Era una tarde tranquila en la tienda de conveniencia de la familia Valenti. Carmina estaba acomodando unas botellas en el refrigerador cuando su teléfono sonó. Era Chiara, su amiga más insistente y entusiasta.
—¡Carmina, lo tengo todo planeado! —dijo Chiara sin siquiera saludar.
—¿De qué estás hablando ahora? —preguntó Carmina, rodando los ojos mientras se limpiaba las manos en el delantal.
—De Paolo, obvio. ¡Es perfecto para ti! —Carmina suspiró, pero Chiara continuó—: Trabaja en ventas, es guapo y siempre viste bien. Ya hablé con él y está emocionado. Tienen una cita mañana en Da Marco, a las siete.
—¿Chiara, en serio? Ni siquiera me preguntaste si quería una cita.
—Por eso me tienes a mi, para que te animes un poco. ¡Confía en mí!
Carmina aceptó a regañadientes. No tenía fuerzas para discutir más y pensó que, con suerte, la noche no sería un desastre total.
A la hora acordada, Carmina llegó al restaurante. Había optado por un vestido azul claro sencillo, sus rizos pelirrojos sueltos, y un maquillaje discreto. El lugar estaba lleno, con luces tenues y música tranquila.
Paolo apareció quince minutos tarde, llevando una chaqueta deportiva que no combinaba para nada con el ambiente elegante. Se sentó apresuradamente frente a ella sin disculparse.
—¿Eres Carmina, no? Chiara me habló mucho de ti.
—Sí, mucho gusto, —respondió Carmina, intentando sonreír.
Apenas habían abierto los menús cuando Paolo empezó a hablar de sí mismo. Se lanzó a una larga historia sobre cómo "cerrar ventas era un arte" y sobre los "excelentes negocios" que hacía.
—Trabajo mucho, ¿sabes? No todos tienen mi disciplina. ¿Y tú? ¿Qué haces?
—Trabajo en la tienda de conveniencia de mi familia.
—¡Oh! Qué interesante. Aunque, bueno, no es como vender bienes raíces, ¿verdad? —dijo con una sonrisa petulante.
Carmina se mordió el interior de la mejilla, recordándose mantener la calma.
El camarero se acercó a tomar el pedido, y Paolo ordenó primero: eligió el plato más caro del menú sin siquiera mirar a Carmina.
—Y para ella, lo que quiera, claro, —añadió, como si fuera un favor.
Carmina pidió algo modesto y agradeció al camarero. Durante la cena, Paolo siguió monopolizando la conversación, pasando de sus hazañas en el gimnasio a lo mucho que le gustaban los autos de lujo. En algún momento, se inclinó hacia ella y dijo:
—¿Sabes? Estás bien, pero si te hicieras un cambio de look, tal vez un corte de cabello más moderno, podrías verte increíble.
Carmina respiró hondo, aferrándose a su paciencia.
Cuando llegó la cuenta, Paolo se recargó en la silla y, con una sonrisa, dijo:
—Bueno, como Chiara organizó esto, pensé que lo lógico sería que tú pagaras.
Carmina lo miró fijamente, incapaz de creer lo que acababa de escuchar. Sin perder la compostura, sacó suficiente dinero para cubrir su plato, lo dejó sobre la mesa y se levantó.
—Por supuesto, Paolo. Pero un consejo: la próxima vez, intenta ser tan generoso como pretendes parecer.
Paolo quedó boquiabierto mientras ella salía del restaurante con la cabeza en alto.
Esa noche, Carmina se acomodó en su sofá con una taza de té caliente. Abrió su teléfono y le envió un mensaje a Chiara:
"Chiara, jamás vuelvas a organizarme una cita. Ese tipo era insoportable. Gracias, pero no gracias."
Mientras su gato ronroneaba en su regazo, Carmina sonrió. Al menos la noche había terminado, y sabía que, para la próxima, se aseguraría de que su vida amorosa quedara fuera del alcance de Chiara.
