las alas habrían realizado. Sus manos se alzaron en movimientos fluidos, como si estuviera guiando la luz misma que la rodeaba. La audiencia, ajena al fallo técnico, quedó cautivada. La música siguió su curso, y Lottie cantó con una intensidad renovada, llenando el teatro con una energía tan abrumadora que nadie notó la ausencia del mecanismo. Cuando terminó la última nota, un estruendoso aplauso llenó el lugar. El telón cayó, y Lottie se dejó caer en el arnés con un suspiro profundo. Sus piernas temblaban por el esfuerzo, y el sudor perlaba su frente. —¡Lottie! —La voz de Gideon se escuchó antes de que él apareciera corriendo desde los bastidores. Él trepó rápidamente a la plataforma donde ella estaba suspendida y, sin dudarlo, comenzó a soltar los mecanismos que la mantenían en el aire. —¡Dime que estás bien! —dijo, revisando cada hebilla y engranaje mientras su rostro reflejaba una mezcla de pánico y culpa. Lottie dejó escapar una risa cansada. —Estoy bien, Gideon. Solo fue... un poco más intenso de lo esperado. —El sistema falló. Las alas... No sé cómo no se dieron cuenta. —Porque improvisé. —Ella le dedicó una sonrisa ladeada mientras él la ayudaba a bajar al suelo—. Eso es lo que hago. Él la miró por un momento, sus manos todavía apoyadas en su cintura para estabilizarla. —Siempre dices eso, pero no debería ser así. No debería depender de ti salvarlo todo. Lottie tocó su hombro con suavidad. —Confío en ti, Gideon. Esta vez no salió como planeamos, pero lo lograremos. Siempre lo hacemos. Gideon asintió, aunque su expresión seguía tensa. Mientras ella se alejaba hacia su camerino, acompañada de aplausos que aún resonaban desde el otro lado del telón, él se quedó allí, prometiéndose a sí mismo que jamás volvería a fallar. Y aunque la noche no fue perfecta, para Lottie, el espectáculo había cumplido su propósito: conmover al público y recordarles la belleza de lo inesperado.
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  • La luz del mediodía se colaba entre las persianas torcidas de la oficina de Shoko, iluminando partículas de polvo que flotaban perezosamente en el aire. Con los pies descalzos y un cigarrillo apagado entre los labios, observó el desastre a su alrededor: papeles desparramados, cajas de medicamentos mal apiladas y una taza con algo que había dejado de ser café hacía días.

    — Bueno, esto es deprimente. — murmuró, soltando el cigarrillo en un cenicero ya colmado.

    Abrió una ventana para dejar entrar el aire fresco y, tras un suspiro resignado, se ató el cabello en un moño desordenado. En un acto más de aburrimiento que de convicción, comenzó a recoger hojas sueltas, tarareando una melodía que poco a poco se convirtió en una canción.

    “ Ah ~ poison on the inside, I could be your antidote tonight. "

    Su voz resonaba en el espacio vacío mientras apilaba los papeles en una esquina de su escritorio. De vez en cuando, movía las caderas al ritmo de la canción, levantando una ceja al encontrar un paquete de cigarrillos vacío bajo un montón de revistas médicas.

    Agarró un trapo húmedo y empezó a limpiar las superficies, cantando ahora a todo pulmón.

    “I could play the doctor, I can cure your disease. If you were a sinner, I could make you believe."

    Con cada verso, sus movimientos se hacían más exagerados, como si estuviera en un escenario. Limpió la mesa, la lámpara, incluso el marco torcido de una vieja fotografía de su grupo de amigos de la escuela. Una leve sonrisa se asomó al ver la cara de uno de ellos, pero rápidamente la ocultó sacudiendo la cabeza.

    “I can smell your sickness, I can cure ya, cure your disease."

    En un giro particularmente entusiasta, tropezó con una pila de revistas y cayó sentada al suelo con un estruendo. Soltó una carcajada al verse rodeada de desorden nuevamente.

    — Bueno, al menos me queda la música,— dijo en voz alta, retomando la canción desde donde la había dejado, sin intención alguna de parar.
    La luz del mediodía se colaba entre las persianas torcidas de la oficina de Shoko, iluminando partículas de polvo que flotaban perezosamente en el aire. Con los pies descalzos y un cigarrillo apagado entre los labios, observó el desastre a su alrededor: papeles desparramados, cajas de medicamentos mal apiladas y una taza con algo que había dejado de ser café hacía días. — Bueno, esto es deprimente. — murmuró, soltando el cigarrillo en un cenicero ya colmado. Abrió una ventana para dejar entrar el aire fresco y, tras un suspiro resignado, se ató el cabello en un moño desordenado. En un acto más de aburrimiento que de convicción, comenzó a recoger hojas sueltas, tarareando una melodía que poco a poco se convirtió en una canción. “ Ah ~ poison on the inside, I could be your antidote tonight. " Su voz resonaba en el espacio vacío mientras apilaba los papeles en una esquina de su escritorio. De vez en cuando, movía las caderas al ritmo de la canción, levantando una ceja al encontrar un paquete de cigarrillos vacío bajo un montón de revistas médicas. Agarró un trapo húmedo y empezó a limpiar las superficies, cantando ahora a todo pulmón. “I could play the doctor, I can cure your disease. If you were a sinner, I could make you believe." Con cada verso, sus movimientos se hacían más exagerados, como si estuviera en un escenario. Limpió la mesa, la lámpara, incluso el marco torcido de una vieja fotografía de su grupo de amigos de la escuela. Una leve sonrisa se asomó al ver la cara de uno de ellos, pero rápidamente la ocultó sacudiendo la cabeza. “I can smell your sickness, I can cure ya, cure your disease." En un giro particularmente entusiasta, tropezó con una pila de revistas y cayó sentada al suelo con un estruendo. Soltó una carcajada al verse rodeada de desorden nuevamente. — Bueno, al menos me queda la música,— dijo en voz alta, retomando la canción desde donde la había dejado, sin intención alguna de parar.
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  • El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche.

    Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante.

    —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa.

    Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad.

    Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina.

    —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma.

    Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra.

    El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente.

    —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina.

    —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño.

    La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado.

    Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada.

    Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa.

    —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse.

    —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú.

    Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
    El murmullo del bar se mezclaba con el tintineo de vasos y el sonido bajo de una vieja canción de rock. Shoko Ieiri empujó la puerta y dejó que el olor a madera vieja y cerveza derramada la envolviera. Era uno de esos bares pequeños y acogedores donde nadie hacía demasiadas preguntas, justo lo que necesitaba esa noche. Cruzó el lugar con las manos en los bolsillos de su chaqueta y se sentó en un taburete junto a la barra. El bartender, un hombre de cabello canoso y expresión tranquila, le dirigió una mirada interrogante. —Cerveza, la más fría que tengas —dijo Shoko con una media sonrisa. Mientras el hombre llenaba el vaso, Shoko dejó escapar un suspiro y observó a los demás. Había un grupo de amigos jugando dardos, una pareja compartiendo una pizza, y algunos solitarios como ella, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. No era que tuviera algo en contra de la compañía, pero últimamente había aprendido a disfrutar de su propia soledad. Cuando el bartender colocó la cerveza frente a ella, Shoko levantó el vaso en un brindis silencioso y dio el primer trago. El líquido frío le recorrió la garganta, arrancándole una sonrisa genuina. —Esto es exactamente lo que necesitaba —murmuró para sí misma. Con el vaso en la mano, empezó a distraerse mirando los cuadros en las paredes, todos con fotografías de bandas antiguas y algún que otro autógrafo. La música cambió a una canción de los 80 que le era vagamente familiar, y, sin pensarlo demasiado, comenzó a tararear mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra. El bartender, que limpiaba un vaso cerca, se rió suavemente. —Buena elección, ¿eh? —comentó, señalando la bocina. —No está mal. Aunque me vendría mejor algo más movido —respondió Shoko con un guiño. La noche avanzó sin prisa. Se pidió una segunda cerveza y, después de un rato, se dejó convencer por el bartender para probar un aperitivo de la casa. Para su sorpresa, estaba delicioso. Intercambiaron comentarios triviales: el clima, la música, incluso bromearon sobre el fútbol, aunque ninguno de los dos parecía realmente interesado. Shoko se dio cuenta de que llevaba rato sonriendo sin razón aparente, disfrutando del ambiente, del anonimato, y de la libertad de no tener que pensar demasiado en nada. Cuando terminó su última cerveza, pagó la cuenta y dejó una propina generosa. —Gracias, necesitaba esto —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia el bartender antes de levantarse. —Vuelve cuando quieras. La próxima canción la eliges tú. Shoko salió del bar con las manos en los bolsillos y el aire frío de la noche despejándole los pensamientos. No había sido una noche extraordinaria ni memorable, pero, de algún modo, había sido perfecta. A veces, solo necesitaba eso: una cerveza fría, buena música y un poco de tiempo para dejar de ser doctora, hechicera, etc, simplemente ser Shoko.
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  • La estación orbital Aurora estaba abarrotada como nunca. Los viajeros se agolpaban en los corredores, mirando las pantallas holográficas que anunciaban el evento del año: un concierto de Robin, la voz que había conquistado galaxias enteras. Su música era más que entretenimiento; era un puente que conectaba a seres de diferentes mundos, un idioma universal que resonaba con el corazón de todos.

    Robin estaba en su camerino, ajustándose el último detalle de su atuendo: un vestido que parecía estar hecho de nebulosas en movimiento, diseñado por un famoso artista de Andrómeda. Frente al espejo, respiró profundamente. A pesar de los años de experiencia, aún sentía ese cosquilleo antes de salir al escenario.

    “Cinco minutos, Robin,” anunció su asistente, una androide llamada Selene con voz melodiosa y ojos que brillaban como pequeñas lunas.

    “Gracias, Selene,” respondió Robin, tomando un momento para mirar por la ventana hacia el espacio infinito. Cada estrella que veía le recordaba una historia, un rostro, una emoción que había capturado en sus canciones.

