No era capaz de conciliar el sueño. Era rara la vez que dormía bien del todo. Pero aquella noche, después del día de "entrenamiento", no era capaz de dejarse hundir en el sueño a pesar del cansancio.
El zorro se levantó, casi exasperado. No debía quedar más de una hora para que los primeros rayos del sol comenzaran a despuntar. Salió de su cuarto, atravesando el pasillo de esa forma tan silenciosa, sin que la madera protestase bajo su peso.
Pasó por el lado de una puerta corredera y, justo antes de rebasarla, se detuvo. Se maldijo a sí mismo mientras su cuerpo comenzó a decidir por él. Abrió despacio la puerta corredera e ingresó en la estancia, cerrándola nuevamente tras de sí.
Allí descansaba 𝐌𝖾𝗅𝗂𝗇𝖺 𝐅𝗂𝗋𝖾𝖻𝗅𝗈𝗈𝗆, durmiendo plácidamente, como si el mundo no siguiera funcionando a su alrededor. Los humanos eran así, no podían estar perdiendo el tiempo en pensamientos banales.
Este se acercó, silencioso como un gato. Era como un animal desvalido, buscando ese lugar donde se sentía seguro. Se sentó a su vera, y sin ser invitado, se deslizó por la manta del futón hasta tumbarse al lado de ella.
La miró en silencio durante unos segundos silenciosos. Sus ojos color zafiro brillaban en la oscuridad de aquella habitación, como dos ases de luz azul guiando el camino. De inmediato llegó aquel aroma familiar, ese que de alguna manera se había convertido en su lugar seguro.
Se acercó sin miedo. Por qué estaba seguro de que cuando ella lo sintiera no se alarmaría, o al menos eso creía. La envolví con los brazos, pegándola a su pecho para sentir su cálida cercanía. Su cabello aún estaba algo húmedo, y su piel más fría de lo habitual. Seguramente era a causa de la tormenta que los pilló en el exterior, era como si aún no hubiese entrado en calor.
Sin obstáculos mentales decidí pegarla totalmente a su cuerpo, incluso entrelazó sus largas piernas con las de ella. El calor, su aroma, su aura... Aquello era el cóctel perfecto para dejarse abrazar por el ansiado sueño.
- En mi defensa diré... que me lo prometiste si tú eras quien cocinaba.- murmuró contra su cabeza de forma lenta.
El zorro se levantó, casi exasperado. No debía quedar más de una hora para que los primeros rayos del sol comenzaran a despuntar. Salió de su cuarto, atravesando el pasillo de esa forma tan silenciosa, sin que la madera protestase bajo su peso.
Pasó por el lado de una puerta corredera y, justo antes de rebasarla, se detuvo. Se maldijo a sí mismo mientras su cuerpo comenzó a decidir por él. Abrió despacio la puerta corredera e ingresó en la estancia, cerrándola nuevamente tras de sí.
Allí descansaba 𝐌𝖾𝗅𝗂𝗇𝖺 𝐅𝗂𝗋𝖾𝖻𝗅𝗈𝗈𝗆, durmiendo plácidamente, como si el mundo no siguiera funcionando a su alrededor. Los humanos eran así, no podían estar perdiendo el tiempo en pensamientos banales.
Este se acercó, silencioso como un gato. Era como un animal desvalido, buscando ese lugar donde se sentía seguro. Se sentó a su vera, y sin ser invitado, se deslizó por la manta del futón hasta tumbarse al lado de ella.
La miró en silencio durante unos segundos silenciosos. Sus ojos color zafiro brillaban en la oscuridad de aquella habitación, como dos ases de luz azul guiando el camino. De inmediato llegó aquel aroma familiar, ese que de alguna manera se había convertido en su lugar seguro.
Se acercó sin miedo. Por qué estaba seguro de que cuando ella lo sintiera no se alarmaría, o al menos eso creía. La envolví con los brazos, pegándola a su pecho para sentir su cálida cercanía. Su cabello aún estaba algo húmedo, y su piel más fría de lo habitual. Seguramente era a causa de la tormenta que los pilló en el exterior, era como si aún no hubiese entrado en calor.
Sin obstáculos mentales decidí pegarla totalmente a su cuerpo, incluso entrelazó sus largas piernas con las de ella. El calor, su aroma, su aura... Aquello era el cóctel perfecto para dejarse abrazar por el ansiado sueño.
- En mi defensa diré... que me lo prometiste si tú eras quien cocinaba.- murmuró contra su cabeza de forma lenta.
No era capaz de conciliar el sueño. Era rara la vez que dormía bien del todo. Pero aquella noche, después del día de "entrenamiento", no era capaz de dejarse hundir en el sueño a pesar del cansancio.
El zorro se levantó, casi exasperado. No debía quedar más de una hora para que los primeros rayos del sol comenzaran a despuntar. Salió de su cuarto, atravesando el pasillo de esa forma tan silenciosa, sin que la madera protestase bajo su peso.
Pasó por el lado de una puerta corredera y, justo antes de rebasarla, se detuvo. Se maldijo a sí mismo mientras su cuerpo comenzó a decidir por él. Abrió despacio la puerta corredera e ingresó en la estancia, cerrándola nuevamente tras de sí.
Allí descansaba [Fire.bl00m], durmiendo plácidamente, como si el mundo no siguiera funcionando a su alrededor. Los humanos eran así, no podían estar perdiendo el tiempo en pensamientos banales.
Este se acercó, silencioso como un gato. Era como un animal desvalido, buscando ese lugar donde se sentía seguro. Se sentó a su vera, y sin ser invitado, se deslizó por la manta del futón hasta tumbarse al lado de ella.
La miró en silencio durante unos segundos silenciosos. Sus ojos color zafiro brillaban en la oscuridad de aquella habitación, como dos ases de luz azul guiando el camino. De inmediato llegó aquel aroma familiar, ese que de alguna manera se había convertido en su lugar seguro.
Se acercó sin miedo. Por qué estaba seguro de que cuando ella lo sintiera no se alarmaría, o al menos eso creía. La envolví con los brazos, pegándola a su pecho para sentir su cálida cercanía. Su cabello aún estaba algo húmedo, y su piel más fría de lo habitual. Seguramente era a causa de la tormenta que los pilló en el exterior, era como si aún no hubiese entrado en calor.
Sin obstáculos mentales decidí pegarla totalmente a su cuerpo, incluso entrelazó sus largas piernas con las de ella. El calor, su aroma, su aura... Aquello era el cóctel perfecto para dejarse abrazar por el ansiado sueño.
- En mi defensa diré... que me lo prometiste si tú eras quien cocinaba.- murmuró contra su cabeza de forma lenta.