• —Señorita Smith, debería descansar— dijo la voz femenina. Hope no entendía una mierda de lo que estaba pasando. Intentaba darle una explicación a todo aquello: ¿era un sueño vivido? ¿Una alucinación? Dean le había hablado de los genios y de que eran capaces de licuarte las entrañas mientras te sometían a una alucinación. Tambien conocía el efecto psicotrópico de la droga que las había empapado a ella y a las mellizas Saltzman hasta hacerlas alucinar con que eran pandas y con un universo sacado de Star Wars. Pero aquello… Aquello parecía demasiado real… No recordaba haber sentido o experimentado nunca algo parecido… Como si la hubieran arrancado de su propia vida y… la hubieran colocado en otro lado.

    Descendió la mirada a sus manos y las encontró algo pálidas y repletas de tatuajes. No reconocía ninguno. Esas no eran sus manos.

    —¿Qué coño…?— Pronunció ignorando deliberadamente la pregunta de la enfermera. Su mirada estaba en busca de una superficie reflectante. Necesitaba comprobar algo… Encontró un armario, al fondo, detrás del medico y la enfermera… Y se apresuró a ponerse en pie para ir hasta allí.

    —¡Karina! -el medico intentó agarrarla, pero Hope se zafó con rapidez, a fin de cuentas era experta en combate cuerpo a cuerpo. Aun asi dolió zafarse de los dedos ajenos que habían tratado de aprisionar sus brazos. Llegó rápidamente hasta el armario y lo abrió para verse reflejada en el espejo del interior y… Al hacerlo casi sintió que su corazón se saltaba un latido. No reconocía aquella cara. No reconocía aquellos ojos. Y, a pesar de que su reflejo imitaba los movimientos que ella estaba haciendo, no sabia quien coño era aquella mujer que le devolvía la mirada en sus ojos de un azul claro casi verdoso.

    (...)

    Despertaría un par de horas después, de nuevo en aquella camilla y ahora sus manos estaban atadas por correas de cuero a aquella cama, como si temieran que volviese a atacar a alguien. En aquella ocasión decidió ser algo más lista. Aprender de su entorno y… después… actuar en consecuencia. A juzgar por la ropa que llevaba puesta… estaba en la cárcel. Había visto películas suficientes como para saber que aquel era un mono de presa. ¿Dónde estaba? De momento no podía saberlo. ¿De quien era el cuerpo que estaba ocupando? El de una tal Karina.

    ¿Qué clase de hechizos sobrenaturales conocía para ocupar un cuerpo ajeno? Había escuchado hablar de los viajeros… y del dolor de cabeza que habían sido para Mystic Falls. Había oído la historia de Katerina Petrova ocupando el cuerpo de Elena Gilbert… Tambien conocía la tendencia de su abuela y sus tíos Finn y Kol a ocupar cuerpos ajenos… También que, una vez, su tia Rebekah se vio obligada a usar un cuerpo… No era una viajera, asi que esa opción estaba descartada… Alguien le había hecho aquello a propósito, pero… ¿por qué?


    (Este texto es un fragmento de un rol privado con Dean Winchester )

