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22 - 🇪🇸 - 1'65 - born in 1875
Criminal buscado. Asesino con más de 10 víctimas registradas. Se pone nervioso hablando con mujeres.
Criminal buscado. Asesino con más de 10 víctimas registradas. Se pone nervioso hablando con mujeres.
- Tipo de personaje
2D - Longitud narrativa
Multi-párrafo , Novela - Categorías de rol
Acción , Aventura , Comedia , Drama , Fantasía , Romance , Slice of Life , Original , Terror
- Tenlo en cuenta al responder.Mensaje general 100% off rol que no va para nadie en específico (simple yapping, vamos) - pero no acepto solicitudes de amistad de perfiles que sean OBVIAMENTE hechos para lemon es decir, no tengo la insignia +18, no tengo nada en mi cuenta que pueda indicar que me centro en eso.
Supongo que al final simplemente lanzan solicitud a todos los que estén online, pero ya he tenido alguna experiencia rara con gente así. También dudo mucho que uno de esos perfiles vea este post. Esto es una queja al vacío. :")Mensaje general 100% off rol que no va para nadie en específico (simple yapping, vamos) - pero no acepto solicitudes de amistad de perfiles que sean OBVIAMENTE hechos para lemon 😭 es decir, no tengo la insignia +18, no tengo nada en mi cuenta que pueda indicar que me centro en eso. Supongo que al final simplemente lanzan solicitud a todos los que estén online, pero ya he tenido alguna experiencia rara con gente así. También dudo mucho que uno de esos perfiles vea este post. Esto es una queja al vacío. :")¡Inicia sesión para reaccionar, comentar y compartir! - ¿Y después de una emergencia médica...?Ryuna Takahari
Era martes por la mañana, y… Estaba estresado. Demasiado estresado. Quería echarse a dormir un poco, pero el día no prometía darle un mero descanso. Al contrario.
—No tiene porqué estar perdido…
Lo miraba dar vueltas de un lado a otro en el apartamento, provocando que su propia sensación de angustia incrementara; buscaba primero tras el televisor, luego bajo la mesa, luego en los cajones, luego detrás de una estatuilla de San Lucas. Ella se llevó dos dedos sobre el anillo que le dio antes del supuesto incidente - el tenerlo en el dedo le hacía creer que sería imposible para él haberlo perdido en cualquier sitio, como si nada.
—Es que tiene que estarlo, si no… ¡Ugh! —acababa berreando de frustración mientras guardaba de nuevo unos libros en su estantería—. ¿Crees que me lo han robado?
Ella inmediatamente negó con la cabeza. La idea de que lo hicieran era hasta un poquito graciosa, aunque no tanto para hacerla salir de su miedo y responderle cara a cara. —¿Quién robaría un cuaderno de bocetos? Uno sin empezar, encima.
—No lo sé. Pero es uno de cuero… Algún valor tiene.
—Iso… Tiene todo el valor del mundo, para ti. Y para él.
Los celos no impedían que le sentara mal verlo de esa forma. Había pasado unos malos días, y con todo no lo culpaba por reaccionar alterado. El chico tomó asiento sobre el sofá y ella al fin se puso de pie para aproximarse, arrastrando los zapatos por los azulejos del suelo. Cuanto más cerca la tenía, más notaba el olor a…
Sí, a marihuana. Estaba fumando dentro de su casa, y las ventanas abiertas no evitaban que aquello se llenara de una peste terrible; pero si ella le aguantaba el alcoholismo, él tampoco iba a decir nada. Le pasó los dedos por el cabello, rascando de una forma especial que lo hizo entornar los ojos. —Tendrás otro momento de darle algo, pero… ¡Tampoco es nada! Y yo creo que estará feliz de verte, más que de tener algo súper especial de ti. Ahora…
Y se detuvo. Era un silencio sepulcral que lo dejó algo descolocado, porque se le iban el tartamudeo y la vergüenza con él cerca. Entonces empezó a mover los dedos sobre su pelo de forma errática. Isidro levantó la cabeza y se dio cuenta de que Bruna no miraba a ninguna parte, y que su mandíbula se tensaba y que ya no podía hablar, y que posiblemente no sabía ni dónde estaba en ese momento.
-----
—Presenta actividad cerebral anómala en el lóbulo temporal...
—Sí, ya sé que es epiléptica.
