¿Y bien, de qué querías hablarme?
-Tras una larga noche en aquella fiesta, llamada por el contrario, la joven atendió y se fue con él, fuera de todo el bullicio y el ruido. Tomó asiento de manera paciente y cruzó las piernas en espera a lo que le tuviera que decir.
La fiesta de beneficencia había sido un despliegue de opulencia y estilo. El salón, cubierto de altos ventanales y cortinas de terciopelo carmesí, estaba iluminado por un inmenso candelabro de cristal que colgaba como una joya suspendida en el techo abovedado. El suelo de mármol blanco reflejaba las luces doradas, mientras los camareros, impecablemente vestidos de negro y blanco, deslizaban bandejas con copas de champán y canapés exquisitos entre los asistentes.
Políticos, empresarios y artistas de renombre compartían el espacio, todos vestidos con lo mejor de la alta costura. Sin embargo, fue ella quien acaparó las miradas desde el momento en que cruzó las puertas del salón.
Su cabello rosa, ondulado y brillante como el satén, caía sobre sus hombros con una gracia casi etérea. Vestía un elegante vestido de seda negra con detalles bordados en hilos dorados, que delineaba su figura con una mezcla perfecta de sobriedad y provocación.
Cada movimiento suyo parecía coreografiado, destacaba entre el murmullo de las conversaciones y las risas apagadas. No era solo su aspecto, era la manera en que caminaba, en que miraba, en que escuchaba: una presencia imposible de ignorar.
Y ahora, apartada del esplendor, esperaba en silencio. Lo más interesante de la noche, quizás, estaba por comenzar.-
¿Y bien, de qué querías hablarme?
-Tras una larga noche en aquella fiesta, llamada por el contrario, la joven atendió y se fue con él, fuera de todo el bullicio y el ruido. Tomó asiento de manera paciente y cruzó las piernas en espera a lo que le tuviera que decir.
La fiesta de beneficencia había sido un despliegue de opulencia y estilo. El salón, cubierto de altos ventanales y cortinas de terciopelo carmesí, estaba iluminado por un inmenso candelabro de cristal que colgaba como una joya suspendida en el techo abovedado. El suelo de mármol blanco reflejaba las luces doradas, mientras los camareros, impecablemente vestidos de negro y blanco, deslizaban bandejas con copas de champán y canapés exquisitos entre los asistentes.
Políticos, empresarios y artistas de renombre compartían el espacio, todos vestidos con lo mejor de la alta costura. Sin embargo, fue ella quien acaparó las miradas desde el momento en que cruzó las puertas del salón.
Su cabello rosa, ondulado y brillante como el satén, caía sobre sus hombros con una gracia casi etérea. Vestía un elegante vestido de seda negra con detalles bordados en hilos dorados, que delineaba su figura con una mezcla perfecta de sobriedad y provocación.
Cada movimiento suyo parecía coreografiado, destacaba entre el murmullo de las conversaciones y las risas apagadas. No era solo su aspecto, era la manera en que caminaba, en que miraba, en que escuchaba: una presencia imposible de ignorar.
Y ahora, apartada del esplendor, esperaba en silencio. Lo más interesante de la noche, quizás, estaba por comenzar.-