• Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    • que pena es pasar todos tus "26 años" encerrada entre habitaciones vacias, no compartir tantas risas con la gente, por mas que quieras a tu pueblo, ninguno es tan cercano a ti, todos te tratan como lo que eres, "su reina", pero nadie te ve como su amiga o compañera de vida. De vez en cuando vas a otros lugares para trer conocimientos a tu pueblo, hay pequeñas maravillas en ellas que para los ojos de los habitantes de ese lugar son comunes, ves como la tecnología de otros mundos es avanzada porque han explorado por todos lados para obtenerlas, cuando tu solo puedes mantener a tu pueblo encerrado sin que vayan a explorar por su cuenta para requerir conocimientos básicos de un ser vivo. Solo puedes quedarte ahi, observando cuando estas al mando de todo, mientras que la culpa te consume profundamente.

    Por mas cosas que hagas por ellos, mas culpa sientes, no puedes recibir ayuda porque sientes que tienes que hacer todo, aunque no sea 100% tu responsabilidad, crees que si haces eso, ellos no tendran que preocuparse por las perdidas anteriores o de las bestias asechando mas alla del campo de fuerza que creaste. A todo esto le cuentas a tu amigo, pero el no te da las mejores ideas, aun asi te preguntas porqué tu no sientes la cercanía de esa persona que se auto proclama tu amigo, si ni siquiera tiene la mayor idea de lo que es ser rey, solo te habla de lo genial que seria y cuanto dinero gastaria, "una persona superficial" te dices para ti misma mientras sigues buscando una solución para tus problemas. Por mas que lo piensas, no lo encuentras, tienes que acabar con todo antes de que sea tarde y logren hacer daño a tu pueblo cuando menos te lo esperes.

    - que loco, es raro hablarle de tus problemas a tu propio peluche ¿a no verdad?

    - su mirada se dirige aquel peluche viejo de la esquina de su cama con una expresión sarcástica para dar su mejor sonrisa forzada antes de irse a trabajar en el cultivo de moras -

    • que pena es pasar todos tus "26 años" encerrada entre habitaciones vacias, no compartir tantas risas con la gente, por mas que quieras a tu pueblo, ninguno es tan cercano a ti, todos te tratan como lo que eres, "su reina", pero nadie te ve como su amiga o compañera de vida. De vez en cuando vas a otros lugares para trer conocimientos a tu pueblo, hay pequeñas maravillas en ellas que para los ojos de los habitantes de ese lugar son comunes, ves como la tecnología de otros mundos es avanzada porque han explorado por todos lados para obtenerlas, cuando tu solo puedes mantener a tu pueblo encerrado sin que vayan a explorar por su cuenta para requerir conocimientos básicos de un ser vivo. Solo puedes quedarte ahi, observando cuando estas al mando de todo, mientras que la culpa te consume profundamente. Por mas cosas que hagas por ellos, mas culpa sientes, no puedes recibir ayuda porque sientes que tienes que hacer todo, aunque no sea 100% tu responsabilidad, crees que si haces eso, ellos no tendran que preocuparse por las perdidas anteriores o de las bestias asechando mas alla del campo de fuerza que creaste. A todo esto le cuentas a tu amigo, pero el no te da las mejores ideas, aun asi te preguntas porqué tu no sientes la cercanía de esa persona que se auto proclama tu amigo, si ni siquiera tiene la mayor idea de lo que es ser rey, solo te habla de lo genial que seria y cuanto dinero gastaria, "una persona superficial" te dices para ti misma mientras sigues buscando una solución para tus problemas. Por mas que lo piensas, no lo encuentras, tienes que acabar con todo antes de que sea tarde y logren hacer daño a tu pueblo cuando menos te lo esperes. - que loco, es raro hablarle de tus problemas a tu propio peluche ¿a no verdad? - su mirada se dirige aquel peluche viejo de la esquina de su cama con una expresión sarcástica para dar su mejor sonrisa forzada antes de irse a trabajar en el cultivo de moras -
    Me entristece
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  • El futuro en mis pesadillas más excelsas, reposa en el tiempo. Avanza la majestad nocturna hacia adelante y hacia atrás, burla el arriba y el abajo, ese, detenido aún en este cosmos, la justicia para ti.

    En este sarcófago de retazos de piedras preciosas en el que me encuentro. Me encuentro en un universo de almas inconscientes, de formas triangulares e inconexas, pedazos de tesoros que amargaron al más allá con su existencia. En esos espacios de lienzos y humos de acuarelas, llantos de recién nacidos y crías de amaestrados animales, persiste la libertad sublime este circo de llamas de nostalgia; esa en la que me invocaste.

