En lo más profundo de la Tierra, donde la oscuridad es tan densa, habitan los seres más horripilantes que la mente humana jamás podría llegar a imaginar. Como un caos terrible los demonios de distintas categorías recorren el abismo al son de una música siniestra orquestada por el más despiadado de los diablos. Los espíritus de los impuros sufren en sus cárceles oscuras esperando el temido Juicio Final. Allá, más abajo de nuestros pies, el gemido, el lamento, el crujir de dientes, el sufrimiento y los ruidos más extraños que erizarían la piel de cualquiera que los oyera.Ni la pesadilla más horrenda podría siquiera acercarse a la realidad del centro del planeta.

 

La Luna nueva privaba de su belleza a los mortales y la niebla hacía que la visibilidad en aquel camposanto fuera escasa. En el centro de aquella necrópolis un travieso grupo de adolescentes jugaba con los muertos, valiéndose de una ouija vieja y algunas velas para tener algo de iluminación en la densa oscuridad de la noche. Los caminos estaban húmedos, cubiertos de una fina capa de moho resbaladizo, las grietas del pavimento hacían que fuera un sitio poco seguro para cualquiera que no conociera las tétricas calles. Las risas rebotaban en las viejas lápidas y en los muros repletos de nichos con flores marchitas.

 

No muy lejos de allí, en un abandonado mausoleo, se escucha un crujido. La madera podrida tal vez. El sepulturero que pasaba por ahí lo había escuchado y sintió un nudo en el estómago, el frío llevaba días como para creer que había sido por un cambio brusco de temperatura. Decidió ignorarlo, con mucha dificultad, para seguir su camino hacia el grupo de niñatos que insistía en romper la paz de los muertos. Pero el crujido se volvió a escuchar, esta vez como si fuese provocado por las garras de una criatura que deseaba salir. El hombre se detuvo, mas no se acercó a averiguar la causa. Solo tragó con dificultad mientras un viento gélido le erizaba hasta el más fino de los vellos de su delgaducho cuerpo. El rasqueteo fue en aumento y él solo retrocedió, lentamente, dirigiendo la luz de su linterna hacia la puerta del mausoleo, temblando. Luego se oyó un gemido lastimoso que resonó en todo el camposanto. Se escuchó tan fuerte que hasta los jóvenes que insistían en llamar espíritus hicieron un silencio cuando se les heló la sangre. El mismo ruido volvió a salir de las caídas paredes de la estructura, pero ahora se escuchaba más fiero, iracundo… hambriento. El sepulturero echó a correr, creyendo haber visto a la criatura, pero no se giró a comprobar que era cierto. Conocedor de las calles, huyó como si el diablo le viniese persiguiendo, necesitaba volver a la capilla, ocultarse allí, esperar que el Sol volviera a salir y rogar que aquel ser horrendo no le hubiese visto o escuchado.

 

Y aquel ser seguía batallando por liberarse, por salir de allí y comer. Deseaba carne, sangre, desgarrar. Tenía a sus objetivos en mente, ellos la habían traído, ellos la habían llamado. Gruñó con fuerza al tiempo que por fin salía de aquel viejo mausoleo, haciendo estallar las bisagras de la reja de metal exponiendo su huesudo y putrefacto cuerpo al frío de la noche. Por momentos se detuvo, como si todo en ella se estuviese adaptando a este nuevo medio, pues se había arrastrado desde el centro de la Tierra con sus afiladas garras hasta asomar al mundo de los vivos. Sus ojos negros como el abismo veían todo con suma claridad y sus afilados y grandes dientes chorreaban una baba espesa de solo saber que estaba a pasos de probar aquella carne joven que sin saberlo se había ofrecido como su primera comida en la superficie. Olisqueó el aire, su piel delgada se hundía entre sus costillas en cada inspiración profunda. Se sacudió y entonces gruñó otra vez, un ruido metálico, agudo llenó el silencioso cementerio y echó a correr como la bestia enajenada que era. Nada parecía ser un obstáculo, saltó tumbas, cercas y todo cuando se pusiera en su camino hasta sus presas. Cayó en medio de ellas, repartiendo golpes con sus zarpas para asegurarse de que ninguno escaparía. La sangre fue bañando de a poco sus delgados brazos largos, el olor metálico de la hemoglobina llenó el aire mientras las palpitantes carótidas lanzaban su contenido fuera por cada latido acelerado de los aterrados adolescentes. Cegada por la sed arrancó de cuajo como quien arranca una planta de raíz, la lengua de la muchacha que trataba de escapar en vano arrastrándose por la loza ensangrentada. La devoró instantáneamente, masticando con un hambre voraz y que haría vomitar a cualquiera que le viera. Tenía un pie sobre el cráneo del muchacho que ya había muerto infartado mientras se desangraba. La rodilla de la otra pierna se hundía entre los omóplatos de la muchacha que acababa de deslenguar y sus ojos fijos en la otra chica que daba respiraciones cortas mientras se ahogaba en su propio fluído vital. Se inclinó entonces hacia ella y tomó su cabeza para torcerle el cuello y acabar con su miserable existencia. El crujido de las vértebras, del diente del Axis rompiéndose, fue tan estimulante que clavó sus garras en su abdomen para desgarrar piel y músculos buscando sus vísceras, mas no deseaba sus asquerosos intestinos, lo que buscaba estaba más arriba, así que enterró su mano bajo el diafragma y en un dos por tres le arrancó el tibio corazón que llevaba segundos de haber dejado de latir. Se lo llevó a las fauces para comer el primer bocado, chorreando sangre como quien derrama el jugo de una fruta madura, dulce y exquisita que se consume con placer. Ronroneó y se relamió los dientes antes de repetir el proceso hasta que no quedó nada más. Luego se dispuso a arrancar los otros dos corazones antes de que se enfriaran y los devoró también con presteza.

