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"𝚃𝚑𝚎 𝚘𝚗𝚕𝚢 𝚠𝚊𝚢 𝚝𝚘 𝚔𝚎𝚎𝚙 𝚢𝚘𝚞𝚛 𝚙𝚎𝚘𝚙𝚕𝚎 𝚕𝚘𝚢𝚊𝚕 𝚒𝚜 𝚝𝚘 𝚖𝚊𝚔𝚎 𝚌𝚎𝚛𝚝𝚊𝚒𝚗 𝚝𝚑𝚎𝚢 𝚏𝚎𝚊𝚛 𝚢𝚘𝚞 𝚖𝚘𝚛𝚎 𝚝𝚑𝚊𝚗 𝚝𝚑𝚎𝚢 𝚍𝚘 𝚝𝚑𝚎 𝚎𝚗𝚎𝚖𝚢.”
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En el gran esquema de las cosas, no podría decirse que Leïlla Auerswald fuese poco afortunada.
Habiendo nacido como una de las mujeres más hermosas del continente, Leïlla sabía que su destino era convertirse en alguien importante. Hija de Osdara y del Gran Duque de Springflur, pronto fue evidente que era más que una descendiente de Aotrom... era un importante arma política de una fuerza descomunal. Su padre se implicó completamente en su crecimiento y educación, inculcándole las artes mágicas, la literatura, las artes e, incluso, las Grandes Hadas le perdonen, las ciencias. No tardó en ser evidente que lo que le faltaba en fuerza mágica, Leïlla lo complementaba ampliamente con su inteligencia.
No, no podía decirse que fuese poco afortunada, y, sin embargo, no sentía que su camino hubiese sido uno de fortuna.
— Majestad. —Leïlla alzó la mirada de sus libros de cuentas para encontrarse con El Capitán Dreigh, de la guardia real. Era, probablemente, uno de los hombres más apuestos del reino, y también uno de los más inalcanzables. Entre otras cosas, eso era lo que más le gustaba de él—. El Alto Consejo la está esperando para el rendimiento semanal.
Se hizo un brever pero intenso silencio en la sala. Todo el personal del castillo sabía que Leïlla detestaba el rendimiento semanal. Odiaba tener que justificar sus decisiones ante un consejo de estúpidos ancianos que no entendían de la delicadeza de la política ni de la importancia del papel de la Reina en todos los movimientos que habían llevado a Springflur a flote. Fue Leïlla y no Raghvar quien puso relevancia en la posición comercial estratégica de Mistpring, fue Leïlla y no Raghvar quien negoció con Shadi una unión con los territorios del Norte, minimizando la amenaza que suponía la estúpida de Rhianwen sobre los reinos del Sur. Fue Leïlla quien sacrificó a su retoño, su hermoso retoño, a cambio de mantener a salvo al heredero de Springflur.
Leïlla lo había sacrificado todo por su reino, incluida parte de su poder y su cordura. No era justo que siguiesen cuestionándola, y de no ser porque El Alto Consejo aún mantenía importantes conexiones con el resto de reinos, los habría mandado decapitar mucho tiempo atrás.
— ¿Ha llegado ya su Alteza Real Nifrid a Fjellriket?
Dreigh asintió, taciturno, como siempre.
—Sí, mi reina. Nuestros espías confirmaron su llegada sano y salvo.
— Estupendo. Es mejor que pase un tiempo fuera del reino. Si el Alto Consejo descubre que andó tonteando con una común... argh. —Leïlla se llevó una mano a la frente. El complejo peinado que sostenía su corona le estiraba del cuero cabelludo, provocándole un profundo dolor en la sien—. Es igual, vamos. Esos cadáveres con piernas no aguantarán mucho más esperando.
Si no fuese tan perceptiva, Leïlla habría podido ignorar el ténue fantasma de una sonrisa en los labios ajenos.
Desgraciadamente, Leïlla era increíblemente perceptiva.
El rendimiento semanal fue mejor de lo esperado. Los imbéciles del Alto consejo estaban contentos por el viaje de Nifrid hacia su inevitable matrimonio. Ilusos. Solo Leïlla sabía lo duro que había sido conseguir un matrimonio tan favorable para el reino. Solo Leïlla sabía... solo ella sabía lo poco indicado que resultaba Nifrid para gobernar algo tan grande como Springflur.
