Advertencia: Esta es la continuación del anterior monorol โ›ง๐šƒ๐š‘๐šŽ ๐šŽ๐š—๐š ๐š˜๐š ๐š๐š‘๐šŽ ๐š’๐š—๐š—๐š˜๐šŒ๐šŽ๐š—๐šŒ๐šŽโ›ง

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Encontrarse sola en aquella ubicación desconocida hizo que se pusiera en alerta. Trató de examinar para ver si encontraba alguna pista. Pero no había nada... Sólo estaba rodeada por vegetación, y lo más cercano producto de la mano del hombre era una carretera. ¿Hacia donde llevaba? No tenía idea. Pero era también sabedora de que quedarse allí no sería lo más útil. Sólo la pondría en peligro. Sólo la dejaría expuesta en caso de que esos hombres decidieran volver a por ella.

Miró el camino hacia ambos lados. Era una carretera de un solo sentido. Lo suyo sería seguirla. ¿Pero dónde estaría el sentido? Finalmente lo resolvió con un mero truco infantil de "pinto, pinto". Hasta ese momento, mantener su mente ocupada le había resuelto el no pensar en su estado físico. Vestía con las mismas prendas que llevaba la última vez que vio el Sol, pero ahora esta se encontraban manchadas de sangre debido a sus propias heridas. Además... hacía mucho más frío. 

Lo difícil fue caminar hasta algún lugar. 

Desconocía cuánto caminó hasta que a lo lejos pudo vislumbrar una bifurcación. Aunque, viendo como a los más allá parecía haber vida, imaginó que daba igual el camino que tomara. Estaba en un camping. Y cuando vio un cartel lo confirmó. Además, supo dónde estaba. Magnet Cove, en el estado de Arkansas. Nunca había estado tan lejos de casa.

Sentía la boca seca y el estómago dolía. 

Localizó una caseta que imaginaba que era de los dueños, o de los trabajadores, de aquel lugar. La puerta se encontraba cerrada, aunque tras echar un vistazo a la ventana, no vio a nadie, y probó suerte para saber si estaba abierta.

Exacto. Lanzó un suspiro de alivio y se introdujo en el interior. El calor de la calefacción golpeó su cuerpo, asfixiándola por un momento. Pero sus extremidades, especialmente sus manos, lo agradecieron. No lo sabía, pero tenía hasta los labios morados. 

Avanzó tratando de no hacer ruido. Su mente estaba en un estado de shock en el que no quería confiar en nadie. En el que no se fiaba de nadie. Ella había salido de algún lugar, y le ira imposible saber si cualquier persona que la rodeaba iba a estar relacionada con esos hombres. 

La estancia era sencilla. Apenas un mostrador en el centro y un par de asientos pegados en una de las paredes. Todo el lugar estaba hecho de madera. El suelo de unas tablas más claras que las paredes, y además cubiertos por un par de alfombra que había perdido buena parte del color. En las paredes habían colgados cuadros con fotografías, la mayoría en blanco y negro.

Sin perder demasiado el tiempo se acercó al mostrador, y tomó el teléfono móvil que estaba sobre la mesa. Deseó que no estuviera bloqueado, antes de pulsar el botón que iluminaba la pantalla. De nuevo, la suerte parecía estar de su lado.

Rápidamente entró a los mensajes y escribió en el destinatario el número de su madre. Era el que mejor se sabía, puesto que nunca había necesitado llamar a su padre. Siempre había estado en casa. Rápidamente escribió un corto mensaje.

"Magnet Cove. No responder. SMMS."

Todos sabían que se llamaba Samantha Scully. Así era como siempre la habían presentado. Pero también ella sabía que su nombre no era ese. Ese era el nombre que tenía que usar. Si fuera registrada como Mulder, se hubiera sabido que su padre estaba en contacto con ellas, y hubiera sido perjudicial. Es más, en las últimas semanas ya Sam estaba hablando con sus padres para que la registraran con su nombre completo. Firmar como SS era algo que podía hacer cualquiera. Firmar como Samantha Melissa Mulder Scully era algo que sólo ella podría hacer.

