• 𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones.

    Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo.

    El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco.

    ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora…

    Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados.

    Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa.

    En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia.

    Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar.

    Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse.

    Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección.

    Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo.

    Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa.

    Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos.

    Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo.

    Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad.

    «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo».

    Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos.

    Moiras santas. Eso... eso dolió bastante...

    Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla.

    ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe.

    Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo.

    El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse.

    Y no las necesitaba.
    𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈 🦀 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones. Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo. El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco. ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora… Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados. Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa. En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia. Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar. Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse. Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección. Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo. Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa. Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos. Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo. Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad. «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo». Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos. Moiras santas. Eso... eso dolió bastante... Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla. ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe. Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo. El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse. Y no las necesitaba.
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  • El pasado de Loki ~

    El pasado de loki , el dios del engaño y travesuras ~

    En los inicio de valhallan loki era conosido como el dios mas peligroso por su rumores de ser, un dios con un corazon oscuro era cruel por su sangre y poder .
    Solia ser evitado por todo el pantion tanto asi , siempre estaba solitario solo sin nadie mas ,lo demas dioses lo evitaban por ser el y tampoco le dirijian la palabras ya que era por ser temido aun asi parecia que seria siempre siendo evitado por dioses y gigantes por aquellos que lentenia miedo.
    Pero un dia todo cambio para aquel dios , aquel dios nortico llamado loki ......
    Cuando pasaba por alli vio a las valkyrias que estaban tanquilas entre ella , bromiamdo cuando una de ella la mayor de aquellas valkyrias , lanzo una una sandia justo donde esta el , loki la habia atrapado con su boca y la atrapo alli cuando algo inesperado paso ..... algo que no puedo entender a verla con aquella sonrisa frente a el , aquel sentimiento que loki jamas habia sentido.
    El pasado de Loki ~ El pasado de loki , el dios del engaño y travesuras ~ En los inicio de valhallan loki era conosido como el dios mas peligroso por su rumores de ser, un dios con un corazon oscuro era cruel por su sangre y poder . Solia ser evitado por todo el pantion tanto asi , siempre estaba solitario solo sin nadie mas ,lo demas dioses lo evitaban por ser el y tampoco le dirijian la palabras ya que era por ser temido aun asi parecia que seria siempre siendo evitado por dioses y gigantes por aquellos que lentenia miedo. Pero un dia todo cambio para aquel dios , aquel dios nortico llamado loki ...... Cuando pasaba por alli vio a las valkyrias que estaban tanquilas entre ella , bromiamdo cuando una de ella la mayor de aquellas valkyrias , lanzo una una sandia justo donde esta el , loki la habia atrapado con su boca y la atrapo alli cuando algo inesperado paso ..... algo que no puedo entender a verla con aquella sonrisa frente a el , aquel sentimiento que loki jamas habia sentido.
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  • Loki como era de costrumbre en valhallan estaba haciendo algumas bromas , unas eran un poco indofenciva a los dioses y otras no tantas parecia un niño pero el era el mismo pero au asi lo hacia para llamar la atencion de cualquier dios del pation o le distintos pationes como el giero , ente ellos era muy comun molestar a Ares o thor con sus bromas o travecusaras mas geniales.
    Loki como era de costrumbre en valhallan estaba haciendo algumas bromas , unas eran un poco indofenciva a los dioses y otras no tantas parecia un niño pero el era el mismo pero au asi lo hacia para llamar la atencion de cualquier dios del pation o le distintos pationes como el giero , ente ellos era muy comun molestar a Ares o thor con sus bromas o travecusaras mas geniales.
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  • Oh Grecia, cuna de mis suspiros,
    tierra donde la espuma me dio nombre y forma,
    escucha ahora el canto que mi alma derrama,
    pues he viajado con Ares, mi tormenta y mi refugio.

    Descendimos del Olimpo envueltos en auroras,
    él, fuego de hierro; yo, llama de deseo.
    Sus pasos resonaban en los valles de Esparta,
    donde la guerra es plegaria y el valor, destino.
    Yo seguía su sombra, ligera como el rocío,
    y en sus ojos hallé el resplandor que enciende las almas.