Exhaló un suspiro mientras sus doncellas le desprendían del complejo peinado. No pronunció quejido alguno, puesto que estaba acostumbrada a ello, y a las duras piezas de marfil que poseía la compleja vestimenta que llevaba. Dreigh (siempre presente, Leïlla no era recelosa de su cuerpo con él, a fin de cuentas, se prefería desvergonzada que muerta. Además, el Caballero jamás la miraba cuando no tenía que mirarla) avanzó con cuidado dentro de la sala, en sus manos firmes y curtidas de portar la espada había un pequeño sobre.
Por las ornamentas, Leïlla supo que se trataba de correspondencia del reino de Akondro.
— ¿Y bien? —Murmuró, no le gustó el fruncido de las pequeñas arrugas alrededor de los ojos zafiro de Dreigh—. ¿Qué noticias traes?
— Alteza, creo... creo que debéis ver esto.
— Es una carta, ya la veo.
— La misiva procede de... La Nueva Emperatriz de Akondro.
— ¿¡Cómo!? —Su reacción fue visceral. Leïlla apartó a sus doncellas—. Fuera, fuera todo el mundo. Dreigh, tráeme eso.
Con manos temblorosas, Leïlla estudió la misiva. Cruzó la bata de seda y lino y se dejó caer sobre la silla del tocador y dejó la carta sobre la superficie de madera.
— El viejo está muerto. ¿Qué sabemos de esa niñata?
— Nuestros espías nos confirman que se trata de la anterior lider del grupo revolucionario, alteza. —Dreigh se mantuvo firme, aunque Leïlla le conocía lo suficiente bien como para oír el tono de preocupación en sus palabras—. No creo que podamos mantener el dominio sobre la región.
— No te pago por creer.
— No me paga, alteza.
— Cierto. —Leïlla soltó una carcajada irónica. Luego tomó entre sus manos el cáliz de vino que reposaba sobre el tocador—. Es irrelevante. ¿Siguen de nuestro lado?
— Por el momento, todos los tratados siguen en vigor, alteza. Akondro no puede actuar fuera de sus fronteras sin la autorización de Las Cortes Cálidas. De hacerlo así, entraría en conflicto con Gua Naga y Springflur...
— Y si entra en conflicto con nosotros, entra en conflicto con Toanma. Un conflicto en el que los reinos del Norte no querrán participar. —Leïlla estudió la carta de nuevo—. Aquí dice que el viejo murió por circunstancias naturales, ¿Qué sabemos de eso?
— Poco.
— ¿Qué opinas?
— Lo mismo que sé que opináis vos, alteza. Los Emperadores de Akondro gozan de salud excepcional otorgada por su árbol de la vida. Es increíblemente extraño que alguno muera por circunstancias naturales.
Dreigh tenía razón, y aún así, aparentemente, había sucedido. Si algo había aprendido Leïlla, era que las coincidencias y los misterios rara vez tenían una explicación tan compleja. La Reina se incorporó, acercándose lentamente a la ventana, observando desde ella la extensión de su reino.
Un plan de acción, necesitaba un plan de acción. Aunque, algunas veces, no hacer nada era la mejor forma de hacer algo.
— Bien. Que envíen una carta en mi nombre dándole la bienvenida al reino y ofreciéndole nuestro apoyo.
— ¿Ese será su movimiento, alteza?
— Sí, Dreigh. No nos conviene un conflicto con Akondro por el momento. Ese trozo de tierra bien puede quedarse donde está. —Apuntó, encogiéndose de hombros—. Reforzaremos nuestras políticas para defender al pueblo de las magias oscuras, eso sí. Si Akondro quiere ser el anfitrión de esos sangre sucia, entonces que así sea. —Añadió.
— Pero alteza, sin... sin ese dinero entrando en Toanma, el reino no podrá seguir pagando su deuda con vos.
— Una lástima. —Respondió rápidamente—. Con los lobos hambrientos a sus puertas. Pobre, pobre Vlad...
— Majestad, es temerario que Rhianwen tenga tanto acceso a esas fronteras.
— Entonces a Toanma no le quedará más remedio que unirse a nosotros. Vlad podrá conservar sus privilegios, aunque no la corona, y Rhianwen sabe perfectamente que no puede enfrentarse a nuestro poder militar, no sin Fjellriket. No sin la princesa Aidna.
— Nuestros espías dicen que la princesa Aidna mantiene una relación muy cordial con la Reina Rhianwen, alteza. —Advirtió Dreigh.
