• lindo conjunto de deporte confeccionada a la medida por mi Madre 𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫 lo mejor de todo es igual al de mi mami orco Jennifer Qᵘᵉᵉⁿ FABULOSO¡¡¡
    lindo conjunto de deporte confeccionada a la medida por mi Madre [Ayane_Ishtar] lo mejor de todo es igual al de mi mami orco [Jeni] FABULOSO¡¡¡
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  • Nuestras buenas y malas acciones nos siguen casi como una sombra.
    Nuestras buenas y malas acciones nos siguen casi como una sombra.
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  • buenos días mis corazones de pollo espero tengo un lindo fin de semana, este viernes pinta fabuloso los AMO
    buenos días mis corazones de pollo espero tengo un lindo fin de semana, este viernes pinta fabuloso los AMO :STK-13:
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  • *Escribiendo en una libreta la letra de una canción y a la vez tocaba mi guitarra aveces fallaba por una nota o una entonación eso me ponía tenso Pero después de tanto intentar al fin pude terminarlo tocando mi guitarra cerré mis ojos imaginandote pude ver que me escuchabas atento y eso me animo a seguir cantando *
    https://youtu.be/hv-wTIZtvhk?si=zQ_FljPhcGqJlQkH
    *Escribiendo en una libreta la letra de una canción y a la vez tocaba mi guitarra aveces fallaba por una nota o una entonación eso me ponía tenso Pero después de tanto intentar al fin pude terminarlo tocando mi guitarra cerré mis ojos imaginandote pude ver que me escuchabas atento y eso me animo a seguir cantando * https://youtu.be/hv-wTIZtvhk?si=zQ_FljPhcGqJlQkH
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  • —𝙉𝙤 𝙨é 𝙚𝙦𝙪𝙞𝙫𝙤𝙦𝙪𝙚𝙣 𝙢𝙞𝙨 𝙥𝙧𝙚𝙘𝙞𝙖𝙙𝙤𝙨 𝙥𝙚𝙘𝙖𝙙𝙤𝙧𝙚𝙨. 𝙮𝙤 𝙖𝙢𝙤 𝙘𝙤𝙣 𝙡𝙤𝙘𝙪𝙧𝙖 𝙋𝙚𝙧𝙤 𝙣𝙤 𝙢𝙚𝙣𝙙𝙞𝙜𝙤 𝙖𝙢𝙤𝙧. 𝙣𝙤 𝙥𝙞𝙙𝙤 𝙖 𝙣𝙖𝙙𝙞𝙚 𝙦𝙪𝙚 𝙨𝙚 𝙦𝙪𝙚𝙙𝙚, 𝙋𝙚𝙧𝙤 𝙝𝙖𝙜𝙤 𝙡𝙤 𝙞𝙢𝙥𝙤𝙨𝙞𝙗𝙡𝙚 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙚𝙫𝙞𝙩𝙖𝙧 𝙦𝙪𝙚 𝙩𝙚 𝙫𝙖𝙡𝙡𝙖𝙨. 𝙎𝙞 𝙦𝙪𝙞𝙚𝙧𝙚𝙨 𝙚𝙨𝙩𝙖𝙧 𝙖 𝙢𝙞 𝙡𝙖𝙙𝙤 𝙗𝙞𝙚𝙣, 𝙨𝙞 𝙣𝙤, 𝙛𝙪𝙚 𝙪𝙣 𝙥𝙡𝙖𝙘𝙚𝙧 𝙘𝙤𝙞𝙣𝙘𝙞𝙙𝙞𝙧 𝙚𝙣 𝙚𝙨𝙩𝙖 𝙫𝙞𝙙𝙖 𝙘𝙤𝙣𝙩𝙞𝙜𝙤—
    —𝙉𝙤 𝙨é 𝙚𝙦𝙪𝙞𝙫𝙤𝙦𝙪𝙚𝙣 𝙢𝙞𝙨 𝙥𝙧𝙚𝙘𝙞𝙖𝙙𝙤𝙨 𝙥𝙚𝙘𝙖𝙙𝙤𝙧𝙚𝙨. 𝙮𝙤 𝙖𝙢𝙤 𝙘𝙤𝙣 𝙡𝙤𝙘𝙪𝙧𝙖 𝙋𝙚𝙧𝙤 𝙣𝙤 𝙢𝙚𝙣𝙙𝙞𝙜𝙤 𝙖𝙢𝙤𝙧. 𝙣𝙤 𝙥𝙞𝙙𝙤 𝙖 𝙣𝙖𝙙𝙞𝙚 𝙦𝙪𝙚 𝙨𝙚 𝙦𝙪𝙚𝙙𝙚, 𝙋𝙚𝙧𝙤 𝙝𝙖𝙜𝙤 𝙡𝙤 𝙞𝙢𝙥𝙤𝙨𝙞𝙗𝙡𝙚 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙚𝙫𝙞𝙩𝙖𝙧 𝙦𝙪𝙚 𝙩𝙚 𝙫𝙖𝙡𝙡𝙖𝙨. 𝙎𝙞 𝙦𝙪𝙞𝙚𝙧𝙚𝙨 𝙚𝙨𝙩𝙖𝙧 𝙖 𝙢𝙞 𝙡𝙖𝙙𝙤 𝙗𝙞𝙚𝙣, 𝙨𝙞 𝙣𝙤, 𝙛𝙪𝙚 𝙪𝙣 𝙥𝙡𝙖𝙘𝙚𝙧 𝙘𝙤𝙞𝙣𝙘𝙞𝙙𝙞𝙧 𝙚𝙣 𝙚𝙨𝙩𝙖 𝙫𝙞𝙙𝙖 𝙘𝙤𝙣𝙩𝙞𝙜𝙤—
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  • “…Síntoma de la tristeza que se esfuma
    Es la sonrisa esperanzada que adorna
    Los labios sinceros de un beso intranquilo
    Compuesto del hechizo de la savia imperecedera
    De una mirada igualmente desnuda
    El semblante honesto de una palabra magica
    Cariño expresado, con ese coqueteo natural
    Que borra cualquier huella
    Que la melancolía habrá de dejar…”
    “…Síntoma de la tristeza que se esfuma Es la sonrisa esperanzada que adorna Los labios sinceros de un beso intranquilo Compuesto del hechizo de la savia imperecedera De una mirada igualmente desnuda El semblante honesto de una palabra magica Cariño expresado, con ese coqueteo natural Que borra cualquier huella Que la melancolía habrá de dejar…”
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  • —Deja de seguirme, creo haberte dicho que solo aceptaré el amor de un solo hombre.
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  • ⸻ ¡He dormido! ¡Entero! ¡Completo! Como una manzana sin mordidas, como una movie sin avisos publicitarios! ¡Desayuno! ¡Almohadas, os amo, pero hay panqueques en mi destino! ⸻ exclamó, apenas despertar, señalando hacia la ventana como si las nubes ocultarán una panadería mística.