—¡Carmina, lo tengo todo planeado! —dijo Chiara sin siquiera saludar.
—¿De qué estás hablando ahora? —preguntó Carmina, rodando los ojos mientras se limpiaba las manos en el delantal.
—De Paolo, obvio. ¡Es perfecto para ti! —Carmina suspiró, pero Chiara continuó—: Trabaja en ventas, es guapo y siempre viste bien. Ya hablé con él y está emocionado. Tienen una cita mañana en Da Marco, a las siete.
—¿Chiara, en serio? Ni siquiera me preguntaste si quería una cita.
—Por eso me tienes a mi, para que te animes un poco. ¡Confía en mí!
Carmina aceptó a regañadientes. No tenía fuerzas para discutir más y pensó que, con suerte, la noche no sería un desastre total.
A la hora acordada, Carmina llegó al restaurante. Había optado por un vestido azul claro sencillo, sus rizos pelirrojos sueltos, y un maquillaje discreto. El lugar estaba lleno, con luces tenues y música tranquila.
Paolo apareció quince minutos tarde, llevando una chaqueta deportiva que no combinaba para nada con el ambiente elegante. Se sentó apresuradamente frente a ella sin disculparse.
—¿Eres Carmina, no? Chiara me habló mucho de ti.
—Sí, mucho gusto, —respondió Carmina, intentando sonreír.
Apenas habían abierto los menús cuando Paolo empezó a hablar de sí mismo. Se lanzó a una larga historia sobre cómo "cerrar ventas era un arte" y sobre los "excelentes negocios" que hacía.
—Trabajo mucho, ¿sabes? No todos tienen mi disciplina. ¿Y tú? ¿Qué haces?
—Trabajo en la tienda de conveniencia de mi familia.
—¡Oh! Qué interesante. Aunque, bueno, no es como vender bienes raíces, ¿verdad? —dijo con una sonrisa petulante.
Carmina se mordió el interior de la mejilla, recordándose mantener la calma.
El camarero se acercó a tomar el pedido, y Paolo ordenó primero: eligió el plato más caro del menú sin siquiera mirar a Carmina.
—Y para ella, lo que quiera, claro, —añadió, como si fuera un favor.
Carmina pidió algo modesto y agradeció al camarero. Durante la cena, Paolo siguió monopolizando la conversación, pasando de sus hazañas en el gimnasio a lo mucho que le gustaban los autos de lujo. En algún momento, se inclinó hacia ella y dijo:
—¿Sabes? Estás bien, pero si te hicieras un cambio de look, tal vez un corte de cabello más moderno, podrías verte increíble.
Carmina respiró hondo, aferrándose a su paciencia.
Cuando llegó la cuenta, Paolo se recargó en la silla y, con una sonrisa, dijo:
—Bueno, como Chiara organizó esto, pensé que lo lógico sería que tú pagaras.
Carmina lo miró fijamente, incapaz de creer lo que acababa de escuchar. Sin perder la compostura, sacó suficiente dinero para cubrir su plato, lo dejó sobre la mesa y se levantó.
—Por supuesto, Paolo. Pero un consejo: la próxima vez, intenta ser tan generoso como pretendes parecer.
Paolo quedó boquiabierto mientras ella salía del restaurante con la cabeza en alto.
Esa noche, Carmina se acomodó en su sofá con una taza de té caliente. Abrió su teléfono y le envió un mensaje a Chiara:
"Chiara, jamás vuelvas a organizarme una cita. Ese tipo era insoportable. Gracias, pero no gracias."
Mientras su gato ronroneaba en su regazo, Carmina sonrió. Al menos la noche había terminado, y sabía que, para la próxima, se aseguraría de que su vida amorosa quedara fuera del alcance de Chiara.
