El sol entraba por la ventana del cuarto de descanso, filtrándose a través de las persianas mal cerradas. Shoko Ieiri se estiró en el sillón, un cigarrillo apagado entre los dedos y una taza de café olvidada sobre la mesa. El hospital estaba inusualmente tranquilo ese día, sin urgencias, sin gritos ni maldiciones lanzadas por hechiceros malheridos. Solo el zumbido leve del aire acondicionado y el ocasional paso de alguien en los pasillos.
Respiró hondo. No estaba acostumbrada al silencio. Su mente, siempre alerta, no sabía si relajarse o empezar a repasar mentalmente los informes pendientes. Pero no lo hizo. En cambio, cerró los ojos y dejó que su cabeza se recargara contra el respaldo. Pensó en los chicos, en cómo habían crecido. En cómo el tiempo no perdonaba a nadie, salvo a los que aprendían a mirar hacia otro lado.
—Si Geto viera esto... —murmuró con una sonrisa apenas dibujada, sabiendo bien que él habría hecho algún comentario sarcástico sobre su “día libre”.
El cigarrillo quedó sin encender. No tenía ganas. Afuera, una nube tapó brevemente el sol y el cambio de luz tiñó la sala de gris. Aun así, Shoko no se movió. Había aprendido que a veces el mayor lujo era simplemente estar. No sanar, no proteger, no pensar. Solo... existir un rato.
Terminó su café frío sin quejarse. Observó la luz volver con la nube ya ida, como si el mundo le diera permiso para seguir respirando.
Quizá más tarde saldría a caminar. Quizá no. Por ahora, ese rincón era todo lo que necesitaba.
Respiró hondo. No estaba acostumbrada al silencio. Su mente, siempre alerta, no sabía si relajarse o empezar a repasar mentalmente los informes pendientes. Pero no lo hizo. En cambio, cerró los ojos y dejó que su cabeza se recargara contra el respaldo. Pensó en los chicos, en cómo habían crecido. En cómo el tiempo no perdonaba a nadie, salvo a los que aprendían a mirar hacia otro lado.
—Si Geto viera esto... —murmuró con una sonrisa apenas dibujada, sabiendo bien que él habría hecho algún comentario sarcástico sobre su “día libre”.
El cigarrillo quedó sin encender. No tenía ganas. Afuera, una nube tapó brevemente el sol y el cambio de luz tiñó la sala de gris. Aun así, Shoko no se movió. Había aprendido que a veces el mayor lujo era simplemente estar. No sanar, no proteger, no pensar. Solo... existir un rato.
Terminó su café frío sin quejarse. Observó la luz volver con la nube ya ida, como si el mundo le diera permiso para seguir respirando.
Quizá más tarde saldría a caminar. Quizá no. Por ahora, ese rincón era todo lo que necesitaba.
El sol entraba por la ventana del cuarto de descanso, filtrándose a través de las persianas mal cerradas. Shoko Ieiri se estiró en el sillón, un cigarrillo apagado entre los dedos y una taza de café olvidada sobre la mesa. El hospital estaba inusualmente tranquilo ese día, sin urgencias, sin gritos ni maldiciones lanzadas por hechiceros malheridos. Solo el zumbido leve del aire acondicionado y el ocasional paso de alguien en los pasillos.
Respiró hondo. No estaba acostumbrada al silencio. Su mente, siempre alerta, no sabía si relajarse o empezar a repasar mentalmente los informes pendientes. Pero no lo hizo. En cambio, cerró los ojos y dejó que su cabeza se recargara contra el respaldo. Pensó en los chicos, en cómo habían crecido. En cómo el tiempo no perdonaba a nadie, salvo a los que aprendían a mirar hacia otro lado.
—Si Geto viera esto... —murmuró con una sonrisa apenas dibujada, sabiendo bien que él habría hecho algún comentario sarcástico sobre su “día libre”.
El cigarrillo quedó sin encender. No tenía ganas. Afuera, una nube tapó brevemente el sol y el cambio de luz tiñó la sala de gris. Aun así, Shoko no se movió. Había aprendido que a veces el mayor lujo era simplemente estar. No sanar, no proteger, no pensar. Solo... existir un rato.
Terminó su café frío sin quejarse. Observó la luz volver con la nube ya ida, como si el mundo le diera permiso para seguir respirando.
Quizá más tarde saldría a caminar. Quizá no. Por ahora, ese rincón era todo lo que necesitaba.

