"No quiero morir" ¿Cuánto hacía ya desde la primera vez que lo dijo? En algún momento debió perder la cuenta. O simplemente quiso dejar de contar. Fue esa premisa la que le despertó. De alguna manera se las ingeniaba para acabar siempre en lugares con esas características. La ropa, la piel, húmedas al contacto con el barro y el suelo encharcado. La lluvia golpeando con suavidad, como una leve caricia, cada poro de su piel. El viento silbando en sus oídos al compás de la melodía, armonía tan solo interrumpida por una ráfaga eléctrica, el cielo dividido en dos por una perfecta línea de un blanquecino impoluto, seguida de ese estruendo que le hizo alzar las comisuras en una leve sonrisa. Solo entonces se atrevió a abrir sus ojos azules, aún a riesgo de que el agua cargada de ozono troposférico le bañara estos. Pero el espectáculo era digno de ello. Sus heridas, cerradas superficialmente como método de defensa para detener el sangrado. Tan solo la oscuridad de la noche le contemplaba. Sus ojos, cerrándose de nuevo, al ritmo en que su brazo derecho, adornado con un brazalete de obsidiana pulida, fue a sus labios. Un ligero ardor, un par de quejidos, su garganta áspera como si la hubieran lijado.
— JINS, preciosa - dos tosidos y un carraspeo, ceño fruncido y voz enronquecida - ¿puedes localizarme? -otro tosido desde lo profundo de su garganta, agravando un poco más la ya de por sí fuerte irritación, provocada por la falta de líquido, al borde de la hipovolemia.
— Le he localizado, señor. Le enviaré un coche - una breve risa nasal recortó el silencio del ambiente.
— Tan eficiente como siempre.
Dejó caer el brazo, cuyo peso parecía haberse incrementado un par de kilos al menos, su bíceps ardiendo y la respiración agitada por ese mísero movimiento. La falta de hemoglobina se hacía presente. Un largo suspiro, y el incesante y continuo repiquetear de las pequeñas gotas sobre sus párpados en lo que parecía un leve masaje, cuyas sensaciones denotaban un claro "No te duermas" con todas las letras. Lo prometido no se hizo de rogar. Como el suave ronroneo de una pantera que acecha a su presa, las ruedas caras y la carrocería color ébano llegaron, junto con el limpiaparabrisas sutil pero continuo. El sonido de una puerta abrirse fue como el disparo de inicio en una carrera. Varios quejidos al compás de un nuevo esfuerzo, una rodilla flexionada y el mismo brazo alzándose, obligándose a incorporarse, sus músculos haciendo el máximo esfuerzo entre tensión y flexión. Trastabilló en varias ocasiones, donde el temor a caer era más intenso que el dolor a soportar para mantener la postura. Una mano apoyada sobre el capó, su cuerpo inclinándose hacia los asientos traseros del interior del vehículo, sin piloto ni copiloto, sobre los que se dejó caer. El cierre de la puerta fue automático una vez estuvo dentro. La tapicería, humedeciéndose de agua, barro y restos de sangre.
— Pedí que le metieran toalla, señor. ¿Lo de siempre? -al sonido de esa voz angelical, las palabras reverberando en su cabeza, una mano alzada que no tardó mucho en dar con el tacto suave de la tela de más alta calidad. Su rostro no tardó mucho en beneficiarse también del aquel exquisito roce. Un escozor, un quejido, y el blanco impoluto era corrompido por el escandaloso color de la sangre.
— Lo de siempre.
Su voz, un par de tonos más grave, junto con una intensidad de sonido mucho menor que la usada minutos atrás. La preocupación por el estado de su garganta era nula, ni rastro de sonrisa en sus labios, ahora en una fina línea. Una herida en su mejilla izquierda que no había sido cerrada. Apretó la prenda en su mano, sus párpados entrecerrándose hasta una delgada línea en la que destacaba un verde eléctrico, fluorescente, y la toalla que apretaba con ahínco fue carbonizada hasta no quedar más que cenizas.
— Con que esas tenemos... -un pensamiento en voz alta, un coche de gama alta que emprendía la marcha y una venganza cociéndose en sus asientos traseros.