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La tarde estaba en su punto álgido cuando Heinrich decidió salir de su finca. Aunque el sol todavía brillaba con fuerza, su instinto lo había empujado a cazar. No era extraño que tomara estas salidas, buscando calmar la inquietud que lo consumía. Con un parasol negro firmemente en su mano, avanzaba por los senderos rurales, su figura proyectando una sombra larga y alargada bajo los rayos del sol.
El aire era denso, cargado con una sensación extraña que Heinrich no podía ignorar. A medida que avanzaba, notó algo peculiar: un escalofrío recorrió su espalda, seguido de una sensación de ser observado. Sus pasos se detuvieron un instante, y giró la cabeza para buscar entre los árboles. No había nada. Solo el susurro del viento y el canto distante de los pájaros.
Decidió continuar, pero el malestar no lo abandonaba. La sensación de que algo lo seguía se hacía más fuerte, casi tangible. Entonces lo escuchó: un lejano batir de alas detrás de él, demasiado fuerte para ser obra del viento un ave comun, Apresuró el paso, pero esa presencia no desaparecía; al contrario, parecía estar cada vez más cerca.
Apretando la mandíbula dejo el parasol de lado, Heinrich se desvió del camino y se adentró en el bosque. Las sombras de los árboles ofrecían un alivio relativo contra los rayos del sol, pero el terreno irregular y los arbustos espesos dificultaban su avance. Sin embargo, confiaba en su agilidad, su velocidad siempre había sido su mayor ventaja.
Pero esta vez no era suficiente. La criatura lo seguía, y aunque no podía verla, podía oirla; el sonido del batir de alas resonaba, aunque no había nada visible en el cielo. Fue entonces cuando, en su apresurada huida, tropezó con una raíz oculta bajo las hojas caídas.
Cayó con fuerza al suelo, rodando y chocando contrra troncos hasta detenerse en un claro. Se incorporó rápidamente, pero el dolor en su pierna le dificultó ponerse de pie de inmediato al parecer se habia roto algo. La luz del sol, que ya comenzaba a descender en el horizonte, se colaba entre las copas de los árboles, molestando su piel como una quemadura suave. Gruñó bajo su aliento, intentando calmar el ardor, cuando lo escuchó.
El golpe sordo de algo aterrizando detrás de él hizo que Heinrich se congelara. Lentamente levantó la vista y giró la cabeza hacia el sonido. Frente a él, contra la luz dorada del atardecer, una figura se alzaba con imponente gracia.
Era un ser humanoide, pero no del todo humano. Su silueta estaba parcialmente cubierta por el resplandor del sol, dificultando distinguir con claridad sus rasgos. Sin embargo, había detalles imposibles de ignorar: una larga cola que se movía lentamente detrás de ella, y dos alas enormes desplegadas a su espalda, cada una de ellas proyectando sombras que parecían envolver todo el claro.
Heinrich quedó paralizado, incapaz de moverse, La criatura, en su silencioso poder, lo miraba fijamente, como si esperara algo. El aire estaba tenso, como si el mundo entero hubiera detenido su curso en ese instante, aguardando lo que sucediera a continuación.
Ese silencio fue roto por una simple pregunta por parte del vampiro
-¿Que Eres?-
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