Soundtrack escena: 




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Dicen que el mal llegó desde las ignotas tierras del sur, donde los Arlak (tribu de Haën) vieron como su templo en dos se partía mientras en los cielos lúgubres de una noche sin luna, se arremolinaban tremebundas nubes de malos y excitantes presagios sabor a vino y rosas, que ocultaban con la parsimonia de la muerte agónica, los astros que flotan en el vacío cósmico, esos terruños abominables pertenecientes a Los Primigenios, arquitectos de los universos que forman un panteón blasfemo y vomitivo de entidades que alimentan los horrores del hombre con despiadada indiferencia de todo lo que da sentido a la vida en sus variopintas estirpes.

“El que mora entre realidades”, avatar ponzoñoso de Nyarlathotep, se hizo carne en aquel mundo (no precisamente para traer la salvación), y desde entonces, había hecho y deshecho en aquella dimensión cosmopolita gracias a su riqueza, sus dones sobrenaturales de emperador de lo insano y al doblegar de las mentes sin lucidez que mojan sus sexos al pronunciar las palabras exactas en los tonos exactos, lo cual, le dio acceso a la prestigiosa gala que se llevaría a cabo aquella fría noche de abril.

Suspiró hondo (la noche anterior había sido deliciosamente intensa) y tomó las llaves del recipiente de cristal de murano de la mesa de madera de arce, colocada estratégicamente en el recibidor al lado del ascensor privado del penthouse de la habitación 696 del Hotel Avernus, cuyo dueño se lo había “cedido” como parte de pago por un pequeño favorcillo que él le brindó de forma “benevolente” y para nada “conveniente”. Un palacio donde la opulencia se codeaba con lo siniestro y en sus interiores, ya era bien conocido que todo era posible y la fina línea que separa lo legal de lo ilegal de vez en vez se diluía quizá… un poco.

Pasó el tiempo necesario y el varón de cabellos de plata envuelto en un enigma impenetrable salió del edificio vestido con elegantes prendas que jugaban con un estilo smart casual: botas caña alta negras con detalles en plata bien lustradas que de su interior se extendía a través de sus largas piernas un pantalón de dril ébano ceñido, sujeto a la cadera por un cinturón de cuero y una hebilla circular de plata pura donde se podía apreciar el alto relieve de un blasón arcano: una serpiente alada airada que envuelve con su cuerpo una daga clavada en tierra. El tronco superior estaba cubierto por una camisa roja como las llamas del sol poniente, abotonada solo lo suficiente como para permitir que su pecho pálido pudiese verse, atrevido y sensual, mientras que, un saco negro, en cuyas solapas se podía apreciar ribeteadas rosas y tallos espinados en hilos satinados, daban el punto final a su outfit.



Un mozo se acercó, le dio un par de guantes de cuero negro y luego su casco, bajó la larga escalinata y se adentró en la noche húmeda que empapaba las calles de la ciudad. Su paso era silencioso, casi fantasmal, como si flotara sobre el pavimento mojado por la lluvia. Una motocicleta Harley Davidson customizada según sus caprichos, de un rojo intenso que desafiaba la oscuridad con el nombre “Ignis” sutil en letra cursiva y plata a lado y lado del tanque, lo esperaba pacientemente. Con un movimiento fluido y preciso, Umbra Eterna, se subió a su corcel de acero y encendiendo el motor liberando un rugido que mutilaba la quietud. Con la mirada de oro fija en el horizonte, donde las luces de la ciudad se difuminaban en una bruma misteriosa, aceleró, dejando atrás su morada de perdición eventual y se adentró en un viaje hacia lo desconocido. Su destino: la "Gala de FicRol” o ese era el nombre que figuraba en la invitación; una velada que le permitirá hacer lobby y quizá concretar alguno que otro… negocio.

Su flamante Ignis, se escurría por las calles de la ciudad a la velocidad habitual en la que los incautos y temerarios buscan besar los labios de la muerte y por esto, llegó rápido al lugar del evento. Mermó la velocidad, se detuvo donde estaba la alfombra roja y sus manos quitaron el casco para revelar el bello rostro de un hombre que rondaba los treinta y tantos con sombra de barba pulcramente pulida que resaltaba lo rojo de sus labios que configuraban una arrogante sonrisilla de medio lado. Bajó de la motocicleta, hizo un paneo rápido con sus sobrenaturales gemelos miel para ver si conocía a alguien, le dio el casco y guantes al valet y simplemente comenzó a caminar entre la multitud sobresaliendo su perfume naturalmente dulce a jazmín, licor de miel y rosas, besando las mejillas de algún conocido sin importancia que le veía pasar.