El portón de metal del garaje del castillo se abre con un rugido grave, dejando escapar el aire cargado de aceite viejo, gasolina evaporada y el eco de herramientas que han vivido demasiadas manos.
La luz industrial parpadea un instante antes de encenderse por completo, bañando el taller subterráneo en un tono cálido y dorado que hace brillar el acero como si respirara.
Camino entre las sombras, sintiendo cómo el olor a motor me llena el pecho, familiar, casi reconfortante. No debería, pero lo hace.
Frente a mí, extendido sobre lonas negras, está el proyecto que debo rehacer… y el error que necesito reparar.
La Kawasaki Ninja está completamente desarmada:
el chasis desnudo, los carenados perfectamente alineados por colores, los tornillos ordenados por cajas, la horquilla apoyada como una promesa, los discos de freno reluciendo como lunas plateadas.
Sobre la mesa central, los planos originales, marcados y doblados, esperan como un mapa del perdón.
Me agacho, paso mis dedos por el metal frío del chasis y cierro los ojos un segundo.
Ryu merece esto. No solo la moto.
Sino el gesto. La reparación. El acto de volver a construir algo con mis manos.
Detrás de mí, escucho los pasos leves.
Chantle entra al garaje con su mono de mecánico un poco grande, las mangas remangadas y un trapo colgando del bolsillo.
La luz le cae encima, iluminando el brillo curioso de sus ojos.
Lo observo en silencio un segundo. Es tan preciso, tan delicado con cada herramienta… tan parecido a mí en las sombras, y tan parecido a Ryu en el corazón.
Me acerco a la mesa de herramientas:
llaves inglesas, carracas, calibradores, soldador, guantes nuevos, litros de aceite, sensores y piezas eléctricas aún envueltas. Todo está preparado.
Tomo aire y miro a mi hijo.
—Bueno, Chantle… —digo mientras me ato el cabello—.
Hoy reconstruimos algo más que una moto.
Le hago un gesto para que se acerque al chasis conmigo.
—Empezamos cuando tú estés listo.
El garaje entero parece contener la respiración.
Huele a motor, a metal vivo… y al tipo de magia que solo se crea con familia.
El portón de metal del garaje del castillo se abre con un rugido grave, dejando escapar el aire cargado de aceite viejo, gasolina evaporada y el eco de herramientas que han vivido demasiadas manos.
La luz industrial parpadea un instante antes de encenderse por completo, bañando el taller subterráneo en un tono cálido y dorado que hace brillar el acero como si respirara.
Camino entre las sombras, sintiendo cómo el olor a motor me llena el pecho, familiar, casi reconfortante. No debería, pero lo hace.
Frente a mí, extendido sobre lonas negras, está el proyecto que debo rehacer… y el error que necesito reparar.
La Kawasaki Ninja está completamente desarmada:
el chasis desnudo, los carenados perfectamente alineados por colores, los tornillos ordenados por cajas, la horquilla apoyada como una promesa, los discos de freno reluciendo como lunas plateadas.
Sobre la mesa central, los planos originales, marcados y doblados, esperan como un mapa del perdón.
Me agacho, paso mis dedos por el metal frío del chasis y cierro los ojos un segundo.
Ryu merece esto. No solo la moto.
Sino el gesto. La reparación. El acto de volver a construir algo con mis manos.
Detrás de mí, escucho los pasos leves.
Chantle entra al garaje con su mono de mecánico un poco grande, las mangas remangadas y un trapo colgando del bolsillo.
La luz le cae encima, iluminando el brillo curioso de sus ojos.
Lo observo en silencio un segundo. Es tan preciso, tan delicado con cada herramienta… tan parecido a mí en las sombras, y tan parecido a Ryu en el corazón.
Me acerco a la mesa de herramientas:
llaves inglesas, carracas, calibradores, soldador, guantes nuevos, litros de aceite, sensores y piezas eléctricas aún envueltas. Todo está preparado.
Tomo aire y miro a mi hijo.
—Bueno, Chantle… —digo mientras me ato el cabello—.
Hoy reconstruimos algo más que una moto.
Le hago un gesto para que se acerque al chasis conmigo.
—Empezamos cuando tú estés listo.
El garaje entero parece contener la respiración.
Huele a motor, a metal vivo… y al tipo de magia que solo se crea con familia.