¿Y después de una emergencia médica...?
Ryuna Takahari
Era martes por la mañana, y… Estaba estresado. Demasiado estresado. Quería echarse a dormir un poco, pero el día no prometía darle un mero descanso. Al contrario.
—No tiene porqué estar perdido…
Lo miraba dar vueltas de un lado a otro en el apartamento, provocando que su propia sensación de angustia incrementara; buscaba primero tras el televisor, luego bajo la mesa, luego en los cajones, luego detrás de una estatuilla de San Lucas. Ella se llevó dos dedos sobre el anillo que le dio antes del supuesto incidente - el tenerlo en el dedo le hacía creer que sería imposible para él haberlo perdido en cualquier sitio, como si nada.
—Es que tiene que estarlo, si no… ¡Ugh! —acababa berreando de frustración mientras guardaba de nuevo unos libros en su estantería—. ¿Crees que me lo han robado?
Ella inmediatamente negó con la cabeza. La idea de que lo hicieran era hasta un poquito graciosa, aunque no tanto para hacerla salir de su miedo y responderle cara a cara. —¿Quién robaría un cuaderno de bocetos? Uno sin empezar, encima.
—No lo sé. Pero es uno de cuero… Algún valor tiene.
—Iso… Tiene todo el valor del mundo, para ti. Y para él.
Los celos no impedían que le sentara mal verlo de esa forma. Había pasado unos malos días, y con todo no lo culpaba por reaccionar alterado. El chico tomó asiento sobre el sofá y ella al fin se puso de pie para aproximarse, arrastrando los zapatos por los azulejos del suelo. Cuanto más cerca la tenía, más notaba el olor a…
Sí, a marihuana. Estaba fumando dentro de su casa, y las ventanas abiertas no evitaban que aquello se llenara de una peste terrible; pero si ella le aguantaba el alcoholismo, él tampoco iba a decir nada. Le pasó los dedos por el cabello, rascando de una forma especial que lo hizo entornar los ojos. —Tendrás otro momento de darle algo, pero… ¡Tampoco es nada! Y yo creo que estará feliz de verte, más que de tener algo súper especial de ti. Ahora…
Y se detuvo. Era un silencio sepulcral que lo dejó algo descolocado, porque se le iban el tartamudeo y la vergüenza con él cerca. Entonces empezó a mover los dedos sobre su pelo de forma errática. Isidro levantó la cabeza y se dio cuenta de que Bruna no miraba a ninguna parte, y que su mandíbula se tensaba y que ya no podía hablar, y que posiblemente no sabía ni dónde estaba en ese momento.
-----
—Presenta actividad cerebral anómala en el lóbulo temporal...
—Sí, ya sé que es epiléptica.
Pese a que lo llevaba sabiendo desde que se conocieron, aquel matasanos se empeñaba en darle la tabarra con las mismas explicaciones de siempre, causando que se le agotaran la paciencia y la educación. Claro, que Isidro no aparecía en sus registros como familiar, o pareja de hecho, o nada del estilo. De hecho, no aparecía nadie, pese al hecho de que Razvan estaba en su habitación fingiendo ser un tío, o primo, o hermano, o un vetetúasaberquéleshadichoéste. El caso es que Razvan estaba con ella (¡y con el chiquillo de cinco años, encima!), y él estaba obligado a quedarse fuera a esperar. Como si ella fuera una persona inmunocomprometida, y él pudiera matarla por introducir patógenos de español viejomundano en sus cercanías.
—Yo solamente deseo informar… —le dio un papel con alguna clase de infografía sobre crisis epilépticas—... de que hay ciertos factores, como el consumo de sustancias estupefacientes o el estrés, que aumentan el riesgo de que…
Ahora lo entendía todo. ¿Por qué le daban la tabarra a él? Porque fue el que llamó cuando vio que tardaba demasiado en volver a la normalidad, el que estaba junto a ella mientras se drogaba y aguantaba algo en silencio, y porque tendría que haberlo evitado. Escuchó el resto del discurso con la cabeza gacha, sin rebatirlo, o defenderse. Era cierto que ella cada vez fumaba más, y él nunca quería indagar en esas cosas…
Al final, se dedicó a dar vueltas por el hospital. Necesitaba estirar las piernas, respirar aire fresco, tranquilizarse un poquito… Necesitaba un trago. ¿Le pasaría factura inmediata a él también? Lo desconocía, pero ahora no le importaba, y maldecía estar en un hospital donde no sirvieran copa alguna. No guardaba el papel donde ponía datos básicos de la enfermedad, mismos a los que debería haber estado más atento, y se paseaba con este entre manos como si se lo estudiara para examen.
