• trabajar desde casa se vuelve imposible con este gato
    trabajar desde casa se vuelve imposible con este gato
    Me encocora
    Me enjaja
    Me gusta
    5
    1 turno 0 maullidos 145 vistas
  • ... Y así, el emperador de todo este lugar volvió en forma de un ser superior y su nombre es...

    *Hola. Seguramente te estás preguntando cómo fue que el gran y poderoso dios de los guardianes, Arataki Itto se convirtió en un gato peludo y panzón. Bien, solo les diré que no se metan con una bruja después de haberle robado joyas preciosas por montones, suelen enojarse mucho*

    ¡GAT-ITTO!
    ¡EL SOBERANO DE LOS GATOS GUARDIANES
    ... Y así, el emperador de todo este lugar volvió en forma de un ser superior y su nombre es... *Hola. Seguramente te estás preguntando cómo fue que el gran y poderoso dios de los guardianes, Arataki Itto se convirtió en un gato peludo y panzón. Bien, solo les diré que no se metan con una bruja después de haberle robado joyas preciosas por montones, suelen enojarse mucho* ¡GAT-ITTO! ¡EL SOBERANO DE LOS GATOS GUARDIANES
    Me encocora
    Me gusta
    5
    14 turnos 0 maullidos 178 vistas
  • 𝑆𝘩𝘩… 𝑠𝘩𝘩, 𝑠𝘩𝘩, 𝑠𝘩𝘩. 𝑁𝑜, 𝑁𝑖 𝑢𝑛 𝑠𝑜𝑛𝑖𝑑𝑜, 𝑛𝑜, 𝑑𝑒𝑡𝑒𝑛𝑡𝑒.

    El aire estaba embebido de un perfume extravagante que se pegaba al vapor que salía de la tetera dejando un sabor en la lengua aunque se inspirara por la nariz. Sabía a adrenalina, dulce como el amor de una madre y a desesperación pero sin saber exactamente de qué. Claramente, era una droga, nada tan divertido o vibrante podía ser parte de la naturaleza.

    𝐵𝑖𝑒𝑛, 𝑒𝑙 𝑎𝑛𝑒𝑠𝑡𝑒́𝑠𝑖𝑐𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑓𝑢𝑛𝑐𝑖𝑜𝑛𝑎𝑛𝑑𝑜, 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝘩𝑎𝑧 𝑟𝑢𝑖𝑑𝑜 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑚𝑝𝑎𝑛𝑎 𝑠𝑖 𝑛𝑜 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑒𝑠 𝑚𝑜𝑣𝑒𝑟 𝑙𝑎 𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎.

    Llevó a la mesa una olla de latón vacía con un par de hojas y ramilletes de hierbas antes de darles un baño con la infusión que estaba en el fuego. La sensación se volvió tres veces más fuerte, hasta el gato que paseaba por ahí se echó a una siesta cerca de la fuente para disfrutar los efectos. Ella, por su parte, se limitó a limpiarse las manos.

    𝑁𝑜 𝑡𝑒 𝑜𝑙𝑣𝑖𝑑𝑒𝑠, 𝑐𝑢́𝑏𝑟𝑒𝑡𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑎 𝑡𝑜𝑙𝑙𝑎 𝑦 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑎 𝘩𝑜𝑟𝑎 𝑑𝑒 𝑖𝑛𝘩𝑎𝑙𝑎𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑣𝑎𝑝𝑜𝑟𝑒𝑠. 𝐿𝑢𝑒𝑔𝑜 𝑣𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑞𝑢𝑒𝑑𝑜́, ¿𝐷𝑒 𝑎𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜?

    En momentos así, comenzaba a perder el hilo de la realidad. Era exactamente como las brujas y hechiceras en los cuentos que se solían pasar de boca a boca en Zaun. Robando lo mejor de la naturaleza para tratar de enmendar lo peor del hombre. Pero la moral tendría que esperar para la siguiente ocasión, la campanilla de la puerta sonó, y su gente la necesitaba.

    𝐵𝑖𝑒𝑛𝑣𝑒𝑛𝑖𝑑𝑜 𝑎 “𝐶𝑎𝑠𝑎”, 𝑛𝑜 𝘩𝑎𝑐𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑝𝑟𝑒𝑔𝑢𝑛𝑡𝑎𝑠 𝑛𝑖 𝑝𝑒𝑑𝑖𝑚𝑜𝑠 𝑒𝑥𝑝𝑙𝑖𝑐𝑎𝑐𝑖𝑜𝑛𝑒𝑠, 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒𝑟𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑎...

