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22 - 🇪🇸 - 1'65 - born in 1875
Criminal buscado. Asesino con más de 10 víctimas registradas. Se pone nervioso hablando con mujeres.
Criminal buscado. Asesino con más de 10 víctimas registradas. Se pone nervioso hablando con mujeres.
- Tipo de personaje
2D - Longitud narrativa
Multi-párrafo , Novela - Categorías de rol
Acción , Aventura , Comedia , Drama , Fantasía , Romance , Slice of Life , Original , Terror
- Un año sin tiRyuna Takahari
“¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido?”
Las búsquedas de google no arrojaban el resultado que hubiera querido, así que probó con los de bing. Siguió con los de duckduckgo, y luego con los de ecosia. Luego utilizó otra vez google, pero usando operadores de búsqueda (¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido? after:2018 +“consejos” -“antidepresivos” -“acudir a un especialista”). Nuevamente, los resultados no le daban la satisfacción que le hubiera gustado. Entonces sintió que una mano “amiga” le tomaba del hombro. —¡Iso~! No puedes escaquearte de tu trabajo así, ¿cierto?
—¡Lo… lo siento!
—Es broma… ¿Te encuentras bien?
—Ajá… —¿Lo había visto buscando esas cosas? Esperaba que no fuera el caso. —Hacía unas búsquedas para un cliente, sólo eso.
Notó que fruncía el ceño, como si quisiera decir algo más y no se viera capaz. Algo mucho más directo de lo que estaba a punto de decir.
—¿Y no te parece hablar directamente con nuestros clientes? Necesito que vaya un representante de Apolión, y somos cuatro. Tú, yo, Ryan y Rashid. Digo, puede ir uno de los tres Rs, pero estoy pensando que te interesaría salir del cubículo.
Oh, sí, lo había visto, y era una indirecta muy directa. Algunas de las páginas de autoayuda que había encontrado sugerían tomar un poco de sol, y además, la intención era lo que contaba, así que se limitó a encogerse de hombros. —Puedo hacerlo.
—¡Claro, chico! Si tú tienes una facilidad para hablarles… —le dio unas palmaditas en la espalda —. Va, alegra esa cara. Cerramos en unos minutos. Y mañana te presentarás en el restaurante indio ese que hay cerca del aeropuerto, el Al-Fateh, a las doce del mediodía. ¿Vale? Muy bien. —No le dejaba tiempo de reacción antes de mover su silla hacia atrás y, de manera muy invasiva, cerrar todas las pestañas de google. —Uy, ¿no tenías una cita esta semana? Espero no arruinártela. Estarás unas horas.
—¿Cita…? —lo miró confuso. ¿Espiaba sus conversaciones privadas? Pero incluso entonces… —No, no, y tampoco tengo nada mañana.
Unas palmadas más. —¡No digas eso, que lo que tú eres es un Don Juan! Va, que mañana quiero que te presentes de gala también. Los clientes son como las mujeres: hay que… —se mordió la lengua al recordar que Isidro era feminista —¡...Hay que tratarlos con todo el respeto y decoro del mundo! Y por eso vas a ir bien vestidito. ¡Va, que ya te puedes ir!
-----
Al llegar al restaurante (bien vestido con el traje que el dinero constante le permitía comprarse, como si aquello se tratara de impresionar a una chica), no pudo evitar preguntarse algo. “Un momento, Al-Fateh es un nombre árabe, no indio”. Pero daba absolutamente igual. Incluso después de haberlo pensado al recibir las primeras indicaciones, Isidro había aprendido a agachar la cabeza y no decir nada. Le interesaba no molestar a Razvan - estabilidad laboral ante todo, le había dicho su amiga, y ahora interiorizaba sus palabras.
Igualmente, los clientes debían estar por ahí, ¿no? Y ahora temía que no fueran a tomarse a un representante de diecinueve años en serio. Razvan era joven, como el resto de fundadores (a los que ahora parecía haberse unido él de forma semi-permanente), pero al menos ellos eran la mente pensante de la compañía. Bueno, unos más que otros…
A él sí que le faltaba mente pensante para ciertas cosas; en su espera, abrió una petaca de whisky y se la llevó a los labios, bebiendo aquel delicioso néctar. Tras pasar unos largos segundos, se limpió los labios con el dorso de la muñeca.
