Aun recordaba esa noche, ese día, cuando mientras el llegaba a el departamento apenas al abrir la puerta ella susurro “lo siento”, poco después una explosión que lo empujo hasta atravesar la ventana del pasillo, recordaba la lluvia caía al igual que la noche como si quisiera borrar lo que el día ya conocía. Cristales estallaron en una constelación de luces heladas; podía ver como cada fragmento que caía parecía arrancar un recuerdos de mi memoria, la ciudad se había convertido en un campo de sombras y sirenas, pero todo se fue reduciendo a una sola figura que me miraba desde el umbral de lo que alguna vez fue nuestro hogar, quien alguna vez una me había devuelto la vida en medio de la oscuridad.
Había vivido para misiones que no todos podrían nombrar. Había aprendido a medir la distancia entre la verdad y la supervivencia con la frialdad de quien lleva medallas por algo más que valor: por secreto, por silencio, por precaución. Pero ella había irrumpido en su mundo como una grieta de luz; una enemiga disfrazada de posibilidad. Yo, acostumbrado a calcular riesgos, caí sin querer en la trampa más humana: la esperanza.
Mientras caía, el tiempo se comprimía en escenas que ardían con la misma intensidad con la que yo la había amado. Recode la primera vez que la dejó entrar: una noche inflamada donde no habló de misiones ni máscaras, sólo de la rara paz que llega cuando alguien te ve y no dice: “qué me hiciste”, Ella me enseño lo que era entregarse a la confianza, abrir las cajas selladas de su pasado hasta mostrar las cicatrices que nadie más había presionado. Incluso en mi memoria estaba la primera vez que me dijo "no eres un asesino para mí", y cómo esa frase le desarmo, con esa mirada llena de amor que yo creí que era real.
Una vez en el suelo, sentía no solo un corazón ardiendo de odio, de rencor, roto, también otras partes de mi cuerpo rotas, pero la lluvia que pegaba en la cara, era aun mas dolorosa, lluvia que pronto termino mezclándose con mi sangre y que pronto sería su tinta sobre el asfalto. No tuve miedo; la vida le había enseñado a saludar la cercanía de la muerte con una calma profesional. Ademas, no podía morir tan fácilmente, aunque esta vez hubo un cambio, una claridad implacable: había amado, y ese amor me había hecho blando, humano, vulnerable mente a la deriva. Esa verdad ardía mas que cualquier otra herida
La vi aparecer en la penumbra: empapada, perfecta en la indiferencia que la volvió peligrosa para mi. No llevaba prisa, Se acercó sin acelerar el paso. La lluvia trenzó su cabello con pequeñas cintas oscuras; la figura se recortó en la luz amarillenta de la farola y, por un segundo, él pensó en no había otra cara que no quisiera ver que no fuera la de ella.
Ella lo miró con una calma que partía en dos. Sus ojos no tenían el brillo del arrepentimiento; era una mirada profesional, medida, la misma con la que había estudiado mapas y caras. Pero en sus labios había una frase envuelta en filo.
—Lo siento —dijo ella con voz baja, sin otra promesa que esa palabra quebrada—. No podía arriesgarlo todo por un recuerdo.
La frase cayó como un puñal envuelto en seda. Le atravesó el orgullo y la esperanza, abrió la costura donde todavía latía la necesidad de creer. Pensé en contestar, pensé en preguntarle el por que, No lo hice . Mi entrenamiento me dictaba que no hiciera movimientos innecesarios; y mi corazón me pedía dejar la imagen que conocimos de ella.
Ella sacó el arma, sin remordiendo en su mirada, sin miedo, eran los ojos mas vacíos que alguna vez vi. El primer disparo fue directo, una llama corta que buscó el pulmón y lo encontró; No hubo gritos, sólo el sonido húmedo del dolor entrando en mi cuerpo
El segundo tiro rozó el pecho, no sabia si fallo a propósito, pero estuvo cerca de terminar lo que comenzó y el ultimo fue en mi cotado derecho, pude sentir el calor de la bala quemar mi piel al entrar pero no salir; Como si su trabajo estuviera hecho, no dijo nada, no me mire y solamente se fue, diría que recordaba su figura al darme la espalda e irse, pero mentiría, mis ojos se cerraban lentamente buscando descansar y dejar que mi cuerpo hiciera lo suyo para salvarse y olvidar ese amargo día. Las peores traiciones vienen de quien mas cerca tienes.
Y entonces, solo en ese momento regrese a mi presente, cuando alguien me toco el hombro y llamo mi atención, recordé por que ese recuerdo vino a mi mente, sus ojos, su cabello, su piel, todo en ella era similar, una tortuosa similitud ante mis ojos y ella volvió a soltar la mima pregunta
— tu nombre ¿Como te llamas?—en sus ojos había un brillo sin igual, un brillo que conocía sin duda alguna, y aun así me incline a ella para tomar su mano y besar suavemente el dorso del mismo siendo tan caballeroso como debía ser.
— Saja— dije con voz templada, la mentira deslizada con la comodidad de quien la ha ensayado antes.
“No te abras”, me decía una y otra vez, no como un pensamiento sino como una orden tatuada en los músculos. La mentira—Saja—actuaba como vendaje sobre una cicatriz que aún dolia en la memoria.