Me resultó extraño que Ameria no se uniera a nosotros para desayunar aquella mañana. No apareció durante el desayuno, y ni siquiera la encontré en su dormitorio. 

 

Salí a dar una vuelta por la pequeña ciudad con el único propósito de encontrarla, y no tarde en vislumbrar su figura solitaria sentada al pie de un árbol. Parecía que su rostro reflejaba algo más que simples pensamientos. 

 

—Ameria —la llamé en voz baja mientras me acercaba a ella.