    Entre oraciones de verdores, acérrimas ruinas de tus cálices, vislumbro el futuro en mis pesadillas: esos santos sueños de breas desnudadas, esas promesas aparecidas en la desgraciada guerra en la que te perdí. Son mi boleto al paraíso.

    Te pienso, en este eterno reposo. Contemplo a tu rostro en mis memorias, memorias que no apagan a la corteza de tus peceras rebosantes de un sentir que es todo un pecado original.

    Tu crucifixión se convirtió en la ruina de mis ruinas. Diste tu vida por amor. Las estrellas lloran tu ausencia; me he esfumado. Sueño las verdades que sostienen a todo tu epónimo perdido. Te sueño, artista de secretos aromas, la tinta breve de tus garras, tus uñas de transparentes cristales, forjados en las pupilas de los caídos. Cesa el canto rodado. La libertad en las alturas.

    La guerra te arrancó de mi coseno, te impulsó a reencarnar en el limbo de mis rezos. Desconozco que pueda contarte si estoy dormido, y no soy capaz de alcanzarte.

    Tu pasado reside entre mis mentes de acuarelas, en los cuellos degollados de mis enemigos. Esos que captan los claroscuros del más allá: el presente y paraíso de mis carruseles; que nublan las antenas de las orugas de tus sirvientes.

    Los que embalsamaron tu anatomía de bestia.

    Emperador de arañas rosadas, emperatriz turquesa de mantis religiosas, entrenadas para guerrear en tu ausencia, sesgan el pasto del pueblo de antiguas magias, tan arcanas como el origen de tus tiranos ancestros. Me revelan sus orígenes. Ellos timadores, ellos traicioneros, a diferencia de ti.

    No detienes las huellas de tus pies, sincronizan con los sabores al picante que invoca la muerte en el templo sacrosanto, en el que los gigantes de acero descubrieron como arribar a tus fantasías desde el mástil de la realidad. Tus mantos son escudos para mis sueños.


    Carne de mi carne, ruega por nosotros.

    Postre de mis entrañas, te rezo.


    Ante ti.

    Carmelo.

    Carmelo.

    Camelia.

    Cabeza.

    Coronas.

    Descubrimientos.

    Dibujos rupestres.

    En el revés de mi revés.


    Marcho hacia las cadenas de tus fértiles caderas. Me postro ante tu presencia.


    En este sarcófago, te sueño, entre lenguas antiguas, devoradas por el tiempo, el b del barro del suelo que se forma al caer la lluvia; el c de las casas heridas que las muñecas de mi padre creador al aplaudir. Una vez, por vez al artista de concéntricos perfectos, ciruelos a su vez llamados por un dios imaginario.


    Así te soñé.

    Eras mío.

    El final.

    Es.

    Inminente.

    Inclusive más lento.

    Te sueño.

    Tu compañía.

    mi consorte.

    Te sueño

    Surfista del mar de hierba.

    Espejo.

    censurados sueños.

    Consensuados.


    Eres la hiedra venenosa, eras la hidra de la aurora. Soy una esmeralda amaestrada por el ocio de tus fantasías a tórridas revelaciones, ingratas dulzura; como fuero internos, escritos por ti.


    Amigo imaginario.

    Sé feliz.


    Amigo imaginario.

    Ruego y rezo.


    Por tu libertad.

    Sublime.

    Lamento.

    Absorbo el matiz de limas y naranjas en este día, esta tarde, esta noche. Ese árbol, que respira mis cadentes maravillas. Me revela a tu anatomía aparecida.

    Cobijado por solariegos riesgos de encontrarte en mis memorias, el amarillo que atardeció y anocheció vislumbra como tu cabeza rueda por los suelos y empapa con tu bruna sangre los dedos de tus ausentes dedos. Plagas de agujas, enfermedades, que para tu suerte, acudieron a tu auxilio.

    El Sol.fue mi aliado.
    Las estrellas.mi fuente.
    La Luna mi amante.
    Perpetúa adoración.

    Te recuerdo.
    Te veo. Te veo. Te veo.
    Huevo.
    adornado.
    Con ónix dormido.
    Mis adiamantados. Huesos.
    Océano de arena.

    Te pienso. Te pienso. Te pienso.

    Derramé tus entrañas en el lecho nupcial, ese en el que me tomabas como tu esposo, tu esclavo, tu siervo. Fui tan sólo una presa para ti. En el tanteo de estas tentaciones, que vistieron a las aterciopeladas cortinas, tus recuerdos, llaman insistente a mi nombre verdadero.