Ya no era suficiente. Nada lo era, pero ante todo, el alcohol se quedaba corto tras un año sin pelear borracho. O ebrio. “¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido…?”
[eclipse_violet_frog_172] “¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido?” Las búsquedas de google no arrojaban el resultado que hubiera querido, así que probó con los de bing. Siguió con los de duckduckgo, y luego con los de ecosia. Luego utilizó otra vez google, pero usando operadores de búsqueda (¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido? after:2018 +“consejos” -“antidepresivos” -“acudir a un especialista”). Nuevamente, los resultados no le daban la satisfacción que le hubiera gustado. Entonces sintió que una mano “amiga” le tomaba del hombro. —¡Iso~! No puedes escaquearte de tu trabajo así, ¿cierto? —¡Lo… lo siento! —Es broma… ¿Te encuentras bien? —Ajá… —¿Lo había visto buscando esas cosas? Esperaba que no fuera el caso. —Hacía unas búsquedas para un cliente, sólo eso. Notó que fruncía el ceño, como si quisiera decir algo más y no se viera capaz. Algo mucho más directo de lo que estaba a punto de decir. —¿Y no te parece hablar directamente con nuestros clientes? Necesito que vaya un representante de Apolión, y somos cuatro. Tú, yo, Ryan y Rashid. Digo, puede ir uno de los tres Rs, pero estoy pensando que te interesaría salir del cubículo. Oh, sí, lo había visto, y era una indirecta muy directa. Algunas de las páginas de autoayuda que había encontrado sugerían tomar un poco de sol, y además, la intención era lo que contaba, así que se limitó a encogerse de hombros. —Puedo hacerlo. —¡Claro, chico! Si tú tienes una facilidad para hablarles… —le dio unas palmaditas en la espalda —. Va, alegra esa cara. Cerramos en unos minutos. Y mañana te presentarás en el restaurante indio ese que hay cerca del aeropuerto, el Al-Fateh, a las doce del mediodía. ¿Vale? Muy bien. —No le dejaba tiempo de reacción antes de mover su silla hacia atrás y, de manera muy invasiva, cerrar todas las pestañas de google. —Uy, ¿no tenías una cita esta semana? Espero no arruinártela. Estarás unas horas. —¿Cita…? —lo miró confuso. ¿Espiaba sus conversaciones privadas? Pero incluso entonces… —No, no, y tampoco tengo nada mañana. Unas palmadas más. —¡No digas eso, que lo que tú eres es un Don Juan! Va, que mañana quiero que te presentes de gala también. Los clientes son como las mujeres: hay que… —se mordió la lengua al recordar que Isidro era feminista —¡...Hay que tratarlos con todo el respeto y decoro del mundo! Y por eso vas a ir bien vestidito. ¡Va, que ya te puedes ir! ----- Al llegar al restaurante (bien vestido con el traje que el dinero constante le permitía comprarse, como si aquello se tratara de impresionar a una chica), no pudo evitar preguntarse algo. “Un momento, Al-Fateh es un nombre árabe, no indio”. Pero daba absolutamente igual. Incluso después de haberlo pensado al recibir las primeras indicaciones, Isidro había aprendido a agachar la cabeza y no decir nada. Le interesaba no molestar a Razvan - estabilidad laboral ante todo, le había dicho su amiga, y ahora interiorizaba sus palabras. Igualmente, los clientes debían estar por ahí, ¿no? Y ahora temía que no fueran a tomarse a un representante de diecinueve años en serio. Razvan era joven, como el resto de fundadores (a los que ahora parecía haberse unido él de forma semi-permanente), pero al menos ellos eran la mente pensante de la compañía. Bueno, unos más que otros… A él sí que le faltaba mente pensante para ciertas cosas; en su espera, abrió una petaca de whisky y se la llevó a los labios, bebiendo aquel delicioso néctar. Tras pasar unos largos segundos, se limpió los labios con el dorso de la muñeca. Ya no era suficiente. Nada lo era, pero ante todo, el alcohol se quedaba corto tras un año sin pelear borracho. O ebrio. “¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido…?”TipoIndividualLíneasCualquier líneaEstadoDisponible¡Inicia sesión para reaccionar, comentar y compartir! - ¿Es verdad eso que dicen?Ryuna Takahari
La ida del muchacho lo tranquilizó. No sabía lo que le deparaba el futuro lejos de él, pero sí lo que lo deparaba el futuro a su lado: problemas, en resumen. Unos problemas a los que jamás se había enfrentado por su condición de ciudadano acaudalado y legal.
