• Escena con Masaru

    Kazuo no solo era mensajero, también era guía.

    Nunca fue conducido por una mano amiga en sus primeros pasos. Al nacer, fue bendecido… una bendición que, a veces, se sentía como una maldición.

    En sus primeros cien años de vida aprendió solo, sin nadie que le explicase qué era y por qué estaba adquiriendo ese tipo de conciencia, una que un zorro salvaje jamás desarrollaría. Su camino no fue fácil, al contrario; la tragedia, la venganza y la muerte fueron sus mentores en sus primeros siglos de vida.

    No quería que ningún ser celestial pasara por lo mismo que él sufrió. En ocasiones, cuando la luna llena estaba en su punto más alto «la hora en que los espíritus se adueñaban de la oscuridad del bosque», Kazuo entonaba un llamado para que aquellos iguales a él sintieran que no estaban solos en este mundo cruel; que su diferencia no era un error, sino una bendición. Quería que, en sus primeros años, no se desarrollaran bajo la crueldad que el mundo les tenía reservado.

    Algunos no trascenderían; vivirían más de lo normal sin llegar a ser conscientes del poder que albergaban. Pero para aquellos cuya cola se partiera en dos, Kazuo deseaba estar allí. Darles ese amor que a él nadie le dió, en una etapa totalmente crucial.

    Caminaba por el bosque entonando una melodía que solo aquellos que podían caminar entre dos mundos eran capaces de escuchar. A su paso, la tierra, que había cedido al frío invierno, volvía a llenarse de vida, como si la energía y la luz que emanaban los zorros hicieran que la naturaleza se abriera camino. Era un espectáculo visual, una experiencia casi religiosa y trascendental. Quien fuera testigo de aquel milagro podría considerarse afortunado, pues era algo sagrado, reservado solo para los ojos que miraban el mundo con inocencia, más allá de lo físico.

    De pronto se escuchó el crujir de las ramas del suelo, cediendo a un peso ajeno y desconocido. No pertenecía a ninguno de los presentes en aquella marcha celestial. Cuando los kitsunes caminaban, lo hacían con el silencio de un depredador nocturno, sin que la hojarasca protestase bajo sus patas. Aquel sonido hizo que todos los zorros, del color de la luna, corrieran espantados hacia el amparo del manto nocturno. Kazuo fue el único que permaneció allí, con sus nueve colas en un vaivén suave, casi ensayado, manteniendo una calma imperturbable.

    Bajó su flauta lentamente, pero con la decisión de quien no teme lo desconocido, mientras sus ojos color zafiro se dirigían hacia el origen del sonido que había perturbado su labor. Aquellas cuencas no eran ojos que perteneciesen del todo a este mundo: la luz interior que poseían se hacía visible en la oscuridad, como si dos luciérnagas azules volaran al mismo compás.