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    —Señorita Smith, debería descansar— dijo la voz femenina. Hope no entendía una mierda de lo que estaba pasando. Intentaba darle una explicación a todo aquello: ¿era un sueño vivido? ¿Una alucinación? Dean le había hablado de los genios y de que eran capaces de licuarte las entrañas mientras te sometían a una alucinación. Tambien conocía el efecto psicotrópico de la droga que las había empapado a ella y a las mellizas Saltzman hasta hacerlas alucinar con que eran pandas y con un universo sacado de Star Wars. Pero aquello… Aquello parecía demasiado real… No recordaba haber sentido o experimentado nunca algo parecido… Como si la hubieran arrancado de su propia vida y… la hubieran colocado en otro lado. Descendió la mirada a sus manos y las encontró algo pálidas y repletas de tatuajes. No reconocía ninguno. Esas no eran sus manos. —¿Qué coño…?— Pronunció ignorando deliberadamente la pregunta de la enfermera. Su mirada estaba en busca de una superficie reflectante. Necesitaba comprobar algo… Encontró un armario, al fondo, detrás del medico y la enfermera… Y se apresuró a ponerse en pie para ir hasta allí. —¡Karina! -el medico intentó agarrarla, pero Hope se zafó con rapidez, a fin de cuentas era experta en combate cuerpo a cuerpo. Aun asi dolió zafarse de los dedos ajenos que habían tratado de aprisionar sus brazos. Llegó rápidamente hasta el armario y lo abrió para verse reflejada en el espejo del interior y… Al hacerlo casi sintió que su corazón se saltaba un latido. No reconocía aquella cara. No reconocía aquellos ojos. Y, a pesar de que su reflejo imitaba los movimientos que ella estaba haciendo, no sabia quien coño era aquella mujer que le devolvía la mirada en sus ojos de un azul claro casi verdoso. (...) Despertaría un par de horas después, de nuevo en aquella camilla y ahora sus manos estaban atadas por correas de cuero a aquella cama, como si temieran que volviese a atacar a alguien. En aquella ocasión decidió ser algo más lista. Aprender de su entorno y… después… actuar en consecuencia. A juzgar por la ropa que llevaba puesta… estaba en la cárcel. Había visto películas suficientes como para saber que aquel era un mono de presa. ¿Dónde estaba? De momento no podía saberlo. ¿De quien era el cuerpo que estaba ocupando? El de una tal Karina. ¿Qué clase de hechizos sobrenaturales conocía para ocupar un cuerpo ajeno? Había escuchado hablar de los viajeros… y del dolor de cabeza que habían sido para Mystic Falls. Había oído la historia de Katerina Petrova ocupando el cuerpo de Elena Gilbert… Tambien conocía la tendencia de su abuela y sus tíos Finn y Kol a ocupar cuerpos ajenos… También que, una vez, su tia Rebekah se vio obligada a usar un cuerpo… No era una viajera, asi que esa opción estaba descartada… Alguien le había hecho aquello a propósito, pero… ¿por qué? (Este texto es un fragmento de un rol privado con [BxbyDriv3r]) #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • 𝐋𝐚𝐬 𝐟𝐢𝐞𝐬𝐭𝐚𝐬 𝐞𝐧 𝐝𝐢𝐟𝐞𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨𝐬 𝐈𝐈

    — S. XIX —

    La puertecita de madera estaba decorada de lo más llamativa, indicativo de que se trataba del último día.

    ¿Qué sería esta vez?

    El año pasado le había tocado un mensaje bíblico. El año antes que ese, le había tocado un ángel, y los años anteriores al niño Jesús y diversos elementos religiosos para colocar en el pesebre.

    Junior abrió la puerta lentamente, para mantener el suspenso hasta el último segundo… y se encontró con una estrella. Dorada y puntiaguda. Especial para colocar en el árbol del salón.

    —Hmh —dejó salir con poco entusiasmo. —No está mal.
    Los calendarios de adviento ya estaban comenzando a parecerle poco atractivos.

    Probablemente estaba relacionado a que ya estaba creciendo.

    Incluso escribir una carta a Santa Claus le parecía aburrido. La idea de pedir cosas absurdas para poner nerviosos a sus padres siempre le había parecido divertido antes, pero ahora…

    Dejó la figura dentro del calendario de madera para más tarde, cuando la familia se reuniera alrededor del árbol, y se dispuso a vestirse él mismo. Hace un tiempo que había prescindido de los servicios de un sirviente para que lo vistiera, y aunque su padre había insistido en que lo conservara, Junior ya tenía ocho años y podía encargarse de ello sin problema.

    Se abotonó tranquilamente la camisa blanca y procedió con las demás prendas de la misma forma. Frente al espejo, comprobó que todo estuviera colocado prolijamente.

    —Perfecto —musitó.

    Su traje era de un azul profundo, como su mirada. Tenía detalles plateados en los hombros, que caían hacia sus brazos como delicados colgantes que brillaban como pequeños puntos de luz. Un moño del mismo tono cerraba el atuendo; obra de la modista Nina Hopkins, quien, a pesar de llamarse a sí misma una mujer moderna, había optado por un diseño bastante anticuado, pero que no dejaba de ser elegante y hermoso, adecuado para el día de hoy.