Era martes por la mañana, y… Estaba estresado. Demasiado estresado. Quería echarse a dormir un poco, pero el día no prometía darle un mero descanso. Al contrario.
—No tiene porqué estar perdido…
Lo miraba dar vueltas de un lado a otro en el apartamento, provocando que su propia sensación de angustia incrementara; buscaba primero tras el televisor, luego bajo la mesa, luego en los cajones, luego detrás de una estatuilla de San Lucas. Ella se llevó dos dedos sobre el anillo que le dio antes del supuesto incidente - el tenerlo en el dedo le hacía creer que sería imposible para él haberlo perdido en cualquier sitio, como si nada.
—Es que tiene que estarlo, si no… ¡Ugh! —acababa berreando de frustración mientras guardaba de nuevo unos libros en su estantería—. ¿Crees que me lo han robado?
Ella inmediatamente negó con la cabeza. La idea de que lo hicieran era hasta un poquito graciosa, aunque no tanto para hacerla salir de su miedo y responderle cara a cara. —¿Quién robaría un cuaderno de bocetos? Uno sin empezar, encima.
—No lo sé. Pero es uno de cuero… Algún valor tiene.
—Iso… Tiene todo el valor del mundo, para ti. Y para él.
Los celos no impedían que le sentara mal verlo de esa forma. Había pasado unos malos días, y con todo no lo culpaba por reaccionar alterado. El chico tomó asiento sobre el sofá y ella al fin se puso de pie para aproximarse, arrastrando los zapatos por los azulejos del suelo. Cuanto más cerca la tenía, más notaba el olor a…
Sí, a marihuana. Estaba fumando dentro de su casa, y las ventanas abiertas no evitaban que aquello se llenara de una peste terrible; pero si ella le aguantaba el alcoholismo, él tampoco iba a decir nada. Le pasó los dedos por el cabello, rascando de una forma especial que lo hizo entornar los ojos. —Tendrás otro momento de darle algo, pero… ¡Tampoco es nada! Y yo creo que estará feliz de verte, más que de tener algo súper especial de ti. Ahora…
Y se detuvo. Era un silencio sepulcral que lo dejó algo descolocado, porque se le iban el tartamudeo y la vergüenza con él cerca. Entonces empezó a mover los dedos sobre su pelo de forma errática. Isidro levantó la cabeza y se dio cuenta de que Bruna no miraba a ninguna parte, y que su mandíbula se tensaba y que ya no podía hablar, y que posiblemente no sabía ni dónde estaba en ese momento.
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—Presenta actividad cerebral anómala en el lóbulo temporal...
—Sí, ya sé que es epiléptica.
Pese a que lo llevaba sabiendo desde que se conocieron, aquel matasanos se empeñaba en darle la tabarra con las mismas explicaciones de siempre, causando que se le agotaran la paciencia y la educación. Claro, que Isidro no aparecía en sus registros como familiar, o pareja de hecho, o nada del estilo. De hecho, no aparecía nadie, pese al hecho de que Razvan estaba en su habitación fingiendo ser un tío, o primo, o hermano, o un vetetúasaberquéleshadichoéste. El caso es que Razvan estaba con ella (¡y con el chiquillo de cinco años, encima!), y él estaba obligado a quedarse fuera a esperar. Como si ella fuera una persona inmunocomprometida, y él pudiera matarla por introducir patógenos de español viejomundano en sus cercanías.
—Yo solamente deseo informar… —le dio un papel con alguna clase de infografía sobre crisis epilépticas—... de que hay ciertos factores, como el consumo de sustancias estupefacientes o el estrés, que aumentan el riesgo de que…
Ahora lo entendía todo. ¿Por qué le daban la tabarra a él? Porque fue el que llamó cuando vio que tardaba demasiado en volver a la normalidad, el que estaba junto a ella mientras se drogaba y aguantaba algo en silencio, y porque tendría que haberlo evitado. Escuchó el resto del discurso con la cabeza gacha, sin rebatirlo, o defenderse. Era cierto que ella cada vez fumaba más, y él nunca quería indagar en esas cosas…
Al final, se dedicó a dar vueltas por el hospital. Necesitaba estirar las piernas, respirar aire fresco, tranquilizarse un poquito… Necesitaba un trago. ¿Le pasaría factura inmediata a él también? Lo desconocía, pero ahora no le importaba, y maldecía estar en un hospital donde no sirvieran copa alguna. No guardaba el papel donde ponía datos básicos de la enfermedad, mismos a los que debería haber estado más atento, y se paseaba con este entre manos como si se lo estudiara para examen.
