No nació para sentir. Nació para sobrevivir entre ruinas, para caminar sobre los cuerpos que dejaba atrás.

 En su mundo, el silencio es más leal que cualquier juramento, y la sangre derramada, la única certeza.

Es precisión, es la noche hecha carne.Durante siglos, su mirada no tembló.

Pero el destino "ese traidor que se ríe de las certezas" le puso delante lo impensable. Una presa que no se arrodilló, un licántropo que no supo morir. Lo observó con la misma frialdad con la que siempre había apuntado... y aun así, algo en ella cedió. Terminó amando aquello que debía cazar, deseando lo que su raza llamaba enemigo. Su presa se volvió su latido, su contradicción más pura.

Desde entonces, su guerra es doble. Ama lo que debería cazar. Protege lo que juró destruir. Y cada vez que aprieta el gatillo, una parte de ella se desangra también.