Ahora que no estaba Takahari, se permitió desempolvar una botella de whisky del armario más un vaso. "¿Qué hubiera pensado de verme borracho?", pensó. Pero el alcohol era más bien un tranquilizante. La sangre era el único licor que lo embriagaba.
Entonces, fue la llamada que antes esperaba lo que lo tomó desprevenido, justo en el momento en el que deseaba evadirse por un instante. Al ver el contacto, sin embargo, contestó sin pensarlo.
-----
Pasar la tarde desaparecida no era problema para ella. Razvan era perfectamente consciente de lo que hacía, y le daba igual. Isidro participaba, y el resto... Bueno, no había resto. Por algo seguían juntos.
Coño, es que estaban juntos. Cualquiera que los mirara pensaría que eran más que uña y piel. Mascó el chicle de canela con la sensación melancólica que le causaba reconocer esa diferencia entre realidad y ficción - el mundo de carne y hueso no se asemejaba al de fantasía, y ahora que estaba en el almacén abandonado... Pues demonios, podía dar rienda suelta a la fantasía. Se recostó contra un cajón y apoyó la cabeza en la madera. Cerró los ojos en gesto adormilado; deseaba que el sopor la invadiera mientras pensaba en una vida sin problemas y con amor.
—Este sitio es una puta mierda...
Las palabras, sorprendentemente, no venían de parte suya. Abrió los ojos y trató de discernir a aquel hombre entre la oscuridad... pero nada, no veía un pijo. —¿Puta mierda? Aquí no pasa la policía, ¿qué te esperabas? —Otra voz, algo reconocible, acompañó a la primera. Ambas eran de hombres más bien mayores, al menos comparándolos consigo misma, teniendo poco más de diecinueve.
Y entonces llegó a su nariz el aroma a marihuana. Uf, se removió con el deseo de acercarse a ellos, pero inmediatamente se le puso la cara roja de los nervios. Ese miedo a la gente era su perdición...
—Además, te lo puedo contar todo aquí. Ni mensajes ni polladas de esas... —soltó una corta risa, irritante como el sonido de uñas contra la pizarra—. Me he topado con el mocoso del otro día. El del bar.
—El que te golpeó.
—Sí, sí, el que me golpeó. Parece que se ha echado novio.
Soltó otra risa, que fue incluso más molesta. Como de un niñato matón que se dedicaba a hacer chistes asquerosos contra los raritos de clase. —Pero el caso es que ahora ya sé dónde vive. Le he dejado una sorpresa. ¿Sabes que ya no tiene arma? Además...-
—¿Qué coño me estás contando? Si he estado contigo todo el día. Te he ayudado a dejar esa pistola en el recibidor sin que nadie te viera. Incluso he llamado a ese niño de papá como si fuera su nuevo botones. Imbécil... Te ha dejado imbécil a golpes.
Tras una pausa, el otro le respondió. —Ya no recuerdo las cosas bien. Pero de ese bigote... Es inconfundible.
—Sí, y aunque te lo cargues, no vas a caerle mejor a esos tipos, ni te vas a curar el alzheimer... ¡Eh, devuélvemelo!
Pero Bruna había escuchado lo suficiente como para entender de qué iba todo aquello, más aún cuando ella misma lo había visto. Acomodó su coleta para echarse la capucha de la sudadera por encima de la cabeza y se colocó la bandana sobre la boca, dando al final la apariencia de una grafitera cualquiera. Si tan solo tuviera las armas... Pero las había dejado las dos en otro sitio más seguro. Igualmente, nada más salir se tropezó con uno de los dos a causa de la oscuridad. El porro que sujetaba cayó al suelo y se apagó, aunque ella aprovechó la situación para cogerlo.
—¡Mira por dónde vas, hostia!
—¡G-g-gilipoll...! —antes de espetar al 100% el insulto, se calló; le había salido mal, nuevamente. En su lugar les sacó el dedo corazón, tembloroso, pero lo importante fue quedarse con sus caras. Uno, alto y barbudo (no se hizo corte de pelo). Otro, un poco menos alto y con un poco de sobrepeso. Con poco pelo también. Pero suficiente; echó a correr antes de que se pusieran violentos con ella.
