Jean alzó la mano, sintiendo un pinchazo de frialdad depositarse en su palma.
—Parece que esta noche nevará intensamente —dedujo con tranquilidad, bajando la vista hacia su mano y observando la nieve derretirse por su calor corporal.
Bajó el brazo y miró a Hiro contemplativamente.
El androide —vestido como un mayordomo por Sebastian, bajo el jardín rodeado del más impoluto blanco, parecía un adolescente común y corriente.
Solo sus ojos, parpadeando una antinatural luz rojiza, daban cuenta de su verdadera naturaleza.
Jean se quedó observándolo fijamente, con un rostro taciturno que parecía suavizarse a medida que transcurrían los segundos.
—Esta es… —por alguna razón, dudó en continuar.
Hiro había llegado a la mansión Phantomhive para cumplir una orden de su padre.
Naturalmente, a Jean la imposición del conde Phantomhive lo había irritado profundamente.
La primera vez que había tenido trato con él, Jean lo había detestado al instante, y, seguramente, esa versión de sí mismo jamás se habría imaginado encontrarse en esta situación:
Hiro era de su total confianza.
Además... de su amigo.
Jean apretó los labios, y finalmente, venciendo a su vergüenza, musitó:
—Esta es tu primera Navidad con nosotros.
Luego, rápidamente, se corrigió con torpeza. —Por supuesto, si tienes pensado pasarlo aquí. Tienes un hermano esperándote.
Dio un paso hacia delante, agachándose para tomar un poco de nieve entre sus manos.
Ocultando sus emociones.
A pesar de los guantes negros que portaba, la frialdad traspasó hacia sus manos.
—Deduzco que la Navidad en tu época es muy distinta —cambió de tema; haciendo una bola de nieve, Jean se enderezó y la lanzó sin mucha fuerza hacia un tocón.
Este se balanceó, pareciendo que se caería de lado, pero al final, se quedó quieto.
—Estoy seguro que algunas tradiciones habrán perdurado —añadió con una certeza arrogante—. Retorcidas, deformadas; para bien o para mal, este es un patrón que ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. Los mismos símbolos navideños, como armar un árbol y decorarlo en el salón, o el mismo Santa Claus, un santo de raíces paganas, provienen de tradiciones antiguas distorsionadas. No sería sorprendente que en el futuro, continuara siendo así.
Copos de nieve caían del cielo.
Danzantes. Delicados y parsimoniosos.
Una vista helada y hermosa.
Jean alzó la mano, sintiendo un pinchazo de frialdad depositarse en su palma.
—Parece que esta noche nevará intensamente —dedujo con tranquilidad, bajando la vista hacia su mano y observando la nieve derretirse por su calor corporal.
Bajó el brazo y miró a Hiro contemplativamente.
El androide —vestido como un mayordomo por Sebastian, bajo el jardín rodeado del más impoluto blanco, parecía un adolescente común y corriente.
Solo sus ojos, parpadeando una antinatural luz rojiza, daban cuenta de su verdadera naturaleza.
Jean se quedó observándolo fijamente, con un rostro taciturno que parecía suavizarse a medida que transcurrían los segundos.
—Esta es… —por alguna razón, dudó en continuar.
Hiro había llegado a la mansión Phantomhive para cumplir una orden de su padre.
Naturalmente, a Jean la imposición del conde Phantomhive lo había irritado profundamente.
La primera vez que había tenido trato con él, Jean lo había detestado al instante, y, seguramente, esa versión de sí mismo jamás se habría imaginado encontrarse en esta situación:
Hiro era de su total confianza.
Además... de su amigo.
Jean apretó los labios, y finalmente, venciendo a su vergüenza, musitó:
—Esta es tu primera Navidad con nosotros.
Luego, rápidamente, se corrigió con torpeza. —Por supuesto, si tienes pensado pasarlo aquí. Tienes un hermano esperándote.
Dio un paso hacia delante, agachándose para tomar un poco de nieve entre sus manos.
Ocultando sus emociones.
A pesar de los guantes negros que portaba, la frialdad traspasó hacia sus manos.
—Deduzco que la Navidad en tu época es muy distinta —cambió de tema; haciendo una bola de nieve, Jean se enderezó y la lanzó sin mucha fuerza hacia un tocón.
Este se balanceó, pareciendo que se caería de lado, pero al final, se quedó quieto.
—Estoy seguro que algunas tradiciones habrán perdurado —añadió con una certeza arrogante—. Retorcidas, deformadas; para bien o para mal, este es un patrón que ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad. Los mismos símbolos navideños, como armar un árbol y decorarlo en el salón, o el mismo Santa Claus, un santo de raíces paganas, provienen de tradiciones antiguas distorsionadas. No sería sorprendente que en el futuro, continuara siendo así.
---
[Hiritox3]
El mar rugía con un ritmo tranquilo cuando la pequeño adulta puercoespín, acurrucaa dentro de un tonel lleno de papas, sintió que el barco se detenía. Apenas escuchó el rechinar de las cuerdas, se incorporó como un resorte y trepó por la escotilla. Sus oscuros ojos grandes y llenos de asombro brillaron al ver una isla desconocida, envuelta por una niebla suave y árboles que parecían susurrarle viento.
—¡Tierraaa! —dijo con emoción, lanzándose del barco con un gran salto. Rodó al caer en la arena y corrió rapidamente hacia un mundo desconocido.