    ¿Por qué debí velar por tu integridad?
    ¿Por qué he de cargar con esta culpa?
    Tanteo la madera del sillón.
    Contemplo a la ventana.

    No sé. No sé. No sé.
    Mi cordura.
    Desconozco si la perderé.
    Un extravío.
    De mi cordura.
    Rescato con ella.

    Mi Paz.

    Y en un sólo pero, en una sola triada de luminosidad, acuosos ritos, es tu boca de maduros frutos, los que, entre tu justicia y la mía, los que en la existencia de mi segunda vida, en la corte de los sueños, nocturna calma para siempre, atada a mí, son los que hacen las preguntas.

    En.mi.mente.
    Respondo.
    En tu mente.
    Existo.

    Soy la libertad.
    Sublime.
    Me convierto.
    En.
    Crepúsculo.
    Luna Nueva.
    Eclipse.
    Amanecer de Medianoche.
    La elipsis.
    Y.en.mi.sárcofago.pienso.
    Reconozco.
    Que te extraño.
    El futuro en mis pesadillas más excelsas, reposa en el tiempo. Avanza la majestad nocturna hacia adelante y hacia atrás, burla el arriba y el abajo, ese, detenido aún en este cosmos, la justicia para ti. En este sarcófago de retazos de piedras preciosas en el que me encuentro. Me encuentro en un universo de almas inconscientes, de formas triangulares e inconexas, pedazos de tesoros que amargaron al más allá con su existencia. En esos espacios de lienzos y humos de acuarelas, llantos de recién nacidos y crías de amaestrados animales, persiste la libertad sublime este circo de llamas de nostalgia; esa en la que me invocaste. Entre oraciones de verdores, acérrimas ruinas de tus cálices, vislumbro el futuro en mis pesadillas: esos santos sueños de breas desnudadas, esas promesas aparecidas en la desgraciada guerra en la que te perdí. Son mi boleto al paraíso. Te pienso, en este eterno reposo. Contemplo a tu rostro en mis memorias, memorias que no apagan a la corteza de tus peceras rebosantes de un sentir que es todo un pecado original. Tu crucifixión se convirtió en la ruina de mis ruinas. Diste tu vida por amor. Las estrellas lloran tu ausencia; me he esfumado. Sueño las verdades que sostienen a todo tu epónimo perdido. Te sueño, artista de secretos aromas, la tinta breve de tus garras, tus uñas de transparentes cristales, forjados en las pupilas de los caídos. Cesa el canto rodado. La libertad en las alturas. La guerra te arrancó de mi coseno, te impulsó a reencarnar en el limbo de mis rezos. Desconozco que pueda contarte si estoy dormido, y no soy capaz de alcanzarte. Tu pasado reside entre mis mentes de acuarelas, en los cuellos degollados de mis enemigos. Esos que captan los claroscuros del más allá: el presente y paraíso de mis carruseles; que nublan las antenas de las orugas de tus sirvientes. Los que embalsamaron tu anatomía de bestia. Emperador de arañas rosadas, emperatriz turquesa de mantis religiosas, entrenadas para guerrear en tu ausencia, sesgan el pasto del pueblo de antiguas magias, tan arcanas como el origen de tus tiranos ancestros. Me revelan sus orígenes. Ellos timadores, ellos traicioneros, a diferencia de ti. No detienes las huellas de tus pies, sincronizan con los sabores al picante que invoca la muerte en el templo sacrosanto, en el que los gigantes de acero descubrieron como arribar a tus fantasías desde el mástil de la realidad. Tus mantos son escudos para mis sueños. Carne de mi carne, ruega por nosotros. Postre de mis entrañas, te rezo. Ante ti. Carmelo. Carmelo. Camelia. Cabeza. Coronas. Descubrimientos. Dibujos rupestres. En el revés de mi revés. Marcho hacia las cadenas de tus fértiles caderas. Me postro ante tu presencia. En este sarcófago, te sueño, entre lenguas antiguas, devoradas por el tiempo, el b del barro del suelo que se forma al caer la lluvia; el c de las casas heridas que las muñecas de mi padre creador al aplaudir. Una vez, por vez al artista de concéntricos perfectos, ciruelos a su vez llamados por un dios imaginario. Así te soñé. Eras mío. El final. Es. Inminente. Inclusive más lento. Te sueño. Tu compañía. mi consorte. Te sueño Surfista del mar de hierba. Espejo. censurados sueños. Consensuados. Eres la hiedra venenosa, eras la hidra de la aurora. Soy una esmeralda amaestrada por el ocio de tus fantasías a tórridas revelaciones, ingratas dulzura; como fuero internos, escritos por ti. Amigo imaginario. Sé feliz. Amigo imaginario. Ruego y rezo. Por tu libertad. Sublime. Lamento. Absorbo el matiz de limas y naranjas en este día, esta tarde, esta noche. Ese árbol, que respira mis cadentes maravillas. Me revela a tu anatomía aparecida. Cobijado por solariegos riesgos de encontrarte en mis memorias, el amarillo que atardeció y anocheció vislumbra como tu cabeza rueda por los suelos y empapa con tu bruna sangre los dedos de tus ausentes dedos. Plagas de agujas, enfermedades, que para tu suerte, acudieron a tu auxilio. El Sol.fue mi aliado. Las estrellas.mi fuente. La Luna mi amante. Perpetúa adoración. Te recuerdo. Te veo. Te veo. Te veo. Huevo. adornado. Con ónix dormido. Mis adiamantados. Huesos. Océano de arena. Te pienso. Te pienso. Te pienso. Derramé tus entrañas en el lecho nupcial, ese en el que me tomabas como tu esposo, tu esclavo, tu siervo. Fui tan sólo una presa para ti. En el tanteo de estas tentaciones, que vistieron a las aterciopeladas cortinas, tus recuerdos, llaman insistente a mi nombre verdadero. ¿Por qué debí velar por tu integridad? ¿Por qué he de cargar con esta culpa? Tanteo la madera del sillón. Contemplo a la ventana. No sé. No sé. No sé. Mi cordura. Desconozco si la perderé. Un extravío. De mi cordura. Rescato con ella. Mi Paz. Y en un sólo pero, en una sola triada de luminosidad, acuosos ritos, es tu boca de maduros frutos, los que, entre tu justicia y la mía, los que en la existencia de mi segunda vida, en la corte de los sueños, nocturna calma para siempre, atada a mí, son los que hacen las preguntas. En.mi.mente. Respondo. En tu mente. Existo. Soy la libertad. Sublime. Me convierto. En. Crepúsculo. Luna Nueva. Eclipse. Amanecer de Medianoche. La elipsis. Y.en.mi.sárcofago.pienso. Reconozco. Que te extraño.
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  • El bardo está sentado bajo un árbol antiguo, con el mazo de tarot frente a él. El ciclo solar está por completarse, y como cada vez, realiza su lectura con respeto y calma, dejando que las cartas le hablen.

