Desde que tengo memoria viví rodeado de lujos, lo que el niño pedía al niño se le daba, crecí en una casa tan grande que a día de hoy sería incapaz de saber si conocía cada rincón de esta, pero ni todos los juguetes del mundo podían saciar aquella gran intriga que tenía. Había un cuarto que llamaba especialmente mi atención, ese era la oficina de mi padre.
No se que veía aquel pequeño niño en ese cuarte, quizas era esa admiración que sentía de joven por mi figura paterna o muy probablemente por lo prohibido de la habitación, siempre estaba cerrado con llave, que en un principio no sabia donde la guardaba, pero de tanto ver como entraba y salía lo descubrí, tampoco era el gran misterio. Lo guardaba en el cajón de su mesita de luz, lo escondía entre sus cosas, el misterio era tan grande que ni siquiera las mucamas entraban a limpiar si el no estaba presente ¿Qué había ahí? ¿Qué secretos escondía? o mejor aún ¿Qué tesoros habían?
Podía pasar horas fantaseando con los misterios que podían albergar aquellas puertas, entre los cinco y los seis estaba obsesionado con los dinosaurios y Jurassic World, creía que mi padre tenía un huevo de velociraptor y que solo esperaba a que eclosione, a los siete conocí a Jack Saparrow, pensaba que cada que mi padre salía a trabajar en realidad iba a buscar tesoros que luego traía en su portafolios negro y que su escondite era su oficina, con nueve años fui a ver la primera película de Marvel al cine, era una de Iron-Man, ahí yo creía que mi padre ocultaba un super traje y que por las noches salvaba al mundo de los villanos que aterrorizaban la ciudad.
Pero un día decidí ponerle fin a ese gran misterio que daba vueltas por mi cabeza día y noche.
Una tarde que me dejaron solo en casa me aventuré al cuarto de mis padres, hurgué en su cajón y ahí estaba. Tomé aquella pequeña llave entre mis manos y la miré, recuerdo que mi corazón latía a mil por hora "¿y si me meto en problemas? no quiero que me castiguen". Pero mi curiosidad fue más fuerte.
Salí corriendo del cuarto y me paré enfrente de esa puerta, la recuerdo inmensa, pintada de un blanco perlado y con un picaporte dorado, me temblaban las manos mientras llevaba esa llave a la cerradura, la giré una vez, tomé aire, la gire una vez más, "clik"... Está abierta. Llevé mí mano a ese picaporte dorado y lo giré.
La puerta ni siquiera rechino, mi padre siempre la engrasaba para que no sonara, la oscuridad invadía el cuarto, encendí la luz y miré el lugar.
Era hermoso, allí mi padre no escondía ni un dinosaurio, ni un cofre con monedas de oro, mucho menos un super traje... Solo escondía lo que no podía ocultar para siempre del mundo.
Tenía una enorme colección de discos de vinillo, También había muchas revistas de mujeres con poca ropa, a esa edad pensaba que era un catalogo de moda que sabía ver mi madre, pero ¿Por qué de mujeres y no de hombres? Seguí investigando, abrí el cajón de su escritorio en donde tenía dos cigarrillos (puros) y un vaso muy pequeñito(de whisky), también había otras cosas de papelería, continúe con mi travesía y me topé con una vidriera que empezaba desde el suelo y topaba justo con el techo, ahí estaban todas sus figuras de colección, aviones, autos, motos, tanques de guerra, barcos y sabrá Dios que más había. Me quedé embobado mirando aquella vitrina, pero un ruido me interrumpió.
Venía de abajo, era la puerta ¡llegaron! se habían ido con mi hermana a comprar unos patines nuevos para ella, pensé que tardarían mucho más, mi hermana es super indecisa y mi madre peor ¿Cómo llegaron tan rápido?.
Quise correr, pero no podía, mi cuerpo no se movía, no recibía señales... Fue demasiado tarde. Escuchaba los zapatos de mi padre pisar cada escalón, por detrás lo seguían esos tacones "pinchudos" de mi madre.
Se llenó de un silencio, levanté mi mirada y ahí estaba el, parado, con esa cara que por primera vez vi, pero que después se repetiría más de una vez en mi vida, detrás estaba mi madre tapándose la boca con una mano y con la otra sujetando el hombro de mi padre, como intentando detenerlo...
El era un hombre grande, medía más de dos metros, siempre cuidó muy bien de su físico, siempre compraba de unas barritas que eran asquerosas para mi paladar poco desarrollado, sus ojos mostraban ira, decepción, frustración. Todo menos felicidad.
Aunque mi madre intentó vagamente detenerlo el se tiró sobre mi, se quitó el cinturón y con la parte metálica comenzó a pegarme, iba en marcha con una frase que quedó grabada en mi mente de por vida "NO-ENTRES-NUNCA-MÁS-A-MÍ-OFICINA" esas siete palabras se sentían como un millón, no recuerdo mucho más, solo los gritos de mi madre diciéndole que se detenga y los llantos de mi hermana.
¿Lo bueno? es qué falté dos semanas a la escuela y mi madre me compró una barra de chocolate (algo prohibido en mi casa).