Pronto encontró una aldea sencilla, de casas de madera y faroles colgantes. La gente, con sonrisas honestas, la recibieron con calidez.
—¡Son tan amables conmigo! —decía la dulce y tida mientras giraba sobre sí misma.
Pero la alegría se rompió de pronto.
Un sonido rasposo y antinatural emergió del bosque cercano, como si alguien chirriara metal oxidado. Desde entre los árboles aparecieron criaturas horribles: demonios híbridos", retorcidos, con cuerpos intimidantes.
—¡NOOOO! —gritaron algunos aldeanos, mientras corrían. Otros fueron atrapados, arrastrados por los demonios. Algunos, sin suerte, eran asesinados frente a sus ojos.
La Puercoespín con púas llenas de caspa tembló y se esconde dentro de un árbol hueco, tapandose los oídos para ignorar los gritos desgarradores de los aldeanos.
El mar rugía con un ritmo tranquilo cuando la pequeño adulta puercoespín, acurrucaa dentro de un tonel lleno de papas, sintió que el barco se detenía. Apenas escuchó el rechinar de las cuerdas, se incorporó como un resorte y trepó por la escotilla. Sus oscuros ojos grandes y llenos de asombro brillaron al ver una isla desconocida, envuelta por una niebla suave y árboles que parecían susurrarle viento.
—¡Tierraaa! —dijo con emoción, lanzándose del barco con un gran salto. Rodó al caer en la arena y corrió rapidamente hacia un mundo desconocido.
Pronto encontró una aldea sencilla, de casas de madera y faroles colgantes. La gente, con sonrisas honestas, la recibieron con calidez.
—¡Son tan amables conmigo! —decía la dulce y tida mientras giraba sobre sí misma.
Pero la alegría se rompió de pronto.
Un sonido rasposo y antinatural emergió del bosque cercano, como si alguien chirriara metal oxidado. Desde entre los árboles aparecieron criaturas horribles: demonios híbridos", retorcidos, con cuerpos intimidantes.
—¡NOOOO! —gritaron algunos aldeanos, mientras corrían. Otros fueron atrapados, arrastrados por los demonios. Algunos, sin suerte, eran asesinados frente a sus ojos.
La Puercoespín con púas llenas de caspa tembló y se esconde dentro de un árbol hueco, tapandose los oídos para ignorar los gritos desgarradores de los aldeanos.
-Ehehe~
¿Lo sientes? El universo se vuelve un poquito más suave cuando se acerca la Navidad.
Las estrellas parpadean como luces en un árbol cósmico, y hasta los planetas parecen girar con más cuidado, como si no quisieran romper la magia.
Yo solo… quiero quedarme aquí un ratito más, flotando entre galaxias, pensando en regalos pequeñitos pero sinceros.
Porque aunque el espacio sea infinito, la calidez de estas fechas cabe justo aquí, cerquita del corazón.
Así que ven, mira el cielo conmigo.
La Navidad ya viene viajando entre estrellas, y prometo que será enorme… y acogedora
Oh, aparte me volví la ayudante de santa así que cuidado con que se hayan portado mal eh
-Ehehe~
¿Lo sientes? El universo se vuelve un poquito más suave cuando se acerca la Navidad.
Las estrellas parpadean como luces en un árbol cósmico, y hasta los planetas parecen girar con más cuidado, como si no quisieran romper la magia.
Yo solo… quiero quedarme aquí un ratito más, flotando entre galaxias, pensando en regalos pequeñitos pero sinceros.
Porque aunque el espacio sea infinito, la calidez de estas fechas cabe justo aquí, cerquita del corazón.
Así que ven, mira el cielo conmigo.
La Navidad ya viene viajando entre estrellas, y prometo que será enorme… y acogedora
Oh, aparte me volví la ayudante de santa así que cuidado con que se hayan portado mal eh
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
El aire en el pasillo se volvió denso, cargado con el olor metálico del miedo y el almizcle húmedo de las alimañas. Las luces fluorescentes parpadeaban con un zumbido errático, proyectando sombras alargadas que parecían cobrar vida propia en las paredes. En el centro de ese caos visual, la figura de Makima permanecía como un ancla de calma absoluta; una quietud antinatural, casi depredadora.
Ella no parpadeaba. Sus ojos, dorados y marcados por esos anillos concéntricos e hipnóticos, se clavaron en su presa con una intensidad que parecía desnudar el alma. A sus pies, un mar de ratas comenzó a emerger de las sombras, moviéndose no como animales individuales, sino como una masa única y obediente que rodeaba sus botas negras.
—Dime... —comenzó ella, su voz fluyendo a través del pasillo como una seda fría que se enreda en la garganta—. ¿Conoces la fábula del ratón de campo y el ratón de ciudad?—
Dio un paso al frente. El sonido de su tacón contra el suelo fue seco, definitivo. Las ratas se apartaron con una precisión militar, chillando suavemente mientras formaban un camino para su ama.
—El ratón de ciudad se deleita con banquetes y lujos, pero duerme con un ojo abierto, sabiendo que el veneno o las trampas pueden terminar con él en cualquier instante. El ratón de campo, por el contrario, se conforma con granos secos y la seguridad de su agujero... una paz comprada con el precio de la mediocridad.—
Se detuvo a una distancia mínima, obligando al otro a inclinar la cabeza hacia atrás para sostenerle la mirada. El aura de la mujer se expandió, una presión invisible que hacía que el pecho pesara y el instinto de supervivencia gritara por una salida que ella ya había bloqueado.
