— Desde hacía algún tiempo que las cosas no iban bien. Ella misma sentía que el mundo se había partido a la mitad, que algo estaba desequilibrando su propia vida.

Ni siquiera investigando consiguió respuestas, pues todos los que preguntaba juraban que la habían visto o hablado con ella, si bien era peculiar un notorio cambio de look, pero por lo demás era ella misma.

Y eso, en lo más profundo de su subconsciente, podía tacharlo únicamente a la única persona que conocía tan bien como a si misma.

A la impostora. A ella sin ser ella. 

Y no tuvo que buscar mucho para dar con ella, porque fue ella misma quien se presentó ante sus narices.

Hacía muchos años que no la veía, ni siquiera había notado de su existencia. Algo en el fondo de su mente siempre se cuestionaba si esa era realmente la persona que debía ser, y no la modosita perfecta parlanchina que siempre fue. Se había visto a si misma envidiándola, admirada de como representaba tan bien su papel.

Y por fin las dos se veían cara a cara. Después de mucho tiempo.

Apenas había cambiado. Ella tenía los labios naturales o amarronados, mientras que la impostora siempre los llevaba rojos. Su maquillaje era más discreto, el de ella más llamativo. Su ropa era formal, o de vivos colores. La de ella, negra y blanca. Pisaba firme, empoderada, entaconada. Con la sonrisa en la cara, pero ocultando cosas. 

Era el cuervo hecho carne. La oscuridad opacando la luz.

La impostora habló tras unos minutos en silencio. —

Siento que hayas tardado tanto en volver a encontrarme. Te creía bastante más lista.

— Se consideraba lista. Pero esta vez el despiste pudo con ella. Aún así, respondió con temple. —

Siempre he sido lista, y mucho más cuando consigo encontrar la manera de llevarte de vuelta a la oscuridad.

— Su otro yo le sonrió de manera más malvada. —

Tú eres la oscuridad. Tú eres yo y yo soy tú. No puedes separar a la copia, a la oscuridad, a lo que realmente quieres ser pero tienes miedo de enfrentar para poder elevarte. No puedes existir sin mi.

— Era cierto. No podía haber una sin otra, eran dos impostoras, dos fraudes. Porque eran caras opuestas, y muchos solo veían lo que querían ver. —

He engañado a todos, piensan que eres tú, pero que has cambiado. ¿Tanto miedo tienes de que viva tu vida, tanto te asusta evolucionar?

— Un nuevo silencio. Un nuevo pensamiento. Y un palito de paja siempre asomando en su cabeza, un mismo palito, una misma respuesta. Porque después de tantos años, el fondo de su corazón siempre encontraba la respuesta con lo que había aprendido a lidiar.

Se acercó a su impostora, la tomó de la mano y la alzó para que estuvieran a la altura de los ojos. Sostenidas, sin más. Clavándose las miradas. Y fue la Nia buena, la Nia valiente, la que habló por las dos, una respuesta que se repetiría siempre con el tiempo, ante dos impostoras que nunca sabrían que ser en realidad. —

Hace mucho tiempo aprendí que tengo un cuervo durmiendo en mi interior. Tú eres una impostora, Face The Raven. Siempre serás lo que nunca me atreví. Pero somos dos impostoras, porque el cuervo aprendió a volar y a disparar. Mas no a amar, no a sentir.

— La impostora intentó liberar su mano pero el ángel no se lo permitió. La aferró con más fuerza, casi parecía doler, hasta que la realidad misma pareció desfragmentarse para volver a su cauce natural. —

¿Cuál de las dos se merece llevar realmente un nombre? Nunca lo sabremos. Porque somos el mismo ser, y eso jamás podrá ser deshecho. Siempre seremos impostoras a los ojos de la gente. Porque vivimos y moriremos juntas. Porque soy el cuervo dormido. La impostora perdida. 

Simplemente... somos.