Pese a que lo llevaba sabiendo desde que se conocieron, aquel matasanos se empeñaba en darle la tabarra con las mismas explicaciones de siempre, causando que se le agotaran la paciencia y la educación. Claro, que Isidro no aparecía en sus registros como familiar, o pareja de hecho, o nada del estilo. De hecho, no aparecía nadie, pese al hecho de que Razvan estaba en su habitación fingiendo ser un tío, o primo, o hermano, o un vetetúasaberquéleshadichoéste. El caso es que Razvan estaba con ella (¡y con el chiquillo de cinco años, encima!), y él estaba obligado a quedarse fuera a esperar. Como si ella fuera una persona inmunocomprometida, y él pudiera matarla por introducir patógenos de español viejomundano en sus cercanías.
—Yo solamente deseo informar… —le dio un papel con alguna clase de infografía sobre crisis epilépticas—... de que hay ciertos factores, como el consumo de sustancias estupefacientes o el estrés, que aumentan el riesgo de que…
Ahora lo entendía todo. ¿Por qué le daban la tabarra a él? Porque fue el que llamó cuando vio que tardaba demasiado en volver a la normalidad, el que estaba junto a ella mientras se drogaba y aguantaba algo en silencio, y porque tendría que haberlo evitado. Escuchó el resto del discurso con la cabeza gacha, sin rebatirlo, o defenderse. Era cierto que ella cada vez fumaba más, y él nunca quería indagar en esas cosas…
Al final, se dedicó a dar vueltas por el hospital. Necesitaba estirar las piernas, respirar aire fresco, tranquilizarse un poquito… Necesitaba un trago. ¿Le pasaría factura inmediata a él también? Lo desconocía, pero ahora no le importaba, y maldecía estar en un hospital donde no sirvieran copa alguna. No guardaba el papel donde ponía datos básicos de la enfermedad, mismos a los que debería haber estado más atento, y se paseaba con este entre manos como si se lo estudiara para examen.
[eclipse_violet_frog_172] Era martes por la mañana, y… Estaba estresado. Demasiado estresado. Quería echarse a dormir un poco, pero el día no prometía darle un mero descanso. Al contrario. —No tiene porqué estar perdido… Lo miraba dar vueltas de un lado a otro en el apartamento, provocando que su propia sensación de angustia incrementara; buscaba primero tras el televisor, luego bajo la mesa, luego en los cajones, luego detrás de una estatuilla de San Lucas. Ella se llevó dos dedos sobre el anillo que le dio antes del supuesto incidente - el tenerlo en el dedo le hacía creer que sería imposible para él haberlo perdido en cualquier sitio, como si nada. —Es que tiene que estarlo, si no… ¡Ugh! —acababa berreando de frustración mientras guardaba de nuevo unos libros en su estantería—. ¿Crees que me lo han robado? Ella inmediatamente negó con la cabeza. La idea de que lo hicieran era hasta un poquito graciosa, aunque no tanto para hacerla salir de su miedo y responderle cara a cara. —¿Quién robaría un cuaderno de bocetos? Uno sin empezar, encima. —No lo sé. Pero es uno de cuero… Algún valor tiene. —Iso… Tiene todo el valor del mundo, para ti. Y para él. Los celos no impedían que le sentara mal verlo de esa forma. Había pasado unos malos días, y con todo no lo culpaba por reaccionar alterado. El chico tomó asiento sobre el sofá y ella al fin se puso de pie para aproximarse, arrastrando los zapatos por los azulejos del suelo. Cuanto más cerca la tenía, más notaba el olor a… Sí, a marihuana. Estaba fumando dentro de su casa, y las ventanas abiertas no evitaban que aquello se llenara de una peste terrible; pero si ella le aguantaba el alcoholismo, él tampoco iba a decir nada. Le pasó los dedos por el cabello, rascando de una forma especial que lo hizo entornar los ojos. —Tendrás otro momento de darle algo, pero… ¡Tampoco es nada! Y yo creo que estará feliz de verte, más que de tener algo súper especial de ti. Ahora… Y se detuvo. Era un silencio sepulcral que lo dejó algo descolocado, porque se le iban el tartamudeo y la vergüenza con él cerca. Entonces empezó a mover los dedos sobre su pelo de forma errática. Isidro levantó la cabeza y se dio cuenta de que Bruna no miraba a ninguna parte, y que su mandíbula se tensaba y que ya no podía hablar, y que posiblemente no sabía ni dónde estaba en ese momento. ----- —Presenta actividad cerebral anómala en