    —Has asustado a mis hermanos… ¿Podrías mostrarte para poder ponerte rostro? —musitó con serenidad. No había hostilidad alguna en su voz, tan solo esa calma intrínseca de su ser.
    Escena con [masasita_masaru] Kazuo no solo era mensajero, también era guía. Nunca fue conducido por una mano amiga en sus primeros pasos. Al nacer, fue bendecido… una bendición que, a veces, se sentía como una maldición. En sus primeros cien años de vida aprendió solo, sin nadie que le explicase qué era y por qué estaba adquiriendo ese tipo de conciencia, una que un zorro salvaje jamás desarrollaría. Su camino no fue fácil, al contrario; la tragedia, la venganza y la muerte fueron sus mentores en sus primeros siglos de vida. No quería que ningún ser celestial pasara por lo mismo que él sufrió. En ocasiones, cuando la luna llena estaba en su punto más alto «la hora en que los espíritus se adueñaban de la oscuridad del bosque», Kazuo entonaba un llamado para que aquellos iguales a él sintieran que no estaban solos en este mundo cruel; que su diferencia no era un error, sino una bendición. Quería que, en sus primeros años, no se desarrollaran bajo la crueldad que el mundo les tenía reservado. Algunos no trascenderían; vivirían más de lo normal sin llegar a ser conscientes del poder que albergaban. Pero para aquellos cuya cola se partiera en dos, Kazuo deseaba estar allí. Darles ese amor que a él nadie le dió, en una etapa totalmente crucial. Caminaba por el bosque entonando una melodía que solo aquellos que podían caminar entre dos mundos eran capaces de escuchar. A su paso, la tierra, que había cedido al frío invierno, volvía a llenarse de vida, como si la energía y la luz que emanaban los zorros hicieran que la naturaleza se abriera camino. Era un espectáculo visual, una experiencia casi religiosa y trascendental. Quien fuera testigo de aquel milagro podría considerarse afortunado, pues era algo sagrado, reservado solo para los ojos que miraban el mundo con inocencia, más allá de lo físico. De pronto se escuchó el crujir de las ramas del suelo, cediendo a un peso ajeno y desconocido. No pertenecía a ninguno de los presentes en aquella marcha celestial. Cuando los kitsunes caminaban, lo hacían con el silencio de un depredador nocturno, sin que la hojarasca protestase bajo sus patas. Aquel sonido hizo que todos los zorros, del color de la luna, corrieran espantados hacia el amparo del manto nocturno. Kazuo fue el único que permaneció allí, con sus nueve colas en un vaivén suave, casi ensayado, manteniendo una calma imperturbable. Bajó su flauta lentamente, pero con la decisión de quien no teme lo desconocido, mientras sus ojos color zafiro se dirigían hacia el origen del sonido que había perturbado su labor. Aquellas cuencas no eran ojos que perteneciesen del todo a este mundo: la luz interior que poseían se hacía visible en la oscuridad, como si dos luciérnagas azules volaran al mismo compás. —Has asustado a mis hermanos… ¿Podrías mostrarte para poder ponerte rostro? —musitó con serenidad. No había hostilidad alguna en su voz, tan solo esa calma intrínseca de su ser.
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  • Lo habían llamado hacía no mucho a un apartamento en el centro de la ciudad, una mujer que sonaba desesperada y destruida, el llanto apenas haciendo sentido a las palabras. Koda pudo sacar información suficiente como para saber a dónde tenía que dirigirse y qué pasó según la mujer.

    —Llegué a casa del... del... trabajo y... lo vi... en-en la silla y... muerto... —habló la mujer del otro lado de la línea telefónica, tratando de calmarse.

    —Está bien, voy a encontrar al culpable, señora, no se preocupe.

    —Gracias, pero tu-... tu... ¿no eres- no eres un niño? Suenas como... niño. —la pregunta le molestó al detective, haciendo que bajara sus orejas hacia atrás y se quedara en silencio por un largo rato.

    —No. —cortó de inmediato, estaba de buen humor como para dejar que alguien más lo arruinara, planeaba mantenerse así.

    -------

    En el apartamento la escena era clara y todavía fresca, aunque la pobre señora de la llamada no estaba ahí. Ni siquiera tuvo que pedir llaves o forzar la entrada porque ya estaba abierta.

    —No está forzada... no entró por aquí. —comentó para sí mismo mientras inspeccionó la puerta, después alzó bien en alto sus orejas para inspeccionar el resto del lugar.

    Lo primero que notaron sus fosas nasales fue un intenso aroma dulzón, un perfume. Por las notas juzgaba que era de mujer. ¿De quién llamó o alguien más? Tomó nota mental de eso para corroborar después.

    Se acercó a donde estaba el cuerpo, en un sofá individual en la sala de estar. La televisión aún estaba encendida con un programa de citas transcurriendo. No le prestó atención a eso, si no al cuerpo. Tenía un orificio en la frente y otro en la parte anterior de la cabeza, por supuesto que la bala atravesó el cráneo y cerebro.

    Olfateó tanto el cadáver como el ambiente. La sangre seguía fresca, el cuerpo más o menos caliente y pudo detectar, entre ese perfume horrible, un muy ligero rastro de pólvora. También había tabaco.