    Era él… La maldita personificación de la ley en todo Piltover…

    𝐸𝑠𝑡𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑎𝑟𝑒𝑐𝑒.

    Jayce Talis

    #Oc #Arcane
    𝑆𝘩𝘩… 𝑠𝘩𝘩, 𝑠𝘩𝘩, 𝑠𝘩𝘩. 𝑁𝑜, 𝑁𝑖 𝑢𝑛 𝑠𝑜𝑛𝑖𝑑𝑜, 𝑛𝑜, 𝑑𝑒𝑡𝑒𝑛𝑡𝑒. El aire estaba embebido de un perfume extravagante que se pegaba al vapor que salía de la tetera dejando un sabor en la lengua aunque se inspirara por la nariz. Sabía a adrenalina, dulce como el amor de una madre y a desesperación pero sin saber exactamente de qué. Claramente, era una droga, nada tan divertido o vibrante podía ser parte de la naturaleza. 𝐵𝑖𝑒𝑛, 𝑒𝑙 𝑎𝑛𝑒𝑠𝑡𝑒́𝑠𝑖𝑐𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑓𝑢𝑛𝑐𝑖𝑜𝑛𝑎𝑛𝑑𝑜, 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝘩𝑎𝑧 𝑟𝑢𝑖𝑑𝑜 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑎 𝑐𝑎𝑚𝑝𝑎𝑛𝑎 𝑠𝑖 𝑛𝑜 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑒𝑠 𝑚𝑜𝑣𝑒𝑟 𝑙𝑎 𝑙𝑒𝑛𝑔𝑢𝑎. Llevó a la mesa una olla de latón vacía con un par de hojas y ramilletes de hierbas antes de darles un baño con la infusión que estaba en el fuego. La sensación se volvió tres veces más fuerte, hasta el gato que paseaba por ahí se echó a una siesta cerca de la fuente para disfrutar los efectos. Ella, por su parte, se limitó a limpiarse las manos. 𝑁𝑜 𝑡𝑒 𝑜𝑙𝑣𝑖𝑑𝑒𝑠, 𝑐𝑢́𝑏𝑟𝑒𝑡𝑒 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑎 𝑡𝑜𝑙𝑙𝑎 𝑦 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑎 𝘩𝑜𝑟𝑎 𝑑𝑒 𝑖𝑛𝘩𝑎𝑙𝑎𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑣𝑎𝑝𝑜𝑟𝑒𝑠. 𝐿𝑢𝑒𝑔𝑜 𝑣𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑞𝑢𝑒𝑑𝑜́, ¿𝐷𝑒 𝑎𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜? En momentos así, comenzaba a perder el hilo de la realidad. Era exactamente como las brujas y hechiceras en los cuentos que se solían pasar de boca a boca en Zaun. Robando lo mejor de la naturaleza para tratar de enmendar lo peor del hombre. Pero la moral tendría que esperar para la siguiente ocasión, la campanilla de la puerta sonó, y su gente la necesitaba. 𝐵𝑖𝑒𝑛𝑣𝑒𝑛𝑖𝑑𝑜 𝑎 “𝐶𝑎𝑠𝑎”, 𝑛𝑜 𝘩𝑎𝑐𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑝𝑟𝑒𝑔𝑢𝑛𝑡𝑎𝑠 𝑛𝑖 𝑝𝑒𝑑𝑖𝑚𝑜𝑠 𝑒𝑥𝑝𝑙𝑖𝑐𝑎𝑐𝑖𝑜𝑛𝑒𝑠, 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒𝑟𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑎... Era él… La maldita personificación de la ley en todo Piltover… 𝐸𝑠𝑡𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑎𝑟𝑒𝑐𝑒. [defender_of_tomorrow] #Oc #Arcane
    Me gusta
    Me encocora
    9
    1 turno 0 maullidos 626 vistas
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    ¡Felicidades! Encontraste al gato emo cumbiero. Dile "hola" y te tocará una cumbia.
    ¡Felicidades! Encontraste al gato emo cumbiero. Dile "hola" y te tocará una cumbia.
    Me gusta
    Me encocora
    Me enjaja
    4
    0 comentarios 0 compartidos 326 vistas
  • //Llegó tarde pero #SeductiveSunday //

    𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨

    Quería consumirla, poseerla y, al mismo
    tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello.

    Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí.

    Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora.

    Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad.

    La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer.

    Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor.

    Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable.

    Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella.

    Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua.

    Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada.

    Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella.

    A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión.

    𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆
    //Llegó tarde pero #SeductiveSunday // 𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨 Quería consumirla, poseerla y, al mismo tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello. Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí. Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora. Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad. La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer. Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor. Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable. Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella. Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua. Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada. Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella. A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión. [Liz_bloodFlame]
    Me gusta
    Me encocora
    6
    4 turnos 0 maullidos 1362 vistas
  • " 𝑽𝒐𝒚 𝒂 𝒑𝒆𝒅𝒊𝒓 𝒖𝒏 𝒂𝒖𝒎𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒔𝒊 𝒎𝒆 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆𝒏 𝒂 𝒅𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒕𝒂𝒓 𝒕𝒂𝒏 𝒕𝒆𝒎𝒑𝒓𝒂𝒏𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒖𝒏𝒂 𝒓𝒆𝒖𝒏𝒊ó𝒏"




    Había soltado el milesimo bostezo de la mañana, eso creía, aunque realmente no se tomó el tiempo de contarlos. Apenas eran las 7 de la mañana, el sol salía de a poco mientras la brisa helada de la mañana la envolviá.

    No llevaba casaca, simplemente usaba un top blanco y unos jeans, algo demasiado ligero para el frío que pasaba en esta temporada, pero le gustaba, ya que al menos eso la mantenía despierta para una reunión programada con su equipo, no había visto a nadie todavía, exceptuando a Ryan, quien hizo un espectáculo en aquella villa y aunque no le gustaba admitirlo, los extrañaba a todos.

    Estaba sentada sobre un muro de las escaleras que daban vista hacia el extenso jardín, estaba sola por ello no pudo evitar pensar en las cosas que sucedieron anteriormente. Aunque terminó por simplemente ignorarlos por un dolor de cabeza que le traía aquello.

    — Ugh..— Tapo su boca con la palma de su mano, era otro bostezo. Tenía sueño, mucho sueño, no entendía porque Kiev quiso hacer la reunión a esta hora. Pero esperaba que fuera importante como para levantarla a las 5:30 de la mañana, era un abuso. "voy a quejarme con recursos humanos. " Este pensamiento le ocasionó una risa, era algo ridículo de solo pensar en ello.

    Al ver que nadie venía y ella ya moría por dormir, se bajó del muro para caer sobre el pasto, limpió sus manos y comenzó a caminar para dar un paseo.


    Tarareaba una canción mientras lo hacía, una canción de cuna en Alemán que le traía recuerdos, no sabía exactamente porque lo recordaba, aunque tal vez se deba a que ya estaban en el mes en que se supone que seria su cumpleaños, necesitaba pensar en que hacer, en dos semanas se tendrá que ir a Suiza, para luego irse a Alemania, era algo personal que ella hacía antes de que su cumpleaños llegará y es que sí, ese dia siempre lo pasaba sola.

    Miro curiosa los rosales, hermosas rosas rojas que brillaban tanto como su cabello y como la sangre misma. Sin embargo, algo se movía entre estás, ladeó su cabeza y una sonrisa cálida se dibujo en sus labios, era su gata Hanna quien mordía una de estas flores, como si quisiera arrancarla.

    — Hey, ps ps ps Hanna — La llamo suavemente, la gata volteo a verla e instintivamente comenzó a maullear repetidas veces mientras se acercaba para poder frotar su cabeza y cuerpo con la pierna de Rubi. — Pequeña, te extrañe mucho. — La sostuvo entre sus brazos, la acaricio suavemente mientras la gata ronroneaba. Sin embargo, ese tierno espectáculo no duró, ya que la gata elevó su cabeza para mirar detrás de la pelirroja, antes de bajar de sus brazos y esconderse. Esta acción la extraño mucho, hasta que escuchó un gruñido, no como de un perro, si no más bien como el de un tigre, se giró y solo pudo observar un gato enorme, no le dió tiempo de pensar pues básicamente se le aventó encima.


    Su pecho subía y bajaba rápidamente ¿Qué hacía ese animal ahi? ¿Lo compró Kiev? Habían muchas preguntas y pocas respuestas, no sabía que hacer, sus ojos dorados chocaron con la mirada del enorme felino quien se quedó mirandola como si la analizará. Lentamente movía su mano para sacar un revolver que tenía guardado en su cadera, trataba de no hacer un movimiento brusco antes de si quiera matarlo, era ella o él. Pero el animal se le adelantó, casi grita cuando vió que abrió el ocico mostrando sus dientes filudos, pero lo único que sintió, fue una lengua rasposa pasar por su mejilla. — No, ¡espera! — La estaba llenando de baba la mejilla. Estaba a punto de empujarlo cuando se escuchó un silbido, el felino se volteo y dejó a una pelirroja totalmente confundida.

