—Primo.
—¿Sí?
Clavó la mirada en el suelo, inseguro de continuar.
Su primo se agachó para estar a su altura, apoyando una mano en su hombro y ofreciéndole una cálida sonrisa.
—¿Qué pasa?
—¿Qué sucedió con mis padres?
La pregunta lo tomó por sorpresa, su sonrisa se transformó poco a poco en una mueca mientras desviaba la vista hacia las flores del jardín.
Como permaneció en silencio, aprovechó para añadir otra pregunta.
—¿Por qué no están aquí conmigo?
—Verás… —comenzó su primo, evitando mirarlo, fijando la vista en cualquier otro lugar menos en él. —Ellos... tus padres...
No parecía muy seguro de lo que estaba diciendo. Incluso él, un niño de cuatro años, lo notaba.
—¿El conde Phantomhive te contó algo sobre ellos? —preguntó de repente, y esta vez, sus ojos grises se posaron en los suyos, mostrando conflicto y algo más que no lograba comprender.
—El conde Phantomhive dijo que te preguntara a ti.
Su primo soltó un resoplido.
—Ya veo.
"Así que así es", murmuró.
Alzó una ceja. Normalmente las personas hablaban en voz baja para evitar ser oídas ¿Su primo no se daba cuenta de que él lo estaba escuchando? Estaba frente a él...
Pero no dijo nada, se quedó en silencio, esperando que su primo respondiera sus preguntas.
—Bueno —suspiró su primo, esta vez sin apartar la mirada. —Tus padres sufrieron un accidente y, lamentablemente, no sobrevivieron.
No los había conocido. Pero la idea de haber perdido a unos padres que lo amaban lo hacía sentirse solo… Su rostro debió mostrar su angustia, porque su primo apretó suavemente su hombro y volvió a sonreírle con calidez.
—Me tienes a mí —le dijo, y su mirada se podía leer claramente. —Nunca estarás solo.
Permaneció en silencio, lo que pareció inquietarlo.
—¿Lo entiendes?
Asintió, y su primo pareció más tranquilo. Se enderezó, pero se equivocaba si creía que había terminado.
—¿Cómo eran ellos?
—Ellos eran… —otra vez, su primo tenía dificultades para hablar sobre sus padres.
—Eran buenas personas.
—Eran buenas personas.
—¿Y qué más?
No obtuvo respuesta. El rostro de su primo se endureció mientras miraba hacia el horizonte, como si se perdiera en un pensamiento profundo.
Se acercó y tironeó de la tela de su pantalón para llamar su atención.
—¿Qué pasa?
—Cuéntame más sobre ellos.
—No los conocía bien. No puedo decírtelo. Lo siento.
— . . .
—Te he dicho que me tienes a mí, así que no pienses en ellos.
—Mmh.
—¿Lo has entendido?
—Sí, con una sola vez es suficiente. No soy un tonto.
Su primo soltó una carcajada, y de repente, la tensión se desvaneció.
—Vamos adentro —dijo, acariciándole la cabeza. —Está refrescando.