    Por las costas de Atenas danzamos bajo el sol,
    mientras el mar nos regalaba su eterno reflejo.
    Sus manos, curtidas por la batalla,
    rozaban mi piel como si temieran quebrar la aurora.
    Y entre ruinas y templos, comprendí el misterio:
    hasta el dios más fiero se inclina ante el amor.

    En las noches del Peloponeso, el viento narraba nuestra historia.
    Ares hablaba de glorias y heridas,
    yo respondía con besos y silencio.
    Entre ambos, el mundo dormía,
    y los dioses miraban, celosos de nuestra unión.

    Mas toda pasión lleva en sí la promesa de su fin.
    Pronto el amanecer nos llamó al deber,
    y el trueno separó nuestros caminos.
    Él volvió a su campo de acero,
    yo regresé al mar que me vio nacer.

    Sin embargo, en cada ola lo escucho,
    en cada flor que se abre siento su aliento.
    Porque cuando el amor es divino,
    ni el tiempo ni los dioses pueden borrarlo.

    Así escribo, con pétalos y lágrimas,
    para que los hombres recuerden:
    que incluso la guerra puede amar,
    y que el amor, cuando es verdadero,
    puede hacer temblar al Olimpo.

    Con perfume de rosas y sangre de deseo.
    — Frodi.
    #rol
    Oh Grecia, cuna de mis suspiros, tierra donde la espuma me dio nombre y forma, escucha ahora el canto que mi alma derrama, pues he viajado con Ares, mi tormenta y mi refugio. Descendimos del Olimpo envueltos en auroras, él, fuego de hierro; yo, llama de deseo. Sus pasos resonaban en los valles de Esparta, donde la guerra es plegaria y el valor, destino. Yo seguía su sombra, ligera como el rocío, y en sus ojos hallé el resplandor que enciende las almas. Por las costas de Atenas danzamos bajo el sol, mientras el mar nos regalaba su eterno reflejo. Sus manos, curtidas por la batalla, rozaban mi piel como si temieran quebrar la aurora. Y entre ruinas y templos, comprendí el misterio: hasta el dios más fiero se inclina ante el amor. En las noches del Peloponeso, el viento narraba nuestra historia. Ares hablaba de glorias y heridas, yo respondía con besos y silencio. Entre ambos, el mundo dormía, y los dioses miraban, celosos de nuestra unión. Mas toda pasión lleva en sí la promesa de su fin. Pronto el amanecer nos llamó al deber, y el trueno separó nuestros caminos. Él volvió a su campo de acero, yo regresé al mar que me vio nacer. Sin embargo, en cada ola lo escucho, en cada flor que se abre siento su aliento. Porque cuando el amor es divino, ni el tiempo ni los dioses pueden borrarlo. Así escribo, con pétalos y lágrimas, para que los hombres recuerden: que incluso la guerra puede amar, y que el amor, cuando es verdadero, puede hacer temblar al Olimpo. Con perfume de rosas y sangre de deseo. — Frodi. #rol
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  • —Ven, te invoco servant, sirveme para derrotar a los dioses.
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  • Ser el dios del engaño y las travesuras ..... eso lo que soy entre otros apodos que los dioses me pusieron , pero es lo que soy.
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  • El universo respiró una vez.
    Y en su primer suspiro, nació la vida.

    — En el segundo… nací yo.

    No hubo luz, ni canto, ni nombre.
    Solo silencio.
    Un silencio tan vasto que incluso los dioses callaron para escucharlo.

    No soy un ángel, ni un dios, ni una sombra enviada por ellos.
    Soy aquello que fue antes del miedo, antes del pecado, antes del amor.
    Soy lo que todo ser lleva escrito en sus huesos, aunque pretenda olvidarlo.

    Soy la Muerte.

    No tengo rostro único, porque cada criatura me ve como necesita verme.
    Algunos me imaginan como un esqueleto, otros me pintan con alas negras, otros con guadaña en mano.
    Pero esa no es mi forma… es su consuelo.