    Apenas estuvo libre de aquella carcel de pelos, se sentó en el pasto. — No puede ser ... — Limpio su mejilla repetidas veces, y dirigio su mirada hacia en frente, solo para ver a Kiev acariciar a ese enorme animal y luego escucharlo reír al verla.


    Que hermosa forma de dar una bienvenida.
    " 𝑽𝒐𝒚 𝒂 𝒑𝒆𝒅𝒊𝒓 𝒖𝒏 𝒂𝒖𝒎𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒔𝒊 𝒎𝒆 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆𝒏 𝒂 𝒅𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒕𝒂𝒓 𝒕𝒂𝒏 𝒕𝒆𝒎𝒑𝒓𝒂𝒏𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒖𝒏𝒂 𝒓𝒆𝒖𝒏𝒊ó𝒏" Había soltado el milesimo bostezo de la mañana, eso creía, aunque realmente no se tomó el tiempo de contarlos. Apenas eran las 7 de la mañana, el sol salía de a poco mientras la brisa helada de la mañana la envolviá. No llevaba casaca, simplemente usaba un top blanco y unos jeans, algo demasiado ligero para el frío que pasaba en esta temporada, pero le gustaba, ya que al menos eso la mantenía despierta para una reunión programada con su equipo, no había visto a nadie todavía, exceptuando a Ryan, quien hizo un espectáculo en aquella villa y aunque no le gustaba admitirlo, los extrañaba a todos. Estaba sentada sobre un muro de las escaleras que daban vista hacia el extenso jardín, estaba sola por ello no pudo evitar pensar en las cosas que sucedieron anteriormente. Aunque terminó por simplemente ignorarlos por un dolor de cabeza que le traía aquello. — Ugh..— Tapo su boca con la palma de su mano, era otro bostezo. Tenía sueño, mucho sueño, no entendía porque Kiev quiso hacer la reunión a esta hora. Pero esperaba que fuera importante como para levantarla a las 5:30 de la mañana, era un abuso. "voy a quejarme con recursos humanos. " Este pensamiento le ocasionó una risa, era algo ridículo de solo pensar en ello. Al ver que nadie venía y ella ya moría por dormir, se bajó del muro para caer sobre el pasto, limpió sus manos y comenzó a caminar para dar un paseo. Tarareaba una canción mientras lo hacía, una canción de cuna en Alemán que le traía recuerdos, no sabía exactamente porque lo recordaba, aunque tal vez se deba a que ya estaban en el mes en que se supone que seria su cumpleaños, necesitaba pensar en que hacer, en dos semanas se tendrá que ir a Suiza, para luego irse a Alemania, era algo personal que ella hacía antes de que su cumpleaños llegará y es que sí, ese dia siempre lo pasaba sola. Miro curiosa los rosales, hermosas rosas rojas que brillaban tanto como su cabello y como la sangre misma. Sin embargo, algo se movía entre estás, ladeó su cabeza y una sonrisa cálida se dibujo en sus labios, era su gata Hanna quien mordía una de estas flores, como si quisiera arrancarla. — Hey, ps ps ps Hanna — La llamo suavemente, la gata volteo a verla e instintivamente comenzó a maullear repetidas veces mientras se acercaba para poder frotar su cabeza y cuerpo con la pierna de Rubi. — Pequeña, te extrañe mucho. — La sostuvo entre sus brazos, la acaricio suavemente mientras la gata ronroneaba. Sin embargo, ese tierno espectáculo no duró, ya que la gata elevó su cabeza para mirar detrás de la pelirroja, antes de bajar de sus brazos y esconderse. Esta acción la extraño mucho, hasta que escuchó un gruñido, no como de un perro, si no más bien como el de un tigre, se giró y solo pudo observar un gato enorme, no le dió tiempo de pensar pues básicamente se le aventó encima. Su pecho subía y bajaba rápidamente ¿Qué hacía ese animal ahi? ¿Lo compró Kiev? Habían muchas preguntas y pocas respuestas, no sabía que hacer, sus ojos dorados chocaron con la mirada del enorme felino quien se quedó mirandola como si la analizará. Lentamente movía su mano para sacar un revolver que tenía guardado en su cadera, trataba de no hacer un movimiento brusco antes de si quiera matarlo, era ella o él. Pero el animal se le adelantó, casi grita cuando vió que abrió el ocico mostrando sus dientes filudos, pero lo único que sintió, fue una lengua rasposa pasar por su mejilla. — No, ¡espera! — La estaba llenando de baba la mejilla. Estaba a punto de empujarlo cuando se escuchó un silbido, el felino se volteo y dejó a una pelirroja totalmente confundida. Apenas estuvo libre de aquella carcel de pelos, se sentó en el pasto. — No puede ser ... — Limpio su mejilla repetidas veces, y dirigio su mirada hacia en frente, solo para ver a Kiev acariciar a ese enorme animal y luego escucharlo reír al verla. Que hermosa forma de dar una bienvenida.
    Me encocora
    Me gusta
    Me enjaja
    Me shockea
    22
    59 turnos 0 maullidos 1832 vistas
  • A sus veintipocos, Carmina siempre responde lo mismo cuando alguien le pregunta si ha estado enamorada: "No, nunca. Nunca me ha pasado." Lo dice con una sonrisa y el tono de quien ha olvidado el sabor de ese sentimiento o de quien, simplemente, jamás lo ha probado. Y cualquiera podría creerle. Al menos hasta que Carmina se queda en silencio, y sus ojos, por unos instantes, parecen viajar a otro tiempo, a otras tardes donde el sol era más cálido y el aire olía a pan fresco.

