Anyel Martnes Keirot Korezu https://www.youtube.com/watch?v=QFZwuTOu9og
Aethor, la voz que no perdona...
Cuenta la leyenda que este ser fue el primer Guardián del Límite, creado por los dioses para contener el poder desmedido de los primeros vampiros reales. Pero cuando estos dioses desaparecieron, Aethor quedó atrapado entre el mundo físico y el espiritual… desfigurado por el tiempo y consumido por su deber.
Su misión es recolectar la sangre y esencia de los vampiros que llevan linaje real, aquellos que descienden directamente de los antiguos progenitores inmortales. Su propósito es más oscuro… aún oculto incluso para los cazadores. El más mínimo roce, herida o contacto de Aethor provoca en el vampiro afectado una ruptura psíquica y biológica. La sangre dentro del vampiro se corrompe, generando un estado de sed incontrolable y locura, una especie de “fiebre de sangre”. Incluso los más disciplinados caen presa de la furia, devorando sin juicio a aliados, inocentes o enemigos por igual. Este estado puede durar días, semanas, o hasta que el vampiro es destruido… o muerde a otro, esparciendo la maldición.
Pero hoy, por fin era el día. La había encontrado. Lyra Velvetthorn...
El viento susurraba entre los árboles del bosque de Erelhyn, como si el mismo mundo contuviera el aliento. La luna se alzaba pálida sobre las copas negras, y Lyra avanzaba entre la maleza con la elegancia de una sombra viva, recolectando pétalos de lúgrima azul y raíces de silvo, ingredientes delicados para sus brebajes nocturnos. Una vieja costumbre que tenía.
El silencio era profundo. Familiar. Seguro. Hasta que dejó de serlo. El aire se volvió denso. La noche se endureció, como si el bosque respirara al unísono… y luego se negara a hacerlo. Las hojas dejaron de moverse. Un escalofrío, no físico, sino ancestral, rozó la espalda de Lyra. Se irguió, alerta, sus ojos escudriñando la oscuridad.
Y entonces lo sintió.
No lo oyó llegar. No lo vio avanzar. Solo apareció, entre los árboles. Una figura alta, sin rostro, envuelta en una negrura tan antigua como el mundo. Sus ojos eran dos huecos de silencio. Aethor. Su mano apenas se movió, y una lanza negra cortó el aire. Lyra apenas giró cuando sintió el calor espeso de la herida en su cuello. Un hilo de sangre cayó… pero con él, cayó algo más.
Su voluntad. Su centro. Su alma.
Algo se desmoronó en su interior, imperceptible al principio, como una pequeña grieta en un espejo.
El silencio viviente.
El recolector de linajes.
El castigo para los de sangre real.
“No fue una herida… fue una llave.”
Dentro de ella, algo se abrió. Y comenzó a entrar la oscuridad. La fiebre llegó como un vendaval. Su garganta ardía con una sed imposible, sus pensamientos se retorcían como insectos atrapados en ámbar caliente. Su consciencia comenzó a quebrarse, a fragmentarse como cristal golpeado desde dentro.
"No tengo sed... no hambre... esto es otra cosa. Esto es... hueco. Es hambre de mí."
Lyra intentó aferrarse a algo, a su nombre, a los recuerdos de quienes alguna vez amó, de las noches en las que alimentarse no era masacrar, sino ritual. Pero las memorias comenzaron a deslizarse entre sus dedos como humo frío.
"¿Cómo sonaba la risa de Lioren...?"
"¿Cuántos pétalos tenía la flor que planté en el umbral?"
"¿Cuánto pesa la culpa cuando no queda alma que la cargue?"
La respuesta era nada. Estaba en la oscuridad. Porque lo que quedaba dentro de ella ya no era esencia. Era una neblina negra que se arremolinaba, y en su centro...un abismo.
Cuando llegó al campamento, ya no era ella. Las luces tenues de las linternas colgaban de las ramas como luciérnagas dormidas. Los cuerpos humanos respiraban profundamente, ajenos a lo que los observaba entre la maleza.
Y la voz dentro de ella, que era tan dulce pero aterradora, susurró...
"¿Ves cómo laten...? Rómpelos. Ábrelos. Encuentra la música en sus huesos."
Ella no quería. No realmente. Pero ya no tenía la fuerza de decidir. La decisión se había ido con su sangre. El primer grito fue el más humano. El resto fueron ahogados en sangre. Sus manos se convirtieron en garras. Su boca, en prisión de colmillos. Y todo lo que era amor, compasión, belleza… fue devorado por la sed.
Cuando todo terminó, Lyra permaneció de pie entre los restos humeantes del campamento. Su vestido blanco goteaba sangre como si el bosque la hubiese coronado. Una reina de ceniza y gritos. Sus pies comenzaron a moverse por sí solos, rumbo al pueblo. Mientras caminaba, su mente era un campo de ruinas.
Y su alma… apenas un eco.
"¿Qué soy ahora...?"
Una carcajada brotó de su garganta, ajena, rota, como si no supiera cómo reír. Pero aún dentro de ella, muy al fondo, algo lloraba.
Una voz apagada.
Un susurro débil.
¿La suya? ¿O de alguien perdido en sus memorias?
Aethor la observaba desde los árboles. Silente. Inmóvil. La recolección había comenzado. Y el cuerpo de Lyra, el vestido carmesí, sus ojos vacíos,
eran la prueba de que la sangre real se quiebra desde dentro.
