Kari dormía, su respiración era suave, calmada. Había vuelto a la tranquilidad, ajena a la tormenta que, por primera vez en eones, no era externa, sino interna… en él. Alduin salió al porche de piedra, con las garras tensas y los ojos ardientes como brasas contenidas. El aire matinal le revolvía la capa, pero no bastaba para apagar el fuego en su pecho.
Miró el cielo gris, exhaló con furia y murmuró en voz baja:
—“Zu'u los do unslaad, maar los wah hi...? Yol laas hi diil...” (“Yo soy el fin de los tiempos, pero tú... ¿me haces arder así?”)
Pasó una garra por su cabeza, frustrado, casi arrancándose los pensamientos. Luego volvió a gruñir, hablando consigo mismo en Dovahzul como si conjurara una maldición:
—“Hi fen drog do jun maar los vulom...”
(“Ella traerá oscuridad a mi juicio...”)
—“Wuth nid fahdon… ahrk los ni kel!”
(“Sin compasión… ¡y esto no es un destino!”)
Se detuvo, apretó los dientes. Luego, con una mezcla de rabia contenida y vergüenza, rugió al aire:
—“Zu'u los Alduin! Ni wah kul do joor ni do feel!”
(“¡Yo soy Alduin! ¡No caeré por una mortal ni por un suspiro!”)
Desde adentro, apenas tras la puerta entreabierta, unos ojos muy humanos espiaban. Kari, con una manta envuelta en los hombros y una sonrisa tímida en los labios, lo escuchaba sin entender todo… pero entendiendo suficiente.
—¿Terminaste de hablar solo… o necesitas que te traduzca yo ahora?
Alduin se giró bruscamente, como si lo hubieran atrapado robando. Los ojos encendidos por el sol naciente se toparon con los de ella, llenos de picardía.
—Estabas escuchando —gruñó, cruzando los brazos.
—No es como si gritaras en voz baja —replicó ella, conteniendo la risa.
—No entendiste nada.
—No del todo —dijo ella, avanzando con pasos lentos hasta quedar frente a él—. Pero escuché tu nombre… y el mío en el medio de una tormenta de palabras. Eso me basta.
Se quedó de puntillas, lo miró con ternura y murmuró:
—No tienes que entender lo que sientes. Sólo… no huyas de ello.
Y volvió adentro, dejándolo petrificado en el porche, con las palabras atragantadas entre orgullo y duda.
Alduin se llevó una mano a la frente y masculló para sí:
—“Paarthurnax, si vieras esto… me lanzarías a las montañas con un sermón sobre la compasión.”
Y por primera vez en siglos… no le pareció una idea tan mala.