De día: CEO de una consultora internacional. Ejecutiva brillante, elegante, admirada.

De noche: “Nox”. Nombre clave en la deep web. Extorsionadora digital. Hackeos limpios, chantajes quirúrgicos. Sólo a corruptos, decía. Era justicia, no crimen.

Clara vivía ambas vidas con precisión quirúrgica. Nunca mezclaba escenarios, jamás dejaba rastros. Control era su mantra. Hasta que el primer mensaje llegó.

“¿Cuánto vale un secreto, Clara?”

El correo no tenía remitente. El archivo adjunto era una grabación de audio: su voz… pero no recordaba haberla dicho jamás.

"Si no pagas antes del viernes, tu esposa sabrá lo del retiro ilegal. Ya tengo el video. Piensa en tus hijos.”

Reconocía su tono, su forma de presionar. Pero jamás chantajeó a nadie con familia. Era una de sus reglas. Lo que le heló la sangre fue que la información del video era real… solo que ella nunca lo tuvo.

Las semanas siguientes se volvieron un laberinto.

Clientes cancelaban contratos. Correos filtrados. Rumores. Cada uno apuntaba a Clara. Y lo peor,  todo estaba hecho exactamente como lo habría hecho ella… pero no era ella. O no recordaba serlo.

Buscó entre sus archivos, revisó cada hackeo. Nada coincidía con los nombres que empezaban a caer. Era como si alguien tuviera acceso a su estilo, sus métodos, su historia.

Una noche, en un ataque de paranoia, se grabó dormida. Las horas pasaron rápido… hasta que vio algo imposible.

Se levantaba de la cama, tomaba su laptop, escribía por horas. Los ojos, abiertos. Vacíos. No recordaba nada de eso.

Fue al médico. Nada físico. Al psiquiatra. Sospecha de un trastorno disociativo. Clara lo rechazó. Ella no estaba loca. Hasta que recibió una videollamada desde su propio número. La pantalla estaba en negro… pero la voz al otro lado, idéntica a la suya. 

“Mientras tú duermes, yo hago lo que tú no te atreves. Pero tranquila… ya casi terminamos de pagar todo lo que hiciste.”

Clara cortó, temblaba. Empezó a dejar notas por la casa.

 “Esto no es real”. “Tú no eres yo.” “Yo tengo el control.”

Pero cada mañana encontraba las notas tachadas, con palabras nuevas escritas...

“Fuiste tú primero.”
“Esto es justicia.”
“Yo solo pago lo que tú negaste.”

Se encerró. Perdió su trabajo. Desapareció de la web.

Pero los chantajes siguieron. Más crueles. Más directos. Gente inocente. Ya no eran criminales. No era venganza: era castigo.

Y Clara ya no sabía si era víctima o autora. La última vez que se miró al espejo, no reconoció su reflejo. No por el rostro… sino por la sonrisa.

Era la suya.
Pero no estaba bajo su control.