La piedra reposaba en sus palmas abiertas, y el árbol se metamorfoseaba continuamente sin obtener nunca una forma definida, brillando hermosamente e iluminando sus pasos tranquilos.


Su rostro se percibía cargado de una responsabilidad que lo hacia ver serio, pero su mirada era entusiasta, incluso, podría decirse que contenta; propia de la realización de una fantasía.


Pues, todo niño soñaba con el poder de la magia, y Jean había accedido a ella, dominándola hasta el punto que, ahora, podía crear su propio mundo.


Semejante a un lienzo en blanco, podía tomar el pincel y pintar.

 

Pero para Jean, la creación no era tan simple; implicaba premeditación, y por ello, se resistía a los impulsos que lo instaban a pensar en un mundo sin reglas, sin aburrimiento ni sufrimiento, solo la manifestación de sus anhelos; y bien sabía que algo así estaría destinado al fracaso.

 

Jean se detuvo. Sin embargo, sus pasos resonaron en un eco que reverberó largos segundos por los pasillos del orfanato, que como el ser vivo que era, observándolo adentrarse en lo recóndito de su cuerpo, configuró su propia estructura, permitiéndole la entrada hacia la habitación que utilizaba como propia cuando visitaba a su mentora.

 

Dejó la piedra con el árbol sobre la mesita al lado de la cama, para sentarse con las piernas cruzadas sobre las sábanas. La ventana frente a él le ofrecía las vistas del basto campo que componían los terrenos que bordeaban el orfanato. Ahora viéndose vacío, silencioso, y en paz.

 

Ahora entendía que, un mundo así, sería sumamente aburrido. Por lo que, en primera instancia, su creación estaría llena de vida.

 

—Mamíferos, aves, reptiles, plantas, hongos, microorganismos… todo tipo de especies, naturalmente con sus propios taxones y aportaciones al ecosistema.

 

Su mundo estaría basado en su propio planeta, pero no sería exactamente lo mismo, después de todo, debía dar rienda suelta a su imaginación.

 

Por lo que, tras una hora de estar sumido en sus pensamientos en una pose que usarían los monjes tibetanos, Jean abandonó su meditación.

 

Se levantó de la cama, y tomó la piedra con el árbol.


—Artemis —llamó, y su fiel compañera, apareció al instante en un destello de humo azul.

 

Jean arqueó una ceja al verla.

 

—¿Por qué te ves así?

 

Normalmente, escondía su apariencia bajo el disfraz del conejo amargado de la compañía Funtom, que tenía un parche en el ojo izquierdo y un traje de aristócrata.

Ahora, tenía un collar de flores por el cuello, la ropa desarreglada, los botones abiertos…


—¿Has estado jugando de nuevo con los demás? —dedujo fácilmente.

Bloom se encargaba de familiares de bruja, siendo redundantes, sin bruja; y últimamente, Artemis se relacionaba con ellos cada vez que Jean venía al orfanato.

 

Artemis asintió luciendo avergonzada, y en un parpadeo, volvió a su forma habitual, el Bitter Rabbit de siempre.

 

—En fin —dijo Jean, sonriendo. —Ya estoy listo para crear mi propio mundo, y naturalmente, tú formaras parte.


Su familiar saltó de entusiasmo, elevándose del suelo y flotando cerca suyo, como acostumbraba.

—Eres mi compañera, mi amiga más fiel —continuó diciendo con suavidad, sus ojos azules solo mostraban calidez. —Te mereces formar parte en la creación de este mundo.

 

Artemis se alejó un poco, flotando frente a él y mirándolo fijamente.

 

—¿Qué te parece? —inquirió Jean, pensando que tal vez, su familiar no querría. Pero contrario a eso, Artemis asintió, acercándose para posar sus patas de tela sobre sus mejillas.

 

Jean soltó una risita melodiosa.

 

—Yo también siento lo mismo —respondió al sentimiento transmitido por su lazo invisible.

 

Luego, volviendo a la seriedad, asintió. —Es la hora de la verdad.

Sosteniendo la piedra contra su pecho con una mano, Jean utilizó la otra para chasquear los dedos.

 

Un espiral de luces azules los envolvió, haciéndolos desaparecer de la habitación y aparecer en la entrada del orfanato.

 

Caminó hasta una porción del campo verde, tomando asiento sobre el césped con las piernas cruzadas. Artemis se sentó sobre éstas, y Jean acomodó la piedra frente a ella, pero, sin dejar de sostenerla con las manos. El pequeño peluche posó una de sus manos de tela sobre la de Jean.

 

—Bloom —llamó.

 

La bruja lo escucharía incluso si la llamaba desde el pozo más recóndito del planeta.

 

—Estoy listo.

 

Sin embargo, no esperó a verla, cerró los ojos, y el árbol en sus manos comenzó a emitir una luz tan brillante semejante a una estrella en su apogeo. Si quien lo viera fuera un simple humano, sin dudas quedaría ciego.


Pero así como comenzó, la luz se fue retrayendo, como si fuera absorbida por el árbol que, lentamente, fue definiéndose en su forma, hasta asentarse en un hermoso fresno blanco, de hojas doradas que resplandecían con la luz del sol.

 

Antes de abrir los ojos, Jean portaba una sonrisa arrogante en los labios.

 

—Observa —musitó—, mi propia Yddrasil.

 

Artemis le dio un golpe en el pecho, por lo que se corrigió.

 

—Nuestra propia Yddrasil.

 

Se levantó del suelo, su familiar flotó a su lado, también con las mismas expectativas.

 

¿Qué opinaría Bloom de su mundo?

 

—Tú serás la primera en visitarlo, y tal vez, la única.