    Cuando las luces del escenario se encendieron y el público rugió, Robin dio un paso adelante. Desde la primera nota, el ambiente cambió. Las galaxias parecían detenerse para escuchar. Su voz era un torbellino de emociones: la calidez de un amanecer, la tristeza de una despedida, la esperanza de un nuevo comienzo.

    Entre las canciones, Robin habló al público. “He viajado por muchos lugares, visto maravillas que nunca olvidaré, pero siempre me sorprende lo que la música puede hacer. No importa de dónde vengamos, quiénes somos o qué hemos vivido. Aquí, en este momento, somos uno.”

    El público respondió con una ovación que hizo temblar los muros de la estación. Robin continuó, tocando su balada más famosa, una canción que había inspirado a exploradores a cruzar galaxias y a soñadores a nunca rendirse.

    Cuando el concierto terminó, Robin se quedó un momento más en el escenario, mirando a los miles de rostros emocionados frente a ella. Sabía que, aunque su vida estaba llena de viajes y luces brillantes, lo que realmente importaba era la conexión que creaba con cada palabra y cada nota.

    Al salir del escenario, Selene la esperaba con una toalla y una sonrisa. “El universo sigue hablando de ti, Robin.”

    Robin sonrió, agotada pero feliz. “Es porque, en el fondo, todos necesitamos una canción que nos haga sentir menos solos.”

    Y así, la estrella que iluminaba galaxias volvió a perderse entre las luces del cosmos, dejando a su paso una melodía que nunca se apagaría.

    La estación orbital Aurora estaba abarrotada como nunca. Los viajeros se agolpaban en los corredores, mirando las pantallas holográficas que anunciaban el evento del año: un concierto de Robin, la voz que había conquistado galaxias enteras. Su música era más que entretenimiento; era un puente que conectaba a seres de diferentes mundos, un idioma universal que resonaba con el corazón de todos. Robin estaba en su camerino, ajustándose el último detalle de su atuendo: un vestido que parecía estar hecho de nebulosas en movimiento, diseñado por un famoso artista de Andrómeda. Frente al espejo, respiró profundamente. A pesar de los años de experiencia, aún sentía ese cosquilleo antes de salir al escenario. “Cinco minutos, Robin,” anunció su asistente, una androide llamada Selene con voz melodiosa y ojos que brillaban como pequeñas lunas. “Gracias, Selene,” respondió Robin, tomando un momento para mirar por la ventana hacia el espacio infinito. Cada estrella que veía le recordaba una historia, un rostro, una emoción que había capturado en sus canciones. Cuando las luces del escenario se encendieron y el público rugió, Robin dio un paso adelante. Desde la primera nota, el ambiente cambió. Las galaxias parecían detenerse para escuchar. Su voz era un torbellino de emociones: la calidez de un amanecer, la tristeza de una despedida, la esperanza de un nuevo comienzo. Entre las canciones, Robin habló al público. “He viajado por muchos lugares, visto maravillas que nunca olvidaré, pero siempre me sorprende lo que la música puede hacer. No importa de dónde vengamos, quiénes somos o qué hemos vivido. Aquí, en este momento, somos uno.” El público respondió con una ovación que hizo temblar los muros de la estación. Robin continuó, tocando su balada más famosa, una canción que había inspirado a exploradores a cruzar galaxias y a soñadores a nunca rendirse. Cuando el concierto terminó, Robin se quedó un momento más en el escenario, mirando a los miles de rostros emocionados frente a ella. Sabía que, aunque su vida estaba llena de viajes y luces brillantes, lo que realmente importaba era la conexión que creaba con cada palabra y cada nota. Al salir del escenario, Selene la esperaba con una toalla y una sonrisa. “El universo sigue hablando de ti, Robin.” Robin sonrió, agotada pero feliz. “Es porque, en el fondo, todos necesitamos una canción que nos haga sentir menos solos.” Y así, la estrella que iluminaba galaxias volvió a perderse entre las luces del cosmos, dejando a su paso una melodía que nunca se apagaría.
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  • Humm... Hace mucho tiempo que no caminaba por estos lares. *Me pongo a leer un poco mis bitácoras personales, mientras escucho un poco de música*

    Me pregunto... ¿Cómo será mi vida por aquí? Muchos ojos hay en esta oscuridad misteriosa, aún no he adquirido el poder de ver más allá en esas sombras, pero por ahora supongo que será bueno administrar las interacciones amistosas, sin entrar en caos... *Miro al cielo como si esperara un milagro pacífico*
    Humm... Hace mucho tiempo que no caminaba por estos lares. *Me pongo a leer un poco mis bitácoras personales, mientras escucho un poco de música* Me pregunto... ¿Cómo será mi vida por aquí? Muchos ojos hay en esta oscuridad misteriosa, aún no he adquirido el poder de ver más allá en esas sombras, pero por ahora supongo que será bueno administrar las interacciones amistosas, sin entrar en caos... *Miro al cielo como si esperara un milagro pacífico*
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