—La mayoría de los humanos son ratones de campo. Prefieren la ilusión de la paz mientras se marchitan en su propia insignificancia. —Una sonrisa tenue, gélida y carente de rastro humano, curvó sus labios—. Pero los que me interesan... los que realmente valen la pena... son los que eligen el riesgo. ¿Y tú? Si te ofreciera la gloria a cambio de tu libertad... ¿qué tipo de ratón elegirías ser antes de que cierre la trampa?—
La tensión en el aire era tan sólida que parecía a punto de cristalizarse. Ante el silencio sepulcral, solo roto por el frenético latido del corazón de su presa, Makima soltó una pequeña risa. Fue un sonido sutil, perturbadoramente dulce y cristalino, casi infantil, que desentonaba violentamente con la carnicería inminente.
—Qué lástima... —murmuró, como quien lamenta un juguete roto—. Al final, todos los ratones terminan igual....—
Con una elegancia letal, alzó su mano derecha. Cerró el puño dejando solo los dedos índice y corazón extendidos, apuntando directamente al centro del pecho de la figura frente a ella. El gesto era casual, casi un juego de niños.
—Bang.~
No hubo estruendo, solo una onda de choque invisible y devastadora. En un pestañeo, el cuerpo de su presa estalló desde dentro hacia fuera. Un torbellino de rojo intenso salpicó las paredes y el techo, dejando restos esparcidos en un cuadro dantesco de carne y silencio. La mujer ni siquiera se inmutó ante la lluvia carmesí. Permaneció allí un segundo más, con los ojos brillando en la penumbra, mientras las ratas a sus pies se agitaban en un frenesí salvaje.
Lentamente, su figura comenzó a desdibujarse, fundiéndose con las sombras densas del suelo. Justo antes de que el último rastro de su presencia se desvaneciera en la oscuridad, el aire transportó un sonido final. No fue un lamento, ni una despedida, sino una risilla traviesa y juguetona; un eco breve que resonó en el pasillo ensangrentado como si todo lo ocurrido no hubiera sido más que un truco divertido.
Luego, el silencio absoluto volvió a reinar, roto únicamente por el zumbido eléctrico de las luces parpadeantes sobre los restos de lo que alguna vez fue un ratón de ciudad.
— L̶a̶ ̶J̶a̶u̶l̶a̶ ̶I̶n̶v̶i̶s̶i̶b̶l̶e̶:̶ ̶E̶l̶ ̶V̶e̶r̶e̶d̶i̶c̶t̶o̶ ̶d̶e̶ ̶l̶a̶ ̶C̶a̶z̶a̶d̶o̶r̶a̶.
El aire en el pasillo se volvió denso, cargado con el olor metálico del miedo y el almizcle húmedo de las alimañas. Las luces fluorescentes parpadeaban con un zumbido errático, proyectando sombras alargadas que parecían cobrar vida propia en las paredes. En el centro de ese caos visual, la figura de Makima permanecía como un ancla de calma absoluta; una quietud antinatural, casi depredadora.
Ella no parpadeaba. Sus ojos, dorados y marcados por esos anillos concéntricos e hipnóticos, se clavaron en su presa con una intensidad que parecía desnudar el alma. A sus pies, un mar de ratas comenzó a emerger de las sombras, moviéndose no como animales individuales, sino como una masa única y obediente que rodeaba sus botas negras.
—Dime... —comenzó ella, su voz fluyendo a través del pasillo como una seda fría que se enreda en la garganta—. ¿Conoces la fábula del ratón de campo y el ratón de ciudad?—
Dio un paso al frente. El sonido de su tacón contra el suelo fue seco, definitivo. Las ratas se apartaron con una precisión militar, chillando suavemente mientras formaban un camino para su ama.
—El ratón de ciudad se deleita con banquetes y lujos, pero duerme con un ojo abierto, sabiendo que el veneno o las trampas pueden terminar con él en cualquier instante. El ratón de campo, por el contrario, se conforma con granos secos y la seguridad de su agujero... una paz comprada con el precio de la mediocridad.—
Se detuvo a una distancia mínima, obligando al otro a inclinar la cabeza hacia atrás para sostenerle la mirada. El aura de la mujer se expandió, una presión invisible que hacía que el pecho pesara y el instinto de supervivencia gritara por una salida que ella ya había bloqueado.
—La mayoría de los humanos son ratones de campo. Prefieren la ilusión de la paz mientras se marchitan en su propia insignificancia. —Una sonrisa tenue, gélida y carente de rastro humano, curvó sus labios—. Pero los que me interesan... los que realmente valen la pena... son los que eligen el riesgo. ¿Y tú? Si te ofreciera la gloria a cambio de tu libertad... ¿qué tipo de ratón elegirías ser antes de que cierre la trampa?—
La tensión en el aire era tan sólida que parecía a punto de cristalizarse. Ante el silencio sepulcral, solo roto por el frenético latido del corazón de su presa, Makima soltó una pequeña risa. Fue un sonido sutil, perturbadoramente dulce y cristalino, casi infantil, que desentonaba violentamente con la carnicería inminente.
