La pluma seguía quieta sobre su mano. Llevaba tal vez más de diez minutos mirando aquel pergamino en blanco. Aquel que había sacado con decisión, dispuesta a hablar por una vez. O más bien escribir.
Llevaba tiempo pensando las palabras que quería decir. Todo aquello que se había tragado en su momento. Aquello que ella solamente había expresado con lágrimas silenciosas a la noche. Porque estaba dolida. Y enfadada. Y creía estar en todo el derecho de estar así. No era justo todo aquello. Ella no tenía culpa de nada y, aun así, salía escaldada.
No había vuelto a hablar con su hermana Andrómeda desde que se marchó con…con ese. No podía creer todavía aquello que había ocurrido. ¿Cómo había pasado todo aquello sin que nadie se diese cuenta? Su hermana Bella parecía haber perdido totalmente la cabeza. Entre ellas habían llegado a las manos, pero esos recuerdos eran algunos que prefería seguir manteniendo enterrados.
Sacudió su cabeza, cogiendo aire mientras volvía a untar la pluma en tinta. “Querida Meda…”
¿Acaso podía seguir llamándola así? La había abandonado. Había dejado atrás a toda su familia. Pero lo que más le dolía a Narcissa era que ni siquiera había hecho intención de ponerse en contacto con ella.
Ella no tenía culpa de nada. Siempre la había querido con locura. Y quedaba relegada a un plano secundario en la nueva vida de su hermana. Si que era verdad que sus padres la habían borrado del árbol genealógico, y de sus vidas. Pero nunca pensó que no recibiría ni siquiera una carta de ella.
¿Se habría casado? ¿Era feliz? ¿La había olvidado?
Tal vez aquello no valía la pena. Tal vez nunca había sido recíproco. Tal vez había interpretado una obra, haciendo creer que quería a la más joven de las hermanas.