    Hoy Junior cenaría un gran banquete con la familia. Después, iría hacia el árbol decorado y colocaría la estrella en la punta, dejaría un vaso de leche y un plato de galletas preparado por Sebastián en la mesa al lado del pino. Se retiraría unos minutos para permitir que sus padres colocaran los regalos, y luego regresaría fingiendo sorprenderse ante la pantomima de sus padres de que era obra de Santa Claus.
    Aunque, a estas alturas, incluso ellos comenzaban a sospechar que Junior ya no creía tanto en aquel amable y bonachón hombre que supuestamente dejaba obsequios en secreto para los niños buenos.

    De hecho, Junior había decidido que hoy sería el fin de esa tradición, quedando como un tierno recuerdo de sus ilusiones infantiles.
    Hacía años que conocía la verdad, pero seguía disfrutando de ello solo por ver a sus padres unidos, poniéndose de acuerdo en sus pedidos irrisorios.

    ¿Sería que este año habían podido encontrar lo que había pedido? No lo creía, pero se moría de ganas de saber cuál había sido su alternativa para complacerlo. Luego, les confesaría que, había sabido la verdad todo el tiempo.

    Los liberaría de esa carga, y, los cargaría con otras de un carácter más relevante que un tonto cuento infantil.

    Junior se dirigió hacia la puerta en dirección al comedor, pero, de repente, esta se abrió de golpe, haciéndolo dar un salto de sorpresa.

    —¿Qué demon…?

    Ni siquiera alcanzó a terminar la frase cuando Finnian apareció con su característica sonrisa grande, llevando un gorrito rojo con el típico pompón blanco en la punta.

    —¡Joven amo! —dijo con entusiasmo, extendiéndole un gorro igual al suyo. —¿Ya está listo? ¡Tome, necesita ponerse esto!

    Junior alzó una ceja mientras tomaba el gorro, desconcertado.
    —¿Por qué?

    —¡Para hacer la ocasión más feliz!

    Aunque dudaba mucho que llevar ese gorrito lo hiciera feliz, no podía negarle nada a Finnian. Su entusiasmo y alegría eran demasiado contagiosos. Con un suspiro resignado, Junior se colocó el gorro, consciente de que probablemente estaba arruinando el conjunto perfectamente diseñado que llevaba.
    “Si Nina se entera, se enfadará”, pensó, aunque sabía bien que ella no lo haría.

    Bajó al comedor acompañado por el entusiasmado jardinero, y lo que encontró al llegar lo dejó pasmado por unos segundos.

    Todos estaban allí: el cocinero, la ama de llaves, el mayordomo y, por supuesto, sus padres. Todos llevaban gorritos navideños similares y lucían sonrisas que irradiaban calidez.

    Quizá Finnian tenía algo de razón.

    Junior se acercó a la mesa con una expresión más relajada y un leve gesto en los labios que podría interpretarse como una sutil sonrisa.