—Qué lástima... —murmuró, como quien lamenta un juguete roto—. Al final, todos los ratones terminan igual....—
Con una elegancia letal, alzó su mano derecha. Cerró el puño dejando solo los dedos índice y corazón extendidos, apuntando directamente al centro del pecho de la figura frente a ella. El gesto era casual, casi un juego de niños.
—Bang.~
No hubo estruendo, solo una onda de choque invisible y devastadora. En un pestañeo, el cuerpo de su presa estalló desde dentro hacia fuera. Un torbellino de rojo intenso salpicó las paredes y el techo, dejando restos esparcidos en un cuadro dantesco de carne y silencio. La mujer ni siquiera se inmutó ante la lluvia carmesí. Permaneció allí un segundo más, con los ojos brillando en la penumbra, mientras las ratas a sus pies se agitaban en un frenesí salvaje.
Lentamente, su figura comenzó a desdibujarse, fundiéndose con las sombras densas del suelo. Justo antes de que el último rastro de su presencia se desvaneciera en la oscuridad, el aire transportó un sonido final. No fue un lamento, ni una despedida, sino una risilla traviesa y juguetona; un eco breve que resonó en el pasillo ensangrentado como si todo lo ocurrido no hubiera sido más que un truco divertido.
Luego, el silencio absoluto volvió a reinar, roto únicamente por el zumbido eléctrico de las luces parpadeantes sobre los restos de lo que alguna vez fue un ratón de ciudad.
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Jennar vagaba sola en la dimensión extraña, un espacio sin forma ni tiempo, donde los ecos de las realidades se entrelazaban como hilos rotos. Su corazón estaba destrozado. No eran heridas física, sino por las palabras que había escuchado de Veythra.
¿Cómo pudo decir eso usando el rostro de mi madre?
El dolor era insoportable, porque en su mundo, Veythra era objeto de adoración, la figura que ella veneraba. Y ahora, esa imagen había sido manchada.
Jennar gritó con furia, su voz resonando en la telaraña de las realidades:
—¡Mataré a esa falsa Veythra! ¡No permitiré que manche su nombre!
Pero antes de que pudiera dar un paso, una presencia oscura emergió detrás de ella. Una mujer con capucha negra, silenciosa como la sombra, atravesó su pecho con una mano firme.
Jennar quedó en shock. El dolor era insoportable, diferente a cualquier herida que hubiera sufrido. Aunque su poder podía sanar cualquier daño, esta herida ardía demasiado, como si estuviera hecha de algo más que carne y caos.
La mujer retiró la mano lentamente, y Jennar, temblando, se giró para ver quién era. Sus ojos se abrieron con incredulidad.
Era Loki.. Pero no la Loki que conocía. Esta parecía más adulta, más oscura, con una sonrisa cruel que helaba la sangre.
Jennar retrocedió, confundida, murmurando:
—No… no puede ser… Solo existen dos Lokis en la telaraña… yo… y la que se fue con la falsa Veythra… ¿Cómo puede haber una tercera?
La nueva Loki inclinó la cabeza, su sonrisa se ensanchó con frialdad.
—Tienes razón. En la telaraña solo existen dos Lokis… pero ahora solo quedará una.
Jennar intentó sanar su herida, pero descubrió con horror que no podía. La energía se desvanecía, la sangre caía, y su cuerpo no respondía.
Cayó al suelo, jadeando, muriendo en agonía. Sus ojos buscaban respuestas, pero solo encontraron la mirada helada de esa Loki adulta.
Con voz fría, la mujer dijo: Ya cumpliste tu trabajo. No te necesitaré más.
Jennar no entendió esas palabras. Su mente se apagó en confusión y dolor. Y así, murió.
La dimensión extraña guardó silencio. Solo la sonrisa cruel de la tercera Loki quedó flotando en la oscuridad, como un nuevo error en la telaraña de las realidades.
Loki mirandote... —Dime, lector… ¿cuál crees que es la verdadera Loki? —
Epilogo del rol "Una visita del pasado"
https://ficrol.com/posts/321466
¡¿Loki Again?!
Jennar vagaba sola en la dimensión extraña, un espacio sin forma ni tiempo, donde los ecos de las realidades se entrelazaban como hilos rotos. Su corazón estaba destrozado. No eran heridas física, sino por las palabras que había escuchado de Veythra.
¿Cómo pudo decir eso usando el rostro de mi madre?
El dolor era insoportable, porque en su mundo, Veythra era objeto de adoración, la figura que ella veneraba. Y ahora, esa imagen había sido manchada.
Jennar gritó con furia, su voz resonando en la telaraña de las realidades:
—¡Mataré a esa falsa Veythra! ¡No permitiré que manche su nombre!
Pero antes de que pudiera dar un paso, una presencia oscura emergió detrás de ella. Una mujer con capucha negra, silenciosa como la sombra, atravesó su pecho con una mano firme.
Jennar quedó en shock. El dolor era insoportable, diferente a cualquier herida que hubiera sufrido. Aunque su poder podía sanar cualquier daño, esta herida ardía demasiado, como si estuviera hecha de algo más que carne y caos.
La mujer retiró la mano lentamente, y Jennar, temblando, se giró para ver quién era. Sus ojos se abrieron con incredulidad.
