Lucinda de Rodrigo. Menudo nombrecito, ¿verdad? Empezaré por hablaros de él, y para hablaros de mi nombre no me queda otra que contaros mi historia. Mi madre fue una esclava, una de muchas, una de muchas madres esclavas que nunca pueden ver crecer a sus hijos porque se los arrancan de los brazos para venderlos. Los niños tienen un gran valor. No pasé mucho tiempo con mi madre, pero de ese tiempo recuerdo que no había espacio para los abrazos, que el cariño se demostraba compartiendo la comida o fingiendo estar dormidas para que nadie nos molestase. No recuerdo su rostro, tampoco sus manos. Recuerdo su pelo y cómo cuidaba el mío para que no se me descontrolase. No llegué a pasar diez años a su lado antes de que Rodrigo me llevase con él.

¿Y quién es Rodrigo? Mi padre. Un padre de esos que no es realmente padre. Un padre que veía en mí un potencial diferente al de sus hijos de verdad, sus hijos blancos. Esos hijos que me miraban con recelo cuando me llevaba con él, cuando me paseaba como a un trofeo y me sentaba con él en las reuniones de relevancia. Es un lugar que nunca ocupó nadie de su familia real. No es que me tuviera en una estima más alta a mí... es que no me veía como a alguien peligroso. Muchas veces, dudo que me viera como a un ser humano. Pero esa deshumanización me ha llevado hasta aquí.

Mírame, mírame bien y repite conmigo: Lucinda de Rodrigo es una mujer libre. Has oído bien, soy una mujer negra que ha comprado su libertad, sin trucos, sin artimañas... solo es inteligencia, algo que muchos, por no decir todos, no son capaces de ver en mí. Claro que para verme tendrían que mirarme primero. Es curioso que la única persona que me ha mirado en mi vida sea quien me haya garantizado ese nuevo estatus... Cata. No debería llamarla así, es mi capitana. Pero no se va a enterar, y si se entera... bueno, llevo toda una vida dando la cara por mis actos y sigo vivita y coleando. Y me necesita. ¿Arrogante? Un poco, quizá, pero es parte de lo que me ha mantenido a flote... y a muchos de estos patanes, también.

El Lacrimosa estaría perdido sin mí. Rodrigo me enseñó todo lo que sabía, me enseñó hasta lo que no sabía que me estaba enseñando, y aunque también me hizo mucho daño, aprendí que ese dolor era el precio a pagar por la sabiduría. Gracias al dolor, me convertiré en la segunda de abordo del navío pirata más temible del mar de ladrones.

¿Te hace gracia? Espera y verás, esto acaba de empezar.