– Mi cabeza.

Debe darle créditos al rufián, nunca se imaginó usar de arma, un sonido en baja frecuencia que afecta a psíquicos.

Se lleva una mano a la cabeza, sobre su propio cabello, parpadea un par de veces y luego hace una pequeña prueba con una roca, no los ha perdido desafortunadamente.

– Sigue vivo.

- No me digas.

Comenta en un tono sarcástico, pero con la vista dirigida hacia el techo, aparentemente, en la prisión hay alguien más como él, psíquico, muy latente, pero es capaz de recibir y leer sus pensamientos.

Aunque en el fondo, es él quien facilita como puente de conexión entre él y el otro.

– Viernes.

No hay nada que hacer, todo un milagro,ni siquiera entregas, tendrá el resto del tiempo libre, lamentable para él pero de vuelta debe irse a pie a su refugio.

– Otro día más.

Se levantó demasiado tarde, pero toma café en pleno mediodía, sin importar el calor del momento.

– Seguro no me perdí de nada importante.

Aunque hablaba solo, sabía que era monitoreado y a ellos les daba los mensajes.

Solo por unos momentos se le escapó una ligera sonrisa, genuina, obtuvo una prueba que su último viaje, funcionó, una pequeña evidencia, están bien tienen su oportunidad.

– No te acostumbres.

Guarda la evidencia en uno de los bolsillos de su uniforme, el alivio invade su mente y acepta con gusto su "castigo" bajo la servidumbre de esa organización.

Abre el botiquín de primeros auxilios y encuentra unas ampollas con un líquido rojo en su interior, toma uno, luego cierra el botiquín y lo arrastra de vuelta al interior de la gaveta.

Consume esa medicina que le ayuda a lidiar con la carga de trabajo y la intromisión de recuerdos ajenos que a veces saturan tanto que pueden llevarse a confundir como suyos.