Era Loki.. Pero no la Loki que conocía. Esta parecía más adulta, más oscura, con una sonrisa cruel que helaba la sangre.
Jennar retrocedió, confundida, murmurando:
—No… no puede ser… Solo existen dos Lokis en la telaraña… yo… y la que se fue con la falsa Veythra… ¿Cómo puede haber una tercera?
La nueva Loki inclinó la cabeza, su sonrisa se ensanchó con frialdad.
—Tienes razón. En la telaraña solo existen dos Lokis… pero ahora solo quedará una.
Jennar intentó sanar su herida, pero descubrió con horror que no podía. La energía se desvanecía, la sangre caía, y su cuerpo no respondía.
Cayó al suelo, jadeando, muriendo en agonía. Sus ojos buscaban respuestas, pero solo encontraron la mirada helada de esa Loki adulta.
Con voz fría, la mujer dijo: Ya cumpliste tu trabajo. No te necesitaré más.
Jennar no entendió esas palabras. Su mente se apagó en confusión y dolor. Y así, murió.
La dimensión extraña guardó silencio. Solo la sonrisa cruel de la tercera Loki quedó flotando en la oscuridad, como un nuevo error en la telaraña de las realidades.
Loki mirandote... —Dime, lector… ¿cuál crees que es la verdadera Loki? —
Lo único que sabia respecto al viaje era que irían a un lugar llamado Spartax. El nombre no le era ajeno, sabía que era un lugar al que Quentin iba con frecuencia a ver a su pareja, el mitad celestial con excelente gusto musical y al que solo conocía de vista.
Pensó en que Peter Quill iría a buscarlos o enviarles una nave, pero en su lugar, Quentin le mostró unas coordenadas en un holograma y le dio una referencia visual de ese planeta. Entendía lo que le estaba pidiendo pero no podía evitar sentirse un poco asustado, no por ir a un lugar nuevo sino por el hecho de expandir el alcance de la teletransportación.
──Uhm, Quentin...── Buscó la atención del ilusionista y este volteó a verlo con una expresión impaciente en el rostro, prácticamente rozando la molestia.
──¿Qué? ¿Vas a darme alguna excusa?── El tono de voz de Beck era tranquilo, pero sus palabras estaban lejos de serlo. ──No quiero problemas, quiero soluciones. Si no puedes hacerlo largate de mi vista.
Dicho eso, le dio la espalda y continuó ajustando algunos tornillos en el brazalete computarizado que llevaba oculto en el brazo. Francis estaba acostumbrado a ese tipo de respuestas y aunque se esforzara por fingir que le eran indiferentes, en realidad le dolían y mucho.
──No es eso, solo quería saber cuando quieres que nos transporte hacia allá── Rodeó la mesa que los separaba y acerco la mano al hombro de su mentor, pero sin apoyarla todavía.
──Ahora, terminaré de reparar esto cuando estemos allá── Guardo la pantalla junto con las herramientas en un estuche y le hizo una señal de que podía apoyar la mano en su hombro. Quizás para Quentin eso no significa nada, pero para Francis era lo más cercano que había tenido a un abrazo.
Cerró los ojos por un par de segundos y cuando la imagen de Spartax apareció en su mente, uso su habilidad para llevarlos allá. La única referencia que tenia era de un palacio y afortunadamente para ambos, por alguna razón aparecieron dentro del edificio.
Inmediatamente fueron recibidos por un par alienígenas que hablaban perfectamente su idioma. Saludaron a Quentin como si fuese miembro de la realeza y cuando llego su turno de presentarse, Beck lo hizo por él, presentandolo como solía hacer desde que tenía uso de razón. "Él es Francis, mi sucesor" y sin más prosiguió "Peter le asigno una habitación cerca de la nuestra".
Uno de los alienigenas le entrego una tarjeta y Francis supuso que sería la llave de su habitación. El ilusionista seguía conversando con esa gente, contandoles como habían estado sus días en la tierra y antes de comenzar a caminar con ellos, se giró hacia él.
──Puedes explorar el lugar, no te alejes ni toques nada. Te veo en la cena── Sin esperar una respuesta se marchó con los aliens dejándolo sólo en ese enorme salón vacío.
De nuevo, no lo tomo personal, estaba acostumbrado a ese trato. Además, no le parecía mala idea explorar el lugar, no se parecía a nada que hubiese visto antes y estaba fascinado con el parecido que le encontraba a cualquier escenario de alguna película o videojuego futurista.
Paso media hora recorriendo los pasillos hasta que encontró la salida a un enorme jardin, y a unos cuantos metros diviso un edificio pero lo que lo empujó a avanzar en esa dirección fue la nave estacionada, aparentemente sin supervision.
Al llegar encontro la compuerta abierta, asomo la cabeza para corrobar que no había nadie dentro y entró. De pronto se sentía como en una película de Star wars, solo le faltaba el sable luminoso y un compañero robot. Inspeccióno todo el interior sin abrir ningún compartimiento, y cuando se acerco a la cabina de la nave encontro un casco en el asiento del copiloto.
──Espero que mi teléfono funcione aquí. Solo me tomaré una foto y me iré── Dijo en voz alta mientras se ponía el casco y se tomaba algunas selfies con su teléfono. Luego, se sentó en la silla del piloto y se inclino lo suficiente para leer lo que decía debajo de cada uno de los botones en el tablero de mando. ──Debe estar en asgardeano... No, el novio de Quentin no es eso, es un...
