"El Tesoro de los Ainu", susurro prohibido, a oídos codiciosos llega. La tundra es experta guardando secretos, pero este es demasiado grande, demasiado trascendental para soportar incluso la estasis de la nieve que con sangre se sella. 

Siglos de opresión, de rechazo, de segregación, expulsados de Rusia hacia la más desolada de sus regiones orientales, han convertido a un grupo de rebeldes en una efigie a resiliciencia. Desconocidos unidos por trágicas circunstancias, sus falencias y carencias compaginándose en un ente que busca, ante todo, sobrevivir

Ekaterina Vlasova es una de ellas, su ascendencia polaca siendo un error imperdonable en una era de represión política. Haber nacido en el lugar y momento incorrectos, su único, imperdonable pecado. Lista -quizás demasiado, opinarían algunos- era ella, aprendía rápido, y enseñaba lo aprendido aún más rápido. 

Fue la primera de su grupo de rebeldes en acercarse a los Ainu, en hablar el idioma de ellos, en aprender de ellos, en ser parte de ellos. En enamorarse de uno de ellos. 

La primera a quien se le confió el secreto, la existencia del Tesoro de los Ainu, su ubicación, su valor, su poder descritos en el tomo llamado simplemente como "El Libro". 

¿Por qué? ¿Era porque confiaban en ella? ¿Porque uno de los suyos como su mujer la había elegido? ¿O quizás porque, intuyendo lo inevitable, como la liebre que siente en la nuca la opresión del halcón que la sobrevuela, saben que si la historia se encierra entre ellos, con ellos morirá? 

El Tesoro de los Ainu merece sobrevivir al tiempo. Merece reclamar un espacio en el colectivo de la expresión humana. Quizás es el entregarle el conocimiento a una forastera un grito de "aquí estamos", un desafío al olvido con el cual el mundo se ve empecinado en sepultarlos.