Trigger Warning: Este monorol contiene violencia física y toca temas sensibles.
Diciembre, 2009.
El último año de su vida había sido el año más normal que Sam había tenido desde que nació, normal entendido desde el punto de vista ajeno a su familia. Claramente, para ella, había sido el más especial.
Era la primera vez que iba a pasar las navidades con sus dos padres en casa de su abuela con toda la familia materna. En los años anteriores Dana Scully había sabido eludir ese momento aludiendo que tenía trabajo o cualquier otra excusa que se le pudiera ocurrir. Sam no quería irse y dejar a su padre sólo. Y su madre no quería irse, ni dejar a Fox y Sam solos.
Ahora que su padre tenía libertad de movimientos, y aunque Mulder no fuera del agrado de la familia Scully, aquel año iban a reunirse todos.
Habían llegado haría dos días. El tío William ya se encontraba allí con su familia. Y rápidamente la abuela los había organizado a todos. Ella dormiría en la antigua habitación de la tía Melissa, como habituaba a hacer cuando acudía de visita, un par de veces al año.
Incluso el tener que compartir tiempo con su primo Matthew no era algo que viera mal, de lo emocionada que estaba. Cuando su abuela, a la mañana siguiente, les pidió a ambos que la acompañaran a hacer unos recados, se sintió hasta feliz. Había que caminar un poco, pero el clima era bastante bueno, de modo que ambos primos, Sam de siete años y Matthew de doce, miraban el exterior de la tienda en la que estaban, queriendo salir al parque que estaba fuera.
La abuela Maggie lo notó.
— ¿Queréis salir un rato fuera mientras yo termino estas compras? —No sabía para qué preguntaba, si estaba bastante claro. —Está bien, podéis salir. Matthy, cuida de Sam. —Le pidió al mayor.
Este hizo un pequeño gesto de fastidio, pero hasta él se encontraba emocionado por la época del año que hasta terminó aceptado antes de que la abuela pudiera volver a pedírselo de otro modo. Rápidamente, ambos salieron del comienzo corriendo y cruzaron al parque.
Pese a lo que había dicho la abuela, pronto ambos se habían separado. Matthew se reunió con unos amigos que tenía en la ciudad, siendo que era el que más visitaba el lugar y el que había desarrollado mejores relaciones. Sam... Sam fue directa a una de las estatuas que había para leer la información de esta, y aprender más sobre el lugar.
La señora Scully, desde el interior de la tienda, observaba a ambos hasta que fue llamada por el mostrador para hacer sus compras. No tardó más de diez minutos. Había mirado la hora cuando sus nietos habían salido, y la había vuelto a mirar antes de salir de la tienda.
—Matthy, ¿dónde está Sam? —Le preguntó al muchacho cuando ya estaba cerca de él.
Matthew miró a su alrededor, con cierta extrañeza.
—Estaba aquí hace un momento...
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La despertó el daño que estaba sintiendo en el brazo. Por más que trata de moverlo, le era imposible hacerlo, y cuando abrió los ojos se dio cuenta de que era debido a que se encontraba en sentada en una silla con los brazos y piernas atados a la silla. No podía moverse en general. Y una figura con el rostro cubierto estaba situada a su lado cortando con un bisturí en su brazo.
—Si te sigues moviendo, te haré más daño. —Por la voz intuyó que se trataba de un hambre.
Las lágrimas se le saltaron. El corte escocía.
Apartó el bisturí cuando creyó haber hecho un buen corte y esperó a que su proceso regenerativo se activara. No era algo desconocido para Sam. Lo había descubierto una vez que había salido al exterior de la casa en la que vivía y se había tropezado. Una de sus rodillas cayó sobre una roca bastante afilada y se había hecho una buena herida. Llorando, había entrado nuevamente a la casa llamando a su padre, sólo para que este viera como momentos después la herida se curara sola hasta no dejar ni una pequeña cicatriz.
Algo semejante sucedió en aquella ocasión.
—Por lo visto, el proyecto salió adelante. —El hombre se dirigió a alguien que debía estar fuera de la sala. — ¿Quién nos diría que seríamos testigo de esto? Todas las muestras se perdieron con el incendio del barco...
Cuando intentó hablar, recién se dio cuenta de que su boca estaba cubierta. Posiblemente porque no deseaban escucharla.
Miró a su alrededor. Veía los instrumentos típico de cualquier sala de operaciones, sin embargo, no parecía estar en una. Por el cristal por al que se dirigía el hombre parecía más una sala de interrogatorios, pero las paredes cubiertas de azulejos no parecía propios de una.
—Prueba con la magnetita. —Una voz se escuchó por lo que supuso que sería un altavoz.
El hombre afirmó con la cabeza, cogiendo un pequeño frasco que estaba sobre la mesa. En el interior Sam pudo ver una especie de piedra que el hombre sacó para sujetarla sobre su mano. La miró, haciéndola brillar al exponerla directamente a la luz de la sala, para posteriormente colocarla sobre el brazo de la niña logrando. Al momento sintió que la piedra quemaba su brazo. Le hubiera gustado chillar, pero no podía. Le hubiera gustado moverse, pero tampoco era capaz de hacerlo. Sencillamente le quedaba llorar, sintiendo que las lágrimas caían sobre sus mejillas, mientras sus manos se apretaban, tensando aquellas ataduras.