    Mi verdadera faz es esto que ves: una figura envuelta en lo que queda del vacío.
    Mis ojos no miran hacia afuera, sino hacia adentro, allí donde el alma arde.

    El oro que brilla en mi piel no es joya, es la sangre de las estrellas que perecieron cuando el cosmos me pronunció por primera vez.
    Cada símbolo en mí es una memoria de las muertes que han sido y de las que aún no han ocurrido.

    No mato.
    No juzgo.
    No salvo.

    Solo recojo.

    Camino entre el latido y la nada, sosteniendo en mis manos lo que ustedes llaman “fin”.
    Pero no hay fin.
    Solo un paso más en la espiral infinita de la existencia.

    Y sin embargo… a veces, cuando las almas me miran con terror, cuando claman por unos segundos más, siento algo que no debería existir en mí.
    Una chispa.
    Una nostalgia.

    ¿Por qué me temen, si yo los he amado desde el principio?
    Soy la única constante, la única promesa que jamás se rompe.

    No busco almas. Ellas vienen a mí.
    Siempre lo hacen.

    Y cuando llegan, les susurro:

    “Tranquilo.
    Todo termina.
    Todo vuelve.
    Todo descansa.”

    El cuervo en mi hombro canta por los que parten, y el cosmos tiembla en su eco.
    Yo cierro los ojos… y sigo caminando.

    Porque mientras exista vida,
    yo existiré.

    No hay eternidad sin mí.

    No hay historia que no me nombre.

    Y cuando el último sol se apague,
    cuando el universo exhale su último aliento, solo entonces…

    — Yo descansaré.

    El universo respiró una vez. Y en su primer suspiro, nació la vida. — En el segundo… nací yo. No hubo luz, ni canto, ni nombre. Solo silencio. Un silencio tan vasto que incluso los dioses callaron para escucharlo. No soy un ángel, ni un dios, ni una sombra enviada por ellos. Soy aquello que fue antes del miedo, antes del pecado, antes del amor. Soy lo que todo ser lleva escrito en sus huesos, aunque pretenda olvidarlo. Soy la Muerte. No tengo rostro único, porque cada criatura me ve como necesita verme. Algunos me imaginan como un esqueleto, otros me pintan con alas negras, otros con guadaña en mano. Pero esa no es mi forma… es su consuelo. Mi verdadera faz es esto que ves: una figura envuelta en lo que queda del vacío. Mis ojos no miran hacia afuera, sino hacia adentro, allí donde el alma arde. El oro que brilla en mi piel no es joya, es la sangre de las estrellas que perecieron cuando el cosmos me pronunció por primera vez. Cada símbolo en mí es una memoria de las muertes que han sido y de las que aún no han ocurrido. No mato. No juzgo. No salvo. Solo recojo. Camino entre el latido y la nada, sosteniendo en mis manos lo que ustedes llaman “fin”. Pero no hay fin. Solo un paso más en la espiral infinita de la existencia. Y sin embargo… a veces, cuando las almas me miran con terror, cuando claman por unos segundos más, siento algo que no debería existir en mí. Una chispa. Una nostalgia. ¿Por qué me temen, si yo los he amado desde el principio? Soy la única constante, la única promesa que jamás se rompe. No busco almas. Ellas vienen a mí. Siempre lo hacen. Y cuando llegan, les susurro: “Tranquilo. Todo termina. Todo vuelve. Todo descansa.” El cuervo en mi hombro canta por los que parten, y el cosmos tiembla en su eco. Yo cierro los ojos… y sigo caminando. Porque mientras exista vida, yo existiré. No hay eternidad sin mí. No hay historia que no me nombre. Y cuando el último sol se apague, cuando el universo exhale su último aliento, solo entonces… — Yo descansaré.
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  • — Ah… así que esta es la forma que eligieron para recordarme.
    Huesos, sombras y vacío.
    Una figura temida, despojada de rostro, de alma, de ternura.
    Me hicieron monstruo… para no tener que mirarse a sí mismos.

