*Las gotas del cielo cayeron sobre las tierras, humedeciendo cada parte de aquel pueblo, que cada año seguía creciendo, ampliándose en comercio y artesanía, Anne que era el nombre optado por Aradia observaba por la pequeña ventana de aquella vieja casa donde se refugiaba sobre una colina, se percataba de cada cosa, buena o mala, los aldeanos se manifestaban felices, debido a los que un día llegaron a acribillarlos desaparecieron de un día para otro sin dejar rastro; siendo el secreto mejor guardado de Aradia, su estómago les agradeció cada trozo de carne que arrancó de sus miseros cuerpos sin vida, pero eso, es otra historia...
Optando las actividades diarias como las compras y deberes, Anne se hizo de varios amigos, entre ellos un anciano ciego que permanecía fuera de la pequeña capilla pidiendo misericordia a los peregrinos que pasaban por ahí. Como era de costumbre, llevaba entre sus manos una pieza de pan y café para él, esta vez no fue la excepción, bajaría tapándose con un reboso, cabeza y hombros, protegiéndose de las gotas de lluvia, que aceleraron su ritmo*.
—Aquí tiene, está caliente.
*Colocándolo sobre las manos ajenas, se retiró, asegurándose que no se mojaría, el anciano solo agradeció por aquel gesto, Anne siguió el sendero que la llevaba a su hogar, algunos niños jugaban y brincaban sobre el lodo, eran felices, recordó que sus hijos deberían de ver esto, pero aún no sabían dominar su instinto demoniaco, exponiéndose a sí mismo y a ella misma. Estaban mejor en Tártaro, su reino*.
*Las gotas del cielo cayeron sobre las tierras, humedeciendo cada parte de aquel pueblo, que cada año seguía creciendo, ampliándose en comercio y artesanía, Anne que era el nombre optado por Aradia observaba por la pequeña ventana de aquella vieja casa donde se refugiaba sobre una colina, se percataba de cada cosa, buena o mala, los aldeanos se manifestaban felices, debido a los que un día llegaron a acribillarlos desaparecieron de un día para otro sin dejar rastro; siendo el secreto mejor guardado de Aradia, su estómago les agradeció cada trozo de carne que arrancó de sus miseros cuerpos sin vida, pero eso, es otra historia...
Optando las actividades diarias como las compras y deberes, Anne se hizo de varios amigos, entre ellos un anciano ciego que permanecía fuera de la pequeña capilla pidiendo misericordia a los peregrinos que pasaban por ahí. Como era de costumbre, llevaba entre sus manos una pieza de pan y café para él, esta vez no fue la excepción, bajaría tapándose con un reboso, cabeza y hombros, protegiéndose de las gotas de lluvia, que aceleraron su ritmo*.
—Aquí tiene, está caliente.
*Colocándolo sobre las manos ajenas, se retiró, asegurándose que no se mojaría, el anciano solo agradeció por aquel gesto, Anne siguió el sendero que la llevaba a su hogar, algunos niños jugaban y brincaban sobre el lodo, eran felices, recordó que sus hijos deberían de ver esto, pero aún no sabían dominar su instinto demoniaco, exponiéndose a sí mismo y a ella misma. Estaban mejor en Tártaro, su reino*.