24 de Diciembre. 14:00 hrs.
En Howick Hall.
—La mercancía llegará el viernes.
—Acordamos que llegaría el martes.
—Lo sé, pero hubo un pequeño problema…que ya hemos arreglado —se apresuró a aclarar. —Ocasionó una demora en la logística. Pero te aseguro que el viernes tendrán la mercancía en el puerto sin falta.
Jean, hasta el momento, había estado apoyando el mentón sobre su mano, pareciendo aburrido con la conversación pero manteniendo el control de ella con facilidad. Sin embargo, ante la mención del retraso, frunció el ceño. Y su mirada antes indiferente, adquirió un brillo peligroso.
—¿Cuál fue el problema? —inquirió con voz suave en cambio.
Se reclinó contra el sillón de terciopelo rojo de su abuelo, que era demasiado grande para él y lo hacía parecer un adorable niño jugando a ser un adulto. Pero Jean de adorable no tenía un pelo. Manejaba asuntos que alguien de su edad no debería ni siquiera comprender, y lo hacía con una noción del mundo sorprendentemente avanzada y perspicaz.
James carraspeó, ocultando bastante bien la irritación que sentía por tener que rendir cuentas a un simple niño de diez años. Se suponía que trabajaba para el lord de Howick, el líder de la gran banda criminal del Norte, no para este niñato con aires de grandeza.
Prefería estar teniendo esta conversación con el lord de Howick, pero ese viejo dejaba todos los asuntos en manos de su sobrino de diez años.
Sí que había perdido la cabeza desde que toda su familia fue masacrada…
James no quería decírselo, pero al final debía hacerlo para que el “plan” continuara.
—Aduanas confiscó parte de las mercancías.
—¿A eso le llama un “pequeño” problema? —replicó el niño, chasqueando la lengua con evidente molestia. —Cuando contratamos sus servicios, lo hicimos pensando que eran eficaces y competentes.
James desvió la mirada por un instante para controlar su irritación. Le enfurecía que este mocoso lo estuviera regañando, solo por orgullo, porque todo esto era una farsa.
En realidad, él trabajaba para el servicio secreto.
Tenía un trato con el director del MI3. Si lograba infiltrarse en la banda de este lord criminal y reunir pruebas suficientes para llevarlo ante la justicia, su historial delictivo sería borrado. Sería libre de moverse por el país sin preocuparse por las órdenes de captura.
Esta banda debía ser realmente peligrosa si habían estado dispuestos a hacer semejante trato con él.
James volvió a mirar a Jean, quien ahora tenía una expresión tan fría que era escalofriante. ¿Cómo un niño podría ser así? Bueno, en realidad, lo entendía perfectamente. Había sido criado bajo el ala de un tipo al que le faltaban un par de tornillos.
—Lo sé y me disculpo por ello. Todo correrá por nuestra cuenta esta vez. —dijo, con una sonrisa forzada que pretendía transmitir confianza. —Ahora todo está bajo control. No te preocupes.
Los ojos de Jean estaban afilados y molestos, recordándole por un momento al lord de Howick. Cuando el viejo te miraba así, era porque estaba a punto de explotar en un ataque de ira. Pero, a diferencia de su abuelo, Jean siempre mantenía la calma, dejando traslucir una furia helada.
—Es mi deber preocuparme, señor James —replicó el niño, con una voz aterciopelada que solo conseguía ponerle los nervios de punta. —Si no lo hago, las “cosas” pueden empezar a salirse de control, y eso pone a mi abuelo algo nervioso.
Un silencio invadió la habitación, dejando la advertencia en el aire.
James no quería, bajo ninguna circunstancia, ver al lord de Howick nervioso. Si ese viejo había sido capaz de casi matarlo por haber llegado dos minutos tarde a una reunión, ¿qué le haría por esto?
Más le valía a la agencia que su plan resultara exitoso, o sino James terminaría dejando su trato a medias y escapando a algún país de Sudamérica.
—Bueno —dijo Jean de repente, recuperando su expresión indiferente, como si no acabara de hacer una amenaza. —Agradezco que corra con los gastos para enmendar su error, pero enviaré a mis hombres al puerto de todas formas.
—Claro, no hay problema —le respondió James. —De nuevo, me disculpo por el error. No volverá a pasar.
—Eso espero, señor James —dijo Jean, sonriendo. Pero su sonrisa no era para nada agradable. —O tendremos que prescindir de sus servicios.
El asunto con el señor James era lo último pendiente en el día. Pero Jean se quedó en el estudio, leyendo un informe sobre el escritorio.
Tamborileaba los dedos sobre la madera, y tenía una ceja alzada, inquieto.
“... los resultados indican una coincidencia genética en 30% de los marcadores analizados. Este nivel de coincidencia es compatible con un parentesco de segundo grado, como el de abuelo-nieto, con un nivel de confianza de 97% de certeza.”
Jean arrugó el papel de inmediato. Su cara, desconcertada.
Ese informe confirmaba lo que una fuente le había informado hace muchos meses atrás: existía un familiar vivo. Un primo mayor, para ser exactos.
Pero en vez de estar contento por ello, Jean solo podía sentir miedo: existía otro heredero, y tenía más derechos que él. Era posible que, si el abuelo se enterase, lo eligiera a él en vez de a Jean, y eso era algo que no podía permitir.
