https://ficrol.com/posts/25278 ⬅ prev. con Tolek Zientek

Antes que su fuego se agote, la luz del día le empuje a las cavernas o el frío le congele, es la magia del brujo lo que logra detenerle.

El Balrog yace el reposo, mirando un punto fijo en la nada misma. El poco fuego que conserva arde con calma. La masa se deshace lentamente en jirones de humo y sombras. Pronto, su propio cuerpo colosal comienza a verter los mismos jirones y un penetrante olor caustico, a hollín y piedra fundida.

El odio es el combustible que le alimenta, sin éste, la bestia es incapaz de continuar. Y, aunque su odio es inconmensurable, sus barreras se han vuelto débiles siéndole imposible preservarlo de las jugarretas del brujo.

Se desploma lentamente, como si la misma gravedad temiera acercarse a él. Para cuando alcanza el suelo helado, su cuerpo no mide más que un par de metros. Cubierto de hollín y restos negruzcos, débil e inconsciente, esforzándose por respirar, no es diferente a cualquier hombre del norte.
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