    Tomó una respiración profunda antes de girar la carta que había elegido. Al verla, sus ojos se suavizaron, y una leve sonrisa, casi melancólica, se dibujó en su rostro.

    𝕭>La Luna...

    Murmuró, sosteniéndola entre sus dedos como si fuera un fragmento de verdad delicada.

    𝕭>Es un recordatorio, ¿sabes?. La Luna no es un faro, no ilumina el camino como el Sol. Es un reflejo, un eco de lo que somos en la penumbra.

    Dejó la carta sobre el mantel y trazó con cuidado las líneas de la ilustración.

    𝕭>Habla de lo oculto, de lo que no queremos ver, pero también de lo que podemos intuir si estamos dispuestos a mirar más allá de las sombras. Los aullidos del lobo y el perro... son nuestras naturalezas enfrentadas: lo salvaje y lo domesticado. Y el cangrejo... es lo que guardamos en las profundidades, lo que teme salir a la superficie.

    El bardo suspiró, dejando que el peso de la carta se asentara en su mente.

    𝕭>No es una carta de certezas, sino de preguntas. ¿Qué estoy ignorando? ¿Qué camino debo tomar cuando todo parece incierto?

    Cerró los ojos un momento, permitiendo que las emociones de la carta lo atravesaran

    𝕭>Es un aviso: no confíes en lo que ves, sino en lo que sientes.

    Abrió los ojos y miró la carta una vez más, con una mezcla de respeto y calma.

    𝕭>La Luna me habla de paciencia, de escuchar lo que el silencio tiene que decir. No todo está claro ahora, pero lo estará cuando sea el momento.

    Con delicadeza, devolvió la carta al mazo, colocándola con el resto. Luego, guardó el tarot en su estuche, cerrándolo como quien guarda un secreto precioso.