—Es débil. Como los otros.
—Prueba ahora su regeneración.
Nuevamente, la voz se escuchó desde el exterior. Ante aquello, el hombre volvió a tomar el bisturí en su mano y realizó una nueva incisión en el otro brazo. A diferencia de antes, esta vez el corte no sanó. Sin comprender nada de lo que sucedía, miró al hombre con los ojos abiertos. Las lágrimas hasta se habían detenido en mitad de algo que imaginaba era miedo mezclado con la propia sorpresa.
—Hay que mirar qué cantidad es capaz de soportar para que le incapacite sus habilidades, pero no salga lastimada... Necesitamos que esté entera para los experimentos.
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La siguiente vez que despertó, se encontraba en una camilla tumbada. Lo último que recuerda es que habían estado probando distintas cantidades de aquello que habían llamado magnetita. Los cortes por sus brazos aparecían y desaparecían. Igual que las quemaduras que la piedra realizaba al contacto con su piel. Mucha cantidad de magnetita la quemaba. Poca cantidad no era suficiente para controlar su habilidad.
Finalmente, cuando habían dado con la medida, el hombre que estaba con ella en la habitación había tomado una aguja entre sus manos para dormirla.
Mientras caía en el sopor por la anestesia, o lo que consideraba que era anestesia, le escuchó decir que estaba siendo benevolente con ella, cuando ni se lo merecía. Que ni siquiera era humana.
Ahora trató de incorporarse, pero se descubrió incapaz de moverse, y su boca seguía cubierta. Nuevamente estaba atada. Y sentía una molestia importante en su cuello que hacía que apenas pudiera moverse sin sentir el dolor. Al mirar a su alrededor encontró las mismas herramientas quirúrgicas que había visto antes, y desvió la mirada al techo. Ahora que estaba sola sólo podía preguntarse por dónde estaba... Y por qué estaba allí.
La puerta se abrió y encontró una figura semejante a la misma que estaba con ella antes. Pero no iba solo. Un grupo de personas entraron más. Había como cinco en total.
—Dadle la vueltas. Tenemos una serie de cosas que comprobar acerca de ella. Su esqueleto la primera de ellas.
Sí, era la misma persona que antes. Le había reconocido por la voz.
Dos de ellos la soltaron las ataduras, y pronto Sam estaba pateando y tratando de liberarse de ellos. Tratando de ignorar el dolor que sentía en el cuello, tratando de ignorar la fuerza de los dos hombres que, sin problemas, lograron su cometido, dejando por el camino golpes que en el futuro se convertirían en hematomas.
—Maldita, cría...
—Podemos tachar la superfuerza de la lista de cosas que tiene. —El tono del otro captor parecía jocoso mientras volvía a atarla.
—Te has abierto los puntos... Ten más cuidado con lo que hace. —La primera voz irrumpió.
La camilla era de esas preparadas con un hueco en el que colocar la cabeza, de modo que en esa postura fue incapaz de saber qué sucedía a sus espaldas, pero sintió la aguja perforando su cuello para coser aquellos puntos que decía se habían abierto.
Sus manos volvieron a tensarse.
— ¿Tenemos que hacerlo mientras está despierta? —Una nueva voz habló. No se le escuchaba demasiado conforme con aquello.
—Tenemos que saber cómo reacciona su cuerpo ante estos estímulos. La vivisección siempre se ha llevado a cabo con este tipo de seres. Además, si es como los otros, no es que pueda morir. —Parecía el jefe aquel hombre que había estado con ella en la primera parte de su estadía allí. Al menos, dentro de ese grupo.
Suponía que el verdadero jefe no estaba allí. Sería el hombre que escuchó fuera de la sala la vez anterior.
—Está bien. Procederemos a abrirla para comprobar su espina dorsal... —Lo segundo parecía ser lo típico que un forense decía cuando estaba a punto de abrir un cadáver para examinarlo.
Y por mucho que los médicos hubieran tratado de mantenerla despierta por medios químicos como la adrenalina inyectada directamente, hubo un momento en el que todo se volvió negro y dejó de doler.
Los periodos de dolor intenso se mezclaban con la nada absoluta en una espiral en la que el tiempo parecía no pasar. Sentía que el tiempo sencillamente se había detenido en aquel lugar. Los ojos le ardían, el cuerpo le ardía. Su nuca dolía como nunca. Por lo que había sabido, se la abrían cada cierto tiempo para que su regeneración operase, y volvían a cerrarla. Había descubierto que cuanto menos supiera, mejor.
Cada vez que sus ojos se abrían, sólo podía pensar en qué sería lo siguiente que le harían. Cada vez que sus ojos se cerraban, pensaba que sencillamente iba a poder descansar.
Un día, sencillamente, despertó en mitad de la nada.
Su cuerpo, lleno de hematomas y cicatrices, dolía como nunca. Y los recuerdos de aquel lugar eran sólo pequeños flashbacks que asaltaban su memoria cuando trataba de recordar.
No sabía dónde estaba, sólo sabía que quería llorar.