    —Reciente... apenas unas... ¿tres horas? Cuatro, cuanto mucho. —murmuró mientras rascó apenas su barbilla, después se fijó en la mesa al lado del sofá, allí donde se esparció la sangre, el reloj marcaba la hora y la caja de cigarrillos junto con las colillas indicaban que el hombre estuvo fumando. Lo tomaron totalmente desprevenido.

    Caminó alrededor, todavía olfateando, hasta llegar a la cómoda de la sala. Se acercó a uno de los cajones, notando algo...

    —¿Aceite industrial? Huh... De la víctima no es... ¿el culpable? —de su abrigo sacó un pañuelo y abrió el cajón para inspeccionar el interior. Estaba revuelto, algunas cajas y papeles, incluso fotos, pero nada más. Cerró el cajón—. ¿Qué estaba buscando...?

    Siguió la investigación mientras guardó el pañuelo, pasando por la cocina, también algo revuelta entre las alacenas y heladera, pero nada para tomar nota. Así, pasó por el pequeño pasillo que conectaba la sala con el baño y dos habitaciones más, pequeñas. Pero Koda se detuvo en el primer cuarto, el aire cambió.

    Empujó la puerta lo suficiente para entrar y vio, al igual que antes, todo revuelto. Lo que llamó más su atención fue la ventana del cuarto abierta. Posible entrada del culpable.

    Se acercó a olfatear y, sí, más rastro de aceite. Además, la escalera de incendios estaba cerca de ahí.

    —Pudo subir por las escaleras y entrar sin ser detectado, mh... —cruzó los brazos, pensativo, pero esto no duró mucho cuando oyó pasos. Sus orejas enseguida se voltearon en la dirección de donde provenían.

    El zorro se movió rápido hacia la entrada del apartamento.

    —¡Esto es la escena de un crimen, no puedes estar aquí! ¡No, no! ¡Nada te incumbe así que lárgate! ¡Vas a terminar contaminando la escena! —su voz se alzó en volumen contra aquella persona, pero sonaba algo cómico por el hecho que tenía una voz juvenil. Incluso eso cambió además de su apariencia. Una desdicha—. Anda, vete ya, no me obligues a sacarte.

    A nadie intimidaba con la baja estatura.