    Volvió a bajar la mirada, quedándose quieto bajo el árbol. Entonces, con voz suave y una chispa de misterio en los ojos, preguntó al aire:

    𝕭>¿Quieres saber cuál es tu carta?
    El bardo está sentado bajo un árbol antiguo, con el mazo de tarot frente a él. El ciclo solar está por completarse, y como cada vez, realiza su lectura con respeto y calma, dejando que las cartas le hablen. Tomó una respiración profunda antes de girar la carta que había elegido. Al verla, sus ojos se suavizaron, y una leve sonrisa, casi melancólica, se dibujó en su rostro. 𝕭>La Luna... Murmuró, sosteniéndola entre sus dedos como si fuera un fragmento de verdad delicada. 𝕭>Es un recordatorio, ¿sabes?. La Luna no es un faro, no ilumina el camino como el Sol. Es un reflejo, un eco de lo que somos en la penumbra. Dejó la carta sobre el mantel y trazó con cuidado las líneas de la ilustración. 𝕭>Habla de lo oculto, de lo que no queremos ver, pero también de lo que podemos intuir si estamos dispuestos a mirar más allá de las sombras. Los aullidos del lobo y el perro... son nuestras naturalezas enfrentadas: lo salvaje y lo domesticado. Y el cangrejo... es lo que guardamos en las profundidades, lo que teme salir a la superficie. El bardo suspiró, dejando que el peso de la carta se asentara en su mente. 𝕭>No es una carta de certezas, sino de preguntas. ¿Qué estoy ignorando? ¿Qué camino debo tomar cuando todo parece incierto? Cerró los ojos un momento, permitiendo que las emociones de la carta lo atravesaran 𝕭>Es un aviso: no confíes en lo que ves, sino en lo que sientes. Abrió los ojos y miró la carta una vez más, con una mezcla de respeto y calma. 𝕭>La Luna me habla de paciencia, de escuchar lo que el silencio tiene que decir. No todo está claro ahora, pero lo estará cuando sea el momento. Con delicadeza, devolvió la carta al mazo, colocándola con el resto. Luego, guardó el tarot en su estuche, cerrándolo como quien guarda un secreto precioso. Volvió a bajar la mirada, quedándose quieto bajo el árbol. Entonces, con voz suave y una chispa de misterio en los ojos, preguntó al aire: 𝕭>¿Quieres saber cuál es tu carta?
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  • A veces, los bosques eran su propio lecho, había usado sus nueve colas para acomodarse entre hojas secas y caídas, y tras caer dormida, algunos amigos zorrunos habían ido a aprovechar el calor del cuerpo de la raposa.

    Jonia poseía una tierra llena de magia arcana y naturaleza como pocas naciones, Jonia era el lugar perfecto para aquellos que comenzaban un viaje espiritual, o en su caso, Jonia sería un lugar para hacer preguntas y encontrar respuestas.
    A veces, los bosques eran su propio lecho, había usado sus nueve colas para acomodarse entre hojas secas y caídas, y tras caer dormida, algunos amigos zorrunos habían ido a aprovechar el calor del cuerpo de la raposa. Jonia poseía una tierra llena de magia arcana y naturaleza como pocas naciones, Jonia era el lugar perfecto para aquellos que comenzaban un viaje espiritual, o en su caso, Jonia sería un lugar para hacer preguntas y encontrar respuestas.
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    - Esto…nada de preguntas, gracias.
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  • Ezequiel estaba en aquel lóbrego bar, el invierno había caído rápido y había caído más rápido en su corazón. Apuro el Wiski y se puso la gorra y el abrigo. Fue hasta la serrería donde hacia un trabajo mundano, el alcohol acallaba al demonio y su recuerdo ese pelo como el fuego, su labor era mecánica, no requería de mucho empujar troncos por la cinta y evitar que se atascara, simple al final había acabado en Alaska donde no tenía por qué relacionarse con mucha gente, incluso había preferido el turno de noche en la serrería donde solo estaba dos operarios, el guarda de seguridad y el. Menos gente, menos preguntas, menos problemas.
    Ezequiel estaba en aquel lóbrego bar, el invierno había caído rápido y había caído más rápido en su corazón. Apuro el Wiski y se puso la gorra y el abrigo. Fue hasta la serrería donde hacia un trabajo mundano, el alcohol acallaba al demonio y su recuerdo ese pelo como el fuego, su labor era mecánica, no requería de mucho empujar troncos por la cinta y evitar que se atascara, simple al final había acabado en Alaska donde no tenía por qué relacionarse con mucha gente, incluso había preferido el turno de noche en la serrería donde solo estaba dos operarios, el guarda de seguridad y el. Menos gente, menos preguntas, menos problemas.
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  • 𝐋𝐚𝐬 𝐟𝐢𝐞𝐬𝐭𝐚𝐬 𝐞𝐧 𝐝𝐢𝐟𝐞𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨𝐬.

    — AU era moderna con Charles Grey

    Como cada año, la familia entera se reunía en Howick Hall por Navidad. Cada miembro de los Grey, sin importar en qué rincón del mundo se encontrara, viajaba de vuelta a Inglaterra solo para pasar las fiestas juntos.

