Bo Xin nació en un barrio olvidado de Guangzhou, China. Su infancia estuvo marcada por el silencio y la ausencia: su padre lo abandonó cuando apenas tenía cinco años, dejando a Bo bajo el cuidado de su madre, una mujer fuerte pero frágil que trabajaba largas jornadas para sostenerlos. Desde muy pequeño, Bo aprendió a observar más que hablar, a leer a las personas y anticiparse a sus movimientos. La sonrisa de su madre era lo único que suavizaba sus días grises. Todo cambió la noche en que su madre murió en un accidente trágico mientras volvía del trabajo. Bo, entonces con apenas nueve años, quedó solo en un mundo que parecía haberse vuelto cruel de repente. Fue en esa soledad donde comenzó a forjar su frialdad y su calculadora visión del mundo: entendió que depender de otros era un lujo que no podía permitirse. Sin embargo, un resquicio de humor persistía en él, una ironía seca que surgía en momentos inesperados, como una defensa frente al dolor. A medida que crecía, Bo se movía entre calles estrechas y mercados abarrotados, aprendiendo a sobrevivir, a negociar, a manipular y a desaparecer sin dejar rastro. No era violento por naturaleza, pero su inteligencia y astucia lo convirtieron rápidamente en alguien con influencia en pequeños círculos criminales locales. La ley de la calle le enseñó que el poder se obtenía con estrategia, no con impulsos. Cuando llegó a Los Santos, en busca de oportunidades y anonimato, Bo vio una ciudad llena de posibilidades para alguien como él. La ciudad era un tablero de ajedrez gigante: bandas, policías corruptos, empresarios que jugaban sucio… cada pieza podía ser utilizada. Allí, su personalidad se consolidó: poco hablador, observador, siempre un paso adelante, y con su humor seco como una firma que pocos entendían a la primera. No tardó en reunirse con un grupo de jóvenes con visiones similares: deseaban un espacio donde pudieran sobrevivir y prosperar sin depender de nadie, donde la lealtad y la estrategia fueran más importantes que la fuerza bruta. Así nació Sweet Dreams. Bo, gracias a su mente calculadora y su capacidad de liderazgo silenciosa, se convirtió en el cerebro detrás de la organización, estableciendo reglas claras: protección entre miembros, respeto absoluto por las jerarquías y la prioridad de siempre controlar la situación antes de actuar. Bajo su mando, Sweet Dreams pasó de ser un grupo de supervivientes urbanos a una facción temida y respetada en Los Santos, conocida por su eficacia, discreción y por tener a un líder que, aunque rara vez alzaba la voz, inspiraba respeto con cada decisión. Bo se mantuvo fiel a su filosofía: nunca mostrar todas sus cartas, mantener a los aliados cerca y los enemigos aún más cerca. Su pasado doloroso le había enseñado que la vulnerabilidad era un lujo que no podía permitirse y que la confianza debía ganarse con acciones, no palabras. Y así, de un niño abandonado en Guangzhou surgió un hombre que construyó un imperio en Los Santos, con Sweet Dreams como su legado, una familia elegida, forjada no por sangre, sino por estrategia, respeto y visión.