el lóbulo temporal... —Sí, ya sé que es epiléptica. Pese a que lo llevaba sabiendo desde que se conocieron, aquel matasanos se empeñaba en darle la tabarra con las mismas explicaciones de siempre, causando que se le agotaran la paciencia y la educación. Claro, que Isidro no aparecía en sus registros como familiar, o pareja de hecho, o nada del estilo. De hecho, no aparecía nadie, pese al hecho de que Razvan estaba en su habitación fingiendo ser un tío, o primo, o hermano, o un vetetúasaberquéleshadichoéste. El caso es que Razvan estaba con ella (¡y con el chiquillo de cinco años, encima!), y él estaba obligado a quedarse fuera a esperar. Como si ella fuera una persona inmunocomprometida, y él pudiera matarla por introducir patógenos de español viejomundano en sus cercanías. —Yo solamente deseo informar… —le dio un papel con alguna clase de infografía sobre crisis epilépticas—... de que hay ciertos factores, como el consumo de sustancias estupefacientes o el estrés, que aumentan el riesgo de que… Ahora lo entendía todo. ¿Por qué le daban la tabarra a él? Porque fue el que llamó cuando vio que tardaba demasiado en volver a la normalidad, el que estaba junto a ella mientras se drogaba y aguantaba algo en silencio, y porque tendría que haberlo evitado. Escuchó el resto del discurso con la cabeza gacha, sin rebatirlo, o defenderse. Era cierto que ella cada vez fumaba más, y él nunca quería indagar en esas cosas… Al final, se dedicó a dar vueltas por el hospital. Necesitaba estirar las piernas, respirar aire fresco, tranquilizarse un poquito… Necesitaba un trago. ¿Le pasaría factura inmediata a él también? Lo desconocía, pero ahora no le importaba, y maldecía estar en un hospital donde no sirvieran copa alguna. No guardaba el papel donde ponía datos básicos de la enfermedad, mismos a los que debería haber estado más atento, y se paseaba con este entre manos como si se lo estudiara para examen.TipoIndividualLíneasCualquier líneaEstadoDisponible - De buena mañanaEl rayo de sol que iluminaba su cara parecía una bendición. Para ella, y para quien la viera. Esa precisa mañana se animó, por una vez, a aclararse bien. Debía admitir que le dolía abandonar aquel sitio sabiendo que no volverían a encontrar una pastilla de jabón en, posiblemente, semanas. Quizás meses. ¿Cuánto tiempo...
- Un año sin tiRyuna Takahari
“¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido?”
Las búsquedas de google no arrojaban el resultado que hubiera querido, así que probó con los de bing. Siguió con los de duckduckgo, y luego con los de ecosia. Luego utilizó otra vez google, pero usando operadores de búsqueda (¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido? after:2018 +“consejos” -“antidepresivos” -“acudir a un especialista”). Nuevamente, los resultados no le daban la satisfacción que le hubiera gustado. Entonces sintió que una mano “amiga” le tomaba del hombro. —¡Iso~! No puedes escaquearte de tu trabajo así, ¿cierto?
—¡Lo… lo siento!
—Es broma… ¿Te encuentras bien?
—Ajá… —¿Lo había visto buscando esas cosas? Esperaba que no fuera el caso. —Hacía unas búsquedas para un cliente, sólo eso.
Notó que fruncía el ceño, como si quisiera decir algo más y no se viera capaz. Algo mucho más directo de lo que estaba a punto de decir.
—¿Y no te parece hablar directamente con nuestros clientes? Necesito que vaya un representante de Apolión, y somos cuatro. Tú, yo, Ryan y Rashid. Digo, puede ir uno de los tres Rs, pero estoy pensando que te interesaría salir del cubículo.
Oh, sí, lo había visto, y era una indirecta muy directa. Algunas de las páginas de autoayuda que había encontrado sugerían tomar un poco de sol, y además, la intención era lo que contaba, así que se limitó a encogerse de hombros. —Puedo hacerlo.
—¡Claro, chico! Si tú tienes una facilidad para hablarles… —le dio unas palmaditas en la espalda —. Va, alegra esa cara. Cerramos en unos minutos. Y mañana te presentarás en el restaurante indio ese que hay cerca del aeropuerto, el Al-Fateh, a las doce del mediodía. ¿Vale? Muy bien. —No le dejaba tiempo de reacción antes de mover su silla hacia atrás y, de manera muy invasiva, cerrar todas las pestañas de google. —Uy, ¿no tenías una cita esta semana? Espero no arruinártela. Estarás unas horas.
