Cuando Liv volvió a casa aquellas vacaciones, no esperaba que la vida se le complicara del modo en que lo hizo. Se suponía que todo iba a ser perfecto. Su madre y Carl estaban preparando la fiesta de cumpleaños de su padre; iban a reservar una casa rural en un paraje natural, con amigos, familia… Un fin de semana entero de esparcimiento en el spa, las piscinas naturales… Celebrarían el cuatro de julio, y Rick haría sus famosas hamburguesas en la barbacoa del jardín, mientras Lori juraba no volver a comprar fuegos artificiales nunca más porque era lo que se suponía que una madre debía hacer: proteger a sus hijos de la pirotecnia. Pasaría esas semanas con sus amigas. Y podría dedicarse a ignorar las visitas de Shane, el baboso. Ese tipo podía ser el mejor amigo de su padre, pero Liv no era imbécil: sabía perfectamente que quería acostarse con su madre. Puede que tanto Lori como Rick no se dieran cuenta, pero la joven Liv había tenido suficiente tiempo para observar a distancia: las miradas, los gestos, los comentarios, las sonrisas… Incluso el hecho de ofrecerse a arreglar las cosas que a su padre se le olvidaba reparar.
Lori había insistido a Rick durante años para que se esforzara en conseguir el puesto de ayudante del sheriff, y, una vez que su marido había alcanzado las ambiciones de su esposa, esta se enfadaba por el poco tiempo que pasaba en casa… En su lugar, estaba encantada con las visitas y la ayuda de Shane. “Shane, arregla el fregadero”, “Shane, ¿puedes desatascar el canalón?”.
25 de Agosto de 2010
Pero cualquier plan o celebración se desmoronó en el momento en que llegó aquella noticia, cómo no, de labios de Shane. Su padre, Rick, había sido herido de gravedad por arma de fuego en una redada. Los médicos habían conseguido salvarle la vida, pero estaba en coma y no sabían cuándo despertaría… o si lo haría.
Y, aunque Lori tenía que volver a casa para encargarse de Carl con la ayuda de Shane, era Liv quien se pasaba horas enteras sentada al lado de la cama de su padre. Le cogía de la mano, le afeitaba la barba, le hablaba, avisaba a las enfermeras cuando había que cambiar el gotero de suero. Su padre había sido su pilar toda la vida. Siempre. Era la persona en quien más confiaba sobre la faz de la Tierra, a quien llamaba cada noche antes de acostarse durante su estancia en la universidad. Él le había enseñado a montar en bicicleta, a conducir, a disparar un arma por primera vez en el campo de tiro. Al principio fue por mera curiosidad, pero pronto se convirtió en un pasatiempo entre los dos. Rick Grimes era el héroe de Olivia. Lo adoraba. Era su persona favorita en el mundo. La entendía mejor que la mujer que la trajo al mundo.
Y ahora yacía en aquella cama de hospital y parecía mucho más pequeño y frágil que el hombre que siempre la había protegido y cuidado.
27 de Agosto de 2010
—Ah… Estás aquí, “Livvi” —dijo una voz a su espalda, con un tono claramente empalagoso. No le hizo falta darse la vuelta para reconocer aquella voz: Shane. Ella rodó los ojos.
—Traigo esto para… —comenzó Shane, tamborileando con los dedos sobre aquel feo jarrón.
Liv se levantó de su silla.
—No me lo cuentes a mí… Cuéntaselo a él… —dijo antes de acercarse a su padre y dejar un beso en su frente—. Te quiero, papá…
Tras aquello, se colocó el bolso al hombro y salió de la habitación, echando una última mirada vacía al amigo de su padre.
29 de Agosto de 2010
A partir de ese día, el infierno se desató sobre la Tierra. Y dos días más tarde, estaban en carretera. Su madre, Carl, Shane y ella. No valieron de nada sus gritos ni insistencias: su padre estaba en el hospital. No iba a irse. Al final, Lori la metió a la fuerza en el coche junto con algunas maletas, los álbumes de fotos y algo de comida. Liv no hablaba. No decía nada. Solo podía mirar en su móvil la última foto que se había hecho con su padre el día antes del accidente. Pero cuando la batería de su móvil se agotó, solo pudo entretenerse viendo la larga caravana de coches que intentaban salir del condado de King.
Desesperación.
Eso era lo que Liv podía ver allá donde mirase.
Desesperación y cadáveres vivientes.
Y muerte.
Como aquella noche en que, parados en la carretera, su madre los dejó con una pareja y su hija pequeña. Los Peletier. El marido, Ed, era un cabrón gilipollas que se negó a darle algo de comer a Carl. La mujer, Carol, era una mosquita muerta sumisa, y la niña, Sophia… no miraba a nadie a los ojos. Liv resopló y se internó en el bosque, sobrepasando el quitamiedos.
En lugar de quedarse con “su” familia, su bendita madre había optado por irse de expedición con ese bruto de Shane.
—Carol, ¿te importa vigilar a Carl un momento?
¿Por qué no atendía ella a su familia? ¿Por qué lo dejaba todo siempre por Shane? ¿Es que no veía que solo quería llevársela a la cama?
Ese mamón ya se había quitado a Rick de en medio…
¿No se suponía que eran compañeros? ¿Que tenía que guardarle las espaldas?
¿De qué servía?
Por su culpa, probablemente, a esas horas Rick Grimes ya habría muerto devorado en aquella habitación de hospital.
Se abrazó el cuerpo con los brazos y vio cómo su ciudad, su pueblo, eran bombardeados con napalm. Desde allí aún se podían oír los gritos de la gente que moría segundo a segundo. Decenas de miles de personas fallecieron esa noche y nadie pudo hacer nada.
10 de Septiembre de 2010
Siguieron camino hacia Atlanta, ya que, según los rumores, allí había un campo de refugiados, pero… era un callejón sin salida… Solo encontraron caminantes y… muertos. Por todos lados.
Al final, Shane optó por montar un pequeño campamento en un claro a las afueras de la ciudad, rodeando un cañón. Dos semanas después, aquello comenzaba a parecer un verdadero campamento de refugiados: Lori, Carl, Shane, Liv, Dale, Amy, Andrea, los Peletier, Jim, Jackie, la familia Morales, Merle un drogadicto con ideología nazi… A esas alturas, había más gente viva allí que en cualquier pueblo a cientos de kilómetros a la redonda.
Pero la persona que más llamó la atención de Liv fue el hermano del nazi drogadicto.
Se llamaba Daryl, no se separaba de su ballesta y era el prototipo exacto del hombre con el que una madre nunca querría ver a su hija. Pero, por lo que Liv pudo observar, en realidad era tímido, callado, reservado. No se acercaba demasiado al grupo, salvo si su hermano lo hacía. Todo el grupo parecía ignorarle, pero Liv se sorprendía a sí misma mirándole de vez en cuando.
Lo observaba en silencio.
Sabía cazar, pescar, limpiar piezas de caza, hacer trampas… Y sabía qué frutos del bosque recoger para poder comer.
Este monorol es el comienzo de mi rol con Daryl Dixon