    Siendo una línea familiar que se remontaba al siglo XIV, la familia Grey tenía una serie de tradiciones navideñas un tanto peculiares, mantenidas hasta el día de hoy solo por los más conservadores de la familia. Sin embargo, entre todas ellas, la más "normal" era la del tronco navideño.

    Cada año sin falta, un miembro de la familia debía encargarse de preparar el dichoso postre sin importar sus habilidades culinarias. De hecho, el año pasado la tarea había recaído en el primo séptimo, quien había presentado el peor tronco navideño que Jean había probado en toda su corta vida: un bizcocho apelmazado, con un relleno inexistente y un chocolate quemado.
    Ese día nadie se lo había terminado, y el primo séptimo había tenido una cara larga toda la noche hasta que se abrieron los regalos y recibió una Nintendo Switch.

    Por suerte, este año la responsabilidad había recaído en la tía segunda, quien era una pastelera talentosa que incluso tenía su propia patisserie en París. La tía segunda se había ofrecido incluso a preparar todos los postres, lo que garantizó que se comería un tronco delicioso.

    Luego de la cena, como se esperaba el postre, de repente todos comenzaron a hablar de la tradición del tronco navideño, dejando de lado las preguntas incómodas y los alardes de los primos que Jean no veía durante todo el año. La única excepción era Grey, quien vivía lo suficientemente cerca como para cruzarse con él con frecuencia (o más bien vivían prácticamente juntos a veces).

    Cuando se sirvió el mencionado y especial postre, todos, tras probar el primer bocado, comenzaron a llenar a la tía de alabanzas. Jean alzó la vista hacia sus primos, todos habían probado el postre e, infaltablemente, Grey también. De hecho, parecía ir por su segunda porción.

    Debido a esto, una historia se le vino a la mente, y no pudo evitar compartirla.

    —¿Saben la historia del tronco navideño? —preguntó Jean, rompiendo el diálogo alegre de los primos.

    Al ver que había captado algo de interés, prosiguió:
    —El "Yule log" se decoraba con hojas y ramas y se encendía en la chimenea. Tenía que permanecer ardiendo hasta la Doceava Noche de Navidad. Si se apagaba antes de esa fecha, se decía que traería desgracias y mala suerte... luego derivó a este postre por alguna razón.

    Los primos alzaron una ceja. ¿Qué clase de historia tan lúgubre era esa para una ocasión tan feliz?

    Con un tinte más sombrío, Jean agregó:
    —¿Qué clase de tronco será este? —inquirió, mientras cortaba un trocito del bizcocho con el tenedor y lo probaba.

    Masticó lentamente, como para darle cierto suspenso a su deliberación, pero al final, asintió.
    —Mhm. —Dijo, mirando a su tía con aprobación. —Está delicioso, tía. Como siempre, ha hecho un excelente trabajo.

    La susodicha, ignorante del ambiente incómodo entre los primos, le sonrió al pequeño niño de la familia y siguió con lo suyo: bebiéndose su quinceavo vaso de sidra, había tenido un año difícil.

    Charles, sin inmutarse, acostumbrado a la forma de ser de su primo, se relamió los labios para limpiarse los restos de chocolate y levantó la vista hacia él, rompiendo el tenso silencio.
    —Solo es un tronco, ¿cómo podría traer desgracias?

    Quién sabe si Grey lo había hecho adrede o simplemente porque estaba completamente aburrido y dispuesto a escuchar la verborrea de su pequeño primo genio; con esa simple pregunta, le dio pie a Jean para que continuara hablando bastante entusiasmado del tema.

    Jean se encogió de hombros y sonrió.
    —En general, las tradiciones son prácticas que obedecen a una lógica simbólica. Con el paso del tiempo, esta lógica se va perdiendo, y llegamos al presente, donde realizamos muchas prácticas sin saber por qué. Aunque, hay otras que son simplemente un buen marketing. Como ese sombrero rojo —dijo, haciendo un ademán con la cabeza hacia su prima que, hasta el momento, solo miraba.

    —¿Qué hay con mi gorro? —dijo la prima.

    —¿Por qué Santa Claus tiene un traje rojo y no uno, por ejemplo, de color verde y marrón?

    Los primos se rieron y miraron a Jean como si estuviera diciendo una gran tontería. Pero, al pensarlo mejor, fueron apagando sus carcajadas. En realidad, lo que decía era una buena pregunta…

    —¿Por qué? —inquirió un primo, mirándolo con los ojos entrecerrados. Pero el relato del niño había captado completamente su atención.