Se quedo pensando en eso por un momento, tratando de recordar su raza. Si lo había oído alguna vez pero en ese momento solo podía recordar a Quentin refiriendose a Peter como un neandertal galáctico (cuando estaba enojado con él) o simplemente, llamándolo híbrido (cuando no).
Lo único que sabia respecto al viaje era que irían a un lugar llamado Spartax. El nombre no le era ajeno, sabía que era un lugar al que Quentin iba con frecuencia a ver a su pareja, el mitad celestial con excelente gusto musical y al que solo conocía de vista.
Pensó en que Peter Quill iría a buscarlos o enviarles una nave, pero en su lugar, Quentin le mostró unas coordenadas en un holograma y le dio una referencia visual de ese planeta. Entendía lo que le estaba pidiendo pero no podía evitar sentirse un poco asustado, no por ir a un lugar nuevo sino por el hecho de expandir el alcance de la teletransportación.
──Uhm, Quentin...── Buscó la atención del ilusionista y este volteó a verlo con una expresión impaciente en el rostro, prácticamente rozando la molestia.
──¿Qué? ¿Vas a darme alguna excusa?── El tono de voz de Beck era tranquilo, pero sus palabras estaban lejos de serlo. ──No quiero problemas, quiero soluciones. Si no puedes hacerlo largate de mi vista.
Dicho eso, le dio la espalda y continuó ajustando algunos tornillos en el brazalete computarizado que llevaba oculto en el brazo. Francis estaba acostumbrado a ese tipo de respuestas y aunque se esforzara por fingir que le eran indiferentes, en realidad le dolían y mucho.
──No es eso, solo quería saber cuando quieres que nos transporte hacia allá── Rodeó la mesa que los separaba y acerco la mano al hombro de su mentor, pero sin apoyarla todavía.
──Ahora, terminaré de reparar esto cuando estemos allá── Guardo la pantalla junto con las herramientas en un estuche y le hizo una señal de que podía apoyar la mano en su hombro. Quizás para Quentin eso no significa nada, pero para Francis era lo más cercano que había tenido a un abrazo.
Cerró los ojos por un par de segundos y cuando la imagen de Spartax apareció en su mente, uso su habilidad para llevarlos allá. La única referencia que tenia era de un palacio y afortunadamente para ambos, por alguna razón aparecieron dentro del edificio.
Inmediatamente fueron recibidos por un par alienígenas que hablaban perfectamente su idioma. Saludaron a Quentin como si fuese miembro de la realeza y cuando llego su turno de presentarse, Beck lo hizo por él, presentandolo como solía hacer desde que tenía uso de razón. "Él es Francis, mi sucesor" y sin más prosiguió "Peter le asigno una habitación cerca de la nuestra".
Uno de los alienigenas le entrego una tarjeta y Francis supuso que sería la llave de su habitación. El ilusionista seguía conversando con esa gente, contandoles como habían estado sus días en la tierra y antes de comenzar a caminar con ellos, se giró hacia él.
──Puedes explorar el lugar, no te alejes ni toques nada. Te veo en la cena── Sin esperar una respuesta se marchó con los aliens dejándolo sólo en ese enorme salón vacío.
De nuevo, no lo tomo personal, estaba acostumbrado a ese trato. Además, no le parecía mala idea explorar el lugar, no se parecía a nada que hubiese visto antes y estaba fascinado con el parecido que le encontraba a cualquier escenario de alguna película o videojuego futurista.
Paso media hora recorriendo los pasillos hasta que encontró la salida a un enorme jardin, y a unos cuantos metros diviso un edificio pero lo que lo empujó a avanzar en esa dirección fue la nave estacionada, aparentemente sin supervision.
Al llegar encontro la compuerta abierta, asomo la cabeza para corrobar que no había nadie dentro y entró. De pronto se sentía como en una película de Star wars, solo le faltaba el sable luminoso y un compañero robot. Inspeccióno todo el interior sin abrir ningún compartimiento, y cuando se acerco a la cabina de la nave encontro un casco en el asiento del copiloto.
──Espero que mi teléfono funcione aquí. Solo me tomaré una foto y me iré── Dijo en voz alta mientras se ponía el casco y se tomaba algunas selfies con su teléfono. Luego, se sentó en la silla del piloto y se inclino lo suficiente para leer lo que decía debajo de cada uno de los botones en el tablero de mando. ──Debe estar en asgardeano... No, el novio de Quentin no es eso, es un...
Se quedo pensando en eso por un momento, tratando de recordar su raza. Si lo había oído alguna vez pero en ese momento solo podía recordar a Quentin refiriendose a Peter como un neandertal galáctico (cuando estaba enojado con él) o simplemente, llamándolo híbrido (cuando no).
[PANDEM0NIO]
Tipo
Grupal
Líneas
Cualquier línea
Estado
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Akane salió de entre los escombros con el cuerpo temblando y la sangre aún tibia en su abdomen. El cielo estaba cubierto de humo, y la aldea que había sido su refugio ardía como un recuerdo que se niega a morir, Akane caminó entre las llamas, con los ojos nublados por el polvo y el miedo. Pensó lo peor, que todos habían muerto, que estaba sola otra vez.