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La llamada con Isidro fue breve, pero suficiente para hacerlo sentir miedo genuino. Ambos se hicieron a la calle con el viejo Toyota Corolla 1980 gris del chico. Era entrada la noche... ¿cómo podían esperar encontrarlo?
—Me has dicho que no le deje contestar llamadas, pero ésta es importante...
Bruna se recostó contra el respaldo del copiloto, cansada. Algo en ella se sentía distinto, y no tenía que ver con el olor a estupefacientes ni sus ojos enrojecidos. O sí. A saber. Isidro encontró el contacto de Takahari y esperó que la llamada fuera contestada. Ansiedad le dio percatarse de la tardanza.
Y entonces, Bruna hizo la peor pregunta posible en el peor momento para hacerla.
—¿Es verdad lo que dijeron? ¿Que sois novios?
¿Qué?
Bruna no mencionó ese detalle al principio. La pregunta lo descolocó tanto que se mantuvo en espera él también. Su cerebro estaba tan en espera como la llamada que Takahari le debía de contestar.[eclipse_violet_frog_172] La ida del muchacho lo tranquilizó. No sabía lo que le deparaba el futuro lejos de él, pero sí lo que lo deparaba el futuro a su lado: problemas, en resumen. Unos problemas a los que jamás se había enfrentado por su condición de ciudadano acaudalado y legal. Ahora que no estaba Takahari, se permitió desempolvar una botella de whisky del armario más un vaso. "¿Qué hubiera pensado de verme borracho?", pensó. Pero el alcohol era más bien un tranquilizante. La sangre era el único licor que lo embriagaba. Entonces, fue la llamada que antes esperaba lo que lo tomó desprevenido, justo en el momento en el que deseaba evadirse por un instante. Al ver el contacto, sin embargo, contestó sin pensarlo. ----- Pasar la tarde desaparecida no era problema para ella. Razvan era perfectamente consciente de lo que hacía, y le daba igual. Isidro participaba, y el resto... Bueno, no había resto. Por algo seguían juntos. Coño, es que estaban juntos. Cualquiera que los mirara pensaría que eran más que uña y piel. Mascó el chicle de canela con la sensación melancólica que le causaba reconocer esa diferencia entre realidad y ficción - el mundo de carne y hueso no se asemejaba al de fantasía, y ahora que estaba en el almacén abandonado... Pues demonios, podía dar rienda suelta a la fantasía. Se recostó contra un cajón y apoyó la cabeza en la madera. Cerró los ojos en gesto adormilado; deseaba que el sopor la invadiera mientras pensaba en una vida sin problemas y con amor. —Este sitio es una puta mierda... Las palabras, sorprendentemente, no venían de parte suya. Abrió los ojos y trató de discernir a aquel hombre entre la oscuridad... pero nada, no veía un pijo. —¿Puta mierda? Aquí no pasa la policía, ¿qué te esperabas? —Otra voz, algo reconocible, acompañó a la primera. Ambas eran de hombres más bien mayores, al menos comparándolos consigo misma, teniendo poco más de diecinueve. Y entonces llegó a su nariz el aroma a marihuana. Uf, se removió con el deseo de acercarse a ellos, pero inmediatamente se le puso la cara roja de los nervios. Ese miedo a la gente era su perdición... —Además, te lo puedo contar todo aquí. Ni mensajes ni polladas de esas... —soltó una corta risa, irritante como el sonido de uñas contra la pizarra—. Me he topado con el mocoso del otro día. El del bar. —El que te golpeó. —Sí, sí, el que me golpeó. Parece que se ha echado novio. Soltó otra risa, que fue incluso más molesta. Como de un niñato matón que se dedicaba a hacer chistes asquerosos contra los raritos de clase. —Pero el caso es que ahora ya sé dónde vive. Le he dejado una sorpresa. ¿Sabes que ya no tiene arma? Además...