    [Cualquiera puede responder si gusta.]
    Lo habían llamado hacía no mucho a un apartamento en el centro de la ciudad, una mujer que sonaba desesperada y destruida, el llanto apenas haciendo sentido a las palabras. Koda pudo sacar información suficiente como para saber a dónde tenía que dirigirse y qué pasó según la mujer. —Llegué a casa del... del... trabajo y... lo vi... en-en la silla y... muerto... —habló la mujer del otro lado de la línea telefónica, tratando de calmarse. —Está bien, voy a encontrar al culpable, señora, no se preocupe. —Gracias, pero tu-... tu... ¿no eres- no eres un niño? Suenas como... niño. —la pregunta le molestó al detective, haciendo que bajara sus orejas hacia atrás y se quedara en silencio por un largo rato. —No. —cortó de inmediato, estaba de buen humor como para dejar que alguien más lo arruinara, planeaba mantenerse así. ------- En el apartamento la escena era clara y todavía fresca, aunque la pobre señora de la llamada no estaba ahí. Ni siquiera tuvo que pedir llaves o forzar la entrada porque ya estaba abierta. —No está forzada... no entró por aquí. —comentó para sí mismo mientras inspeccionó la puerta, después alzó bien en alto sus orejas para inspeccionar el resto del lugar. Lo primero que notaron sus fosas nasales fue un intenso aroma dulzón, un perfume. Por las notas juzgaba que era de mujer. ¿De quién llamó o alguien más? Tomó nota mental de eso para corroborar después. Se acercó a donde estaba el cuerpo, en un sofá individual en la sala de estar. La televisión aún estaba encendida con un programa de citas transcurriendo. No le prestó atención a eso, si no al cuerpo. Tenía un orificio en la frente y otro en la parte anterior de la cabeza, por supuesto que la bala atravesó el cráneo y cerebro. Olfateó tanto el cadáver como el ambiente. La sangre seguía fresca, el cuerpo más o menos caliente y pudo detectar, entre ese perfume horrible, un muy ligero rastro de pólvora. También había tabaco. —Reciente... apenas unas... ¿tres horas? Cuatro, cuanto mucho. —murmuró mientras rascó apenas su barbilla, después se fijó en la mesa al lado del sofá, allí donde se esparció la sangre, el reloj marcaba la hora y la caja de cigarrillos junto con las colillas indicaban que el hombre estuvo fumando. Lo tomaron totalmente desprevenido. Caminó alrededor, todavía olfateando, hasta llegar a la cómoda de la sala. Se acercó a uno de los cajones, notando algo... —¿Aceite industrial? Huh... De la víctima no es... ¿el culpable? —de su abrigo sacó un pañuelo y abrió el cajón para inspeccionar el interior. Estaba revuelto, algunas cajas y papeles, incluso fotos, pero nada más. Cerró el cajón—. ¿Qué estaba buscando...? Siguió la investigación mientras guardó el pañuelo, pasando por la cocina, también algo revuelta entre las alacenas y heladera, pero nada para tomar nota. Así, pasó por el pequeño pasillo que conectaba la sala con el baño y dos habitaciones más, pequeñas. Pero Koda se detuvo en el primer cuarto, el aire cambió. Empujó la puerta lo suficiente para entrar y vio, al igual que antes, todo revuelto. Lo que llamó más su atención fue la ventana del cuarto abierta. Posible entrada del culpable. Se acercó a olfatear y, sí, más rastro de aceite. Además, la escalera de incendios estaba cerca de ahí. —Pudo subir por las escaleras y entrar sin ser detectado, mh... —cruzó los brazos, pensativo, pero esto no duró mucho cuando oyó pasos. Sus orejas enseguida se voltearon en la dirección de donde provenían. El zorro se movió rápido hacia la entrada del apartamento. —¡Esto es la escena de un crimen, no puedes estar aquí! ¡No, no! ¡Nada te incumbe así que lárgate! ¡Vas a terminar contaminando la escena! —su voz se alzó en volumen contra aquella persona, pero sonaba algo cómico por el hecho que tenía una voz juvenil. Incluso eso cambió además de su apariencia. Una desdicha—. Anda, vete ya, no me obligues a sacarte. A nadie intimidaba con la baja estatura. [Cualquiera puede responder si gusta.]
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  • Mi nuevo amiguito en el santuario, es un zorro de fuego, lo ayudo a mejorar sus habilidades y controlar su fuego, es adorable
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  • No era capaz de conciliar el sueño. Era rara la vez que dormía bien del todo. Pero aquella noche, después del día de "entrenamiento", no era capaz de dejarse hundir en el sueño a pesar del cansancio.

    El zorro se levantó, casi exasperado. No debía quedar más de una hora para que los primeros rayos del sol comenzaran a despuntar. Salió de su cuarto, atravesando el pasillo de esa forma tan silenciosa, sin que la madera protestase bajo su peso.

    Pasó por el lado de una puerta corredera y, justo antes de rebasarla, se detuvo. Se maldijo a sí mismo mientras su cuerpo comenzó a decidir por él. Abrió despacio la puerta corredera e ingresó en la estancia, cerrándola nuevamente tras de sí.

    Allí descansaba 𝐌𝖾𝗅𝗂𝗇𝖺 𝐅𝗂𝗋𝖾𝖻𝗅𝗈𝗈𝗆, durmiendo plácidamente, como si el mundo no siguiera funcionando a su alrededor. Los humanos eran así, no podían estar perdiendo el tiempo en pensamientos banales.

    Este se acercó, silencioso como un gato. Era como un animal desvalido, buscando ese lugar donde se sentía seguro. Se sentó a su vera, y sin ser invitado, se deslizó por la manta del futón hasta tumbarse al lado de ella.

