— La jóven de cabellos platinados, acababa de llegar a su querida Dragonstone en su hermoso dragón: Khaeryan. Sus ropas, las cuales lucía por primera vez, le hacían sentir el poder de la corona, su sangre, y la guerra.
Ella caminaba con total tranquilidad, subiendo por las rocas, evitando las escaleras, tal como hacía de pequeña. Algunos la juzgaban con la mirada por aún tener esas costumbres incluso ya siendo la reina legítima de Los Siete Reinos. Pero poco le importaban las malas miradas, su única preocupación, eran los susurros.
Apenas se adentró al castillo, se sentó en el trono de éste y soltó un largo suspiro, como si estuviese dejando salir todo aquello que había guardado con tan solo su aliento. Su claro trabajo ahora, era reinar correctamente ¡y eso era tan exhaustivo! Tener que ser perfecta, hecha y derecha, sin mostrar debilidad ni arrepentimientos.
Vió como una de las sirvientas caminaba cerca de ella, y la siguió con la mirada hasta poder hablarle. —
Oiga, señorita. Tráigame una copa de buen vino, por favor.
Ella caminaba con total tranquilidad, subiendo por las rocas, evitando las escaleras, tal como hacía de pequeña. Algunos la juzgaban con la mirada por aún tener esas costumbres incluso ya siendo la reina legítima de Los Siete Reinos. Pero poco le importaban las malas miradas, su única preocupación, eran los susurros.
Apenas se adentró al castillo, se sentó en el trono de éste y soltó un largo suspiro, como si estuviese dejando salir todo aquello que había guardado con tan solo su aliento. Su claro trabajo ahora, era reinar correctamente ¡y eso era tan exhaustivo! Tener que ser perfecta, hecha y derecha, sin mostrar debilidad ni arrepentimientos.
Vió como una de las sirvientas caminaba cerca de ella, y la siguió con la mirada hasta poder hablarle. —
Oiga, señorita. Tráigame una copa de buen vino, por favor.
— La jóven de cabellos platinados, acababa de llegar a su querida Dragonstone en su hermoso dragón: Khaeryan. Sus ropas, las cuales lucía por primera vez, le hacían sentir el poder de la corona, su sangre, y la guerra.
Ella caminaba con total tranquilidad, subiendo por las rocas, evitando las escaleras, tal como hacía de pequeña. Algunos la juzgaban con la mirada por aún tener esas costumbres incluso ya siendo la reina legítima de Los Siete Reinos. Pero poco le importaban las malas miradas, su única preocupación, eran los susurros.
Apenas se adentró al castillo, se sentó en el trono de éste y soltó un largo suspiro, como si estuviese dejando salir todo aquello que había guardado con tan solo su aliento. Su claro trabajo ahora, era reinar correctamente ¡y eso era tan exhaustivo! Tener que ser perfecta, hecha y derecha, sin mostrar debilidad ni arrepentimientos.
Vió como una de las sirvientas caminaba cerca de ella, y la siguió con la mirada hasta poder hablarle. —
Oiga, señorita. Tráigame una copa de buen vino, por favor.