    Cuando tenía diecisiete años, Carmina se enamoró de Nicolás, su vecino. Era el hijo mayor de la familia que administraba la panadería del vecindario, un lugar al que todos iban en busca de pan recién horneado y, para algunos, de una charla amable. Nicolás era un joven alto, de piel bronceada por el sol, con el cabello castaño largo y despeinado, y unos ojos negros que parecían guardar secretos y sueños. Él cuidaba de los gatos callejeros, que lo seguían por las calles como si fuera uno de ellos. Carmina, intrigada por su forma serena y bondadosa, se había acercado al principio por curiosidad, y luego por una conexión que no entendía del todo.

    Siempre se limitó a ser su amiga, a escucharle con atención cuando él hablaba de lo orgulloso que estaba de su familia o de sus planes para ayudar más en la panadería. Jamás confesó el cariño inmenso que sentía por él. ¿Para qué decirlo?, pensaba. Bastaba con estar cerca y compartir momentos sencillos, con esa paz que le traía el sonido de su voz o la risa que le escapaba cuando un gato le subía al hombro.

    Sin embargo, había momentos en que Nicolás parecía sentir lo mismo. A veces, él dejaba caer palabras tímidas o miradas que parecían decir más de lo que ella estaba dispuesta a aceptar. Como aquella vez, tras una tarde cuidando gatos, cuando se quedaron en silencio y Nicolás, con las mejillas levemente sonrojadas, le confesó que le gustaba estar cerca de ella. Carmina había desviado la mirada, riendo con nerviosismo, hablando de otra cosa, como si esas palabras no hubieran sido lo que realmente eran: una confesión disfrazada.

    La noche antes de que Nicolás desapareciera, él le había propuesto ir a tomar un café juntos el fin de semana. Carmina, con el corazón en la garganta, apenas pudo asentir, pensando que tal vez ese sería el momento en que ambos dejarían de esconder sus sentimientos. Pero el destino tenía otros planes.

    A la mañana siguiente, Nicolás ya no estaba. Desapareció sin dejar rastro, y aunque nadie sabía qué le había ocurrido exactamente, el vecindario asumió lo peor, al tratarse de un asunto que involucraba problemas con la mafia. Se decía que, sin tener culpa, se había visto atrapado en problemas por culpa de amigos que lo arrastraron sin quererlo a asuntos oscuros. Nicolás siempre fue un joven honesto y trabajador, alguien que quería ayudar a su familia, nada más. Carmina, al enterarse, sintió cómo su mundo se volvía gris. Las palabras de él, su invitación, resonaron en su mente como una broma amarga. Aquel café, aquella posibilidad, se desvaneció antes de poder ser real.

    La noticia le trajo también un eco doloroso del pasado. Recordó cómo su madre, años atrás, había arruinado la vida de su familia al involucrarse con un hombre que estaba ligado a la mafia. Carmina había crecido con el miedo constante de perderlo todo, de que el caos de esa vida secreta estallara un día y los devorara. Ahora, el ciclo parecía repetirse de un modo cruel, llevándose a Nicolás, otro inocente atrapado en una red de la que no pudo escapar.

    En las semanas que siguieron, Carmina visitaba la panadería en silencio, intentando mantenerse fuerte mientras veía a la familia de Nicolás seguir adelante con tristeza en los ojos. A veces, se acercaba a los gatos, los mismos que él había cuidado, como si en ellos pudiera encontrar algo de él, un último vestigio de aquel amor que guardó en silencio.