—¿Cita…? —lo miró confuso. ¿Espiaba sus conversaciones privadas? Pero incluso entonces… —No, no, y tampoco tengo nada mañana.
Unas palmadas más. —¡No digas eso, que lo que tú eres es un Don Juan! Va, que mañana quiero que te presentes de gala también. Los clientes son como las mujeres: hay que… —se mordió la lengua al recordar que Isidro era feminista —¡...Hay que tratarlos con todo el respeto y decoro del mundo! Y por eso vas a ir bien vestidito. ¡Va, que ya te puedes ir!
-----
Al llegar al restaurante (bien vestido con el traje que el dinero constante le permitía comprarse, como si aquello se tratara de impresionar a una chica), no pudo evitar preguntarse algo. “Un momento, Al-Fateh es un nombre árabe, no indio”. Pero daba absolutamente igual. Incluso después de haberlo pensado al recibir las primeras indicaciones, Isidro había aprendido a agachar la cabeza y no decir nada. Le interesaba no molestar a Razvan - estabilidad laboral ante todo, le había dicho su amiga, y ahora interiorizaba sus palabras.
Igualmente, los clientes debían estar por ahí, ¿no? Y ahora temía que no fueran a tomarse a un representante de diecinueve años en serio. Razvan era joven, como el resto de fundadores (a los que ahora parecía haberse unido él de forma semi-permanente), pero al menos ellos eran la mente pensante de la compañía. Bueno, unos más que otros…
A él sí que le faltaba mente pensante para ciertas cosas; en su espera, abrió una petaca de whisky y se la llevó a los labios, bebiendo aquel delicioso néctar. Tras pasar unos largos segundos, se limpió los labios con el dorso de la muñeca.
Ya no era suficiente. Nada lo era, pero ante todo, el alcohol se quedaba corto tras un año sin pelear borracho. O ebrio. “¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido…?”
[eclipse_violet_frog_172] “¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido?” Las búsquedas de google no arrojaban el resultado que hubiera querido, así que probó con los de bing. Siguió con los de duckduckgo, y luego con los de ecosia. Luego utilizó otra vez google, pero usando operadores de búsqueda (¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido? after:2018 +“consejos” -“antidepresivos” -“acudir a un especialista”). Nuevamente, los resultados no le daban la satisfacción que le hubiera gustado. Entonces sintió que una mano “amiga” le tomaba del hombro. —¡Iso~! No puedes escaquearte de tu trabajo así, ¿cierto? —¡Lo… lo siento! —Es broma… ¿Te encuentras bien? —Ajá… —¿Lo había visto buscando esas cosas? Esperaba que no fuera el caso. —Hacía unas búsquedas para un cliente, sólo eso. Notó que fruncía el ceño, como si quisiera decir algo más y no se viera capaz. Algo mucho más directo de lo que estaba a punto de decir. —¿Y no te parece hablar directamente con nuestros clientes? Necesito que vaya un representante de Apolión, y somos cuatro. Tú, yo, Ryan y Rashid. Digo, puede ir uno de los tres Rs, pero estoy pensando que te interesaría salir del cubículo. Oh, sí, lo había visto, y era una indirecta muy directa. Algunas de las páginas de autoayuda que había encontrado sugerían tomar un poco de sol, y además, la intención era lo que contaba, así que se limitó a encogerse de hombros. —Puedo hacerlo. —¡Claro, chico! Si tú tienes una facilidad para hablarles… —le dio unas palmaditas en la espalda —. Va, alegra esa cara. Cerramos en unos minutos. Y mañana te presentarás en el restaurante indio ese que hay cerca del aeropuerto, el Al-Fateh, a las doce del mediodía. ¿Vale? Muy bien. —No le dejaba tiempo de reacción antes de mover su silla hacia atrás y, de manera muy invasiva, cerrar todas las pestañas de google. —Uy, ¿no tenías una cita esta semana? Espero no arruinártela. Estarás unas horas. —¿Cita…? —lo miró confuso. ¿Espiaba sus conversaciones privadas? Pero incluso entonces… —No, no, y tampoco tengo nada mañana. Unas palmadas más. —¡No digas eso, que lo que tú eres es un Don Juan! Va, que mañana quiero que te presentes de gala también. Los