    La miró en silencio durante unos segundos silenciosos. Sus ojos color zafiro brillaban en la oscuridad de aquella habitación, como dos ases de luz azul guiando el camino. De inmediato llegó aquel aroma familiar, ese que de alguna manera se había convertido en su lugar seguro.

    Se acercó sin miedo. Por qué estaba seguro de que cuando ella lo sintiera no se alarmaría, o al menos eso creía. La envolví con los brazos, pegándola a su pecho para sentir su cálida cercanía. Su cabello aún estaba algo húmedo, y su piel más fría de lo habitual. Seguramente era a causa de la tormenta que los pilló en el exterior, era como si aún no hubiese entrado en calor.

    Sin obstáculos mentales decidí pegarla totalmente a su cuerpo, incluso entrelazó sus largas piernas con las de ella. El calor, su aroma, su aura... Aquello era el cóctel perfecto para dejarse abrazar por el ansiado sueño.

    - En mi defensa diré... que me lo prometiste si tú eras quien cocinaba.- murmuró contra su cabeza de forma lenta.
    No era capaz de conciliar el sueño. Era rara la vez que dormía bien del todo. Pero aquella noche, después del día de "entrenamiento", no era capaz de dejarse hundir en el sueño a pesar del cansancio. El zorro se levantó, casi exasperado. No debía quedar más de una hora para que los primeros rayos del sol comenzaran a despuntar. Salió de su cuarto, atravesando el pasillo de esa forma tan silenciosa, sin que la madera protestase bajo su peso. Pasó por el lado de una puerta corredera y, justo antes de rebasarla, se detuvo. Se maldijo a sí mismo mientras su cuerpo comenzó a decidir por él. Abrió despacio la puerta corredera e ingresó en la estancia, cerrándola nuevamente tras de sí. Allí descansaba [Fire.bl00m], durmiendo plácidamente, como si el mundo no siguiera funcionando a su alrededor. Los humanos eran así, no podían estar perdiendo el tiempo en pensamientos banales. Este se acercó, silencioso como un gato. Era como un animal desvalido, buscando ese lugar donde se sentía seguro. Se sentó a su vera, y sin ser invitado, se deslizó por la manta del futón hasta tumbarse al lado de ella. La miró en silencio durante unos segundos silenciosos. Sus ojos color zafiro brillaban en la oscuridad de aquella habitación, como dos ases de luz azul guiando el camino. De inmediato llegó aquel aroma familiar, ese que de alguna manera se había convertido en su lugar seguro. Se acercó sin miedo. Por qué estaba seguro de que cuando ella lo sintiera no se alarmaría, o al menos eso creía. La envolví con los brazos, pegándola a su pecho para sentir su cálida cercanía. Su cabello aún estaba algo húmedo, y su piel más fría de lo habitual. Seguramente era a causa de la tormenta que los pilló en el exterior, era como si aún no hubiese entrado en calor. Sin obstáculos mentales decidí pegarla totalmente a su cuerpo, incluso entrelazó sus largas piernas con las de ella. El calor, su aroma, su aura... Aquello era el cóctel perfecto para dejarse abrazar por el ansiado sueño. - En mi defensa diré... que me lo prometiste si tú eras quien cocinaba.- murmuró contra su cabeza de forma lenta.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    — Observo cómo te acercas a mis límites. Recuerda, zorros astutos no solo gruñen; saben dónde morder para causar el máximo impacto.
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    "¿Va a dispararme señor francotirador? Si, le estoy viendo, ¡Hola! Yo que usted me lo pensaría dos veces, quizá aparezca una cabeza de zorro de la nada y le coma de un bocado, pero como usted vea :) "
    "¿Va a dispararme señor francotirador? Si, le estoy viendo, ¡Hola! Yo que usted me lo pensaría dos veces, quizá aparezca una cabeza de zorro de la nada y le coma de un bocado, pero como usted vea :) "
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  • Habían transcurrido casi tres días desde la misteriosa aparición de 𝐌𝖾𝗅𝗂𝗇𝖺 𝐅𝗂𝗋𝖾𝖻𝗅𝗈𝗈𝗆 en el templo Aihara. Surgió de un portal, sin entender el cómo ni el porqué… pero el destino, en su eterno capricho, rara vez ofrecía explicaciones.