    Cada año sentía menos entusiasmo por ciertos aspectos de la Navidad, pero había algo que nunca cambiaba: a pesar de todo, ver a su familia reunida seguía siendo una de las cosas de la cual nunca se cansaría.
    𝐋𝐚𝐬 𝐟𝐢𝐞𝐬𝐭𝐚𝐬 𝐞𝐧 𝐝𝐢𝐟𝐞𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨𝐬 𝐈𝐈 — S. XIX — La puertecita de madera estaba decorada de lo más llamativa, indicativo de que se trataba del último día. ¿Qué sería esta vez? El año pasado le había tocado un mensaje bíblico. El año antes que ese, le había tocado un ángel, y los años anteriores al niño Jesús y diversos elementos religiosos para colocar en el pesebre. Junior abrió la puerta lentamente, para mantener el suspenso hasta el último segundo… y se encontró con una estrella. Dorada y puntiaguda. Especial para colocar en el árbol del salón. —Hmh —dejó salir con poco entusiasmo. —No está mal. Los calendarios de adviento ya estaban comenzando a parecerle poco atractivos. Probablemente estaba relacionado a que ya estaba creciendo. Incluso escribir una carta a Santa Claus le parecía aburrido. La idea de pedir cosas absurdas para poner nerviosos a sus padres siempre le había parecido divertido antes, pero ahora… Dejó la figura dentro del calendario de madera para más tarde, cuando la familia se reuniera alrededor del árbol, y se dispuso a vestirse él mismo. Hace un tiempo que había prescindido de los servicios de un sirviente para que lo vistiera, y aunque su padre había insistido en que lo conservara, Junior ya tenía ocho años y podía encargarse de ello sin problema. Se abotonó tranquilamente la camisa blanca y procedió con las demás prendas de la misma forma. Frente al espejo, comprobó que todo estuviera colocado prolijamente. —Perfecto —musitó. Su traje era de un azul profundo, como su mirada. Tenía detalles plateados en los hombros, que caían hacia sus brazos como delicados colgantes que brillaban como pequeños puntos de luz. Un moño del mismo tono cerraba el atuendo; obra de la modista Nina Hopkins, quien, a pesar de llamarse a sí misma una mujer moderna, había optado por un diseño bastante anticuado, pero que no dejaba de ser elegante y hermoso, adecuado para el día de hoy. Hoy Junior cenaría un gran banquete con la familia. Después, iría hacia el árbol decorado y colocaría la estrella en la punta, dejaría un vaso de leche y un plato de galletas preparado por Sebastián en la mesa al lado del pino. Se retiraría unos minutos para permitir que sus padres colocaran los regalos, y luego regresaría fingiendo sorprenderse ante la pantomima de sus padres de que era obra de Santa Claus. Aunque, a estas alturas, incluso ellos comenzaban a sospechar que Junior ya no creía tanto en aquel amable y bonachón hombre que supuestamente dejaba obsequios en secreto para los niños buenos. De hecho, Junior había decidido que hoy sería el fin de esa tradición, quedando como un tierno recuerdo de sus ilusiones infantiles. Hacía años que conocía la verdad, pero seguía disfrutando de ello solo por ver a sus padres unidos, poniéndose de acuerdo en sus pedidos irrisorios. ¿Sería que este año habían podido encontrar lo que había pedido? No lo creía, pero se moría de ganas de saber cuál había sido su alternativa para complacerlo. Luego, les confesaría que, había sabido la verdad todo el tiempo. Los liberaría de esa carga, y, los cargaría con otras de un carácter más relevante que un tonto cuento infantil. Junior se dirigió hacia la puerta en dirección al comedor, pero, de repente, esta se abrió de golpe, haciéndolo dar un salto de sorpresa. —¿Qué demon…? Ni siquiera alcanzó a terminar la frase cuando Finnian apareció con su característica sonrisa grande, llevando un gorrito rojo con el típico pompón blanco en la punta. —¡Joven amo! —dijo con entusiasmo, extendiéndole un gorro igual al suyo. —¿Ya está listo? ¡Tome, necesita ponerse esto! Junior alzó una ceja mientras tomaba el gorro, desconcertado. —¿Por qué? —¡Para hacer la ocasión más feliz! Aunque dudaba mucho que llevar ese gorrito lo hiciera feliz, no podía negarle nada a Finnian. Su entusiasmo y alegría eran demasiado contagiosos. Con un suspiro resignado, Junior se colocó el gorro, consciente de que probablemente estaba arruinando el conjunto perfectamente diseñado que llevaba. “Si Nina se entera, se enfadará”, pensó, aunque sabía bien que ella no lo haría. Bajó al comedor acompañado por el entusiasmado jardinero, y lo que encontró al llegar lo dejó pasmado por unos segundos. Todos estaban allí: el cocinero, la ama de llaves, el mayordomo y, por supuesto, sus padres. Todos llevaban gorritos navideños similares y lucían sonrisas que irradiaban calidez. Quizá Finnian tenía algo de razón. Junior se acercó a la mesa con una expresión más relajada y un leve gesto en los labios que podría interpretarse como una sutil sonrisa. Cada año sentía menos entusiasmo por ciertos aspectos de la Navidad, pero había algo que nunca cambiaba: a pesar de todo, ver a su familia reunida seguía siendo una de las cosas de la cual nunca se cansaría.
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    Caracoles!!! Al finnpude regresar nwn
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  • V. ¿Fuera del tablero?
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
    Categoría Otros
    Las ruedas levantaban algo de polvo, y el motor del coche resonaba en el tranquilo camino.

    A través de la ventana podía verse una monótona extensión de tierra y césped; solo a lo lejos se alzaban árboles de un pequeño bosque circundante, de donde algunos petirrojos intrépidos surgían, curiosos ante el ruidoso vehículo.

    —¿Llegaremos pronto?