- —¿Qué coño me estás contando? Si he estado contigo todo el día. Te he ayudado a dejar esa pistola en el recibidor sin que nadie te viera. Incluso he llamado a ese niño de papá como si fuera su nuevo botones. Imbécil... Te ha dejado imbécil a golpes. Tras una pausa, el otro le respondió. —Ya no recuerdo las cosas bien. Pero de ese bigote... Es inconfundible. —Sí, y aunque te lo cargues, no vas a caerle mejor a esos tipos, ni te vas a curar el alzheimer... ¡Eh, devuélvemelo! Pero Bruna había escuchado lo suficiente como para entender de qué iba todo aquello, más aún cuando ella misma lo había visto. Acomodó su coleta para echarse la capucha de la sudadera por encima de la cabeza y se colocó la bandana sobre la boca, dando al final la apariencia de una grafitera cualquiera. Si tan solo tuviera las armas... Pero las había dejado las dos en otro sitio más seguro. Igualmente, nada más salir se tropezó con uno de los dos a causa de la oscuridad. El porro que sujetaba cayó al suelo y se apagó, aunque ella aprovechó la situación para cogerlo. —¡Mira por dónde vas, hostia! —¡G-g-gilipoll...! —antes de espetar al 100% el insulto, se calló; le había salido mal, nuevamente. En su lugar les sacó el dedo corazón, tembloroso, pero lo importante fue quedarse con sus caras. Uno, alto y barbudo (no se hizo corte de pelo). Otro, un poco menos alto y con un poco de sobrepeso. Con poco pelo también. Pero suficiente; echó a correr antes de que se pusieran violentos con ella. ----- La llamada con Isidro fue breve, pero suficiente para hacerlo sentir miedo genuino. Ambos se hicieron a la calle con el viejo Toyota Corolla 1980 gris del chico. Era entrada la noche... ¿cómo podían esperar encontrarlo? —Me has dicho que no le deje contestar llamadas, pero ésta es importante... Bruna se recostó contra el respaldo del copiloto, cansada. Algo en ella se sentía distinto, y no tenía que ver con el olor a estupefacientes ni sus ojos enrojecidos. O sí. A saber. Isidro encontró el contacto de Takahari y esperó que la llamada fuera contestada. Ansiedad le dio percatarse de la tardanza. Y entonces, Bruna hizo la peor pregunta posible en el peor momento para hacerla. —¿Es verdad lo que dijeron? ¿Que sois novios? ¿Qué? Bruna no mencionó ese detalle al principio. La pregunta lo descolocó tanto que se mantuvo en espera él también. Su cerebro estaba tan en espera como la llamada que Takahari le debía de contestar.TipoIndividualLíneasCualquier líneaEstadoDisponible - El más potente licorSangre, sangre, sangre... Isidro necesitaba una cosa, y la necesitaba ya. La adrenalina que recorría sus venas cada vez que asestaba un golpe... ¿Cómo se podría comparar una borrachera con eso? Una cosa era embriagarse con alcohol, y otra embriagarse de verdad - con sangre. Pero no podían salir por patas de la ciudad acosados por las autoridades, y tampoco...
- Tenlo en cuenta al responder.“𝐂𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐥 𝐛𝐚𝐫 𝐜𝐞𝐫𝐫𝐚𝐛𝐚, 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐬𝐞𝐫𝐞𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞𝐥 𝐥𝐮𝐠𝐚𝐫, 𝐥𝐚𝐬 𝐦𝐞𝐥𝐨𝐝í𝐚𝐬 𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐛𝐞𝐛𝐢𝐝𝐚 𝐞𝐫𝐚𝐧 𝐦á𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐮𝐟𝐢𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐫𝐥𝐞 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐫𝐝𝐚𝐫.”
Mientras la noche abrazaba la ciudad y los locales descansaban, el ambiente del bar permanecía inquieto, como si estuviera suspendido en el tiempo. Sentado en uno de los taburetes, Adam contemplaba el vaso de 𝘖𝘭𝘥 𝘍𝘢𝘴𝘩𝘪𝘰𝘯𝘦𝘥 frente a él. Entre sus dedos descansaba un cigarro negro, del cual apenas se desprendía un hilo de humo que ascendía como una sombra de sus pensamientos. Fragmentos de memorias, espectros silenciosos, irrumpían en su mente sin aviso, como un torrente imposible de detener.
— Ugh... ¿Por qué? ¿Por qué sigo recordando todo? — gruñó, con una mezcla de enojo y nostalgia que nublaba sus pensamientos.