clientes son como las mujeres: hay que… —se mordió la lengua al recordar que Isidro era feminista —¡...Hay que tratarlos con todo el respeto y decoro del mundo! Y por eso vas a ir bien vestidito. ¡Va, que ya te puedes ir! ----- Al llegar al restaurante (bien vestido con el traje que el dinero constante le permitía comprarse, como si aquello se tratara de impresionar a una chica), no pudo evitar preguntarse algo. “Un momento, Al-Fateh es un nombre árabe, no indio”. Pero daba absolutamente igual. Incluso después de haberlo pensado al recibir las primeras indicaciones, Isidro había aprendido a agachar la cabeza y no decir nada. Le interesaba no molestar a Razvan - estabilidad laboral ante todo, le había dicho su amiga, y ahora interiorizaba sus palabras. Igualmente, los clientes debían estar por ahí, ¿no? Y ahora temía que no fueran a tomarse a un representante de diecinueve años en serio. Razvan era joven, como el resto de fundadores (a los que ahora parecía haberse unido él de forma semi-permanente), pero al menos ellos eran la mente pensante de la compañía. Bueno, unos más que otros… A él sí que le faltaba mente pensante para ciertas cosas; en su espera, abrió una petaca de whisky y se la llevó a los labios, bebiendo aquel delicioso néctar. Tras pasar unos largos segundos, se limpió los labios con el dorso de la muñeca. Ya no era suficiente. Nada lo era, pero ante todo, el alcohol se quedaba corto tras un año sin pelear borracho. O ebrio. “¿Qué haces cuando sientes que la vida pierde sentido…?”TipoIndividualLíneasCualquier líneaEstadoDisponible - ¿Es verdad eso que dicen?Ryuna Takahari
La ida del muchacho lo tranquilizó. No sabía lo que le deparaba el futuro lejos de él, pero sí lo que lo deparaba el futuro a su lado: problemas, en resumen. Unos problemas a los que jamás se había enfrentado por su condición de ciudadano acaudalado y legal.
Ahora que no estaba Takahari, se permitió desempolvar una botella de whisky del armario más un vaso. "¿Qué hubiera pensado de verme borracho?", pensó. Pero el alcohol era más bien un tranquilizante. La sangre era el único licor que lo embriagaba.
Entonces, fue la llamada que antes esperaba lo que lo tomó desprevenido, justo en el momento en el que deseaba evadirse por un instante. Al ver el contacto, sin embargo, contestó sin pensarlo.
-----
Pasar la tarde desaparecida no era problema para ella. Razvan era perfectamente consciente de lo que hacía, y le daba igual. Isidro participaba, y el resto... Bueno, no había resto. Por algo seguían juntos.
Coño, es que estaban juntos. Cualquiera que los mirara pensaría que eran más que uña y piel. Mascó el chicle de canela con la sensación melancólica que le causaba reconocer esa diferencia entre realidad y ficción - el mundo de carne y hueso no se asemejaba al de fantasía, y ahora que estaba en el almacén abandonado... Pues demonios, podía dar rienda suelta a la fantasía. Se recostó contra un cajón y apoyó la cabeza en la madera. Cerró los ojos en gesto adormilado; deseaba que el sopor la invadiera mientras pensaba en una vida sin problemas y con amor.
—Este sitio es una puta mierda...
Las palabras, sorprendentemente, no venían de parte suya. Abrió los ojos y trató de discernir a aquel hombre entre la oscuridad... pero nada, no veía un pijo. —¿Puta mierda? Aquí no pasa la policía, ¿qué te esperabas? —Otra voz, algo reconocible, acompañó a la primera. Ambas eran de hombres más bien mayores, al menos comparándolos consigo misma, teniendo poco más de diecinueve.
Y entonces llegó a su nariz el aroma a marihuana. Uf, se removió con el deseo de acercarse a ellos, pero inmediatamente se le puso la cara roja de los nervios. Ese miedo a la gente era su perdición...
—Además, te lo puedo contar todo aquí. Ni mensajes ni polladas de esas... —soltó una corta risa, irritante como el sonido de uñas contra la pizarra—. Me he topado con el mocoso del otro día. El del bar.
—El que te golpeó.
—Sí, sí, el que me golpeó. Parece que se ha echado novio.
