• Qué encantadora sorpresa, uno de mis hijos ha venido a visitarme. Me pregunto qué clase de historias tendrá para mí.
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  • Si vas a suplicarme, que sea de rodillas.. La elegancia no está de más
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  • Los estragos de tener el cabello largo...
    -La mujer de cabello rubio está atando su larguísima cabellera rubia en una coleta.-
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  • Faust.. esta confudida.. no saber bien donde está..
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  • Aurora siempre sintió que el mundo intentaba hacerla odiar su propio cuerpo. Desde niña, le susurraron que la perfección era sin marcas, sin imperfecciones, sin nada que interrumpiera aquella imagen inmaculada que los ojos ajenos parecían esperar. Pero Aurora, a pesar de cada comentario pesado, de cada mirada insistente, nunca pudo ni quiso someterse a esa idea estricta. En su piel, ella llevaba historias vivas, una geografía personal en forma de tatuajes y cicatrices, que para otros podían ser defectos, pero para ella eran medallas de su propia existencia.

    Sus tatuajes, especialmente, no eran solo dibujos sobre la piel; eran mapas de su alma. Cada línea y color había sido elegida con intención, marcas profundas que hablaban de sus luchas, sus sueños y sus triunfos. A veces, en la quietud de la noche, se sentaba frente al espejo y recorría con los ojos esos símbolos que formaban parte de su identidad. En lugar de esconderlos, los mostraban con orgullo porque representaban capítulos difíciles que había superado, decisiones valientes y momentos de celebración.

    No todo fue fácil. Hubo momentos (como ahora) en que el espejo le devolvía una imagen dura y la voz interior se tornaba crítica, alimentada por el ruido externo. Pero cada vez que sentía esa sombra de inseguridad, se detenía a recordar que su cuerpo no era el enemigo. Más bien, era un lienzo lleno de enseñanzas, una historia escrita con tinta indeleble que ningún juicio podría borrar.

    Aurora adoraba cada aspecto de sí mismo: la textura de su piel, las formas únicas, las curvas que otros podrían llamar imperfecciones. Ella entendía que amarse era radical y revolucionario porque elegía mirarse con amor cuando la cultura le decía lo contrario. En esa elección constante, encontraba su libertad y su poder.
    Aurora siempre sintió que el mundo intentaba hacerla odiar su propio cuerpo. Desde niña, le susurraron que la perfección era sin marcas, sin imperfecciones, sin nada que interrumpiera aquella imagen inmaculada que los ojos ajenos parecían esperar. Pero Aurora, a pesar de cada comentario pesado, de cada mirada insistente, nunca pudo ni quiso someterse a esa idea estricta. En su piel, ella llevaba historias vivas, una geografía personal en forma de tatuajes y cicatrices, que para otros podían ser defectos, pero para ella eran medallas de su propia existencia. Sus tatuajes, especialmente, no eran solo dibujos sobre la piel; eran mapas de su alma. Cada línea y color había sido elegida con intención, marcas profundas que hablaban de sus luchas, sus sueños y sus triunfos. A veces, en la quietud de la noche, se sentaba frente al espejo y recorría con los ojos esos símbolos que formaban parte de su identidad. En lugar de esconderlos, los mostraban con orgullo porque representaban capítulos difíciles que había superado, decisiones valientes y momentos de celebración. No todo fue fácil. Hubo momentos (como ahora) en que el espejo le devolvía una imagen dura y la voz interior se tornaba crítica, alimentada por el ruido externo. Pero cada vez que sentía esa sombra de inseguridad, se detenía a recordar que su cuerpo no era el enemigo. Más bien, era un lienzo lleno de enseñanzas, una historia escrita con tinta indeleble que ningún juicio podría borrar. Aurora adoraba cada aspecto de sí mismo: la textura de su piel, las formas únicas, las curvas que otros podrían llamar imperfecciones. Ella entendía que amarse era radical y revolucionario porque elegía mirarse con amor cuando la cultura le decía lo contrario. En esa elección constante, encontraba su libertad y su poder.
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  • El humo salió de sus labios al exhalar. El cigarro en una de sus manos encendido mientras que dos de sus brazos rodeaban la cintura de dos demonios a cada uno de sus lados.
    Sentado en un cómodo diván, observana al tumulto de gente bailando en aquel antro.

    Aburrido e insípido. ¿Y se suponía que ese era el mejor que había?
    Había ido para buscar alguien con quién divertirse, pero esa noche tenía estándares y ningún desgraciado que había allí cumplía con los requisitos que tenía mentalmente. Los únicos que valían la pena eran quienes yacían sentados a sus lados y tan solo porque él mismo se los había llevado.

    Frunció el ceño con molestia y el agarre s su cigarro se intensificó casi al punto de que podría partirse. Y de repente se relajó. Una expresión de sorpresa en su rostro cuando sus ojos vieron lo que buscaba.
    Delicado y con gracia. Sin duda sexy. Un demonio araña que sin duda se veía apetecible.
    La sonrisa se extendió por su rostro y sin dudarlo se levantó de su lugar, caminando entre el gentío hasta aparecer por detrás del demonio, quien yacía en uno de los taburetes enfrente de la barra del bar.

    — ¿Se puede, Sweetie? —

    Preguntó con voz armoniosa y sonrisa encantadora mientras señalaba el asiento vacío a su lado.


    Angel Dust
    El humo salió de sus labios al exhalar. El cigarro en una de sus manos encendido mientras que dos de sus brazos rodeaban la cintura de dos demonios a cada uno de sus lados. Sentado en un cómodo diván, observana al tumulto de gente bailando en aquel antro. Aburrido e insípido. ¿Y se suponía que ese era el mejor que había? Había ido para buscar alguien con quién divertirse, pero esa noche tenía estándares y ningún desgraciado que había allí cumplía con los requisitos que tenía mentalmente. Los únicos que valían la pena eran quienes yacían sentados a sus lados y tan solo porque él mismo se los había llevado. Frunció el ceño con molestia y el agarre s su cigarro se intensificó casi al punto de que podría partirse. Y de repente se relajó. Una expresión de sorpresa en su rostro cuando sus ojos vieron lo que buscaba. Delicado y con gracia. Sin duda sexy. Un demonio araña que sin duda se veía apetecible. La sonrisa se extendió por su rostro y sin dudarlo se levantó de su lugar, caminando entre el gentío hasta aparecer por detrás del demonio, quien yacía en uno de los taburetes enfrente de la barra del bar. — ¿Se puede, Sweetie? — Preguntó con voz armoniosa y sonrisa encantadora mientras señalaba el asiento vacío a su lado. [Ange1Dust]
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  • Ya estamos de cembrinas... Recuerden todo con medida.
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  • «¿De casualidad falta mucho para llegar al próximo pueblo? Estoy buscando unos hilos encerrados y polen seco para mis artesanías.»
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  • —Tómenme una foto, así como que no me doy cuenta. —se puso su vestuario navideño para empezar con las festividades -(?)
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  • Algún día Bella entenderá que la bestia también se marchita cómo lo rosa cuando no se cuida y será tarde.
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