    Ahora, cuando alguien le pregunta si alguna vez se ha enamorado, Carmina recuerda el brillo de los ojos de Nicolás, sus palabras temblorosas y su invitación. Pero sigue negándolo, porque hablar de ese amor es como abrir una herida que aún no sana, una herida marcada por una promesa rota y una vida truncada por los errores de otros. Así, aquel amor permanece escondido entre las sombras de los años y en la fragancia del pan recién horneado que aún flota en su memoria.

    Sin embargo, guarda dos tesoros que no ha dejado que el tiempo borre: una de las pocas fotos que se tomaron juntos, donde él sonríe y la mira de reojo, y los gatos del vecindario, a quienes cuida como una promesa silenciosa, una manera de mantener vivo el recuerdo de aquel primer y único amor.
    A sus veintipocos, Carmina siempre responde lo mismo cuando alguien le pregunta si ha estado enamorada: "No, nunca. Nunca me ha pasado." Lo dice con una sonrisa y el tono de quien ha olvidado el sabor de ese sentimiento o de quien, simplemente, jamás lo ha probado. Y cualquiera podría creerle. Al menos hasta que Carmina se queda en silencio, y sus ojos, por unos instantes, parecen viajar a otro tiempo, a otras tardes donde el sol era más cálido y el aire olía a pan fresco. Cuando tenía diecisiete años, Carmina se enamoró de Nicolás, su vecino. Era el hijo mayor de la familia que administraba la panadería del vecindario, un lugar al que todos iban en busca de pan recién horneado y, para algunos, de una charla amable. Nicolás era un joven alto, de piel bronceada por el sol, con el cabello castaño largo y despeinado, y unos ojos negros que parecían guardar secretos y sueños. Él cuidaba de los gatos callejeros, que lo seguían por las calles como si fuera uno de ellos. Carmina, intrigada por su forma serena y bondadosa, se había acercado al principio por curiosidad, y luego por una conexión que no entendía del todo. Siempre se limitó a ser su amiga, a escucharle con atención cuando él hablaba de lo orgulloso que estaba de su familia o de sus planes para ayudar más en la panadería. Jamás confesó el cariño inmenso que sentía por él. ¿Para qué decirlo?, pensaba. Bastaba con estar cerca y compartir momentos sencillos, con esa paz que le traía el sonido de su voz o la risa que le escapaba cuando un gato le subía al hombro. Sin embargo, había momentos en que Nicolás parecía sentir lo mismo. A veces, él dejaba caer palabras tímidas o miradas que parecían decir más de lo que ella estaba dispuesta a aceptar. Como aquella vez, tras una tarde cuidando gatos, cuando se quedaron en silencio y Nicolás, con las mejillas levemente sonrojadas, le confesó que le gustaba estar cerca de ella. Carmina había desviado la mirada, riendo con nerviosismo, hablando de otra cosa, como si esas palabras no hubieran sido lo que realmente eran: una confesión disfrazada. La noche antes de que Nicolás desapareciera, él le había propuesto ir a tomar un café juntos el fin de semana. Carmina, con el corazón en la garganta, apenas pudo asentir, pensando que tal vez ese sería el momento en que ambos dejarían de esconder sus sentimientos. Pero el destino tenía otros planes. A la mañana siguiente, Nicolás ya no estaba. Desapareció sin dejar rastro, y aunque nadie sabía qué le había ocurrido exactamente, el vecindario asumió lo peor, al tratarse de un asunto que involucraba problemas con la mafia. Se decía que, sin tener culpa, se había visto atrapado en problemas por culpa de amigos que lo arrastraron sin quererlo a asuntos oscuros. Nicolás siempre fue un joven honesto y trabajador, alguien que quería ayudar a su familia, nada más. Carmina, al enterarse, sintió cómo su mundo se volvía gris. Las palabras de él, su invitación, resonaron en su mente como una broma amarga. Aquel café, aquella posibilidad, se desvaneció antes de poder ser real. La noticia le trajo también un eco doloroso del pasado. Recordó cómo su madre, años atrás, había arruinado la vida de su familia al involucrarse con un hombre que estaba ligado a la mafia. Carmina había crecido con el miedo constante de perderlo todo, de que el caos de esa vida secreta estallara un día y los devorara. Ahora, el ciclo parecía repetirse de un modo cruel, llevándose a Nicolás, otro inocente atrapado en una red de la que no pudo escapar. En las semanas que siguieron, Carmina visitaba la panadería en silencio, intentando mantenerse fuerte mientras veía a la familia de Nicolás seguir adelante con tristeza en los ojos. A veces, se acercaba a los gatos, los mismos que él había cuidado, como si en ellos pudiera encontrar algo de él, un último vestigio de aquel amor que guardó en silencio. Ahora, cuando alguien le pregunta si alguna vez se ha enamorado, Carmina recuerda el brillo de los ojos de Nicolás, sus palabras temblorosas y su invitación. Pero sigue negándolo, porque hablar de ese amor es como abrir una herida que aún no sana, una herida marcada por una promesa rota y una vida truncada por los errores de otros. Así, aquel amor permanece escondido entre las sombras de los años y en la fragancia del pan recién horneado que aún flota en su memoria. Sin embargo, guarda dos tesoros que no ha dejado que el tiempo borre: una de las pocas fotos que se tomaron juntos, donde él sonríe y la mira de reojo, y los gatos del vecindario, a quienes cuida como una promesa silenciosa, una manera de mantener vivo el recuerdo de aquel primer y único amor.
    Me entristece
    1
    0 turnos 0 maullidos 923 vistas
  • Nunca he sido una persona de gatos, pero parece ser que ellos si gustan de mi compañía... vale, que gastaré un poco en comprarles un pescado, pero nada más, nada de intentar entrar a mi hogar. —
    Nunca he sido una persona de gatos, pero parece ser que ellos si gustan de mi compañía... vale, que gastaré un poco en comprarles un pescado, pero nada más, nada de intentar entrar a mi hogar. —
    Me gusta
    Me enjaja
    3
    0 turnos 0 maullidos 224 vistas
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    #ModernAU #Ladyofthenight