 

Lo demás fue una jugarreta de una criatura siniestra que tan solo se deleita con el mal que ha causado. El ruido del crujir de huesos y articulaciones le generaban un placer insano. Los descuartizó a tirones, con la fuerza que solo un monstruo infernal podría tener. Los despedazó uno a uno hasta dejarlos irreconocibles. Era un baño de sangre hasta este momento. Su piel grisácea estaba teñida con el líquido rubí brillante que había brotado de sus presas. Solo entonces se detuvo y sus ojos se cerraron mientras respiraba satisfecha. ¿Qué debía hacer ahora? Quizá se ocultaría entre las tumbas y pasaría el tiempo ahí. Sin embargo, debía reunirse con sus hermanos, sabía que la esperaban. Sus orbes negros se abrieron otra vez y su expresión bestial por momentos pareció ser portadora de una consciencia dentro de aquella cabeza. Debía viajar hasta allí, mas cómo podría pasar desapercibida con aquella apariencia bestial. Podía simular alguna. Miró hacia donde yacían las partes descuartizadas de los muchachos y se fijó en el rostro de una de las chicas, concentrándose en esta hasta que de a poco fue adquiriendo su forma lenta aunque dolorosamente.

 

Se recogió sobre sí misma mientras todo su cuerpo crujía y se deformaba cuando cada uno de sus huesos adoptaba el tamaño necesario para conformar un cuerpo aparentemente humano. Se quejó de dolor emitiendo alaridos que impedirían que cualquiera que estuviese cerca se acercara a averiguar. Todo parecía burbujear bajo su piel que igualmente hervía mientras se tornaba un tono canela suave e incluso terso. Sus afilados dientes sufrían igual dolorosas modificaciones hasta llegar a verse como una dentadura normal provista de dos pares de pequeños aunque letales colmillos que le serían de utilidad. La melodía espeluznante compuesta por aquella metamorfosis terminó pronto, dejando a una aparente muchacha indefensa totalmente desnuda sobre la loza fría. Su cuerpo totalmente bañado en sangre emitía un vapor maloliente producto de la evaporación del agua. Se fue moviendo de a poco, buscando incorporarse mientras hacía equilibrio con un nuevo centro de gravedad al que no estaba acostumbrada. Logró levantarse del todo y se alejó de aquella escena dando tumbos mientras su olfato la guiaba allí donde podía haber vida. Fue vislumbrando luz en la lejanía y fue en ese momento que sus ojos terminaron la metamorfosis adquiriendo un tono café claro mientras sus pupilas se ajustaban al brillo tenue de las farolas de la capilla. Allí dentro había un hombre a quien pretendía pedir ayuda y que se salvaría de convertirse en su presa solo porque ya se había saciado.

 

Se apoyó el las puertas agarrada de las aldabas y golpeó un par de veces antes de desfallecer y caer justo en el momento que el hombre, que no era el sepulturero, abrió para encontrarse con la muchacha tendida sobre el suelo de piedra. Se apresuró a atenderla, sin saber realmente de quién se trataba. Llamó pronto a algunas de las monjas que estaban esa noche en aquel lugar para que pudieran atenderla y darle abrigo y cobijo hasta que despertara de su inconsciencia. No había en la apariencia de ella que pudiera despertar sospechas de lo que era, aunque los gritos en medio del cementerio habían sido oídos por todos quienes estaban en la capilla aquella noche. Nadie se aventuraría a averiguar el horror que permanecía oculto en la oscuridad, sin embargo, a la mañana siguiente ella no estaría allí para ser cuestionada. Solo necesitaba unas hora antes de que estuviese completamente bien y con la energía suficiente para escabullirse y huir en la búsqueda de los suyos, a kilómetros y kilómetros de allí.