Soltó otra risa, que fue incluso más molesta. Como de un niñato matón que se dedicaba a hacer chistes asquerosos contra los raritos de clase. —Pero el caso es que ahora ya sé dónde vive. Le he dejado una sorpresa. ¿Sabes que ya no tiene arma? Además...-
—¿Qué coño me estás contando? Si he estado contigo todo el día. Te he ayudado a dejar esa pistola en el recibidor sin que nadie te viera. Incluso he llamado a ese niño de papá como si fuera su nuevo botones. Imbécil... Te ha dejado imbécil a golpes.
Tras una pausa, el otro le respondió. —Ya no recuerdo las cosas bien. Pero de ese bigote... Es inconfundible.
—Sí, y aunque te lo cargues, no vas a caerle mejor a esos tipos, ni te vas a curar el alzheimer... ¡Eh, devuélvemelo!
Pero Bruna había escuchado lo suficiente como para entender de qué iba todo aquello, más aún cuando ella misma lo había visto. Acomodó su coleta para echarse la capucha de la sudadera por encima de la cabeza y se colocó la bandana sobre la boca, dando al final la apariencia de una grafitera cualquiera. Si tan solo tuviera las armas... Pero las había dejado las dos en otro sitio más seguro. Igualmente, nada más salir se tropezó con uno de los dos a causa de la oscuridad. El porro que sujetaba cayó al suelo y se apagó, aunque ella aprovechó la situación para cogerlo.
—¡Mira por dónde vas, hostia!
—¡G-g-gilipoll...! —antes de espetar al 100% el insulto, se calló; le había salido mal, nuevamente. En su lugar les sacó el dedo corazón, tembloroso, pero lo importante fue quedarse con sus caras. Uno, alto y barbudo (no se hizo corte de pelo). Otro, un poco menos alto y con un poco de sobrepeso. Con poco pelo también. Pero suficiente; echó a correr antes de que se pusieran violentos con ella.
-----
La llamada con Isidro fue breve, pero suficiente para hacerlo sentir miedo genuino. Ambos se hicieron a la calle con el viejo Toyota Corolla 1980 gris del chico. Era entrada la noche... ¿cómo podían esperar encontrarlo?
—Me has dicho que no le deje contestar llamadas, pero ésta es importante...
Bruna se recostó contra el respaldo del copiloto, cansada. Algo en ella se sentía distinto, y no tenía que ver con el olor a estupefacientes ni sus ojos enrojecidos. O sí. A saber. Isidro encontró el contacto de Takahari y esperó que la llamada fuera contestada. Ansiedad le dio percatarse de la tardanza.
Y entonces, Bruna hizo la peor pregunta posible en el peor momento para hacerla.
—¿Es verdad lo que dijeron? ¿Que sois novios?
¿Qué?
Bruna no mencionó ese detalle al principio. La pregunta lo descolocó tanto que se mantuvo en espera él también. Su cerebro estaba tan en espera como la llamada que Takahari le debía de contestar.[eclipse_violet_frog_172] La ida del muchacho lo tranquilizó. No sabía lo que le deparaba el futuro lejos de él, pero sí lo que lo deparaba el futuro a su lado: problemas, en resumen. Unos problemas a los que jamás se había enfrentado por su condición de ciudadano acaudalado y legal. Ahora que no estaba Takahari, se permitió desempolvar una botella de whisky del armario más un vaso. "¿Qué hubiera pensado de verme borracho?", pensó. Pero el alcohol era más bien un tranquilizante. La sangre era el único licor que lo embriagaba. Entonces, fue la llamada que antes esperaba lo que lo tomó desprevenido, justo en el momento en el que deseaba evadirse por un instante. Al ver el contacto, sin embargo, contestó sin pensarlo. ----- Pasar la tarde desaparecida no era problema para ella. Razvan era perfectamente consciente de lo que hacía, y le daba igual. Isidro participaba, y el resto... Bueno, no había resto. Por algo seguían juntos. Coño, es que estaban juntos. Cualquiera que los mirara pensaría que eran más que uña y piel. Mascó el chicle de canela con la sensación melancólica que le causaba reconocer esa diferencia entre realidad y ficción - el mundo de carne y hueso no se asemejaba al de fantasía, y ahora que estaba en el almacén abandonado... Pues demonios, podía dar rienda suelta a la fantasía. Se recostó contra un cajón y apoyó la cabeza en la madera. Cerró los ojos en gesto adormilado; deseaba que el sopor la invadiera