Todo este tiempo había trabajado tan duro para complacer al abuelo y para ser el mejor en todo, el esfuerzo que había hecho soportando a este viejo loco serían tirados a la basura, y su recompensa lejos de sus manos.
—No puedo permitirlo —murmuró con cierta manía. Pero abruptamente, la puerta del estudio se abrió. Jean agarró el papel y lo tiró rápidamente a la basura, parándose y fingiendo que nada andaba mal.
Quien ingresó fue su abuelo, tenía una expresión bastante relajada e incluso amable. Por lo que Jean se calmó; hoy no parecía que tuviera que lidiar con su mal humor.
—Abuelo —dijo, acercándose a él.
—Jean, ¿qué haces aquí? —inquirió con un reproche paternal. —No me digas que estabas trabajando, hoy es 24, ¡no es día de trabajo!
—Lo sé, estaba por bajar —mintió.
—Ven, vamos al salón. Jane nos está esperando —dijo el anciano sonriente, acercándose para rodearle el hombro con el brazo en gesto cariñoso y arrastrándolo fuera del estudio.
Viéndolo de esta manera, no parecía ese líder temible y loco. Pero así era en Navidad, el abuelo cambiaba drásticamente en las fiestas.
—Espera —dijo Jean, aún inquieto, lo miró a esos ojos grises. —Abuelo… quiero hacerte una pregunta.
—¿Qué pasa, chico?
—Tú… no te arrepentirás de tu decisión, ¿verdad?
El anciano lo miró sin comprender a qué se refería, pero tras unos segundos, pareció recordarlo y asintió, con una sonrisa despreocupada.
—Por supuesto que no —le respondió, dándole una palmada en la espalda. —Eres mi nieto, y la única persona capaz de reemplazarme.
Jean tragó grueso.
—¿Y si apareciera otro nieto?
—¿Qué?
No había querido decirlo, pero sus pensamientos lo habían traicionado. Su cara, normalmente controlada en una expresión indiferente, ahora se veía preocupada y asustada.
—No digas estupideces —le contestó el anciano a cambio; su rostro también había cambiado, se veía agrio y dolido. —No vuelvas a repetir algo así nunca más.
Jean asintió, a pesar de la apariencia intimidante del abuelo, su respuesta lo tranquilizó.
“Sí, es una estupidez” pensó. “Nadie me quitará lo que me pertenece”.
No obstante, Jean se sintió inquieto todo el día.
No pudo disfrutar de la cena navideña ni de los regalos que le habían hecho sus abuelos. Lo único en que pensaba era en cómo borrar a ese cabo suelto del mundo.
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Ese mismo día, en los suburbios de Camberwell.
21:45 hrs.
En una mesa larga, con un mantel con motivos navideños, se hallaba servido un gran banquete, desde pavo relleno con su respectiva salsa hasta una ensalada Waldorf, entre otras tantas cosas. A simple vista, uno podría pensar que una familia grande se reuniría por Navidad a disfrutar de esos manjares. Pero, en la mesa solo había una persona, que miraba su reloj de pulsera cada cinco minutos.
Había preparado todas las comidas favoritas de su hijo, y hasta le había enviado imágenes para convencerlo de venir, pero ya eran casi las diez de la noche. Si no aparecía ahora, sin dudas no lo haría nunca. Pensaba que al menos por Navidad, el resentimiento de su hijo menguaría y aparecería para disfrutar del banquete que con tanto esmero le había preparado.
Suspiró, y con rostro resignado, se paró de donde estaba sentado, en la cabecera de la mesa. Tendría que recoger toda esta comida que ya estaría fría por la espera. Pero antes de que recogiera el primer plato, se escuchó la puerta principal abrirse.
Entrecerró los ojos, y sus instintos de agente salieron a flote, caminando sigilosamente hasta el marco del comedor y colocándose contra la pared para sorprender a quien se hubiera colado en su casa. No podría haber elegido a la peor persona para robar, y encima en Navidad.
Pero cuando quiso sorprender al maleante, en realidad, el que fue sorprendido fue él, y en el proceso su hijo, que dio un respingo y soltó una grosería.
—¿¡Qué carajos!?
—¡Charles, eres tú!
El adolescente asintió, lentamente saliendo de su asombro para fruncir el ceño y volver a su actitud apática con él.
—Claro que soy yo —se cruzó de brazos y le entrecerró los ojos. —¿O esperabas a alguien más?
—Para nada —rió. —Pensé que no vendrías.
El adolescente se encogió de hombros para hacerse el indiferente.
—Vine solo porque sería un desperdicio no comer todo lo que has hecho —dijo, sonando demasiado orgulloso y entrando al comedor.
Sebastian esbozó una sonrisa contenta. A pesar de su actitud, le hacía feliz que hubiera venido a pasar Navidad con él.
—Bien, pero tendrás que esperar.
—¿Por qué? —Charles ya se había acomodado en su lugar habitual, al lado de su asiento.
—Tengo que recalentarlo, todo está frío.
Charles hizo un puchero pero se quedó callado. Por haber llegado tarde, ahora tendría que esperar.
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| Bueno, este es el AU de agentes secretos que tengo abandonada. Quería aportar algo, también como excusa para desarrollar un poco a Jean en ese AU. Como me quedó muy largo, decidí publicarlo como artículo. Tal vez lo edite o le agregue cosas. En fin, gracias por leerlo <3 |