[Anyel01]
[Keirot_Korezu]
https://www.youtube.com/watch?v=QFZwuTOu9og
Aethor, la voz que no perdona...
Cuenta la leyenda que este ser fue el primer Guardián del Límite, creado por los dioses para contener el poder desmedido de los primeros vampiros reales. Pero cuando estos dioses desaparecieron, Aethor quedó atrapado entre el mundo físico y el espiritual… desfigurado por el tiempo y consumido por su deber.
Su misión es recolectar la sangre y esencia de los vampiros que llevan linaje real, aquellos que descienden directamente de los antiguos progenitores inmortales. Su propósito es más oscuro… aún oculto incluso para los cazadores. El más mínimo roce, herida o contacto de Aethor provoca en el vampiro afectado una ruptura psíquica y biológica. La sangre dentro del vampiro se corrompe, generando un estado de sed incontrolable y locura, una especie de “fiebre de sangre”. Incluso los más disciplinados caen presa de la furia, devorando sin juicio a aliados, inocentes o enemigos por igual. Este estado puede durar días, semanas, o hasta que el vampiro es destruido… o muerde a otro, esparciendo la maldición.
Pero hoy, por fin era el día. La había encontrado. Lyra Velvetthorn...
El viento susurraba entre los árboles del bosque de Erelhyn, como si el mismo mundo contuviera el aliento. La luna se alzaba pálida sobre las copas negras, y Lyra avanzaba entre la maleza con la elegancia de una sombra viva, recolectando pétalos de lúgrima azul y raíces de silvo, ingredientes delicados para sus brebajes nocturnos. Una vieja costumbre que tenía.
El silencio era profundo. Familiar. Seguro. Hasta que dejó de serlo. El aire se volvió denso. La noche se endureció, como si el bosque respirara al unísono… y luego se negara a hacerlo. Las hojas dejaron de moverse. Un escalofrío, no físico, sino ancestral, rozó la espalda de Lyra. Se irguió, alerta, sus ojos escudriñando la oscuridad.
Y entonces lo sintió.
No lo oyó llegar. No lo vio avanzar. Solo apareció, entre los árboles. Una figura alta, sin rostro, envuelta en una negrura tan antigua como el mundo. Sus ojos eran dos huecos de silencio. Aethor. Su mano apenas se movió, y una lanza negra cortó el aire. Lyra apenas giró cuando sintió el calor espeso de la herida en su cuello. Un hilo de sangre cayó… pero con él, cayó algo más.
Su voluntad. Su centro. Su alma.
Algo se desmoronó en su interior, imperceptible al principio, como una pequeña grieta en un espejo.
El silencio viviente.
El recolector de linajes.
El castigo para los de sangre real.
“No fue una herida… fue una llave.”
Dentro de ella, algo se abrió. Y comenzó a entrar la oscuridad. La fiebre llegó como un vendaval. Su garganta ardía con una sed imposible, sus pensamientos se retorcían como insectos atrapados en ámbar caliente. Su consciencia comenzó a quebrarse, a fragmentarse como cristal golpeado desde dentro.
"No tengo sed... no hambre... esto es otra cosa. Esto es... hueco. Es hambre de mí."
Lyra intentó aferrarse a algo, a su nombre, a los recuerdos de quienes alguna vez amó, de las noches en las que alimentarse no era masacrar, sino ritual. Pero las memorias comenzaron a deslizarse entre sus dedos como humo frío.
"¿Cómo sonaba la risa de Lioren...?"
"¿Cuántos pétalos tenía la flor que planté en el umbral?"
"¿Cuánto pesa la culpa cuando no queda alma que la cargue?"
La respuesta era nada. Estaba en la oscuridad. Porque lo que quedaba dentro de ella ya no era esencia. Era una neblina negra que se arremolinaba, y en su centro...un abismo.
Cuando llegó al campamento, ya no era ella. Las luces tenues de las linternas colgaban de las ramas como luciérnagas dormidas. Los cuerpos humanos respiraban profundamente, ajenos a lo que los observaba entre la maleza.
Y la voz dentro de ella, que era tan dulce pero aterradora, susurró...
"¿Ves cómo laten...? Rómpelos. Ábrelos. Encuentra la música en sus huesos."
Ella no quería. No realmente. Pero ya no tenía la fuerza de decidir. La decisión se había ido con su sangre. El primer grito fue el más humano. El resto fueron ahogados en sangre. Sus manos se convirtieron en garras. Su boca, en prisión de colmillos. Y todo lo que era amor, compasión, belleza… fue devorado por la sed.
Cuando todo terminó, Lyra permaneció de pie entre los restos humeantes del campamento. Su vestido blanco goteaba sangre como si el bosque la hubiese coronado. Una reina de ceniza y gritos. Sus pies comenzaron a moverse por sí solos, rumbo al pueblo. Mientras caminaba, su mente era un campo de ruinas.
Y su alma… apenas un eco.
"¿Qué soy ahora...?"
Una carcajada brotó de su garganta, ajena, rota, como si no supiera cómo reír. Pero aún dentro de ella, muy al fondo, algo lloraba.
Una voz apagada.
Un susurro débil.
¿La suya? ¿O de alguien perdido en sus memorias?
Aethor la observaba desde los árboles. Silente. Inmóvil. La recolección había comenzado. Y el cuerpo de Lyra, el vestido carmesí, sus ojos vacíos,
eran la prueba de que la sangre real se quiebra desde dentro.