La noche se extendía como un manto oscuro sobre el campamento, el crepitar del fuego luchaba contra la quietud que todo lo envolvía. Los soldados se sentaron en círculo, con los rostros marcados por la fatiga, las sombras jugando en sus facciones, los cuerpos aún resonando con los ecos de la última batalla. Algunos apenas podían mantenerse en pie, otros, con las manos manchadas de sangre, aún estaban temblorosos. Pero había algo en el aire esa noche, algo diferente…
El viento susurraba entre los árboles, y a lo lejos, la oscuridad parecía aún más densa. Un soldado, joven, de apenas 17 años, observaba con ojos inquietos. La batalla había sido más brutal que cualquier otra. Las puertas del infierno parecían haberse abierto, y, sin embargo, aquí estaban, vivos. Pero… ¿por qué?
El soldado murmuró, más para sí mismo que para los demás:
—No sé cómo sobrevivimos. Nos rodearon. No había forma… estábamos muertos.
Un hombre de aspecto cansado, de cabello largo y despeinado, levantó la vista desde el suelo donde apoyaba la mano. Sus ojos, acostumbrados a la muerte, parecían vacíos, como si la guerra le hubiera robado algo más que la juventud.
—Lo que pasa es que no sabes lo que pasó, muchacho. Nadie sabe. —Dio un golpe a la madera del suelo con su bastón, como para marcar la seriedad de sus palabras—. Estamos vivos porque él estuvo allí.
El joven se giró hacia él, buscando respuestas en su mirada. Otros soldados, más viejos, se acercaron al círculo, callados, prestando atención. Nadie se atrevía a interrumpir al veterano.
—¿Quién es? —preguntó, sin ocultar la incredulidad—. No era uno de los nuestros. No tiene emblema.
El veterano alzó una mano, como si no quisiera continuar con la conversación. Por un momento, su mirada se perdió en la nada, pero luego, habló, su tono tan bajo que no se podía decir si era una advertencia o un susurro de miedo.
—No se sabe su nombre. —Las llamas de la fogata crepitaron un momento, como si la misma oscuridad temiera lo que iba a decir—. Cuando Clegor lo llama, él aparece. Como una sombra. Nadie sabe por qué.
Otro soldado, este con el rostro curtido y la mirada inquieta, se acercó un poco más.
—Lo único que sabemos es que no es uno de los nuestros. —Dijo, casi con resignación—. Ni lo será. Ni lo queremos ser. Ni nos gustaría. Pero si Clegor lo llama…
El joven frunció el ceño, incapaz de entender.
—¿Qué hizo? —La pregunta salió sin pensar. Pero no podía evitarlo. La tensión en el aire era palpable. Los otros soldados parecían contener la respiración.
El veterano volvió a mirar el fuego, como si esa misma luz le ayudara a ordenar sus pensamientos.
—Cuando llegó… todo dejó de tener sentido. —Dijo de forma casi filosófica, como si estuviera hablando de un fenómeno imposible de comprender—. Los enemigos se apartaban. Los nuestros también. Nadie se atrevió a seguir sus órdenes. Pero siguieron sus pasos. De alguna manera, todos sabían lo que tenía que hacerse. Nadie sabía por qué, pero todos lo sabían.
Un soldado que había estado callado, de pie en el borde del círculo, se acercó, con una mirada vacía.
—¿Y cómo peleó? —su tono era bajo, casi como si el simple hecho de pronunciar la pregunta le diera miedo.
El veterano no respondió de inmediato. Miró a los demás, buscando un gesto que validara sus pensamientos. Finalmente, dijo, con una calma inquietante:
—No era… como uno de nosotros. —Su voz era grave, casi inaudible, pero lo suficientemente clara para que todos entendieran—. No había una pelea. Simplemente… no había lugar para el combate. Lo que hacía, lo hacía tan rápido que no entendías cómo había pasado. Nadie pudo seguir su ritmo. No dejó rastros. No hubo huellas. Nadie quedó. No hubo cadáveres… no como los que quedamos nosotros. —Su mirada se oscureció al recordar—. Todo desapareció en el aire.
El joven tragó saliva, la sensación de miedo se apoderó de su cuerpo, como si hubiera tocado algo que no debía. No sabía si debía sentir alivio por estar vivo, o miedo por la respuesta que acababa de escuchar.
—¿Eso… cómo puede ser? —preguntó, incapaz de entender—. ¿Cómo puede alguien… eliminar… todo, de esa forma?
Otro soldado, el más callado, asintió lentamente. Su rostro había estado en guerra durante tanto tiempo que la duda ya no se reflejaba en él. Solo el vacío.
—Es lo que hace. —Dijo con una calma inquietante—. Lo que hace en el campo de batalla no tiene sentido. Simplemente hace que… el enemigo desaparezca. No sabemos si es por estrategia, por habilidad o por algo más. Pero cuando él está allí, todos entienden que no importa cómo peleen, no importa lo que intenten. Ya no hay vuelta atrás.
El joven asintió, sin palabras, sintiendo el peso de lo dicho. Y entonces, se dio cuenta de algo que había estado olvidando.
—¿Por qué Clegor lo llama? —preguntó, casi en un susurro, mirando al veterano.
El soldado más viejo no respondió inmediatamente. Se hizo un largo silencio, hasta que el veterano, con una mirada distante, dijo:
—No lo sé, pero lo hace.
Una pausa. El joven miró a los otros, esperando una respuesta. Uno de los soldados, un hombre que había estado observando en silencio, murmuró con tono grave:
—Porque necesita ganar la guerra para el rey.
El joven, confundido, miró a otro de los veteranos, que también permaneció en silencio por un momento, antes de soltar las palabras con una calma inquietante:
—Porque no tiene a nadie más a quien llamar.
Y así, el silencio volvió a caer sobre ellos. La conversación había terminado, pero las preguntas continuaban flotando en el aire, suspendidas en la oscuridad como un enigma que nunca encontraría respuesta.