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No hacía ni una semana que Mary Winchester había fallecido. Dean, quien solo contaba cuatro años de edad, no había pronunciado palabra desde esa noche. Y es que estaba aterrado. Cada vez que cerraba los ojos veía el humo inundando el pasillo, veía a su padre saliendo de la habitación de Sammy y poniéndole al bebé en los brazos.

-Coge a tu hermano y sácalo de aquí lo más rápido que puedas. Hazlo, Dean… ¡Corre! - le había espetado su padre. Jamás lo había visto tan nervioso. Dean nunca había visto el verdadero miedo a su corta y tierna edad, pero esa noche lo vio en los ojos de su padre. Vio el miedo y vio el dolor más lacerante reflejarse en los iris de John Winchester. Ese hombre que para Dean era un héroe, el más fuerte, el más valiente. Y no solo eso. Veía el fuego salir explotando por la ventana del cuarto de Sam. Y luego recordaba que esa noche había sido la ultima vez que había visto a su madre.

Las primeras horas tras el incendio, y mientras John hablaba con la policía y los bomberos sosteniendo a Sammy en sus brazos, Dean había tirado del pantalón de su padre, preguntando inquieto por su madre. Hacía frío y debía de haber salido a pie porque el coche estaba en casa… Entonces, ¿porqué no iban a buscarla? No fue hasta que vio a John limpiarse un par de lágrimas que dejó de preguntar por su madre, porque fue entonces que comprendió que ella nunca volvería a casa. No volvería a verla. Se había ido. Todo su mundo y el de John se habían quemado en esa casa aquella noche del 2 de noviembre de 1983.

Su casa era inhabitable. John había sacado lo que era necesario para ellos: algo de ropa para los críos, algo de ropa para él y alguna que otra foto familiar para que los muchachos recordaran a Mary el resto de sus vidas. Tras eso se habían instalado en casa de Mike y Kate, unos buenos amigos de la familia. Eran espléndidos. Cuidaban de los chicos mientras John salía a hacer “recados”, o eso era lo que le decía a Dean para que se quedase tranquilo. Cuando lo cierto era que el patriarca de los Winchester acababa de dilucidar una horrible verdad. A Mary la había asesinado un malvado ser sobrenatural.

Mientras John estaba fuera, Dean no se separaba de Sammy. Dormía con él, permanecía cerca de la cuna e incluso dormía abrazado a él como si así pudiera protegerlo de todo y de todos. Ni siquiera quería salir a jugar a la pelota con su padre. Nada. Simplemente se quedaba al lado de Sam. Por su parte, el pequeño Sam lloraba a todas horas. Añoraba a su madre. Entonces eran los escasos momentos en que se podía escuchar hablar a Dean.

-Tranquilo, Sammy…- decía con sus manitas agarradas a los barrotes de la cuna de Sam mientras miraba a su hermano entre estas- Estoy aquí… No te preocupes…-le tendía una mano a Sam y dejaba que el bebé se aferrara a su dedo hasta que se quedaba dormido- Todo saldrá bien…- decía el niño tragándose ese nudo que se le hacía en la garganta porque sabia que no era así. Que algo iba mal, muy mal.

Dean, a su temprana edad, no podía entender que John había comenzado a beber día y noche tratando de entender o de olvidar lo que había visto, lo que sabía, y tratando de calmar el vacío que la muerte de la mujer de su vida había dejado en su alma. Dean no comprendía el hecho en sí, simplemente sabía que su padre estaba triste. Una noche se acercó a John, quien dormía en el sillón de Mike y Kate y puso una mano en su brazo.

-No llores, papá… Todo estará bien… Yo cuidaré de ti…- decía el niño con total convencimiento. Pero, para sorpresa de Dean, John lo alzó para sentarlo en su regazó, abrazarlo y llorar contra él. Aquello asustó tanto al niño que no fue capaz de decir nada más. Simplemente rodeó el cuello de su padre con sus brazos y se quedó allí en silencio.
Hasta que, al final, John se separó de él pasando se después una mano por el rostro.

-Escucha, chaval… Mañana iremos a casa de Julie, ¿eh? Será provisional… -dijo John, conciliador, aunque lo cierto era que en su cabeza empezaba a trazarse un plan que nada tenia que ver con quedarse en Lawrence.

A la mañana siguiente, John discutió con Mike. Este alegaba que John tenia que volver al trabajo en lugar de centrarse en las memeces que una cuentista (Missouri Mosley) o un charlatán le contasen. Tenia que trabajar y sacar a sus hijos adelante. Le espetó que tenia que sacar adelante el taller.

“¿Lo quieres? Quédatelo, es tuyo”, le dijo John.

Aquel día, John vendió el taller y con el cheque que Mike le dio compró un enorme arsenal de armas y munición.

Los chicos se habían quedado con Julie, una de las mejores amigas de Mary, aquella mañana mientras John iba a ver de nuevo a Missouri. Y mientras esta tenia una visión sobre algo que venia a por Sam y Dean en la casa de Julie, la verdadera Julie era atacada en su casa. Cuando John y Missouri llegaron, la anfitriona estaba completamente destrozada en la cocina. Había sangre por todos lados y trozos de Julie esparcidos por toda la habitación. Sam lloraba en la sala de estar y Dean intentaba calmarlo enseñándole alguno de sus juguetes favoritos.

Aquel momento fue decisivo para John Winchester. Subió a los niños al coche, recogió el escaso equipaje que tenían, se despidió de Missouri y dejó Lawrence en el espejo del retrovisor jurándose no volver nunca más.

- ¿Cuándo iremos a casa, papá? -preguntó Dean finalmente desde el asiento trasero del Chevrolet Impala.

John lo miró a través del espejo interior y se tomó su tiempo antes de responder.

-No volveremos en un largo tiempo, Dean…- respondió John- Nos vamos de viaje.

Su primera parada, Eureka, en California.

Por su parte, Dean se asomó a la luna trasera de su coche y vio como a cada segundo se alejaban cada vez más del que había sido su hogar. Y algo dentro de él le dijo que no volverían nunca más a su bonita casa blanca ni a aquel enorme jardín. Aquello se había terminado el día que su madre murió.