    Está bien que no me quieras, porque realmente no creo que seamos capases.
    Normalmente uno comienza a ver los grandes desamores del ambiente cuando tiene la capacidad de mantenerse parado, aun así, pobres criaturas a veces encuentran el vacío detrás del escenario aun antes de poder entender que significa. Y ahí crecen…
    Las personas que obligatoriamente deberían amarte no están, les alcanzó un vistazo para saber que no querrían nada que ver con una pequeña bolita de carne quejosa. Los niños del albergue tenían tanto miedo, hambre y frío como tú, y así como todos enmarcaste el ceño y enseñaste los dientes porque estabas tan helada por dentro que incluso el calor de la sangre ajena en tu boca era mejor que sentir nada.
    Él tiene algo más, aquel es mejor, alto, los fuertes, el listo, más lindos, más… mejor.
    Pasas de techo en techo, en lugares repletos de gente que nunca serán tuyos, valiendo menos que el papel donde imprimen los cheques de seguridad social y alzando la cabeza con una sonrisa, una y otra vez… porque quieres comértelo todo. Deseas devorar todas esas ininteligencias flotando en el aire, anhelas poder vestir esos significados que pasan de lengua a lengua y necesitas creer que en algún momento podrás estar en el medio de la habitación.
    Los años pasan y el frío está allí, pero no tanto como antes ¿o no?. El miedo tiene una manera de incendiar hasta los cimientos aunque estés inundado de lágrimas, caminas, caminas, caminas intentando abrirte paso del otro lado del telón para encontrar un mundo de colores tan brillantes, luces imposibles y una verdad a medias.
    Nadie ama.
    ¡Imposible!, resuena en un escenario vacío siendo atestiguado únicamente por sabias tarimas de madera que si pudieran sacudirían su cabeza en lánguido desapruebo.
    ¡Estaba aquí! ¿Acaso no lo vieron? ¡YO SI! Todo el tiempo… desde el otro lado.
    Palabras necias para oídos sordos, ¿cómo no podría estar?, era parte de la vida de tantas personas que sería imposible que no fuera real. Pero tú sabes más que eso ¿verdad?, conoces tonos más oscuros.
    Estuvieron en tus ojos cuando la mano del grande encontró con fuerza el cráneo de alguien más chico, bañando tu rostro cuando entregaste un pedazo de ti por un segundo de compañía y en la punta de tu lengua cuando cerraste los dientes en alguien más con la intención de desgarrar su carne.
    Así que no, no eres capaz de amar, siempre lo supiste cariño, eres mejor que eso.
    Entiendes como se maneja el juego, como los estratos sociales están construidos en fundamentos de abuso e incondicionalidad para soportar un sistema que no funciona, pero no hay otro.
    Usaste, deseaste, resentiste y envidiaste para quedar a un lado de todo.
    Ahora sonríe, abre los brazos y susurra tan dulce como puedas —¿Cómo podría no hacerlo?—
    Tal vez, en algún momento, alguien te dé la respuesta.
    #ModernAU #Ladyofthenight Está bien que no me quieras, porque realmente no creo que seamos capases. Normalmente uno comienza a ver los grandes desamores del ambiente cuando tiene la capacidad de mantenerse parado, aun así, pobres criaturas a veces encuentran el vacío detrás del escenario aun antes de poder entender que significa. Y ahí crecen… Las personas que obligatoriamente deberían amarte no están, les alcanzó un vistazo para saber que no querrían nada que ver con una pequeña bolita de carne quejosa. Los niños del albergue tenían tanto miedo, hambre y frío como tú, y así como todos enmarcaste el ceño y enseñaste los dientes porque estabas tan helada por dentro que incluso el calor de la sangre ajena en tu boca era mejor que sentir nada. Él tiene algo más, aquel es mejor, alto, los fuertes, el listo, más lindos, más… mejor. Pasas de techo en techo, en lugares repletos de gente que nunca serán tuyos, valiendo