    La muchacha había llegado al borde de la muerte, con heridas imposibles de sobrevivir. Habría exhalado su último aliento de no ser porque aquel portal, por algún designio divino o travesura del azar, se abrió justo ante el santuario del zorro.

    Kazuo la salvó del único modo que conocía: invocando su don de sanación. Un poder tan prodigioso como peligroso, pues cada vez que lo usaba, una parte de su propia energía vital se desvanecía con él.

    Después de varios forcejeos de orgullo y obstinación entre ambos, alcanzaron finalmente un pacto. Si Melina seguía sus indicaciones al pié de la letra para poder sanar, él prometería descansar y recuperar sus fuerzas.

    Esa tarde, el kitsune había prometido llevarla a recorrer los alrededores del templo. Sus energías ya casi se habían restablecido, pero la tibieza del sol otoñal lo envolvió con una dulzura irresistible. Poco a poco, la luz dorada lo arrulló, y el zorro acabó rindiéndose a un sueño profundo y sereno.

    La joven llegaría puntual a su encuentro. Con el único inconveniente, de comprobar, que su acompañante había sido vencido por un ligero sueño.
    Habían transcurrido casi tres días desde la misteriosa aparición de [Fire.bl00m] en el templo Aihara. Surgió de un portal, sin entender el cómo ni el porqué… pero el destino, en su eterno capricho, rara vez ofrecía explicaciones. La muchacha había llegado al borde de la muerte, con heridas imposibles de sobrevivir. Habría exhalado su último aliento de no ser porque aquel portal, por algún designio divino o travesura del azar, se abrió justo ante el santuario del zorro. Kazuo la salvó del único modo que conocía: invocando su don de sanación. Un poder tan prodigioso como peligroso, pues cada vez que lo usaba, una parte de su propia energía vital se desvanecía con él. Después de varios forcejeos de orgullo y obstinación entre ambos, alcanzaron finalmente un pacto. Si Melina seguía sus indicaciones al pié de la letra para poder sanar, él prometería descansar y recuperar sus fuerzas. Esa tarde, el kitsune había prometido llevarla a recorrer los alrededores del templo. Sus energías ya casi se habían restablecido, pero la tibieza del sol otoñal lo envolvió con una dulzura irresistible. Poco a poco, la luz dorada lo arrulló, y el zorro acabó rindiéndose a un sueño profundo y sereno. La joven llegaría puntual a su encuentro. Con el único inconveniente, de comprobar, que su acompañante había sido vencido por un ligero sueño.
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  • No te atrevas a robarme un beso…

    No, a menos que estés dispuesto a enfrentar la certeza de que lo corresponderé con todo lo que ello arrastra: deseo, alma y destino.

    El roce de nuestras manos, la colisión de nuestros cuerpos… todo eso pierde sentido frente al significado que conlleva el choque de nuestros labios.

    Porque el beso de este demonio no es simple carne y fuego: es un acto sagrado, una promesa tallada en el alma.
    No hay retorno posible cuando los labios sellan lo que el corazón ya ha entregado.

    Si el zorro besa tus labios, significa que su corazón —con sus sombras y sus llamas— ya te pertenece por entero.

    Un pacto, donde mi vida, queda a merced de tus manos.