Era una tarde tranquila en la tienda de conveniencia de la familia Valenti. Carmina estaba acomodando unas botellas en el refrigerador cuando su teléfono sonó. Era Chiara, su amiga más insistente y entusiasta.
—¡Carmina, lo tengo todo planeado! —dijo Chiara sin siquiera saludar.
—¿De qué estás hablando ahora? —preguntó Carmina, rodando los ojos mientras se limpiaba las manos en el delantal.
—De Paolo, obvio. ¡Es perfecto para ti! —Carmina suspiró, pero Chiara continuó—: Trabaja en ventas, es guapo y siempre viste bien. Ya hablé con él y está emocionado. Tienen una cita mañana en Da Marco, a las siete.
—¿Chiara, en serio? Ni siquiera me preguntaste si quería una cita.
—Por eso me tienes a mi, para que te animes un poco. ¡Confía en mí!
Carmina aceptó a regañadientes. No tenía fuerzas para discutir más y pensó que, con suerte, la noche no sería un desastre total.
A la hora acordada, Carmina llegó al restaurante. Había optado por un vestido azul claro sencillo, sus rizos pelirrojos sueltos, y un maquillaje discreto. El lugar estaba lleno, con luces tenues y música tranquila.
Paolo apareció quince minutos tarde, llevando una chaqueta deportiva que no combinaba para nada con el ambiente elegante. Se sentó apresuradamente frente a ella sin disculparse.
—¿Eres Carmina, no? Chiara me habló mucho de ti.
—Sí, mucho gusto, —respondió Carmina, intentando sonreír.
Apenas habían abierto los menús cuando Paolo empezó a hablar de sí mismo. Se lanzó a una larga historia sobre cómo "cerrar ventas era un arte" y sobre los "excelentes negocios" que hacía.
—Trabajo mucho, ¿sabes? No todos tienen mi disciplina. ¿Y tú? ¿Qué haces?
—Trabajo en la tienda de conveniencia de mi familia.
—¡Oh! Qué interesante. Aunque, bueno, no es como vender bienes raíces, ¿verdad? —dijo con una sonrisa petulante.
Carmina se mordió el interior de la mejilla, recordándose mantener la calma.
El camarero se acercó a tomar el pedido, y Paolo ordenó primero: eligió el plato más caro del menú sin siquiera mirar a Carmina.
—Y para ella, lo que quiera, claro, —añadió, como si fuera un favor.
Carmina pidió algo modesto y agradeció al camarero. Durante la cena, Paolo siguió monopolizando la conversación, pasando de sus hazañas en el gimnasio a lo mucho que le gustaban los autos de lujo. En algún momento, se inclinó hacia ella y dijo:
—¿Sabes? Estás bien, pero si te hicieras un cambio de look, tal vez un corte de cabello más moderno, podrías verte increíble.
Carmina respiró hondo, aferrándose a su paciencia.
Cuando llegó la cuenta, Paolo se recargó en la silla y, con una sonrisa, dijo:
—Bueno, como Chiara organizó esto, pensé que lo lógico sería que tú pagaras.
Carmina lo miró fijamente, incapaz de creer lo que acababa de escuchar. Sin perder la compostura, sacó suficiente dinero para cubrir su plato, lo dejó sobre la mesa y se levantó.
—Por supuesto, Paolo. Pero un consejo: la próxima vez, intenta ser tan generoso como pretendes parecer.
Paolo quedó boquiabierto mientras ella salía del restaurante con la cabeza en alto.
Esa noche, Carmina se acomodó en su sofá con una taza de té caliente. Abrió su teléfono y le envió un mensaje a Chiara:
"Chiara, jamás vuelvas a organizarme una cita. Ese tipo era insoportable. Gracias, pero no gracias."
Mientras su gato ronroneaba en su regazo, Carmina sonrió. Al menos la noche había terminado, y sabía que, para la próxima, se aseguraría de que su vida amorosa quedara fuera del alcance de Chiara.