    —Bueno, para explicarlo, tendríamos que remontarnos a varios siglos atrás…

    Y así, un Jean complacido, comenzó a relatar los orígenes históricos de Santa Claus, desde San Nicolás y de cómo, gracias a una publicidad de Coca-Cola, se popularizó su característico traje rojo y blanco.

    Grey, viéndolo tan contento presumiendo sus conocimientos ante un público interesado, solo pudo reírse para sus adentros: él era feliz comiendo, y Jean era feliz compartiendo lo que sabía sobre el mundo.

    _____________

    | Es un poco random, pero me pareció lindo compartirlo, además de que de este AU no publico mucho jaja. Pronto espero subir de los otros, sobre todo del Jean Victoriano, en fin, solo quiero decirles: ¡Feliz navidad!

    𝐋𝐚𝐬 𝐟𝐢𝐞𝐬𝐭𝐚𝐬 𝐞𝐧 𝐝𝐢𝐟𝐞𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨𝐬. — AU era moderna con [EarlGrey] — Como cada año, la familia entera se reunía en Howick Hall por Navidad. Cada miembro de los Grey, sin importar en qué rincón del mundo se encontrara, viajaba de vuelta a Inglaterra solo para pasar las fiestas juntos. Siendo una línea familiar que se remontaba al siglo XIV, la familia Grey tenía una serie de tradiciones navideñas un tanto peculiares, mantenidas hasta el día de hoy solo por los más conservadores de la familia. Sin embargo, entre todas ellas, la más "normal" era la del tronco navideño. Cada año sin falta, un miembro de la familia debía encargarse de preparar el dichoso postre sin importar sus habilidades culinarias. De hecho, el año pasado la tarea había recaído en el primo séptimo, quien había presentado el peor tronco navideño que Jean había probado en toda su corta vida: un bizcocho apelmazado, con un relleno inexistente y un chocolate quemado. Ese día nadie se lo había terminado, y el primo séptimo había tenido una cara larga toda la noche hasta que se abrieron los regalos y recibió una Nintendo Switch. Por suerte, este año la responsabilidad había recaído en la tía segunda, quien era una pastelera talentosa que incluso tenía su propia patisserie en París. La tía segunda se había ofrecido incluso a preparar todos los postres, lo que garantizó que se comería un tronco delicioso. Luego de la cena, como se esperaba el postre, de repente todos comenzaron a hablar de la tradición del tronco navideño, dejando de lado las preguntas incómodas y los alardes de los primos que Jean no veía durante todo el año. La única excepción era Grey, quien vivía lo suficientemente cerca como para cruzarse con él con frecuencia (o más bien vivían prácticamente juntos a veces). Cuando se sirvió el mencionado y especial postre, todos, tras probar el primer bocado, comenzaron a llenar a la tía de alabanzas. Jean alzó la vista hacia sus primos, todos habían probado el postre e, infaltablemente, Grey también. De hecho, parecía ir por su segunda porción. Debido a esto, una historia se le vino a la mente, y no pudo evitar compartirla. —¿Saben la historia del tronco navideño? —preguntó Jean, rompiendo el diálogo alegre de los primos. Al ver que había captado algo de interés, prosiguió: —El "Yule log" se decoraba con hojas y ramas y se encendía en la chimenea. Tenía que permanecer ardiendo hasta la Doceava Noche de Navidad. Si se apagaba antes de esa fecha, se decía que traería desgracias y mala suerte... luego derivó a este postre por alguna razón. Los primos alzaron una ceja. ¿Qué clase de historia tan lúgubre era esa para una ocasión tan feliz? Con un tinte más sombrío, Jean agregó: —¿Qué clase de tronco será este? —inquirió, mientras cortaba un trocito del bizcocho con el tenedor y lo probaba. Masticó lentamente, como para darle cierto suspenso a su deliberación, pero al final, asintió. —Mhm. —Dijo, mirando a su tía con aprobación. —Está delicioso, tía. Como siempre, ha hecho un excelente trabajo. La susodicha, ignorante del ambiente incómodo entre los primos, le sonrió al pequeño niño de la familia y siguió con lo suyo: bebiéndose su quinceavo vaso de sidra, había tenido un año difícil. Charles, sin inmutarse, acostumbrado a la forma de ser de su primo, se relamió los labios para limpiarse los restos de chocolate y levantó la vista hacia él, rompiendo el tenso silencio. —Solo es un tronco, ¿cómo podría traer desgracias? Quién sabe si Grey lo había hecho adrede o simplemente porque estaba completamente aburrido y dispuesto a escuchar la verborrea de su pequeño primo genio; con esa simple pregunta, le dio pie a Jean para que continuara hablando bastante entusiasmado del tema. Jean se encogió de hombros y sonrió. —En general, las tradiciones son prácticas que obedecen a una lógica simbólica. Con el paso del tiempo, esta lógica se va perdiendo, y llegamos al presente, donde realizamos muchas prácticas sin saber por qué. Aunque, hay otras que son simplemente un buen marketing. Como ese sombrero rojo —dijo, haciendo un ademán con la cabeza hacia su prima que, hasta el momento, solo miraba. —¿Qué hay con mi gorro? —dijo la prima. —¿Por qué Santa Claus tiene un traje rojo y no uno, por ejemplo, de color verde y marrón? Los primos se rieron y miraron a Jean como si estuviera diciendo una gran tontería. Pero, al pensarlo mejor, fueron apagando sus carcajadas. En realidad, lo que decía era una buena pregunta… —¿Por qué? —inquirió un primo, mirándolo con los ojos entrecerrados. Pero el relato del niño había captado completamente su atención. —Bueno, para explicarlo, tendríamos que remontarnos a varios siglos atrás… Y así, un Jean complacido, comenzó a relatar los orígenes históricos de Santa Claus, desde San Nicolás y de cómo, gracias a una publicidad de Coca-Cola, se popularizó su característico traje rojo y blanco. Grey, viéndolo tan contento presumiendo sus conocimientos ante un público interesado, solo pudo reírse para sus adentros: él era feliz comiendo, y Jean era feliz compartiendo lo que sabía sobre el mundo. _____________ | Es un poco random, pero me pareció lindo compartirlo, además de que de este AU no publico mucho jaja. Pronto espero subir de los otros, sobre todo del Jean Victoriano, en fin, solo quiero decirles: ¡Feliz navidad!
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  • [ Rol Privado Cedric Shadowforge ]