Pero entonces escuchó voces, voces familiares, gritos, esfuerzo. Corrió por las calles polvosas, tropezando con madera quemada y piedras sueltas, hasta encontrar a un grupo de aldeanos tratando de apagar el fuego con cubos de agua y mantas húmedas. Sin pensarlo, Akane alzó las manos y canalizó su magia, pequeñas explosiones controladas comenzaron a sofocar las llamas, disipando el oxígeno justo en los puntos críticos, era una técnica que nunca había usado así pero funcionaba.
La gente la miró con asombro.
-¡Akane! ¡Estás viva!
-¡Gracias al cielos!
Ella no respondió, solo siguió ayudando hasta que el último fuego se apagó. y entonces cayó sentada en el suelo, exhausta, con el vestido manchado de sangre y ceniza.
Mientras recuperaba el aliento, Akane pensó que su magia no era así de débil antes, y si este mundo tenía tanto maná en el aire… ¿por qué se sentía limitada? La respuesta llegó como un susurro interno: El sello, no solo había sellado su forma licántropa, había sellado su poder.
Sus amigos se acercaron, la rodearon con alivio.
Uno de ellos, el cazador de cabello rojizo, le preguntó: ¿Cómo sobreviviste? Pensamos que…
Akane sonrió con tristeza. -Mi madre es una maga blanca. Tengo algo de su magia. Me ayuda a sanar… aunque es débil. Me salvó, pero tardó mucho.-
Los demás asintieron, impresionados pero cuando Akane preguntó por el abuelo, las miradas bajaron.
-No sobrevivió.- Dijo uno de ellos. -Cuando escuchó lo que pasó… su corazón no lo resistió.-
Akane sintió que el mundo se detenía, quiso culparse pero sus amigos la detuvieron.
-No fue tu culpa. Él te amaba... Y tú le diste alegría en sus últimos días.
Dos días después, enterraron a los muertos,
el aire estaba lleno de ceniza y silencio, la gente habló, la aldea ya no pertenecía al reino de Estris y los señores feudales la habían abandonado, Gardarian no había enviado ayuda y los bandidos volverían.
Todos decidieron pedir refugio en la ciudad de Gargan. Todos… menos Akane.
-No iré con ustedes.- Dijo, firme.
-¡No digas locuras!- Le respondió uno de sus amigos. -¡Ven con nosotros!-
-No.- Repitió Akane. -Si me voy, el abuelo estará solo. Quiero acompañarlo un poco más.-
Sus amigos comprendieron, Akane queria guardar luto por el anciano que la adopto como su niega y aunque sabia que era peligroso quedarse, tambien sabían que la chica era capaz, que lo que pasó en la posada fue una sorpresa y que si ese hombre regresaba… esta vez, Akane estaría lista.
Unos días después, todos partieron, la aldea quedó vacía, solo Akane permanecía.
Caminaba entre las casas quemadas, reparando lo que podía, no por nostalgia,
sino por respeto.
Sabía que si iba con ellos, podría ponerlos en peligro, ese hombre… Ese poder… Volvería.
Pero esta vez, Akane no sería una víctima, sería la guardiana, la loba que había despertado, la llama que no se extingue.
Parte VII - Donde arde el corazón.
Akane salió de entre los escombros con el cuerpo temblando y la sangre aún tibia en su abdomen. El cielo estaba cubierto de humo, y la aldea que había sido su refugio ardía como un recuerdo que se niega a morir, Akane caminó entre las llamas, con los ojos nublados por el polvo y el miedo. Pensó lo peor, que todos habían muerto, que estaba sola otra vez.
Pero entonces escuchó voces, voces familiares, gritos, esfuerzo. Corrió por las calles polvosas, tropezando con madera quemada y piedras sueltas, hasta encontrar a un grupo de aldeanos tratando de apagar el fuego con cubos de agua y mantas húmedas. Sin pensarlo, Akane alzó las manos y canalizó su magia, pequeñas explosiones controladas comenzaron a sofocar las llamas, disipando el oxígeno justo en los puntos críticos, era una técnica que nunca había usado así pero funcionaba.
La gente la miró con asombro.
-¡Akane! ¡Estás viva!
-¡Gracias al cielos!
Ella no respondió, solo siguió ayudando hasta que el último fuego se apagó. y entonces cayó sentada en el suelo, exhausta, con el vestido manchado de sangre y ceniza.
Mientras recuperaba el aliento, Akane pensó que su magia no era así de débil antes, y si este mundo tenía tanto maná en el aire… ¿por qué se sentía limitada? La respuesta llegó como un susurro interno: El sello, no solo había sellado su forma licántropa, había sellado su poder.
Sus amigos se acercaron, la rodearon con alivio.
Uno de ellos, el cazador de cabello rojizo, le preguntó: ¿Cómo sobreviviste? Pensamos que…
Akane sonrió con tristeza. -Mi madre es una maga blanca. Tengo algo de su magia. Me ayuda a sanar… aunque es débil. Me salvó, pero tardó mucho.-
Los demás asintieron, impresionados pero cuando Akane preguntó por el abuelo, las miradas bajaron.
-No sobrevivió.- Dijo uno de ellos. -Cuando escuchó lo que pasó… su corazón no lo resistió.-
Akane sintió que el mundo se detenía, quiso culparse pero sus amigos la detuvieron.
