DE: Ministerio de Inteligencia
PARA: Centro de Investigación y Desarrollo Laplace

A quien corresponda,

La presente comunicación tiene como finalidad notificar la remisión del archivo V: Advertencia Final, identificado bajo el código de referencia 79123, el cual contiene registros de audio y transcripciones pertenecientes al sujeto de ID única 79123. Este material ha sido clasificado bajo el nivel de ''Acceso Restringido – Confidencialidad Absoluta'', en conformidad con el Protocolo de Protección de Información Sensible, Artículo 6.

Se advierte que el contenido del archivo presenta signos evidentes de deterioro cognitivo y psicoemocional del sujeto, evidenciando una pérdida progresiva de coherencia discursiva, episodios de disociación y una creciente dificultad para distinguir entre la realidad y la influencia de la entidad desconocida vinculada a su condición. Algunos fragmentos sugieren un nivel de inmersión en el Vacío que ha superado los límites previamente documentados.

La administración enfatiza la necesidad de abordar este archivo con extrema cautela. Algunas mentes pueden resistir la oscuridad, pero ninguna emerge intacta de ella.

Atentamente,
Ministerio de Inteligencia

Adjunto: Fragmento 79123 - Registro de Ruptura.


Cuando miro demasiado tiempo en el Vacío, también me devuelve la mirada.

No es una simple sensación de vértigo, no es el frío abstracto de la inexistencia. Es algo más íntimo. Me observa como si me conociera desde antes de mi propia concepción, como si siempre hubiera estado allí, esperando el momento en que lo viera por lo que realmente es. Como si me hubiese pertenecido desde el principio.

Me reconozco en él.

Me he dicho a mí misma que esto no es verdad, que es algo externo, algo que se infiltra y se adhiere, algo que se puede arrancar con la suficiente fuerza de voluntad. He intentado diseccionarlo, reducirlo a un enemigo con rostro, una enfermedad que puede ser purgada o una sombra que puede disiparse con la luz correcta. Pero me mentía.

No es una entidad ni un veneno. No es una maldición que alguien me haya impuesto ni un castigo por mis pecados. No se impone, se filtra en las fisuras, se desliza por los márgenes de la existencia como tinta en un pergamino olvidado. No ruge, no exige. Susurra. Y sus palabras se escriben en la carne como si siempre hubieran estado allí, esperando ser leídas.

Me convencí de que podía combatirlo sin ceder a él. Que podía sostener la espada con una mano y sujetar sus hilos con la otra sin enredarme en ellos. Me repetí que la voluntad era suficiente. Pero ahora miro mis propias manos, ahora manchadas de la sangre de mis compañeros, y la verdad me observa desde ellas.

Negro.

No solo en la piel, sino debajo. En las venas que antes brillaban con mi bendición, en los músculos que respondían sin vacilar, en los huesos que ahora sienten un peso que no les pertenece. Hay algo en su forma, en el modo en que los filamentos de la corrupción se enroscan sobre sí mismos, que me provoca un escalofrío de reconocimiento. Como si esto no fuera una invasión, sino una revelación.

Me aferro a la idea de que aún soy yo. Pero cada vez que extiendo una mano, cada vez que el reflejo de mi propia sombra me devuelve esa imagen distorsionada, una parte de mí se pregunta si realmente sigo siendo lo que fui… O si simplemente me aferro a una imagen rota.

Pero, sobretodo… Mis alas…

Antes eran blancas. No solo blancas: radiantes. Un reflejo de todo lo que representaba, de todo lo que me definía. Fuerza. Propósito. Juramento. Ahora son ceniza suspendida en el aire.

No han desaparecido, pero tampoco son las mismas. Aún me sostienen, aún puedo sentir el peso de cada pluma… Pero las ha reclamado como suyas. Hay grietas en ellas, líneas de oscuridad que se extienden como raíces marchitas. Cuando las despliego, una extraña fragilidad las recorre. Como si el viento mismo estuviera esperando el momento de quebrarlas. Como si en cualquier instante, en cualquier vuelo, solo hubiera una caída.

Y aún así, sigo volando.

Tal vez porque necesito creer que todavía puedo. O tal vez porque aún no estoy lista para tocar el suelo.

Ilvion insiste en buscarme. Me llama. Me sigue. Hay un tono en su voz que debería irritarme, pero que solo deja un peso incómodo en mi pecho. Esperanza.

No entiende lo que significa cargar con esto. No comprende la naturaleza de lo que porto, ni su infinita paciencia. No necesita una batalla, no necesita abrirse paso a la fuerza ni arrastrarme a su interior. Solo necesita esperar. Porque todo lo que toca, tarde o temprano, termina por rendirse.

Y lo peor de todo es que hay una parte de mí, enterrada bajo todas mis resistencias, bajo toda esta lucha desesperada, que se pregunta si rendirse sería realmente tan terrible.

Si el Vacío me ha permitido llegar hasta aquí sin consumirlo todo… ¿Es porque fui lo suficientemente fuerte para contenerlo?

¿O porque me está dejando creerlo?


(El texto se interrumpe aquí, con trazos irregulares como si la escritura hubiera sido abandonada abruptamente. Existen signos de presión desigual en la caligrafía, sugiriendo una alteración en el estado del escriba. La tinta parece haberse filtrado con más intensidad en las últimas líneas, como si la mano que sostenía la pluma temblara en el acto.)