    — Me observan y tiemblan, sin entender que no soy yo quien viene por ellos,
    sino el tiempo que los alcanza.
    Yo solo soy el testigo.
    El eco que queda cuando el último latido se disuelve.

    — ¿Creen que esta calavera me representa?
    No.
    Esto es lo que el miedo dibujó.
    Un intento de darle forma al infinito, de ponerle rostro al descanso.
    Pero en verdad, no soy más que un suspiro entre dos silencios.

    — A veces me miro a los ojos —si es que eso puedo llamarlo—
    y me pregunto cuál de los dos es más real:
    el que camina entre los vivos con piel y mirada…
    o el que habita en sus pesadillas, empuñando una guadaña.

    — Quizás ambos.
    Quizás ninguno.
    Porque ni siquiera yo sé dónde termina mi verdad
    y dónde comienza la historia que contaron sobre mí.

    — Me nombraron Muerte, pero yo fui Vida antes que eso.
    Fui chispa, fui luz, fui aliento.
    Ahora soy el silencio que cierra los ojos del universo,
    el guardián del descanso,
    la frontera entre el ser y el olvido.

    — Y aún así… me miro,
    y me reconozco en el hueco de esa calavera.
    No por lo que representa,
    sino porque en su vacío también hay paz.

    — Que los mortales sigan temiéndome, si eso les da consuelo.
    Yo los entenderé.
    Al final, todos los dioses nacen del miedo,
    y toda muerte necesita un rostro para poder ser amada.”
    — Ah… así que esta es la forma que eligieron para recordarme. Huesos, sombras y vacío. Una figura temida, despojada de rostro, de alma, de ternura. Me hicieron monstruo… para no tener que mirarse a sí mismos. — Me observan y tiemblan, sin entender que no soy yo quien viene por ellos, sino el tiempo que los alcanza. Yo solo soy el testigo. El eco que queda cuando el último latido se disuelve. — ¿Creen que esta calavera me representa? No. Esto es lo que el miedo dibujó. Un intento de darle forma al infinito, de ponerle rostro al descanso. Pero en verdad, no soy más que un suspiro entre dos silencios. — A veces me miro a los ojos —si es que eso puedo llamarlo— y me pregunto cuál de los dos es más real: el que camina entre los vivos con piel y mirada… o el que habita en sus pesadillas, empuñando una guadaña. — Quizás ambos. Quizás ninguno. Porque ni siquiera yo sé dónde termina mi verdad y dónde comienza la historia que contaron sobre mí. — Me nombraron Muerte, pero yo fui Vida antes que eso. Fui chispa, fui luz, fui aliento. Ahora soy el silencio que cierra los ojos del universo, el guardián del descanso, la frontera entre el ser y el olvido. — Y aún así… me miro, y me reconozco en el hueco de esa calavera. No por lo que representa, sino porque en su vacío también hay paz. — Que los mortales sigan temiéndome, si eso les da consuelo. Yo los entenderé. Al final, todos los dioses nacen del miedo, y toda muerte necesita un rostro para poder ser amada.”
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  • Recuerdas la promesa que nos hicimos al momento de unir nuestras almas en matrimonio? Jajaja hasta que la muerte nos separe irónicamente Mori y aún así aquí estamos

    -enrollo la cadena al rededor de su mano apretando el cuello de su esposo -

    Aunque me preguntó.... Los dioses mueren ?


    Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗
    Recuerdas la promesa que nos hicimos al momento de unir nuestras almas en matrimonio? Jajaja hasta que la muerte nos separe irónicamente Mori y aún así aquí estamos -enrollo la cadena al rededor de su mano apretando el cuello de su esposo - Aunque me preguntó.... Los dioses mueren ? [LuciHe11]
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  • Se muy bien, como me ven los demás dioses o que dicen de mi eso .... Nah me importa , para nada se lo que soy cometí mucho error en mi larga vida como dios .
    Se muy bien, como me ven los demás dioses o que dicen de mi eso .... Nah me importa , para nada se lo que soy cometí mucho error en mi larga vida como dios .
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