-No fue tu culpa. Él te amaba... Y tú le diste alegría en sus últimos días.
Dos días después, enterraron a los muertos,
el aire estaba lleno de ceniza y silencio, la gente habló, la aldea ya no pertenecía al reino de Estris y los señores feudales la habían abandonado, Gardarian no había enviado ayuda y los bandidos volverían.
Todos decidieron pedir refugio en la ciudad de Gargan. Todos… menos Akane.
-No iré con ustedes.- Dijo, firme.
-¡No digas locuras!- Le respondió uno de sus amigos. -¡Ven con nosotros!-
-No.- Repitió Akane. -Si me voy, el abuelo estará solo. Quiero acompañarlo un poco más.-
Sus amigos comprendieron, Akane queria guardar luto por el anciano que la adopto como su niega y aunque sabia que era peligroso quedarse, tambien sabían que la chica era capaz, que lo que pasó en la posada fue una sorpresa y que si ese hombre regresaba… esta vez, Akane estaría lista.
Unos días después, todos partieron, la aldea quedó vacía, solo Akane permanecía.
Caminaba entre las casas quemadas, reparando lo que podía, no por nostalgia,
sino por respeto.
Sabía que si iba con ellos, podría ponerlos en peligro, ese hombre… Ese poder… Volvería.
Pero esta vez, Akane no sería una víctima, sería la guardiana, la loba que había despertado, la llama que no se extingue.
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Tres lunas habían pasado desde que Akane llegó a la aldea.
El tiempo aquí no era igual al de la Tierra: cada día parecía más largo, más pesado, como si el aire mismo estuviera tejido de maná antiguo.
El jefe de la aldea la había acogido en su casa. No por compasión, sino por memoria: Akane tenía un parecido inquietante con su hija muerta, y en ese reflejo él encontraba consuelo. Akane nunca preguntó, pero cada vez que veía la tristeza en sus ojos, sentía que cargaba con un destino que no era suyo.
El sello de su forma licántropa seguía intacto. Más aún, se había endurecido. El maná de este mundo era tan abundante que fortalecía todo lo que tocaba, incluso la prisión que ella misma había creado. Cuanto más fuerte se volvía, más lejos estaba de la loba que dormía en su interior.
Pero no todo era pérdida. Su magia había cambiado. La primera vez que usó ilusión para crear la diadema con cuernos falsos, descubrió que la ilusión se volvió sólida, real, por unas horas. En este mundo, sus hechizos tenían cuerpo, peso, duración. Era como si la magia quisiera recordarle que aún podía ser creadora, no solo destructora.
Akane practicó cada día. Aprendió a moldear fuego, primero como una chispa, luego como una esfera incandescente que podía lanzar con precisión. No era el poder brutal de su forma lobo, pero era útil. Con ese fuego ayudaba en las cacerías de la aldea, espantando bestias y protegiendo a los cazadores.
Los aldeanos empezaron a verla con otros ojos. Ya no era la extraña de los cuernos falsos. Era Akane, la maga del fuego. La que encendía la noche sin quemarla. La que sonreía, aunque sus ojos aún guardaban tormentas.
Y aunque el sello seguía siendo una cárcel, Akane caminaba cada día con más firmeza.
Porque en este mundo de maná y silencio, había encontrado algo parecido a la paz.
No completa, no eterna, pero suficiente para seguir adelante.
Parte V - Tres meses bajo un cielo extraño.
Tres lunas habían pasado desde que Akane llegó a la aldea.
El tiempo aquí no era igual al de la Tierra: cada día parecía más largo, más pesado, como si el aire mismo estuviera tejido de maná antiguo.
El jefe de la aldea la había acogido en su casa. No por compasión, sino por memoria: Akane tenía un parecido inquietante con su hija muerta, y en ese reflejo él encontraba consuelo. Akane nunca preguntó, pero cada vez que veía la tristeza en sus ojos, sentía que cargaba con un destino que no era suyo.
El sello de su forma licántropa seguía intacto. Más aún, se había endurecido. El maná de este mundo era tan abundante que fortalecía todo lo que tocaba, incluso la prisión que ella misma había creado. Cuanto más fuerte se volvía, más lejos estaba de la loba que dormía en su interior.
Pero no todo era pérdida. Su magia había cambiado. La primera vez que usó ilusión para crear la diadema con cuernos falsos, descubrió que la ilusión se volvió sólida, real, por unas horas. En este mundo, sus hechizos tenían cuerpo, peso, duración. Era como si la magia quisiera recordarle que aún podía ser creadora, no solo destructora.
Akane practicó cada día. Aprendió a moldear fuego, primero como una chispa, luego como una esfera incandescente que podía lanzar con precisión. No era el poder brutal de su forma lobo, pero era útil. Con ese fuego ayudaba en las cacerías de la aldea, espantando bestias y protegiendo a los cazadores.
Los aldeanos empezaron a verla con otros ojos. Ya no era la extraña de los cuernos falsos. Era Akane, la maga del fuego. La que encendía la noche sin quemarla. La que sonreía, aunque sus ojos aún guardaban tormentas.
Y aunque el sello seguía siendo una cárcel, Akane caminaba cada día con más firmeza.
Porque en este mundo de maná y silencio, había encontrado algo parecido a la paz.
No completa, no eterna, pero suficiente para seguir adelante.