https://ficrol.com/posts/25270 —Prev. con 🔥 Khan 🔥

Se libra una lucha entre su propia aura gélida y el fuego que le baña, una tempestad poderosa a pequeña escala que es como una barrera invisible y lo único que protege al frágil cuerpo humano del brujo.

Con cada golpe que da la masa el muro gélido pierde trozos, se resquebraja, cede, pero también resiste como los glaciares milenarios. El escudo sigue intacto y será la última línea de defensa.

Con cada impacto de la masa el espíritu de su madre se sacude de preocupación.

Tolek, por otro lado, no siente miedo. Ha muerto muchas veces, no teme a volver a morir. Ha sufrido infinidad de tormentos, tanto físicos como emocionales, y no teme volver a sufrir. Es por eso que sabe que la ira del Balrog debe tener una razón... y la descubre al compartir el recuerdo de aquella dulce infante que fue arrebatada. Un inmenso amor debió sentir este monstruo por esa niña, uno proporcional al odio y el desprecio que alimenta a esas llamas.

Y el tiempo se le acaba, su aura se agota. Por primera vez en muchos años siente el agradable toque de la calidez de la primavera sobre su piel, pero rápidamente va mutando en el abrasador sol de verano y luego en un horno del averno. Sus quemaduras se recienten y acusan el doble del dolor que suelen sentir a diario, arden cada vez más. Sangran al abrirse en carne viva.

Puede oír el eco del grito de su madre advirtiéndole mentalmente que viene una arremetida imparable de parte de la masa de sombras, y para entonces, Tolek ya sabe qué hacer.

A falta de otro elemento usa su propia sangre, pues el hielo o la nieve no tendrían validez frente al fuego.

El muro glaciar estalla en una impresionante luvia de hielo y esquirlas al recibir la arremetida de la masa en llamas. La bola de fuego, vapor, nieve, sangre, humo y un brujo en su núcleo sale despedida por el impacto que le manda a volar contra los restos de una frágil pared carbonizada, que se hace pedazos.

Pero el fuego alrededor se comporta de forma extraña, se pegotea entre sí, se contagia, está ligado por hilos ardientes a la bola de elementos que envuelve al brujo bajo los escombros.

El escudo se resquebrajó, pero no cedió. La masa no alcanzó al cuerpo del brujo, pero de este brotan gruñidos de dolor como si hubiera sido despedazado. Es que debe absorber el odio directamente de las llamas para condensarlo en una piedra de sangre, de su propia sangre, todo el odio que pueda conseguir a través de los hilos ardientes que le unen a las llamas de la masa, del aliento de la bestia y, por extensión, a las que conforman a la misma.
https://ficrol.com/posts/25270 —Prev. con [TheBalrog] Se libra una lucha entre su propia aura gélida y el fuego que le baña, una tempestad poderosa a pequeña escala que es como una barrera invisible y lo único que protege al frágil cuerpo humano del brujo. Con cada golpe que da la masa el muro gélido pierde trozos, se resquebraja, cede, pero también resiste como los glaciares milenarios. El escudo sigue intacto y será la última línea de defensa. Con cada impacto de la masa el espíritu de su madre se sacude de preocupación. Tolek, por otro lado, no siente miedo. Ha muerto muchas veces, no teme a volver a morir. Ha sufrido infinidad de tormentos, tanto físicos como emocionales, y no teme volver a sufrir. Es por eso que sabe que la ira del Balrog debe tener una razón... y la descubre al compartir el recuerdo de aquella dulce infante que fue arrebatada. Un inmenso amor debió sentir este monstruo por esa niña, uno proporcional al odio y el desprecio que alimenta a esas llamas. Y el tiempo se le acaba, su aura se agota. Por primera vez en muchos años siente el agradable toque de la calidez de la primavera sobre su piel, pero rápidamente va mutando en el abrasador sol de verano y luego en un horno del averno. Sus quemaduras se recienten y acusan el doble del dolor que suelen sentir a diario, arden cada vez más. Sangran al abrirse en carne viva. Puede oír el eco del grito de su madre advirtiéndole mentalmente que viene una arremetida imparable de parte de la masa de sombras, y para entonces, Tolek ya sabe qué hacer. A falta de otro elemento usa su propia sangre, pues el hielo o la nieve no tendrían validez frente al fuego. El muro glaciar estalla en una impresionante luvia de hielo y esquirlas al recibir la arremetida de la masa en llamas. La bola de fuego, vapor, nieve, sangre, humo y un brujo en su núcleo sale despedida por el impacto que le manda a volar contra los restos de una frágil pared carbonizada, que se hace pedazos. Pero el fuego alrededor se comporta de forma extraña, se pegotea entre sí, se contagia, está ligado por hilos ardientes a la bola de elementos que envuelve al brujo bajo los escombros. El escudo se resquebrajó, pero no cedió. La masa no alcanzó al cuerpo del brujo, pero de este brotan gruñidos de dolor como si hubiera sido despedazado. Es que debe absorber el odio directamente de las llamas para condensarlo en una piedra de sangre, de su propia sangre, todo el odio que pueda conseguir a través de los hilos ardientes que le unen a las llamas de la masa, del aliento de la bestia y, por extensión, a las que conforman a la misma.
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