En cuanto el mensaje hubo sido mandado, lo borró del historial, y trató de dejar el móvil en la mesa tal y como lo había encontrado, antes de salir nuevamente de la caseta, contra todos sus deseos primarios. No quería volver al frío.

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Our Lady of Sorrows, Virginia.

Dos días después.

El viaje de vuelta a casa fue largo. Casi diez horas después Sam había logrado reunirse con sus padres. Había una larga distancia entre Virginia y Arkansas. 

Para entonces, ya era de noche, y tras una evaluación básica de Scully en la habitación del motel en el que iban a pasar esa noche, tratarón de hacer que durmiera algo. Que descansara. Pero su cuerpo dolía demasiado como para que pudiera hacerlo bien. 

Y más cuando escuchó a sus padres discutir fuera de la habitación. Por algún motivo sus padres discutían más desde que habían vuelto de aquel caso que le había dado la libertad a su padre. 

Según pudo entender, su madre quería llevarla a un hospital de Arkansas, puesto que quería quitarle cuanto antes aquello que tuviera en su cuello. Su padre no quería, no al menos en aquel hospital. No al menos en un lugar que desconocía y que no sabía quién podría trabajar allí. 

No supo a qué conclusión llegaron, pues logró coger el sueño antes, pero al día siguiente volvieron a Virginia, de modo que era fácil imaginar que al final su padre consiguió convencer a su madre.

En el propio aeropuerto había una ambulancia esperando, seguramente para llegar sin perder demasiado tiempo al hospital. 

Casi al momento fue intervenida. Dana Scully se encargó de la sencilla operación. Remover la cápsula de magnetita que estaba alojada en su nuca.

Para cuando se despertó, el cuerpo había dejado de doler, pero todavía tenía cicatrices y marcas moradas que decoraban buena parte de su cuerpo. Según su madre era debido a que todavía tenía rastro de magnetita en la sangre, pero que lo iría liberando poco a poco. Los análisis habían mostrado un alto rango de hierro que sólo había visto una vez en el pasado. Haría ocho años.

En aquellos momento se encontraba en una habitación de hospital, una de verdad, y no como la que había visitado en aquel sitio del horror. La cama era cómoda, e invitaba a dormir. Y más cuando tenía tanto cansancio acumulado como era el caso de ella.

— ¿Dónde está papá? —Preguntó mirando a su alrededor. Había esperado que quizás estuviera fuera, yendo a por un café o algo parecido, pero tardaba demasiado.

Y por la cara que puso su madre imaginó que estaba mal encaminada en su pensamiento.

—Ha tenido que salir un momento. Dijo que no tardaría. —Scully esbozó una pequeña sonrisa, buscando tranquilizar a la pequeña, mientras se levantaba de la cama, pues había tomado asiento a su lado. —Deberías tratar de descansar. Dormir es siempre una de las mejores cosas para recuperarse. —Le aconsejó mientras dejaba un pequeño beso en la parte superior de su cabeza.

No quería separarse de ella, pero tenía que recoger todavía ciertos análisis que no quería dejar en manos de nadie. 

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Estación de tren interestatal de Virginia.

Mientras se había estado llevando la pequeña operación a Sam, Fox Mulder había recibido un mensaje en su teléfono móvil de un número desconocido. En la práctica, la operación era sencilla, la verdad es que siendo tan pequeña, estando tan débil y siendo la nuca el lugar de la operación, había llevado a que Mulder no quisiera moverse de la puerta del quirófano. Ni siquiera aquel mensaje le hizo moverse.

Era una sencilla dirección junto con una serie de números. Sólo había una frase: "Por si quieres saber más sobre Samantha".

En el pasado hubiera pensado que aquello estaba relacionado con su hermana. Ahora, tras tantos años, tras descubrir lo que verdaderamente había pasado con ella, sólo podía pensar que aquello estaba relacionado con su hija.

