Ecos del Indo

Dejé atrás las majestuosas pirámides de Egipto, con sus imponentes monumentos y sus relatos de inmortalidad. Durante siglos, había visto a los egipcios construir su legado en piedra, convencidos de que el recuerdo era la clave para vencer al tiempo. Pero el mundo era vasto, y mi curiosidad me impulsaba a seguir explorando. Volé hacia el este, cruzando montañas y desiertos, siguiendo el rastro de rumores sobre una civilización próspera que se alzaba en un valle fértil. Finalmente, a la distancia, vi los indicios de lo que buscaba: una ciudad de estructuras de ladrillo, caminos rectos y una organización que sugería un orden meticuloso. Había llegado al Valle del Indo.

Descendí con cautela y me oculté en la vegetación cercana, observando. El río Indo serpenteaba a través de la tierra, alimentando los campos y permitiendo la vida en esta civilización. No tardé en notar que sus ciudades eran distintas a todo lo que había visto antes. Calles rectas, edificaciones bien alineadas, sistemas de drenaje avanzados… No había un palacio monumental ni templos que dominaran el horizonte, como en Sumer o Egipto. ¿Quién gobernaba aquí? ¿Dónde estaban sus dioses? Mi curiosidad se intensificó.

Me adentré en la ciudad en mi forma humana y comencé a explorar. Aprendí su lengua con el tiempo, escuchando sus palabras y descifrando sus símbolos, aunque su escritura era un enigma incluso para mí. No parecía haber sido creada para registrar historias o gobernantes, sino algo más… práctico, quizás contable. Hablé con los artesanos, los mercaderes y los agricultores. Me explicaron cómo sus casas de ladrillo cocido resistían el tiempo, cómo el agua fluía por sus canales y cómo cada barrio parecía estar cuidadosamente planeado. Todo en esta civilización tenía un propósito claro.

Descubrí que no existía un rey visible ni un gobierno central evidente. En lugar de una autoridad absoluta, la gente parecía vivir bajo un orden comunitario, gestionando el comercio y la vida cotidiana con una estructura en la que cada quien tenía su papel. El comercio prosperaba gracias a los ríos, y vi embarcaciones llevando bienes a tierras lejanas, hasta Sumer y más allá. Los talleres de los artesanos eran vibrantes: alfareros, orfebres y tejedores creaban objetos de notable belleza y precisión. Observé a los niños jugar en las calles con pequeñas figuras de arcilla y carretillas de juguete, y supe que la creatividad humana florecía incluso en los aspectos más simples de la vida.

Conforme pasaron los años, fui testigo de festivales y celebraciones. En una ocasión, observe una ceremonia donde se encendían lámparas a orillas del río, iluminando la noche en una danza de reflejos dorados. Me maravillé ante sus danzas y su música, distintas a las egipcias o sumerias, pero igual de cautivadoras.

Sin embargo, con el tiempo, empecé a notar cambios. Hubo un período de gran prosperidad, pero luego, algo comenzó a desmoronarse. El comercio se redujo, los edificios quedaron abandonados y algunas zonas de la ciudad fueron dejadas atrás. Nadie sabía decirme con certeza qué estaba ocurriendo. No había invasores a la vista, no había guerra… y sin embargo, la civilización que había florecido con tanta precisión parecía desvanecerse lentamente, como un susurro llevado por el viento.

Intenté encontrar respuestas, pero ni los ancianos ni los sabios supieron dármelas. Algunos hablaban de cambios en el río, de sequías o de tierras que ya no eran tan fértiles como antes. Otros mencionaban problemas internos, quizás una fractura en la armonía que había definido a su sociedad. Pero no hubo un evento cataclísmico, ninguna gran batalla ni un tirano que destruyera su legado. Simplemente, la civilización se fue apagando, dejando atrás sus ruinas y su misterio.

Esta fue la primera vez que presencié un declive tan silencioso y enigmático. A lo largo de mis siglos de vida, había visto imperios levantarse y caer, pero siempre había una causa clara: conflictos, hambrunas, invasiones. Aquí, en cambio, el colapso llegó como un velo que cubría lentamente la grandeza que alguna vez existió. Me marché con más preguntas que respuestas.

Mientras extendía mis alas y me elevaba en el cielo, supe que aquel misterio permanecería conmigo por mucho tiempo. Aprendí que, a pesar de lo simples que podían parecer los humanos y sus civilizaciones, tenían secretos insondables, capaces de sorprender incluso a un ser tan antiguo como yo. Cada cultura que conocía, cada historia que recopilaba, me enseñaba que la humanidad era más compleja de lo que jamás había imaginado. Con esta certeza en mente, dirigí mi vuelo hacia mi próximo destino: el lejano archipiélago donde una civilizacion comenzaban a escribir su propia historia.