    Jean mostraba cierta ansiedad, como si deseara darse la vuelta y regresar. Su chofer, el confiable Finnian, asintió. Y justo en ese momento ambos pudieron ver cómo asomaba una gran mansión, respondiendo así la inquietud del joven Phantomhive, quien solo dejó escapar un suspiro.

    A estas alturas, volver atrás era impensable: ya habían alcanzado su destino.

    Y es que su dilema tenía nombre y apellido: Heinrich Rosenberg.

    ¿Qué debía hacer Jean con él?

    Por alguna razón, le resultaba difícil articular la respuesta evidente. Si se tratase de otra persona, la resolución de Jean habría sido inmediata: solo un medio para un fin.

    El señor Heinrich no era un peón especialmente valioso, pero todos los peones tenían su utilidad, y ganarse su favor podría ser beneficioso dado su evidente carisma. Sin embargo, su habitual cinismo parecía tambalearse ante él, generando un inesperado sentimiento de culpa. Tal vez porque, en el fondo, se sentía en deuda por la ayuda que le brindó en el pasado, o porque el encanto de Heinrich había logrado alcanzarlo, haciéndolo sentir incómodo al usar a alguien tan bondadoso y crédulo.

    Fuera cual fuese la causa, este dilema estaba comenzando a ser una distracción.

    Jean se propuso visitarlo, cumplir con su "promesa" y esperar que eso fuese suficiente para disipar aquel incómodo remordimiento hacia el señor Heinrich. Y si no resultaba, entonces tendría que olvidarse de tenerlo como un peón; pero, Jean se negaba a admitir la derrota, incluso en algo así, por lo que, se hallaba en un punto muerto.

    Pronto, el vehículo se estacionó cerca de la imponente entrada de la mansión. Cuando Finnian le abrió la puerta, Jean cerró los ojos un instante, y al abrirlos, la expresión conflictuada había desaparecido. Solo quedaba un joven de semblante tranquilo, casi abierto, con una sutil sonrisa en los labios: la imagen misma de la cortesía.

    Portaba un bastón de madera oscura lacada y una levita a juego, en un conjunto elegantemente sobrio.

    Las ruedas levantaban algo de polvo, y el motor del coche resonaba en el tranquilo camino. A través de la ventana podía verse una monótona extensión de tierra y césped; solo a lo lejos se alzaban árboles de un pequeño bosque circundante, de donde algunos petirrojos intrépidos surgían, curiosos ante el ruidoso vehículo. —¿Llegaremos pronto? Jean mostraba cierta ansiedad, como si deseara darse la vuelta y regresar. Su chofer, el confiable Finnian, asintió. Y justo en ese momento ambos pudieron ver cómo asomaba una gran mansión, respondiendo así la inquietud del joven Phantomhive, quien solo dejó escapar un suspiro. A estas alturas, volver atrás era impensable: ya habían alcanzado su destino. Y es que su dilema tenía nombre y apellido: Heinrich Rosenberg. ¿Qué debía hacer Jean con él? Por alguna razón, le resultaba difícil articular la respuesta evidente. Si se tratase de otra persona, la resolución de Jean habría sido inmediata: solo un medio para un fin. El señor Heinrich no era un peón especialmente valioso, pero todos los peones tenían su utilidad, y ganarse su favor podría ser beneficioso dado su evidente carisma. Sin embargo, su habitual cinismo parecía tambalearse ante él, generando un inesperado sentimiento de culpa. Tal vez porque, en el fondo, se sentía en deuda por la ayuda que le brindó en el pasado, o porque el encanto de Heinrich había logrado alcanzarlo, haciéndolo sentir incómodo al usar a alguien tan bondadoso y crédulo. Fuera cual fuese la causa, este dilema estaba comenzando a ser una distracción. Jean se propuso visitarlo, cumplir con su "promesa" y esperar que eso fuese suficiente para disipar aquel incómodo remordimiento hacia el señor Heinrich. Y si no resultaba, entonces tendría que olvidarse de tenerlo como un peón; pero, Jean se negaba a admitir la derrota, incluso en algo así, por lo que, se hallaba en un punto muerto. Pronto, el vehículo se estacionó cerca de la imponente entrada de la mansión. Cuando Finnian le abrió la puerta, Jean cerró los ojos un instante, y al abrirlos, la expresión conflictuada había desaparecido. Solo quedaba un joven de semblante tranquilo, casi abierto, con una sutil sonrisa en los labios: la imagen misma de la cortesía. Portaba un bastón de madera oscura lacada y una levita a juego, en un conjunto elegantemente sobrio.
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  • Londres del XIX
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
    Categoría Otros
    El ruido de los cascos de los caballos contra el empedrado lo despertó de su siesta.

