Mi madre durante años fue una de las grandes voces de la ópera coreana. Bastaba una nota suya para que el mundo se hiciera pequeño.

Pero para mí… fue simplemente eso que nunca se apaga: el centro, la raíz, la fuerza detrás de todo.

Cuando le diagnosticaron Alzheimer, dejó los escenarios.

Y aunque eso dolió, nunca la escuché quejarse.

Yo tampoco tuve opción de dudar. Me quedé. Y empecé a sostener lo que ella había construido con tanto amor.

Trabajo como cantante alternativo, performer sensorial y facilitador en rituales.

Y con eso mantengo nuestra casa, su cuidado, nuestras rutinas.

Mi padre nunca estuvo. Pero nunca hizo falta.

Ella fue madre y padre. Voz y silencio. Presencia y consuelo.

Y aunque hay días en los que me llama por otro nombre o se le olvidan fragmentos del mundo… sigue siendo mi todo.

A veces la escucho tararear, bajito, sin palabras.

Y por un instante, el tiempo vuelve.

La mujer que me enseñó que el amor, cuando es verdadero, se canta incluso cuando ya no se recuerda.