Esta rutina se había convertido en su 𝚌𝚊𝚜𝚝𝚒𝚐𝚘. No eran simples memorias las que lo acosaban, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘷𝘪𝘥𝘢𝘴 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘳𝘢𝘴, 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘭𝘦𝘵𝘢𝘴 y 𝘥𝘦𝘵𝘢𝘭𝘭𝘢𝘥𝘢𝘴, que se amontonaban en su mente como si buscaban aplastarlo bajo su peso, que lo asaltaban sin tregua. Sabía que aquello no era natural, que no se trataba de simples memorias sueltas. Era el precio de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢, el eco perpetuo de un ser que disfrutaba 𝙖𝙩𝙤𝙧𝙢𝙚𝙣𝙩𝙖𝙧𝙡𝙤. Marcado por su antigua 𝘢𝘷𝘢𝘳𝘪𝘤𝘪𝘢, Adam podía sentir la presencia de ese ser, aquel que lo había marcado, aquel que lo había condenado a pagar una deuda imposible de saldar.
𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐕𝐢𝐝𝐚. 𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐒𝐞𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨. 𝙲𝚊𝚍𝚊 𝐈𝐧𝐬𝐢𝐠𝐧𝐢𝐟𝐢𝐜𝐚𝐧𝐭𝐞. detalle de su existencia pasada se amontonaba en su cabeza, haciéndolo revivirlo todo en cuestión de segundos.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de ahogar el 𝘤𝘢𝘰𝘴 que habitaba en su mente, pero las imágenes no se detenían. Tomó un trago largo de su vaso, dejando que el ardor del alcohol intentara silenciar el 𝘦𝘤𝘰 constante de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢.
Aclaró su garganta mientras una chispa de lucidez iluminaba brevemente sus ojos. Su mano tembló al sostener el cigarro, y por un instante, se quedó absorto observando el humo que danzaba en el aire, dejando un tenue aroma a trébol.
Recordó entonces una promesa hecha hace incontables vidas: nunca se rendiría, nunca sería un hombre sin propósito. Pero ahora... solo podía reírse con amargura. Esa promesa no era más que una 𝗶𝗿𝗼𝗻𝗶𝗮 𝗰𝗿𝘂𝗲𝗹. Dio una última calada antes de apagar el cigarro en el cenicero, dejando que el eco de su risa llenara el vacío del lugar.
Las cadenas estaban ahí. 𝗣𝗲𝘀𝗮𝗱𝗮𝘀, 𝗶𝗻𝘃𝗶𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲𝘀, 𝗶𝗺𝗽𝗼𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲𝘀 de 𝙞𝙜𝙣𝙤𝙧𝙖𝙧. Lo 𝘢𝘵𝘢𝘣𝘢𝘯, se enredaban en su ser como un recordatorio constante de su 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘯𝘢. Y, sin embargo, 𝙚𝙧𝙖 𝙖𝙙𝙞𝙘𝙩𝙤 𝙖 𝙚𝙡𝙡𝙖𝙨, al peso, a la agonía de sentirlas, recordándole que por más que lo deseara, jamás sería 𝗹𝗶𝗯𝗿𝗲.
Se levantó con pesadez, y justo en ese momento una nueva canción comenzó a sonar, una melodía desconocida llenó el aire. No recordaba haberla añadido a su lista, pero no le dio importancia. Sosteniendo el vaso de 𝘖𝘭𝘥 𝘍𝘢𝘴𝘩𝘪𝘰𝘯𝘦𝘥, lo contempló unos segundos antes de vaciarlo de un solo trago. Se ajustó los guantes y, al cruzar hacia el otro lado de la barra, su reflejo en un pequeño espejo lo atrapó. Por un momento, ese 𝘳𝘦𝘧𝘭𝘦𝘫𝘰 parecía 𝗼𝘁𝗿𝗮 𝙥𝙚𝙧𝙨𝙤𝙣𝙖.
— Ha~... Supongo que ir contra la 𝗹𝗲𝘆 de vez en cuando no es tan 𝙢𝙖𝙡𝙤.
Una ventisca ligera recorrió el bar, como si respondiera a su pensamiento. Notó entonces que la señal en la puerta se había movido para mostrar "Abierto". Esbozó una leve sonrisa y murmuró al viento:
— 𝙂𝙧𝙖𝙘𝙞𝙖𝙨...
Mientras lavaba el vaso, su mirada se perdió en el vacío.
— Espero que no estén tan 𝘥𝘦𝘤𝘦𝘱𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘥𝘰𝘴... Alcancé la 𝙥𝙖𝙯 que buscaba. Pero, a veces, siento que el 𝗽𝗿𝗲𝗰𝗶𝗼 fue demasiado 𝗮𝗹𝘁𝗼...
Un suspiro escapó de sus labios, seguido de un murmullo apenas audible.