    ~Kazuo~...
    No te atrevas a robarme un beso… No, a menos que estés dispuesto a enfrentar la certeza de que lo corresponderé con todo lo que ello arrastra: deseo, alma y destino. El roce de nuestras manos, la colisión de nuestros cuerpos… todo eso pierde sentido frente al significado que conlleva el choque de nuestros labios. Porque el beso de este demonio no es simple carne y fuego: es un acto sagrado, una promesa tallada en el alma. No hay retorno posible cuando los labios sellan lo que el corazón ya ha entregado. Si el zorro besa tus labios, significa que su corazón —con sus sombras y sus llamas— ya te pertenece por entero. Un pacto, donde mi vida, queda a merced de tus manos. ~Kazuo~...
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  • El chico lobo iba encantado sobre un enorme barco en altamar, el olor a agua salada, el graznido de las gaviotas, los animales acuáticos saltando en paralelo al barco, parecía un "cachorro" mirando hacia todos lados, donde varios tripulantes experimentaban mareos, él iba maravillado.

    Con ese mismo ánimo tras subir en la embarcación bajó hacia un nuevo puerto, Inazuma. Lo imponente y espiritual de sus construcciones lo maravillaron al apenas verlas, sin embargo, algo le hizo bajar los ánimos de repente, miraba a los habitantes demasiado serios, mientras más caminaba más se daba cuenta de la falta de alegría de la gente, parecían cansados, tensos.

    Razor caminó y caminó pasando por unos grandes arcos de columnas rojizas, eran imponentes, pero su atención se fijó en algo más, unos pequeños zorros de piedra tallada que parecían cuidar de aquellos arcos. Al estar muy relacionado con los lobos con los que fue criado, aquel zorro de piedra llamó su curiosidad.

    -1....2.....3....4.... muchos, muchos zorros...ahí hay otro... -Dijo Razor mientras los contaba con los dedos e iba hacia el lugar donde estaba cada estatua-
    El chico lobo iba encantado sobre un enorme barco en altamar, el olor a agua salada, el graznido de las gaviotas, los animales acuáticos saltando en paralelo al barco, parecía un "cachorro" mirando hacia todos lados, donde varios tripulantes experimentaban mareos, él iba maravillado. Con ese mismo ánimo tras subir en la embarcación bajó hacia un nuevo puerto, Inazuma. Lo imponente y espiritual de sus construcciones lo maravillaron al apenas verlas, sin embargo, algo le hizo bajar los ánimos de repente, miraba a los habitantes demasiado serios, mientras más caminaba más se daba cuenta de la falta de alegría de la gente, parecían cansados, tensos. Razor caminó y caminó pasando por unos grandes arcos de columnas rojizas, eran imponentes, pero su atención se fijó en algo más, unos pequeños zorros de piedra tallada que parecían cuidar de aquellos arcos. Al estar muy relacionado con los lobos con los que fue criado, aquel zorro de piedra llamó su curiosidad. -1....2.....3....4.... muchos, muchos zorros...ahí hay otro... -Dijo Razor mientras los contaba con los dedos e iba hacia el lugar donde estaba cada estatua-
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  • Terminar al final del día en las termas se había convertido en su hábito favorito.

    Era un momento íntimo, en el cual podía poner orden a sus pensamientos. A medida que se iba relajando, sus cabellos negros azabache empezaban a perder su color. Pronto, un blanco como la luna, fue el que se impuso en la melena del zorro. Era como si parte del disfraz que llevaba a diario se hubiese diluido con el agua.

    Kazuo cerró sus ojos, sintiendo como el agua arrastraba las impurezas, no sólo externas, si no también aquellas que el ojo no veía.

    // Escena abierta a rol. Aunque advierto que puede ser incómoda jajaja xD//
    Terminar al final del día en las termas se había convertido en su hábito favorito. Era un momento íntimo, en el cual podía poner orden a sus pensamientos. A medida que se iba relajando, sus cabellos negros azabache empezaban a perder su color. Pronto, un blanco como la luna, fue el que se impuso en la melena del zorro. Era como si parte del disfraz que llevaba a diario se hubiese diluido con el agua. Kazuo cerró sus ojos, sintiendo como el agua arrastraba las impurezas, no sólo externas, si no también aquellas que el ojo no veía. // Escena abierta a rol. Aunque advierto que puede ser incómoda jajaja xD//
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