mientras pensaba en una vida sin problemas y con amor. —Este sitio es una puta mierda... Las palabras, sorprendentemente, no venían de parte suya. Abrió los ojos y trató de discernir a aquel hombre entre la oscuridad... pero nada, no veía un pijo. —¿Puta mierda? Aquí no pasa la policía, ¿qué te esperabas? —Otra voz, algo reconocible, acompañó a la primera. Ambas eran de hombres más bien mayores, al menos comparándolos consigo misma, teniendo poco más de diecinueve. Y entonces llegó a su nariz el aroma a marihuana. Uf, se removió con el deseo de acercarse a ellos, pero inmediatamente se le puso la cara roja de los nervios. Ese miedo a la gente era su perdición... —Además, te lo puedo contar todo aquí. Ni mensajes ni polladas de esas... —soltó una corta risa, irritante como el sonido de uñas contra la pizarra—. Me he topado con el mocoso del otro día. El del bar. —El que te golpeó. —Sí, sí, el que me golpeó. Parece que se ha echado novio. Soltó otra risa, que fue incluso más molesta. Como de un niñato matón que se dedicaba a hacer chistes asquerosos contra los raritos de clase. —Pero el caso es que ahora ya sé dónde vive. Le he dejado una sorpresa. ¿Sabes que ya no tiene arma? Además...- —¿Qué coño me estás contando? Si he estado contigo todo el día. Te he ayudado a dejar esa pistola en el recibidor sin que nadie te viera. Incluso he llamado a ese niño de papá como si fuera su nuevo botones. Imbécil... Te ha dejado imbécil a golpes. Tras una pausa, el otro le respondió. —Ya no recuerdo las cosas bien. Pero de ese bigote... Es inconfundible. —Sí, y aunque te lo cargues, no vas a caerle mejor a esos tipos, ni te vas a curar el alzheimer... ¡Eh, devuélvemelo! Pero Bruna había escuchado lo suficiente como para entender de qué iba todo aquello, más aún cuando ella misma lo había visto. Acomodó su coleta para echarse la capucha de la sudadera por encima de la cabeza y se colocó la bandana sobre la boca, dando al final la apariencia de una grafitera cualquiera. Si tan solo tuviera las armas... Pero las había dejado las dos en otro sitio más seguro. Igualmente, nada más salir se tropezó con uno de los dos a causa de la oscuridad. El porro que sujetaba cayó al suelo y se apagó, aunque ella aprovechó la situación para cogerlo. —¡Mira por dónde vas, hostia! —¡G-g-gilipoll...! —antes de espetar al 100% el insulto, se calló; le había salido mal, nuevamente. En su lugar les sacó el dedo corazón, tembloroso, pero lo importante fue quedarse con sus caras. Uno, alto y barbudo (no se hizo corte de pelo). Otro, un poco menos alto y con un poco de sobrepeso. Con poco pelo también. Pero suficiente; echó a correr antes de que se pusieran violentos con ella. ----- La llamada con Isidro fue breve, pero suficiente para hacerlo sentir miedo genuino. Ambos se hicieron a la calle con el viejo Toyota Corolla 1980 gris del chico. Era entrada la noche... ¿cómo podían esperar encontrarlo? —Me has dicho que no le deje contestar llamadas, pero ésta es importante... Bruna se recostó contra el respaldo del copiloto, cansada. Algo en ella se sentía distinto, y no tenía que ver con el olor a estupefacientes ni sus ojos enrojecidos. O sí. A saber. Isidro encontró el contacto de Takahari y esperó que la llamada fuera contestada. Ansiedad le dio percatarse de la tardanza. Y entonces, Bruna hizo la peor pregunta posible en el peor momento para hacerla. —¿Es verdad lo que dijeron? ¿Que sois novios? ¿Qué? Bruna no mencionó ese detalle al principio. La pregunta lo descolocó tanto que se mantuvo en espera él también. Su cerebro estaba tan en espera como la llamada que Takahari le debía de contestar.TipoIndividualLíneasCualquier líneaEstadoDisponible - El más potente licorSangre, sangre, sangre... Isidro necesitaba una cosa, y la necesitaba ya. La adrenalina que recorría sus venas cada vez que asestaba un golpe... ¿Cómo se podría comparar una borrachera con eso? Una cosa era embriagarse con alcohol, y otra embriagarse de verdad - con sangre. Pero no podían salir por patas de la ciudad acosados por las autoridades, y tampoco...
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