— La princesa Aidna es el menor de nuestros problemas ahora mismo. Va a casarse con Nifrid le guste o no, y nunca permitiré que Nifrid haga estupideces con mi reino. —Respondió—. Además, recuerda cuál es nuestro verdadero objetivo.
— Proteger a los reinos de la luz, alteza, lo sé.
Leïlla asintió con suavidad, alzando la manga de su bata. En su brazo, ahí estaba, la mancha negra que iba extendiéndose día a día, la marca de la maldición de Legoshë. Esa era su sentencia y su condena, también su destino.
— Eso es, Dreigh... por muy difícil que sea, ya conoces la profecía. Si permitimos que la luz desaparezca y que la oscuridad de los Dorcha se extienda en el reino, entonces los Gael estaremos condenados. Destruirán nuestra raza... jamás aceptarán que tengamos el poder.
— Lo sé, majestad.
Ambos se quedaron en silencio. Leïlla se sentó sobre el quicio de la ventana, dejando que el aire fresco le aclarase los pensamientos.
— Dreigh... acércate. —El caballero caminó en silencio hacia ella—. Siéntate. —Añadió.
Él, simplemente, obedeció. Era tan fácil con Dreigh.
Dreigh había estado con Leïlla desde que ambos eran niños. Era una presencia tan constante y fuerte en su vida que no podía imaginarse sin ella. Cuando Dreigh partía en sus misiones, Leïlla se desprendía de parte de su ser. Se encontraba más sola que de costumbre, perdida en los altos pasillos y las miles de habitaciones de La Corte de la Primavera. Si era tan buena reina era porque había sido bendecida con un hombre muy sabio a su lado.
No le fue difícil enamorarse de él, ni tampoco desprenderse de aquel amor como si fuese uno de sus hermosos vestidos. El amor era una debilidad, una que se clavaba en ella como el marfil de sus adornos. Un pecado que no podía permitirse.
— Mira, Dreigh. ¿Lo sientes? —Cuestionó—. Es la brisa de la primavera, ya no trae el olor del océano. Ha cambiado. —Apuntó—. Mi padre me enseñó que cuando eso ocurre, es porque se acerca el invierno. Ese es el primer aviso.
— Interesante, majestad. ¿Significa eso que pronto tendremos que reforzar las fronteras?
Leïlla esbozó una sonrisa distante. —Sí, mi estimado amigo.
Dreigh se mantuvo en silencio también. Su amor no era como había sido el de Raghvar; intenso como el fuego y tan volátil como el mismo. Raghvar amaba a toda mujer hermosa por igual, como si fuese uno de sus trofeos que aprovechar mientras le llamase la atención. Leïlla se había tenido que entregar en cuerpo y alma a desarrollar todas sus artes femeninas para mantener a su alteza atado en corto, y aun así no había podido impedirle algunos deslices desafortunados. Como en todo, nunca había tenido mucha fortuna.
Su caballero, sin embargo, poseía el corazón de una montaña. Fuerte y robusto, leal y firme. Un corazón que, una vez moldeado, era muy difícil de cambiar. Un corazón que solo el tiempo podía erosionar, y que era un proceso extremadamente lento.
— Alteza. —Dijo él, apartando la mirada de la mujer—. ¿Cree que Nifrid algún día conocerá el amor con su reina?
Leïlla liberó una amarga carcajada. — No lo sé, esperemos que no. El amor, estimado amigo, es una elección, y espero que mi Nifrid sea más listo que eso.
— ¿Alguna vez le amó usted a él? Al rey.
Leïlla se quedó en silencio. Quiso decirle; "no tanto como a ti", pero sabía que eso estaba prohibido. Ambos habían luchado mucho por contenerse desde... el último incidente. Ambos lo entendían. Era por el bien del reino.
— Raghvar no era un mal hombre, así que elegí amarle en tanto mi amor pudiese asistirle con sus propósitos.
Esa fue su respuesta, y pareció bastarle al caballero, porque se incorporó, realizó una reverencia y después se retiró.
Ya sola, Leïlla estudió la carta de Akondro de nuevo. Extendió el brazo y el águila real se posó en el mismo. Ser hija de Osdara tenía algunas ventajas.
Flinch, la majestuosa ave, se posó en el respaldo de la silla mientras Leïlla redactaba la misiva con tinta invisible; después la ató a la pata del águila.
— Portadla al Rey Vlad. No me falléis. Viajad lo más rápido posible.
Algunas veces, no hacer nada era mejor que hacer algo, pero Leïlla no era una mujer de inacción.