Esperó a que Scully saliera del quirófano para informarle de aquello. La pelirroja se oponía. Al menos, se oponía que fuera sólo. Sin embargo, también era consciente que Mulder podría decirle que aceptaba el no ir, de momento, y aprovechar cualquier excusa para desaparecerse de su vista e ir de todas formas. Ella desconocía cuándo iba a poder salir de allí, cuando Sam se pondría bien; y tampoco había nadie en el que poder confiar para que se acercara junto a Mulder...

Un viaje en coche bastó para llegar a la dirección, la estación de trenes. ¿Por qué todo siempre se relacionaba con trenes? ¿Por qué nunca eran autobuses? Una vez que supo cuál era el lugar, intuyó que la serie de números sería la contraseña para una consigna. ¿Qué consigna? Todavía tendría que descubrirlo.

Un vistazo rápido y era sencillo imaginar que los primeros dos dígitos era el número de la consigna. El resto sería la contraseña. Una vez que abrió esta, encontró en el interior una carpeta negra que sacó. No había nada en la portada. Al estar a punto de abrirla, empezó a sonar su móvil. 

Volvió a meter la carpeta en el interior del casillero, sin cerrarla, para coger el teléfono. Era un número privado.

— ¿Diga? —Pronunció mientras miraba a su alrededor.

—Señor Mulder, veo que ha llegado rápido. —La voz al otro lado era grave, y hablaba con suma tranquilidad.

— Usted es quien me mandó el mensaje. —No lo preguntaba, pero sólo deseaba confirmarlo.

—También quien liberó a su hija. —La mano de Mulder apretó con fuerza el móvil. —Dudamos mucho qué hacer con ella. Al final, resolvimos que nada mejor que devolverla a vosotros para que aprenda.

— ¿Para que aprenda? —Había cierto tono de rabia en su habla.

—Como es el mundo de verdad. Como el mundo se gobierna de verdad. Quizás una vez que lea esos documentos también lo comprenda.

Mulder quiso seguir hablando, para la línea al otro lado se había cortado, dejándole con la palabra en la boca. Con el ceño fruncido guardó el móvil en su bolsillo y volvió a coger la carpeta, antes de cerrar la puerta del casillero.

Sentado en el coche le echó un vistazo. Era un proyecto de híbridos. Y no pudo evitar recordar de dónde venía Samantha. Apenas tuvo que leer cual iba a ser la función de Sam en todo aquello para comprender el por qué se las había devuelto.

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En cuanto toda la magnetita había abandonado el cuerpo de Sam, el factor regenerativo que tenía había empezado a operar. Para entonces, ya estaba en casa. Iba a ser imposible explicar en el hospital la rapidez con la que la niña se estaba curando, además, nadie sospechó. No estaba tan herida como para tener que permanecer internada, y su madre era una médico completamente capacitada para tratar aquello. 

Era lógico que la familia quisiera volver a llevar a Sam a casa. Habían pasado dos meses desde que desapareció.

—Parece que la cicatriz en el cuello no se termina de curar... —Pronunció Dana al cabo de un par de días de haber vuelto, mientras observaba como Sam se rascaba este con una mano, mientras con la otra desayunaba. —Supongo que la magnetita ha podido quemar los tejidos hasta el punto de que no se han recuperado... 

—Esa es la parte más sensible. —Al otro lado de la mesa, habló Fox.

Y para ambos adultos tenía sentido, pero Sam los miraba algo perdida. 

Habían tenido largas conversaciones, ya desde el hospital, acerca de si deberían contarle a la niña su origen. Y al final habían llegado a la conclusión de que atrasarlo sólo sería perjudicial para ella, quien no encontraba respuesta para el motivo que había detrás de todo lo que le habían hecho. 

Lo había olvidado, al menos mientras estaba despierta, sí, pero... las heridas que se había visto en el cuerpo, y los dos meses desaparecida sería algo difícil de olvidar.

Aquel momento era el mejor. Y más ahora que habían leído sobre el origen de ella.