    Parpadeó varias veces, aún invadido por el estupor del sueño. Se inclinó un poco hacia la ventana del carruaje, notando cómo la ciudad de Londres se imponía ante él: a rebosar de actividad y con un bullicio al que Junior no estaba acostumbrado, pero que encontraba novedoso.

    Eran pocas las ocasiones en que se le permitía venir, y en su vistazo rápido por la ventana, se percató de detalles que para otros podrían ser insignificantes; pero Junior se jactaba de tener una memoria excelente, por lo que no los dejaba pasar por alto. Uno de ellos era el cierre de la panadería en Charing Cross Road, ahora reemplazada por una boutique.

    "Qué pena", pensó. "Esos panes de coco eran realmente deliciosos." Incluso tras tantos años, Junior podía recordar su sabor dulzón y equilibrado.

    De repente, el carruaje se detuvo, interrumpiendo sus pensamientos triviales. Era la señal de que habían llegado a su destino.

    Junior se acomodó la vestimenta, desarreglada tras la siesta, y descendió del vehículo con la ayuda de su chofer, Finnian, (el jardinero que últimamente tenía más funciones que ocuparse del jardín) que siempre lo acompañaba y cuidaba por las órdenes de su padre.

    Aunque había optado por vestimentas más "humildes" para no llamar la atención, era inevitable que destacara. Su porte elegante y el hecho de contar con un chofer propio indicaban que no era un cualquiera.

    Además, parecía dirigirse hacia una lujosa tienda de piedras preciosas, o al menos esa sería la percepción de un observador. En realidad, se encaminaba hacia la tienda contigua, una librería poco atractiva.

    Por casualidad, dos señoritas se interpusieron en su camino. Por su apariencia, se podía deducir que se trataba de una joven ama y su dama de compañía, o alguna otra posición que desconocía.