— Ah... Estoy volviendo a hablar solo. — Resopló, resignado a lo inevitable. Por más que lo intentara, no podía dejar de pensar, ni de recordar. Tal vez, reflexionaría más profundamente en otro momento.
Su mano apretó el vaso que estaba limpiando, y pequeñas grietas comenzaron a formarse en el cristal. Los 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰𝘴 lo arrastraban una y otra vez hacia el ser que lo había condenado, aquel que lo encadenó a una vida de 𝘳𝘦𝘦𝘯𝘤𝘢𝘳𝘯𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢𝘣𝘭𝘦𝘴... 𝙮 𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙪𝙣𝙘𝙖 𝙡𝙤 𝙙𝙚𝙟𝙖𝙧𝙞𝙖 𝙞𝙧.
𝐍𝐮𝐧𝐜𝐚 𝐯𝐨𝐥𝐯𝐞𝐫í𝐚 𝐚 𝐢𝐧𝐯𝐨𝐥𝐮𝐜𝐫𝐚𝐫𝐬𝐞 𝐜𝐨𝐧 𝐚𝐥𝐠𝐨 𝐝𝐞 𝐬𝐮𝐬 𝐭𝐚𝐧𝐭𝐚𝐬 𝐯𝐢𝐝𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐝𝐚𝐬.
Aunque podía sentirlas en su ser, en la sangre que corría por sus venas, se negaba a usarlas. 𝙽𝚘 𝚟𝚘𝚕𝚟𝚎𝚛í𝚊 𝚊 𝚜𝚎𝚛 𝚊𝚚𝚞𝚎𝚕 𝚟𝚒𝚕𝚕𝚊𝚗𝚘, ese ser inmortalizado en incontables épocas como un símbolo de maldad. Y, sin embargo, en lo más profundo de su mente, la tentación seguía presente, susurrándole al oído, burlándose de su resolución.
𝗔 𝘃𝗲𝗰𝗲𝘀, 𝗽𝗲𝗻𝘀𝗮𝗯𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝘀𝗲 𝘀𝗲𝗿 𝗿𝗲𝗮𝗹𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗱𝗶𝘀𝗳𝗿𝘂𝘁𝗮𝗯𝗮 𝘁𝗼𝗿𝘁𝘂𝗿𝗮𝗻𝗱𝗼𝗹𝗼.
Mientras no intentara nada… Adam se permitiría disfrutar de esta vida. Después de todo, 𝗲𝗹 𝘁𝗶𝗲𝗺𝗽𝗼 𝗻𝗼 𝘀𝗶𝗴𝗻𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝗯𝗮 nada para 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 como él.
El sonido de las puertas abriéndose lo devolvió al presente. La música cambió a un suave jazz, y los pasos que se acercaban rompieron el silencio del lugar. Adam levantó la vista, recordando de repente el juramento que había hecho. Todo esto... todo lo que había soportado, había sido por un único 𝘢𝘯𝘩𝘦𝘭𝘰: 𝗖𝗮𝗹𝗺𝗮.0 comentarios 0 compartidos 242 vistas - Tenlo en cuenta al responder.| Miedo |Las pupilas se dilatan de nuevo ante la intromisión, es esa mezcla de colores que se dispersa en un plano tan sencillo. Minúsculos bellos que se alzan de golpe, son los agudos resonantes que se desatan rápido, tan desconocido. Nada tiene que pasar cómo paso y, sin embargo, así parece. ¿Cómo predecir sin sugestionar? ¿Cómo...
- //abierto a quien quiera responder
Llovía a cántaros. Ciertamente, no era un buen momento para estar afuera, tirado como un saco de arroz en mitad de la calle, pero ahí estaba Isidro.
—Dichosos...
El bar de donde lo habían echado a patadas luego de un fuerte puñetazo en la mandíbula le cerraba sus puertas... ¡pero eh!, había robado una botella de ron. Se llevó esta a los labios.
—No saben divertirse... ¡agh, duele!//abierto a quien quiera responder Llovía a cántaros. Ciertamente, no era un buen momento para estar afuera, tirado como un saco de arroz en mitad de la calle, pero ahí estaba Isidro. —Dichosos... El bar de donde lo habían echado a patadas luego de un fuerte puñetazo en la mandíbula le cerraba sus puertas... ¡pero eh!, había robado una botella de ron. Se llevó esta a los labios. —No saben divertirse... ¡agh, duele!
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