    ~ Despues de aquel encuentro inoportuno y caótico con Cedric, la bruja se disponía a regresar a su hogar, su mente estaba llena de ideas que no podían ser procesadas, tantas preguntas y pocas respuestas.

    Los callejones de el pequeño estaban desolados, ya era tarde para que alguien estuviera caminando solo por el lugar, por fortuna el hogar de la mujer estaba cerca, no demoro mucho en llegar, se dispuso en ese momento a prepararse un té de manzanilla para calmar sus nervios, cuando estuvo listo fue directo a su estudio privado y se encerró en él, no quería saber nada de nadie, su estado de ánimo era demasiado malo en esos momentos, ¿Como es posible que no se haya dado cuenta de que él tenia aura maligna? Quizá si lo sabía pero no quería aceptarlo, se mantuvo inmersa en sus propios pensamientos mientras veía las llamas del fuego de la chimenea enfrente de ella, preguntándose que debía hacer ahora, ¿Debía hacerle caso a sus sentimientos por él hombre? O hacer su labor mágica, aniquilar a la entidad y con ella... a Cedric. ~
    [ Rol Privado [The_Magistrate] ] ~ Despues de aquel encuentro inoportuno y caótico con Cedric, la bruja se disponía a regresar a su hogar, su mente estaba llena de ideas que no podían ser procesadas, tantas preguntas y pocas respuestas. Los callejones de el pequeño estaban desolados, ya era tarde para que alguien estuviera caminando solo por el lugar, por fortuna el hogar de la mujer estaba cerca, no demoro mucho en llegar, se dispuso en ese momento a prepararse un té de manzanilla para calmar sus nervios, cuando estuvo listo fue directo a su estudio privado y se encerró en él, no quería saber nada de nadie, su estado de ánimo era demasiado malo en esos momentos, ¿Como es posible que no se haya dado cuenta de que él tenia aura maligna? Quizá si lo sabía pero no quería aceptarlo, se mantuvo inmersa en sus propios pensamientos mientras veía las llamas del fuego de la chimenea enfrente de ella, preguntándose que debía hacer ahora, ¿Debía hacerle caso a sus sentimientos por él hombre? O hacer su labor mágica, aniquilar a la entidad y con ella... a Cedric. ~
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  • — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz?

    Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas.

    Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta.

    — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha?

    Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos.

    — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan?

    Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma.

    — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más.

    « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor.

    "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico."

    Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo.

    " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba".

    Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor.

    — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta.

    « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
    — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz? Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas. Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta. — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha? Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos. — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan? Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma. — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más. « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor. "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico." Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo. " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba". Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor. — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta. « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
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  • — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta?

    Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo.

    « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. »

    — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban.

    « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo.

    — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará.

    Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello.

    « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena.

    — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar?

    Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido.

    « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
    — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta? Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo. « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. » — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban. « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo. — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará. Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello. « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena. — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar? Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido. « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
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