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Era martes por la mañana, y… Estaba estresado. Demasiado estresado. Quería echarse a dormir un poco, pero el día no prometía darle un mero descanso. Al contrario.
—No tiene porqué estar perdido…
Lo miraba dar vueltas de un lado a otro en el apartamento, provocando que su propia sensación de angustia incrementara; buscaba primero tras el televisor, luego bajo la mesa, luego en los cajones, luego detrás de una estatuilla de San Lucas. Ella se llevó dos dedos sobre el anillo que le dio antes del supuesto incidente - el tenerlo en el dedo le hacía creer que sería imposible para él haberlo perdido en cualquier sitio, como si nada.
—Es que tiene que estarlo, si no… ¡Ugh! —acababa berreando de frustración mientras guardaba de nuevo unos libros en su estantería—. ¿Crees que me lo han robado?
Ella inmediatamente negó con la cabeza. La idea de que lo hicieran era hasta un poquito graciosa, aunque no tanto para hacerla salir de su miedo y responderle cara a cara. —¿Quién robaría un cuaderno de bocetos? Uno sin empezar, encima.
—No lo sé. Pero es uno de cuero… Algún valor tiene.
—Iso… Tiene todo el valor del mundo, para ti. Y para él.
Los celos no impedían que le sentara mal verlo de esa forma. Había pasado unos malos días, y con todo no lo culpaba por reaccionar alterado. El chico tomó asiento sobre el sofá y ella al fin se puso de pie para aproximarse, arrastrando los zapatos por los azulejos del suelo. Cuanto más cerca la tenía, más notaba el olor a…
Sí, a marihuana. Estaba fumando dentro de su casa, y las ventanas abiertas no evitaban que aquello se llenara de una peste terrible; pero si ella le aguantaba el alcoholismo, él tampoco iba a decir nada. Le pasó los dedos por el cabello, rascando de una forma especial que lo hizo entornar los ojos. —Tendrás otro momento de darle algo, pero… ¡Tampoco es nada! Y yo creo que estará feliz de verte, más que de tener algo súper especial de ti. Ahora…
Y se detuvo. Era un silencio sepulcral que lo dejó algo descolocado, porque se le iban el tartamudeo y la vergüenza con él cerca. Entonces empezó a mover los dedos sobre su pelo de forma errática. Isidro levantó la cabeza y se dio cuenta de que Bruna no miraba a ninguna parte, y que su mandíbula se tensaba y que ya no podía hablar, y que posiblemente no sabía ni dónde estaba en ese momento.
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—Presenta actividad cerebral anómala en el lóbulo temporal...
—Sí, ya sé que es epiléptica.
Pese a que lo llevaba sabiendo desde que se conocieron, aquel matasanos se empeñaba en darle la tabarra con las mismas explicaciones de siempre, causando que se le agotaran la paciencia y la educación. Claro, que Isidro no aparecía en sus registros como familiar, o pareja de hecho, o nada del estilo. De hecho, no aparecía nadie, pese al hecho de que Razvan estaba en su habitación fingiendo ser un tío, o primo, o hermano, o un vetetúasaberquéleshadichoéste. El caso es que Razvan estaba con ella (¡y con el chiquillo de cinco años, encima!), y él estaba obligado a quedarse fuera a esperar. Como si ella fuera una persona inmunocomprometida, y él pudiera matarla por introducir patógenos de español viejomundano en sus cercanías.
—Yo solamente deseo informar… —le dio un papel con alguna clase de infografía sobre crisis epilépticas—... de que hay ciertos factores, como el consumo de sustancias estupefacientes o el estrés, que aumentan el riesgo de que…
Ahora lo entendía todo. ¿Por qué le daban la tabarra a él? Porque fue el que llamó cuando vio que tardaba demasiado en volver a la normalidad, el que estaba junto a ella mientras se drogaba y aguantaba algo en silencio, y porque tendría que haberlo evitado. Escuchó el resto del discurso con la cabeza gacha, sin rebatirlo, o defenderse. Era cierto que ella cada vez fumaba más, y él nunca quería indagar en esas cosas…
Al final, se dedicó a dar vueltas por el hospital. Necesitaba estirar las piernas, respirar aire fresco, tranquilizarse un poquito… Necesitaba un trago. ¿Le pasaría factura inmediata a él también? Lo desconocía, pero ahora no le importaba, y maldecía estar en un hospital donde no sirvieran copa alguna. No guardaba el papel donde ponía datos básicos de la enfermedad, mismos a los que debería haber estado más atento, y se paseaba con este entre manos como si se lo estudiara para examen.
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible
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