menos que el papel donde imprimen los cheques de seguridad social y alzando la cabeza con una sonrisa, una y otra vez… porque quieres comértelo todo. Deseas devorar todas esas ininteligencias flotando en el aire, anhelas poder vestir esos significados que pasan de lengua a lengua y necesitas creer que en algún momento podrás estar en el medio de la habitación. Los años pasan y el frío está allí, pero no tanto como antes ¿o no?. El miedo tiene una manera de incendiar hasta los cimientos aunque estés inundado de lágrimas, caminas, caminas, caminas intentando abrirte paso del otro lado del telón para encontrar un mundo de colores tan brillantes, luces imposibles y una verdad a medias. Nadie ama. ¡Imposible!, resuena en un escenario vacío siendo atestiguado únicamente por sabias tarimas de madera que si pudieran sacudirían su cabeza en lánguido desapruebo. ¡Estaba aquí! ¿Acaso no lo vieron? ¡YO SI! Todo el tiempo… desde el otro lado. Palabras necias para oídos sordos, ¿cómo no podría estar?, era parte de la vida de tantas personas que sería imposible que no fuera real. Pero tú sabes más que eso ¿verdad?, conoces tonos más oscuros. Estuvieron en tus ojos cuando la mano del grande encontró con fuerza el cráneo de alguien más chico, bañando tu rostro cuando entregaste un pedazo de ti por un segundo de compañía y en la punta de tu lengua cuando cerraste los dientes en alguien más con la intención de desgarrar su carne. Así que no, no eres capaz de amar, siempre lo supiste cariño, eres mejor que eso. Entiendes como se maneja el juego, como los estratos sociales están construidos en fundamentos de abuso e incondicionalidad para soportar un sistema que no funciona, pero no hay otro. Usaste, deseaste, resentiste y envidiaste para quedar a un lado de todo. Ahora sonríe, abre los brazos y susurra tan dulce como puedas —¿Cómo podría no hacerlo?— Tal vez, en algún momento, alguien te dé la respuesta.
    Me gusta
    Me encocora
    5
    0 comentarios 0 compartidos 838 vistas
  • 100 a 1500 líneas por Semana
    Fandom
    Empireo
    Búsqueda de
    Partner
    Estado
    Disponible
    ⤷ La  Escuela de Guerra de Basgiath busca a su líder de ala para cumplir sus obligaciones con Navarre, bajo los acuerdos dados a los hijos rebeldes.


    Requisitos
     ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑Conocer al personaje
     ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑Preferiblemente haber leído ambos libros. (No obligatorio)
     ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑Actividad y compromiso, no es obligatorio 24/7.
     ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑Ganas de comenzar una rebelión en pro de todos los habitantes de Poromiel y Navarre.
     ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑PERONAJES 3D, aqune es posible usar fanarts.
     ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑FC recomendado: Matthew Daddario

    ⤷ La  Escuela de Guerra de Basgiath busca a su líder de ala para cumplir sus obligaciones con Navarre, bajo los acuerdos dados a los hijos rebeldes. Requisitos  ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑Conocer al personaje  ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑Preferiblemente haber leído ambos libros. (No obligatorio)  ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑Actividad y compromiso, no es obligatorio 24/7.  ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑Ganas de comenzar una rebelión en pro de todos los habitantes de Poromiel y Navarre.  ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑PERONAJES 3D, aqune es posible usar fanarts.  ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎ ︎⭑FC recomendado: Matthew Daddario
    Me gusta
    1
    0 comentarios 2 compartidos 1342 vistas
Ver más resultados
Patrocinados