    —Disculpen, señoritas —comenzó, con una voz educada pero carente de emoción.
    —¿Ingresarán a la tienda?
    El ruido de los cascos de los caballos contra el empedrado lo despertó de su siesta. Parpadeó varias veces, aún invadido por el estupor del sueño. Se inclinó un poco hacia la ventana del carruaje, notando cómo la ciudad de Londres se imponía ante él: a rebosar de actividad y con un bullicio al que Junior no estaba acostumbrado, pero que encontraba novedoso. Eran pocas las ocasiones en que se le permitía venir, y en su vistazo rápido por la ventana, se percató de detalles que para otros podrían ser insignificantes; pero Junior se jactaba de tener una memoria excelente, por lo que no los dejaba pasar por alto. Uno de ellos era el cierre de la panadería en Charing Cross Road, ahora reemplazada por una boutique. "Qué pena", pensó. "Esos panes de coco eran realmente deliciosos." Incluso tras tantos años, Junior podía recordar su sabor dulzón y equilibrado. De repente, el carruaje se detuvo, interrumpiendo sus pensamientos triviales. Era la señal de que habían llegado a su destino. Junior se acomodó la vestimenta, desarreglada tras la siesta, y descendió del vehículo con la ayuda de su chofer, Finnian, (el jardinero que últimamente tenía más funciones que ocuparse del jardín) que siempre lo acompañaba y cuidaba por las órdenes de su padre. Aunque había optado por vestimentas más "humildes" para no llamar la atención, era inevitable que destacara. Su porte elegante y el hecho de contar con un chofer propio indicaban que no era un cualquiera. Además, parecía dirigirse hacia una lujosa tienda de piedras preciosas, o al menos esa sería la percepción de un observador. En realidad, se encaminaba hacia la tienda contigua, una librería poco atractiva. Por casualidad, dos señoritas se interpusieron en su camino. Por su apariencia, se podía deducir que se trataba de una joven ama y su dama de compañía, o alguna otra posición que desconocía. —Disculpen, señoritas —comenzó, con una voz educada pero carente de emoción. —¿Ingresarán a la tienda?
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  • I. Mascarade
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
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    El espejo reflejaba a un joven adolescente ataviado con una levita azul marino de intrincados detalles dorados. Sus pantalones eran de un simple blanco que contrastaba elegantemente, a juego con sus zapatos oscuros. Pero, aunque pareciera que estaba listo para partir, faltaba un elemento importante, de hecho, el que le daba todo el sentido a sus ropajes: una máscara, bordeada de dorado y de un azul tan hermoso como sus ojos. Esta estaba sobre la cama. Junior caminó con calma hacia ella y la tomó de una manera reverente.
    —Tú serás la encargada de llevarme al exterior —musitó, hablándole a la máscara como si se tratara de una persona. Junior disfrutaba de la teatralidad, tal vez porque no tenía amigos con los cuales hablar.
    Digamos que, "por casualidad", Junior se enteró de que se haría una mascarada en la mansión de un príncipe, y sus padres habían sido invitados. Por supuesto, Junior no podía ir; era demasiado joven para participar de ese tipo de festividades, quién sabe por qué. Además, sus padres procuraban mantenerlo alejado de la sociedad para ocultar su naturaleza: un hijo ilegítimo no podía salir a la luz.
    Sin embargo, Junior había heredado la astucia e intrepidez de sus padres, y una simple orden no lo detendría de ir a donde quería. De hecho, esta sería la primera vez que escaparía de casa y, más que sentir culpa, sentía cierta emoción al respecto.
    De alguna forma, había convencido al jardinero, Finnian, para que lo llevara hasta la mansión de aquel príncipe. Como todos estarían utilizando máscaras, sus padres no podrían reconocerlo.
    Junior tomó la máscara que estaba sobre la cama y se la puso con reverencia. Luego, se encaminó hacia la salida, donde el jardinero lo llevaría, y donde, finalmente, podría saborear lo que era la sociedad británica en su esplendor.
    El espejo reflejaba a un joven adolescente ataviado con una levita azul marino de intrincados detalles dorados. Sus pantalones eran de un simple blanco que contrastaba elegantemente, a juego con sus zapatos oscuros. Pero, aunque pareciera que estaba listo para partir, faltaba un elemento importante, de hecho, el que le daba todo el sentido a sus ropajes: una máscara, bordeada de dorado y de un azul tan hermoso como sus ojos. Esta estaba sobre la cama. Junior caminó con calma hacia ella y la tomó de una manera reverente. —Tú serás la encargada de llevarme al exterior —musitó, hablándole a la máscara como si se tratara de una persona. Junior disfrutaba de la teatralidad, tal vez porque no tenía amigos con los cuales hablar. Digamos que, "por casualidad", Junior se enteró de que se haría una mascarada en la mansión de un príncipe, y sus padres habían sido invitados. Por supuesto, Junior no podía ir; era demasiado joven para participar de ese tipo de festividades, quién sabe por qué. Además, sus padres procuraban mantenerlo alejado de la sociedad para ocultar su naturaleza: un hijo ilegítimo no podía salir a la luz. Sin embargo, Junior había heredado la astucia e intrepidez de sus padres, y una simple orden no lo detendría de ir a donde quería. De hecho, esta sería la primera vez que escaparía de casa y, más que sentir culpa, sentía cierta emoción al respecto. De alguna forma, había convencido al jardinero, Finnian, para que lo llevara hasta la mansión de aquel príncipe. Como todos estarían utilizando máscaras, sus padres no podrían reconocerlo. Junior tomó la máscara que estaba sobre la cama y se la puso con reverencia. Luego, se encaminó hacia la salida, donde el jardinero lo llevaría, y donde, finalmente, podría saborear lo que era la sociedad británica en su esplendor.
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    ¡Soy 𝕽ey y busco a los personajes del universo de Star Wars!
    ¿Habéis visto a Han y Leia?, ¿A Finn y Poe?, ¿Tal vez a Chewie?

    ¡Avisadme, por que los estoy esperando!
    ¡Soy [I_AM_NOTHING] y busco a los personajes del universo de Star Wars! ¿Habéis visto a Han y Leia?, ¿A Finn y Poe?, ¿Tal vez a Chewie? ¡Avisadme, por que los estoy esperando!
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