    Con los pies descalzos danzando sobre el suelo frío, tras una rápida visita al baño, se vistió con lo primero que encontró, siendo las hadas del cosmo sus mejores estilistas. Agarró su bufanda, el morral y dejó el pequeño departamento que llama hogar. Bajó las escaleras brincando de dos en dos y salió a la calle con la seguridad de quien sabe que hoy el universo lo quiere bien alimentado.

    ⸻ ¡Voy a desayunar algo digno del milagro de haber sobrevivido a otro día! Nada de galletitas tristes ni café llorón. Hoy necesito... ¡Hoy necesito waffles astrales o me cambio el nombre a Pompón Von Tristeza! ⸻

    Y así, con una sonrisa que desbordaba dopamina, Cocó fue a encontrar el desayuno que el destino tenía en oferta.
    ⸻ ¡He dormido! ¡Entero! ¡Completo! Como una manzana sin mordidas, como una movie sin avisos publicitarios! ¡Desayuno! ¡Almohadas, os amo, pero hay panqueques en mi destino! ⸻ exclamó, apenas despertar, señalando hacia la ventana como si las nubes ocultarán una panadería mística. Con los pies descalzos danzando sobre el suelo frío, tras una rápida visita al baño, se vistió con lo primero que encontró, siendo las hadas del cosmo sus mejores estilistas. Agarró su bufanda, el morral y dejó el pequeño departamento que llama hogar. Bajó las escaleras brincando de dos en dos y salió a la calle con la seguridad de quien sabe que hoy el universo lo quiere bien alimentado. ⸻ ¡Voy a desayunar algo digno del milagro de haber sobrevivido a otro día! Nada de galletitas tristes ni café llorón. Hoy necesito... ¡Hoy necesito waffles astrales o me cambio el nombre a Pompón Von Tristeza! ⸻ Y así, con una sonrisa que desbordaba dopamina, Cocó fue a encontrar el desayuno que el destino tenía en oferta.
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  • Que creen que me quede mejor el negro o el rojo?
    Que creen que me quede mejor el negro o el rojo?
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  • Recuerdos de un zorro

    Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1)

    //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.//

    “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.”



    No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo.
    Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma.

    “Demasiado dolor para una sola alma que calla.
    Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.”


    No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable.
    Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado.
    “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó.

    Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos.
    Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas.
    Por el otro… Él.

    Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto.
    Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada.
    Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura.

    Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne.
    Sus miedos.
    Su ira.
    Sus deseos más viscerales.
    Su sed de sangre.

    Kuragari. El anochecer que no se va.

    Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto.
    Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho.
    Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría.

    Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro.
    Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia.

    -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias.

    Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida.
    Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado.

    Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna.
    Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin.

    Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse.

    -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada.

    -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro.

    Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones.

    No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro.

    Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire.

    Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos.

    En aquel entonces, Kazuo era aún joven.
    Apenas había cumplido los doscientos años.
    Un yōkai inexperto.
    Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable.

    La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza.

    Y así nació Kuragari:

    Un ente vengativo y lleno de dolor.
    Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió.

    Pero Kazuo fue más fuerte;
    Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina.

    Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra.

    Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo.

    “Para siempre.”

    O al menos… eso pensó.






    Recuerdos de un zorro Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1) //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.// “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.” No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo. Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma. “Demasiado dolor para una sola alma que calla. Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.” No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable. Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado. “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó. Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos. Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas. Por el otro… Él. Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto. Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada. Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura. Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne. Sus miedos. Su ira. Sus deseos más viscerales. Su sed de sangre. Kuragari. El anochecer que no se va. Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto. Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho. Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría. Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro. Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia. -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias. Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida. Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado. Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna. Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin. Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse. -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada. -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro. Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones. No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro. Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire. Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos. En aquel entonces, Kazuo era aún joven. Apenas había cumplido los doscientos años. Un yōkai inexperto. Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable. La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza. Y así nació Kuragari: Un ente vengativo y lleno de dolor. Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió. Pero Kazuo fue más fuerte; Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina. Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra. Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo. “Para siempre.” O al menos… eso pensó.
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