Martina avanzaba por el espeso bosque convencida de que estaba siguiendo los pasos de un licántropo peligroso. 

Su determinación era evidente en cada paso que daba. Cada pocos metros se abalanzaba al suelo examinando alguna huella que encontraba como si fuera una rastreadora, aunque nada más lejos de la realidad. La verdad es que no tenía ni idea de lo que estaba viendo.

—Oh, sí, Zoamelgustar, hoy es el día en que demostraré mi valentía y destreza ante Gaudy. ¡Nada podrá detenerme! —exclamó emocionada abrazando un amuleto contra su pecho. 

Aquel amuleto representaba, al menos para Martina, al Dios Zoamelgustar: un ser creado por la mente inestable de la joven. A dicho Dios ella le rendía culto y quería ofrecerle el mundo. 

—Por supuesto, Martina. Tú eres la más intrépida y valiente de todas las guerreras —respondió la misma Martina con voz grave. En su mente había sido Zoamelgustar quien le había respondido. 

Martina sonrió con satisfacción y continuó avanzando, convencida de que pronto atraparía al licántropo. Sin embargo, su entusiasmo la llevó a perder un poco el sentido de la dirección y se adentró en un área más densa y oscura del bosque. 

Cuando se quiso dar cuenta de que se había desorientado y de que se encontraba en una zona muy profunda del bosque, se asustó:

—No importa, Martina. Los grandes héroes siempre enfrentan desafíos —se animó a sí misma.

De repente, un ruido entre los arbustos cercanos la hizo detenerse en seco. 

—Ahí está uno de esos malolientes y sucios licántropos —murmuró para sí misma, o tal vez se lo dijo a Zoamelgustar.

Con un grito valiente, Martina se abalanzó hacia adelante, lista para atrapar al supuesto licántropo. Sin embargo, tropezó con una raíz y cayó al suelo con un grito apagado. 

De entre los arbustos salió un humilde granjero quien se encontraba recolectando hierbas. Al ver a Martina en el suelo la miró con una media de sorpresa y preocupación. 

El granjero presentaba un aspecto salvaje. Su barba espesa y enmarañada le caía por debajo de la cintura, mientras que su pelo graso y greñoso le daba un aspecto descuidado. 

Su piel curtida por el sol estaba cubierta de manchas de tierra y cicatrices de años de arduo trabajo en los campos. 

Sus ropas, gastadas y llenas de agujeros, apenas parecían haber conocido el agua y se asemejaban más a harapos.

Martina, desde el suelo, elevó la mirada hacia el hombre y, al encontrarse semejante estampa, no hizo otra cosa que gritar aterrorizada con todas sus fuerzas. 

La cara del granjero pasó a mostrar una mezcla de confusión y preocupación. 

—Señorita, ¿se encuentra bien? No debería de andar por aquí. El bosque se ha vuelto un lugar muy peligroso.

Martina se puso de pie rápidamente, tratando de mantener su dignidad. 

—Tú no me engañas, granjerucho. Tú eres uno de esos temibles licántropos. ¡Ha llegado el momento de la verdad, granjero! ¡Te capturaré y Gourry quedará impresionado por mi valentía!

Con una sonrisa maliciosa, Martina levantó su mano hacia el granjero y murmuró unas palabras en un tono misterioso. Eran unas palabras enfocadas a conjurar un hechizo, las cuales le había escuchado a Reena decenas de veces, pero ni siquiera se sabía bien el conjuro. 

—¡Te lanzo una maldición, granjero! ¡Serás víctima de la increíble pasión que despertaré en Gourry una vez que vea mi valentía!

El granjero la miró confundido y luego soltó una risa amable. 

—Señorita, creo que ha habido un malentendido. No estoy interesado en despertar pasiones en nadie, solo en cuidar mi granja.

—¡Rayo destructivo!

Sin embargo, algo salió terriblemente mal. En lugar de un rayo que se dirigiera al granjero, un destello brillante de energía explotó a su alrededor. Martina y el granjero quedaron envueltos en una nube de fuego y humo. El calor abrasador los hizo gritar de dolor mientras sus cabellos se incendiaban en llamas intensas.

Martina tosió y lloró mientras intentaba apagar el fuego en su pelo chamuscado. El granjero, igualmente afligido, hacía lo mismo con su barba y cabello. 

El granjero, en medio de su agonía, se volvió hacia Martina con una mirada furiosa y enloquecida en los ojos. Su voz temblorosa de rabia resonó en el bosque.

—¡Esto es culpa tuya! —gritó, lleno de ira. —¡Vas a pagar por esto, bruja!

Martina, asustada, retrocedió ante la furia del granjero mientras él avanzaba hacia ella con la intención de vengarse por el hechizo desastroso.

Sin pensarlo dos veces, Martina dio media vuelta y comenzó a correr a toda velocidad por el bosque, con el granjero furioso siguiéndola de cerca.

—¡Lo siento! ¡Fue un error! —gritaba la hechicera.

Los árboles se cerraban sobre ellos mientras Martina corría, su corazón latía con fuerza, y los gritos del granjero resonaban detrás de ella. 

Sus propios gritos llenaron el aire mientras tropezaba entre las raíces y las ramas que se interponían en su camino. El miedo la impulsaba a seguir adelante, pero sabía que no podía escapar indefinidamente.

—¡No podrás escapar, bruja!

—¡Por favor, detente! —respondió gritando y llorando. —¡Soy muy joven para morir!

El granjero, cada vez más determinado a alcanzarla, seguía persiguiéndola sin piedad. Sus amenazas y maldiciones se mezclaban con los sonidos del bosque, creando una atmósfera aterradora.

Finalmente, Martina alcanzó un claro en el bosque y se detuvo. Jadeando miró hacia atrás para ver al granjero aún persiguiéndola. Pero entonces, algo inesperado sucedió. El granjero tropezó con una raíz y cayó de cabeza en un charco de barro, cubriéndose de pies a cabeza.

La risa cruel de Martina resonó en el aire mientras observaba la escena frente a ella. El granjero, empapado de barro y con el pelo todavía chamuscado, se levantó aún más furioso.

—¡Nunca imaginé que el temible licántropo se convertiría en un cerdito fangoso! —comentó riendo aún con más crueldad. 

El hombre se levantó del barro. Temblaba de ira y sus ojos aún ardían con enojo. Martina temió lo peor. 

—Tranquilo, hombre, podemos hablarlo…

Pero antes de que pudiera terminar su frase, el granjero lanzó una frase de venganza que heló su sangre:

—Te juro que esto no ha hecho más que empezar, bruja —rugió el hombre antes de volver a lanzarse a la captura de Martina.